martes, 26 de agosto de 2014

CASI UNA PESADILLA (Crónica)

Por: John Montilla

 La camioneta que minutos antes había acabado de atropellar a unos indefensos  animalitos en una maniobra imprudente del conductor - pues lo había hecho  a propósito-  seguía su marcha bajo un tremendo aguacero, que se había desgranado minutos después del molesto suceso. La lluvia era tan densa y el viento azotaba tan fuerte que el conductor se vio obligado a reducir la velocidad que llevaba.


El golpe de las gruesas gotas de lluvia sobre el parabrisas y la cabina del carro, junto con el fragor de los terribles truenos contrastaba con el silencio que se había hecho dentro del vehículo, nadie decía nada, todos estábamos atentos a la carretera como queriéndole ayudar al conductor a guiar el carro en la oscuridad de esa terrible noche de invierno.

De pronto alcanzamos a percibir una sombra que venía en  dirección contraria a la nuestra, precedida de las luces tenues de otro vehículo, y entonces nos percatamos que era un motociclista que al parecer se había quedado sin luces, y el carro detrás suyo iba alumbrándole el oscuro camino. Todos, de seguro pensamos que sería un penoso viaje, pues el motociclista no llevaba ni  capa, ni casco, únicamente iba guarnecido con una empapada chaqueta,  y  a la velocidad y en las condiciones que iba,  su llegada al pueblo más  próximo le iba a resultar muy complicada.

Entretanto nosotros seguíamos nuestro viaje, necesitábamos llegar cuanto antes, ya que un familiar muy cercano de mi acompañante había fallecido recientemente y de ahí la premura de viajar a esa hora y en esas circunstancias. Cuando llegamos al siguiente  pueblo como a eso de las once de la noche, notamos que casi todas las calles estaban anegadas y el carro salpicaba mucha agua a  los costados con sus llantas. El pueblo estaba inundado y en silencio; no se miraba un alma en la calle. Todo estaba  cerrado; por eso el conductor se ofreció a llevar a los otros dos pasajeros hasta sus lugares de residencia. Dimos varias vueltas hasta llegar a las direcciones respectivas y también para evadir algunos grandes charcos y zanjas.

Uno a uno los pasajeros se fueron bajando, hasta que por último quedamos el chofer, mi acompañante y yo. Aún teníamos camino que recorrer, nuestro conductor dijo que iba a buscar a alguien que lo acompañe, porque no quería venirse solo al regreso. Efectivamente llamó al dueño del carro que por fortuna  vivía en ese pueblo, y pasamos  a recogerlo y luego en silencio seguimos la marcha ahora los cuatro.

Salvo la lluvia que parecía no amainar - pues la tempestad era continua- el viaje seguía tranquilo en la penumbra de la noche; de vez en cuando aparecía como fantasma luminoso entre la bruma  uno que otro vehículo. Al rato nos topamos en una especie de hondonada en la que no se podía pasar, ya que un gran camión que venía del otro lado se había quedado profundamente atascado en el lodo en un sector en que se estaban adelantando unos trabajos de adecuación de la vía. Luego, a los minutos vimos pasar un vehículo pequeño y entonces dijo nuestro conductor: “Si él pasó, nosotros también podemos”, pero antes de que él  maniobrara, otro carro que venía en sentido contrario al nuestro se metió primero y preciso ahí quedo atascado. El problema era que  nadie tenía a mano herramientas para sacar ese vehículo atorado en el barro.


Después de casi una hora de infructuosos intentos fallidos y de la ayuda de varios voluntarios por intentar  sacar el vehículo del lodo, y de estar encerrados en el carro en la fría, oscura y lluviosa noche dijo nuestro conductor: “Nos va tocar regresarnos”. En el interior de nuestro vehículo ese fue el consenso, nos tocaba regresarnos, mi preocupación era que a mi acompañante la esperaban sus familiares en un velorio. Para complicar las cosas no habíamos reparado que en el transcurso de todo ese tiempo muchos otros vehículos se habían ido apiñando a lado y lado de la carretera y cuando nuestro carro quiso dar marcha a tras fue prácticamente imposible; y en ese proceso de dar vía otro pesado camión a nuestras espaldas también quedó atascado en el lodazal que se había formado. Y ahí si no hubo poder humano que a esa hora pudiera sacarlo. ¡Quedamos en pleno centro del trancón! La situación era patética nos iba a tocar amanecer en el carro en medio de ese lodazal, con el frío que hacía y en la total oscuridad de esa lluviosa noche.

