sábado, 25 de enero de 2014

EL SUSTO DE CANUTO

 Por: John Montilla


La siguiente original y  espontánea  anécdota  pertenece a la historia del hoy municipio de Puerto Guzmán  (Putumayo) y tuvo lugar por allá en 1973,  época en que se estaba ejecutando la construcción de la carretera que llegaría a la inspección de Santa Lucia; lugar en el cual  duró mucho tiempo narrándose este singular episodio que a continuación les relato:
 

Por aquel entonces, los habitantes de dichas zonas ya estaban enterados de que pronto llegaría hasta ellos la carretera que los conectaría con el resto del departamento;  y ante los rumores de ese inminente próximo  suceso, se había despertado en ellos la curiosidad  por ir a presenciar  y ser testigos directos de los trabajos que se venían desarrollando. Si en los adultos  había crecido  dicha  expectativa, este sentimiento  era mucho mayor en los niños   que  ansiaban también poder contemplar lo que sus padres comentaban.
De ahí que el futuro acontecimiento se convirtió  en la atracción de la comunidad;  tanto así que en la escuela de la localidad, uno de los planes en los días de jornadas de recreación escolar consistía en ir  de paseo  hasta el punto donde venía la construcción de la vía, con el único propósito de ver a los obreros trabajar  arduamente en el  “empalancado” (acción de poner madera  en la trocha para darle firmeza al terreno)  y el  posterior relleno con  balastro para de esta manera irle ganando  metro a metro un sendero  libre a la selva.  


Pues bien, un buen día a doña Olga Gómez  de Córdoba, la profesora de la escuela, también se le ocurrió llevar a todo el curso de paseo hasta la zona de los trabajos; la atracción de los niños era  contemplar  las máquinas y las grandes volquetas trabajando a toda marcha. El grupo escolar llegó hasta un sitio  permitido al lado de la nueva carretera y se sentaron a presenciar  las labores de hombres y  a esperar con ansia la llegada de la maquinaría pesada para verlas en acción.
 
Resulta que la gran mayoría de estudiantes ya habían pasado por allí con sus papás cuando iban al mercado hasta un caserío cercano (El Jauno), razón por la cual  la profesora considero inoficioso ilustrar  a sus estudiantes sobre dichos aparatos mecánicos, pero  ella no cayó en cuenta que también había una minoría que nunca habían sido  llevados por sus padres hasta esa zona; entre ellos se encontraba Canuto, un humilde muchacho, algo tímido,  quien al igual que todos los demás primerizos aguardaba con gran expectativa el acontecimiento completamente novedoso para él.

El momento cumbre del paseo llegó  cuando se escuchó  en la lejanía un ruido estremecedor  que rompió la tranquilidad del bosque y  apareció  de manera paulatina en una curva  una tremenda volqueta que rugía fuerte y fatigosamente en el escabroso terreno- La profesora tampoco considero necesario decir  “allí viene una volqueta”-  Pero,  debió haberlo hecho ya que Canuto, que nunca había salido de su casa y que  jamás había visto un “monstruo” de esos en su vida, echó a correr despavorido monte adentro por la aterradora  impresión que esa descomunal máquina le había producido.

Ante esta insólita reacción del muchacho, dicen que la profesora bastante preocupada, se puso a llamarlo a grandes voces junto con los demás estudiantes; pero todos esos gritos  multiplicados  por la tranquilidad   del bosque se perdieron inútilmente en las profundidades de los montes circundantes. Entonces ante la imposibilidad de adentrarse en la espesura para ir en la búsqueda del asustado fugitivo; el grupo decidió regresar  al pueblo. Todos fueron directamente hasta la casa del chiquillo a dar la mala noticia a su familia y entonces se encontraron con la sorpresa de que Canuto hace ratos  ya estaba en casa.
 
Crónicas de Puerto Guzmán.
Recopilado por John Montilla, Esp. Procesos lecto-escritores.
Fuente: Edgar Morillo

















Mocoa: ¿Un almorzadero?

 Por: John Montilla.

La  casualidad  hizo caer en mis manos una pequeña revista del aniversario  425  de la ciudad de Mocoa; La fecha de su publicación es de 1988, es decir  el folleto  tiene ya sus veinticinco  abriles encima  y por ello está un poco deteriorado y lo que es más triste: con algunas páginas faltantes.

