miércoles, 6 de julio de 2022

LA TRAMPA

 Por. John Montilla

Alguien había construido la trampa de una manera muy particular: Una plataforma hecha de tablas, la cual se apoyaba en los extremos sobre unos pilotes de madera, quizás de medio metro de alto y debajo de ella había una jaula metálica de forma circular. Un pollo de tamaño mediano o un pájaro grande podrían entrar y salir perfectamente de la jaula, pero una gallina ya no podría hacer lo mismo.

En el centro de la plataforma habían dejado un hueco circular por el que cabían un armadillo, un gato salvaje, y hasta un conejo grande; un venado al pisar en falso, lo más que podría pasarle es que se lastime una pata, pero no caería por ese agujero. Para atraer la atención de las víctimas, había sembrado en la plataforma diversas plantas de apetitosas hierbas y verduras, se podían ver hojas de lechuga, cebollas, repollos, coles y otras especies que simulaban una bella huerta en medio del bosque. El punto perverso de todo ello, era el oscuro agujero que escasamente ocultaban el verde de algunas hierbas.

En esa inverosímil trampa, habían caído un par de conejos grandes. Las dos desafortunadas criaturas, macho y hembra, respectivamente; en un primer instante, habían intentado por todos los medios huir de su celda, golpeándose contra los hierros, intentando morderlos, o dando inútiles saltos para intentar alcanzar el agujero, pero no hubo escapatoria. Al final resignados, encontraron que su cárcel tenía ciertas “comodidades”, había algo de comida en granos desperdigada por el piso, dos pequeños cajones de madera, uno abierto, que usaron como madriguera y otro cerrado, pero que los atrajo mucho porque su instinto les decía que guardaba comida, y también había un recipiente plano metálico que estaba conectado a un pequeño canal y que ocasionalmente recogía agua de lluvia. Quien fabricó esta trampa, lo hizo pensando en que el animal que caiga allí, pudiera sobrevivir por varios días. Aparte de eso, la maleza y hierbas que se colaban por entre los barrotes también brindada un poco más de sustento. Así pues, los dos conejos, se vieron forzados a adaptarse a esta nueva vida en cautiverio.

Y como la naturaleza no se detiene, a las pocas semanas, ya no eran dos conejos en cautiverio sino una docena. El problema del número era la alimentación; en un principio sobrevivieron con lo que tenían a mano, y luego de tanto mordisquear en el extremo del cajón cerrado, terminaron por hacer una pequeña abertura por la que ocasionalmente les caía algo del grano ahí almacenado. Pero eso no les iba a durar para siempre.  


Con la leche de la madre pronto las crías pudieron valerse por sí mismas, y ellos se encargaron luego de acabar con las hierbas que entraban a la jaula, y pronto descubrieron que podías salir un poco más allá y volver junto a sus padres. La vida seguía y los gazapos crecían. Las aventuras exploratorias los llevaron luego a llegar a la parte de arriba de la trampa, es decir a la plataforma y allí descubrieron las delicias prácticamente servidas para ellos.  En el júbilo y derroche de comida, eventualmente dejaban caer algo por el agujero, lo cual era recibido por sus padres que lo esperaban ansiosos. Algunos incluso aprendieron a usar el hueco para de un salto volver a la madriguera, y el día que un gavilán los asustó, ese fue el camino corto que tomaron todos para escapar del cazador, y en lo sucesivo optaron por salir por entre los barrotes de la jaula y entrar arrojándose por el agujero.

 Pero con el paso del tiempo notaron que cada vez les era más difícil poder salir de la jaula; con gran dificultad y con alguno que otro empujón lograban pasar al exterior. Las crías iban creciendo día tras día, y entonces mamá y papá conejo tuvieron que tomar una decisión trascendental para el futuro de su familia:

Los reunieron a todos y con toda la seriedad y solemnidad del caso, les pidieron a sus hijos que esa sería la última vez que estarían juntos, que tendrían que salir antes de que fuera demasiado tarde y nunca más volver a entrar a la jaula. Aunque las crías comprendieron las razones de sus padres, no pudieron evitar las lágrimas y el dolor de esa decisión. O se alejaban de ellos o perderían para siempre su libertad.

Pero como más que una petición fue una orden de sus progenitores, uno a uno y ya literalmente con tremendo aprieto fueron saliendo. La tristeza por dejar a sus padres era inmensa, por su parte mamá y papá conejo eran un mar de emociones opuestas, por un lado, la alegría de la libertad de los suyos y por otro el vacío de su partida. Por un tiempo ellos iban a visitarlos y a llevarles comida, pero al final los padres terminaron el resto de sus vidas solos y en perpetuo encierro.

El autor de la trampa nunca apareció a revisar que presas habían caído por el agujero.

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Texto: John Montilla (5-VII-2022)

Fotomontaje con imágenes tomadas de Pixabay

Relatos de sueños.

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