En el deseo de salir de allí, no habíamos reparado que tampoco había señal para podernos comunicar, estábamos completamente bloqueados. Esto es mucha mala suerte se quejaba el chofer; yo me acordé de las criaturas  que él había atropellado adrede en la vía. También en esos momentos recordé que no habíamos cenado, mi acongojada acompañante sacó un pequeño paquete de papas fritas y una botella de agua que llevábamos, y la compartimos entre nosotros.

Súbitamente a nuestro chofer se llenó de coraje - “Yo no pienso amanecer aquí”- dijo, y se bajó del vehículo, yo lo seguí;  la lluvia había amainado un poco. Y entonces, iluminados con las luces de los carros y con renovados esfuerzos y con la ayuda de varios rellenamos con piedra una zanja y tras muchos intentos logramos sacar el carro que enfrente nuestro obstaculizaba la vía.  Como estábamos al frente fuimos los primeros en salir del atolladero; ignoro la suerte de los otros, pero de seguro ningún vehículo grande debió pasar. Por eso nuestro conductor a cuanto vehículo se topaba en el camino le sugería que se regrese porque la vía esa noche estaba bloqueada.

Por fin a eso de la una de la madrugada llegamos a nuestro destino. La lluvia había vuelto a arreciar. Le pedí a nuestro conductor que nos dejará en algún hotel. El hombre ya no parecía aquel que había arrollado a unos indefensos animales, es más se veía más amable que nunca. Nos llevó hasta el mejor del sitio según él. Me bajé del vehículo, para preguntar por una habitación. Subí unas gradas que me llevaron a un segundo piso, llamé, y me salió un joven con cara de haber estado viendo televisión entre sueños y  me dijo que no tenía ningún cuarto disponible. Le pregunté qué donde podría  conseguir un lugar donde quedarme, me dio unas indicaciones. Le di las gracias y salí. Les dije a los que me esperaban en el carro que tendríamos que buscar en otro lado.

Fuimos al otro sitio, y la respuesta fue igualmente negativa. Todo estaba copado, la razón que me dieron es que había llegado últimamente mucha gente por cuestiones de trabajo. Ya me estaba empezando a preocupar, ya que  al parecer no había más hoteles en el pueblo, entonces dijo el chofer, yo conozco otro sitio, es posible que allí consigan algo. Por su parte según alcance a escucharles, ellos pensaban ir a quedarse donde algunos de sus conocidos. ¿Pero y nosotros?, Pues según nos dijeron el conductor y el dueño del carro, el lugar del velorio al que nos dirigíamos no quedaba en el pueblo y ellos no se ofrecían a ir a esa hora hasta allá. La posibilidad de quedarme en la calle, mojado y con ese clima no me hacía sentir muy tranquilo, además no conocíamos a nadie en ese lugar.

Cuando llegamos al siguiente “hotel”, me dirigí por la puerta abierta hasta el fondo de un corredor, llamé y alcance a ver un señor que tenía puestas unas viejas gafas, salía de un cuarto estrecho debajo de unas escaleras; también  se notaba que  estaba mirando televisión. Le pregunté por una habitación, me miró unos segundos y luego respondió que sí. Me preguntó que si la quería con TV  o sin TV, en esas circunstancias y a esa hora no estaba para ponerme a regodear por esos detalles, pero rápidamente deduje que una habitación que tenga televisión debe ser un poco mejor que una que no tenga, por eso le dije que prefería la que tenga televisión. Lógicamente el precio era un poco más alto.

El hombre un tanto ya mayor, se metió a su cuarto y me pasó un desteñido control remoto, mientras me pedía que le pagara la habitación por adelantado, así lo hice, y cuál no sería mi sorpresa cuando lo veo unos segundos después, desconectando y  sacando en brazos su destartalado y aparatoso televisor  de esos que ya no se venden, y se dispuso a subir pesadamente las gradas  mientras arrastraba en su viaje el cable del aparato. Temí que fuera a enredarse y caer, eso hubiera sido el acabose. Lo absurdo de la escena y el cansancio que llevaba me impidieron ofrecerle mi ayuda, por fortuna el hombre llego sin tropiezo y jadeando hasta el segundo piso.
 
Lo habíamos seguido asombrados y prudentemente unos pasos atrás, cuando llegamos vimos que las baldosas del corredor estaban encharcadas, “ha llovido mucho”, dijo el señor. Cuando llegó junto a la puerta del cuarto, dejó el pesado aparato en el piso y mientras buscaba la llave para abrir, nos advirtió: “Hubo un vendaval hace un par de días y se llevo parte del techo”.