 La publicación tiene varios artículos de interés,  pero entre los que me llamó la atención está uno llamado: MOCOA ELECTRIFICADA Y CON CARRETERA AL HUILA en el que se encuentra una caricatura en la que se puede ver en primer plano a tres pollitos que le preguntan a su progenitora:  Mami ¿Qué futuro nos espera con la vía a Pitalito?, los críos no saben que la gallina se imagina tristemente una olla para un sancocho.  La imagen acompaña el encabezado  de una reflexión de la señora Luz Ángela Flórez de Rivera que titula: Sancocho mocoano y algo más; y esta inicia así: “Se equivocan quienes creen que la carretera a Pitalito nos situará en la condición de…”  (y aquí es donde lamentablemente falta la página siguiente, y por eso, me atrevo a terminar la frase) :  “un almorzadero”.

La anterior afirmación me lleva  a  analizar  según otros de los apartes del mismo artículo, lo que los  habitantes de Mocoa pronosticaban  por aquellas fechas. En otro encabezado titulado: Barreras que limitan el cambio; la autora antes mencionada señala: “Si la historia no nos miente, Mocoa fue fundada hace  425 años. Y a pesar de llevar tantos años a cuestas, no es una ciudad vieja porque no ha terminado de nacer. Aislada, sin servicios adecuados, sin servicio de luz permanente, se le han negado los recursos mínimos para llegar a ser adulta.”
 
Entonces  uno se pregunta, veinticinco años después, ¿Cuántos de  esos obstáculos aún persisten y cuántos  de ellos ya han sido superados?,  ya que la radiografía que se hacía por esas épocas es muy cruda, como se puede leer en el siguiente fragmento que es la continuación del mismo texto:

 “Dependiendo de la burocracia oficial – que en muchos casos ha frenado sus posibilidades - ha condicionado su libertad,  convirtiendo al mocoano en un esclavo que tiene miedo de pensar, miedo de hablar, y miedo de reclamar sus derechos, por el peligro de perder el puesto y con él, el sustento de su familia.”
De ahí que uno puede inferir, que  para los habitantes de la capital  “la gallina de los huevos de oro” siempre ha sido el aparato burocrático, según lo plantea Alfonso Quiroga  otro de los autores que  aparecen en el folleto. En su artículo titulado: Algunos rasgos económicos y sociales, él escribe: “El dinero que circula en Mocoa proviene - en una gran proporción - de los pagos que hacen las diferentes entidades estatales a sus empleados, obreros, contratistas, y suministradores… de ese modo, la subsistencia del mocoano depende básicamente del dinero que brota del aparato estatal y  del comercio que se deriva de la demanda que nace de esa fuente de ingresos… ”

Entonces, ante está coyuntura,  la señora Rivera, también se refiere a los  aires de  cambio que se esperaban por aquellas épocas, basados principalmente en  el punto de quiebre que significaría la  apertura de la nueva vía a Pitalito y la electrificación del departamento del Putumayo, ella anota : “Hay que hablar de la esperanza de romper  esas barreras que limitan el horizonte, permitiendo desarrollar industrias que generen empleo y estimulen la formación interna de personas con capacidades y con una visión distinta del progreso.”

Esa es la misma visión que en cierto sentido compartía el señor Quiroga al plantear el dilema: “Seguimos siendo un centro administrativo (consumidor) o  movilizamos nuestros recursos y  los combinamos en empresas productivas  (urbanas o rurales) que generen empleo y riqueza regional propia.”  En otras palabras: Seguimos explotando la gallina de los huevos de oro, o nos ponemos a criar gallinas para venderlas con huevos incluidos.

El  autor previamente citado es muy claro al  sentenciar:  “… Es preciso decidirse: Cambiamos nuestra fisonomía económica  o nos quedamos de almorzadero de todos los que pasaran por la capital.”

Pues bien, un cuarto de siglo después, habría que analizar que tanto han cambiando esas perspectivas de entonces;  de lo que sí somos testigos ahora,  es de cómo esa carretera que se visualizó como la gran esperanza de la capital,  ha servido principalmente para que  los conductores de grandes tractomulas se detengan  a  almorzar  en Mocoa el famoso sancocho mocoano, mientras sus habitantes nos quedamos viendo como la riqueza sale ante nuestras narices y únicamente  nos va quedando el malestar  por todos los inconvenientes que se han venido presentando, entre ellos  el deterioro de la vía que tantos años tardó en construirse:   A Mocoa por ahora sólo le queda el plumerío.

(Portada y caricaturas tomadas del folleto de la celebración del aniversario 425 de Mocoa)
Coletilla: Si alguien tiene el folleto completo y quisiera compartirlo quedaría muy agradecido.
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores