Viniendo de regreso
del río después de un día caluroso, me detuve un momento en el camino para
comprar unas empanadas. Unos pasos más allá del
puesto de ventas estaba un hombre en indumentaria de trabajo de campo:
botas, sombrero y machete en la mano, y noté que estaba atento del paso de los
vehículos; era evidente que estaba esperando transporte.
Cuando iba a reiniciar mi camino en mi moto, se me acercó -lo vi todo sudoroso y
sucio por el trajín del día- y me pidió de manera cordial, si podía llevarlo
hasta la ciudad. Dudé un momento y luego le dije que sí, que no había problema.
El campesino se subió a la parte trasera y puso el machete en sus piernas, le
dije, que no lo llevara cruzado por que me parecía riesgoso; había bastante
vehículos y gente transitando a esa hora; entonces él lo tomó del mango y lo puso de manera vertical a lo largo de su
pierna con la punta hacía abajo.
Ya en el camino
por decir algo le pregunté: ¿Qué más
vecino trabajando un domingo?; “si
señor” dijo, “tengo una finquita por aquí, y siempre hay algo por hacer, además
toca venir a cuidar el rancho para que no se pierdan las cosas.”
Con un poco de más
confianza indagué: ¿Hay ladrones por estos lados? ; sí señor, volvió a decir:
“Figúrese que el año pasado, el 24 de diciembre me robaron un lindo toro de 18
meses, que tenía ya casi negociado y con esa plata me iba a casar el 30, y por tanto no se pudo.”
A pesar de que iba muy pendiente de la carretera, este
hecho despertó bastante mi atención: ¿Cómo así, le robaron el toro y
entonces no se pudo casar? ; Sí señor, repitió. “Mi mujercita lloraba desconsolada,
y yo le decía tranquila mijita que eso de alguna manera se arregla”.
Como ya estaba interesado en la historia seguí con mis
preguntas: ¿Y no pudo encontrar
su toro? Me respondió: “Nada señor, por
más que busque y di vueltas por ahí, nadie me supo dar razón; de haber sabido
quien era le hubiera dado bala o machete; los ladrones nos dañaron la fiesta”.
Como el señor estaba
hablando con entera franqueza a mí me dio por bromear: ¿Es decir que la pérdida
del toro lo salvó del matrimonio? El hombre celebró mi ocurrencia con una carcajada y luego
agregó: “Imagínese que luego andaba el chisme por ahí que dizque yo había vendido
el toro a escondidas para no casarme porque le andaba poniendo los cuernos
a mi mujer”.
Ambos nos reímos de buena gana y seguimos de buen
humor nuestro viaje a casa. Entre tanto pensaba que había sido afortunado de
haberme topado en el camino quizás al único hombre que casi arruina su hogar
por la ausencia de unos cuernos.
John Montilla. Texto y fotomontaje. (Imágenes tomadas
de internet)
2019
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