Cuando entramos al cuarto notamos que estaba inundado. “Es por culpa de unas goteras en el balcón, el agua se mete por debajo de la puerta”, agregó, el señor. Dejo tranquilamente, el televisor en una mesa y nos pidió que esperáramos un momento. Mi silenciosa acompañante me miro resignadamente a los ojos; al momento  él regreso con un trapeador y diligentemente se puso a trapear. Trapeaba y escurría el agua sucia en el piso del baño. Yo no atinaba a decir ni una palabra. Cuando hubo terminado le dije que había una gotera muy cerca de la cama, me dijo que tranquilo que no caía sobre ella y efectivamente la gotera caía como si la hubieran tirado con plomada a milímetros de la cama. Por primera vez en el transcurso del  día me dieron ganas de reírme a carcajadas, pero no lo hice porque no me pareció prudente, y además era la única habitación disponible en el hotel y en el pueblo.

Luego nuestro hospedero, procedió a instalar el televisor, (ni modo de decirle que ya no me interesaba),  era ya muy tarde en la noche. Lo encendió y justo en ese momento vimos que estaban transmitiendo un combate de boxeo con narración en inglés; televisión internacional me dije. Pero a quién diablos le interesaba una pelea a esas horas. Al comprobar que el aparato funcionaba, el señor nos dio las llaves y se despidió amablemente de nosotros. Yo lo dejé sintonizado en el mismo canal, daba igual cualquier cosa.

Cuando el señor salió, cerré la puerta y corrí a hacer algo que siempre hago cuando entro a un hotel: Comprobar si funcionaban la ducha y el sanitario; y tal como lo sospechaba no había agua en ninguno de los dos elementos. Afortunadamente había dispuesto un gran recipiente plástico con agua, un tazón y un balde más pequeño. Noté que no había papel higiénico; un tubo sellado indicaba que allí debió haber algún día un   lavamanos y  en la pared estaba marcado por un recuadro de mugre el lugar donde debería estar el espejo. Pero, lo que más chocante me pareció,   fue ver   una intermitente gotera que  caía justo encima de la  taza del sanitario. Esto es ridículamente loco le dije a mi acompañante.
 
Abrí la puerta que daba al balcón y comprobé que efectivamente parte del techo estaba roto y levantado. La lluvia seguía cayendo. Cerré de forma apresurada la puerta; el piso se había vuelto a encharcar.  El colchón de la cama estaba forrado con un grueso plástico  y cubierto con una delgada sábana, me recosté un momento y sentí que pesé al clima, hacia un bochorno insoportable dentro de la habitación que olía a trapeador sucio.

Me dije esto tengo que escribirlo, por tanto baje hasta el primer piso a pedirle al señor que me regale papel, me dijo que no tenía nada; le pedí que me diera cualquier cosa en la que pudiera escribir y entonces me pasó dos facturas sobre las que posteriormente copié todos estos apuntes  por ambos lados de las hojas y  en inglés, por si las moscas. Para entrar un poco más en confianza le conté porque había llegado hasta allí, y entonces él me dijo que por nada del mundo me aventurara a salir a la calle y mucho menos con ese clima. Me aseguró que absolutamente nadie me llevaría hasta una vereda a un velorio a esas horas de la noche. Le pregunte por comida y me dijo que como era viernes posiblemente habrían  puestos ambulantes en la calle, pero también me aconsejo no salir. Entonces no hubo más remedio que regresar al cuarto, el agua salía por debajo de la puerta; mi acompañante se había dormido con el televisor encendido en un programa de dibujos animados.

Por último también decidí acostarme. En la oscuridad de la noche sentía caer pausadamente la gotera junto a la cama, pero gracias al cansancio del día,  el sueño me dominó y el hambre nos  despertó a eso de las 7 de la mañana. Nos alistamos y corrimos a desayunar. Luego mientras esperaba el transporte para llegar por fin a nuestro destino, decidí ir hasta el parquecito del pueblo, donde pude ver  a un grupo de perros cómodamente echados sobre todas  las bancas disponibles, y como los muros estaban  aún muy húmedos, me quedé de pie observando la escena y lamentando no haber traído la cámara para captar esa imagen que hubiera sido una  prueba fehaciente de todas mis palabras. Pero, no hubo mucho tiempo para  lamentar porque aún nos esperaba un funeral por asistir y un viaje de regreso por hacer.  (Octubre de 2012)

John Montilla
Esp. en Procesos lecto-escritores












VISITA PRESIDENCIAL (Mini cuento)

Por: John Montilla

El prepotente presidente de una República Bananera llegó de visita oficial  a la nación más poderosa del mundo.  En el imponente palacio de gobierno fue recibido con el acostumbrado protocolo estatal: sobrio,  pero no fastuoso.  Luego lo condujeron al interior del recinto,  hasta que  lo dejaron incómodamente solo esperando frente al despacho presidencial de su anfitrión.

En esas circunstancias y en la inmensidad de esos aposentos por primera vez en su vida se sintió disminuido de la grandeza que él creía eterna en su gobierno. Por eso tras unos segundos de vacilación, se decidió a llamar y entonces una voz potente e intimidatoria le preguntó desde del interior:
-¿Quién es?

-Soy el presidente de la República Bananera- respondió de manera dubitativa el desconcertado visitante.

- ¡Pues lárgate! …que aquí  no hay espacio para dos- fue la seca respuesta.
El humillado presidente de la República Bananera se retiró profundamente aturdido a analizar con toda su comitiva el porqué de ese inesperado y grosero recibimiento. Y en una apresurada asamblea en la que ni por asomo se les pasó por la mente  tener la dignidad de dar la media vuelta y regresar a su país, llegaron  tras una corta deliberación  a una sencilla conclusión. Y por tanto confiados con la fórmula encontrada  enviaron de regreso a su resignado gobernante a intentar  una entrevista con el dueño del mundo.

 Por eso cuando el apocado gobernante estuvo de nuevo frente a las puertas del despacho presidencial volvió a llamar. 

-¿Quién es?- La misma tajante voz volvió a preguntar.

Y  esta vez respondió de forma pusilánime el otrora gran presidente de la República Bananera:

- ¡Nadie! 

Y entonces automáticamente se abrieron las puertas.
 
John Montilla
Esp. En procesos lecto-escritores.
Texto  de mi colección: Cuentos Pendientes




EN SEMANA SANTA NO VIAJO

Por: John Montilla


Uno de mis amigos virtuales había escrito en la red social que se encontraba en determinado sitio del país, y por curiosidad me dio por preguntarle  que cuándo y con quién había viajado. Esta fue su respuesta:

 “Lo puse ahí para que digan que por lo menos me fui de vacaciones.”
Ante esta afirmación, mi primera reacción fue reírme; pero más tarde al reflexionar otro  poco sobre el asunto, llegué a la conclusión que me encontraba ante un típico caso de arribismo; que consiste en el acto de intentar demostrar ser algo que no se es.

Me atrevo a afirmar que este tipo de conducta se genera debido a la presión social  que se da, por el afán de querer mostrar a los demás lo que se está haciendo; cuando lo más sencillo es simplemente decir: En Semana Santa no viajo. Al menos, eso hago yo; y tengo mis razones para contarle a mi amistad porque no lo hago. Sin más preámbulos, entonces  paso a exponer  mi argumento (pesimista si se quiere).

En primer lugar, siempre he considerado que no es una buena época para viajar. Partiendo de que en nuestra región invariablemente llueve, y la idea de quedarme atrapado en la vía, como a muchos nos ha sucedido, con todos los sinsabores que esto acarrea no es algo que me seduzca.
Coincido con varios  apartes de un artículo aparecido en la Revista Shock, sobre el tema de no viajar en la llamada semana mayor: “…Colombia no está hecha para ser disfrutada en temporada alta. No tiene la infraestructura hotelera, vial ni recreacional, y los precios suben a niveles de Dubai. Y cuando unas vacaciones son tan cortas, atravesadas ahí entre enero y junio, el plan no se convierte en un descanso merecido sino en una vorágine en la que hay que volver a casa con la misma rapidez con la que se salió.”
 

En lo referente al transporte no es sino ponerle cuidado a los noticieros y ver cuán congestionados aparecen  los aeropuertos o terminales de buses; el columnista de la revista antes referida,  visualiza  madrugadas, filas eternas, retrasos, esperas, congestión de  buses repletos, maletas,  taxis, y  pasajeros con grandes fardos como si nunca pretendieran regresar a casa.  De manera decepcionante el articulista remata así su experiencia: “Una semana después volví más cansado de lo que había salido.”


Incluso el autor del sombrío escrito va un poco más allá al anotar así sus impresiones sobre viajar en Semana Santa: “Llegan las vacaciones y la gente se vuelve loca: es capaz de meterse a una playa repleta y sucia y pagar por cerveza caliente. Duerme en carpa, se cambia en el carro, se baña a totumadas y se va de paseo con gente que ni conoce o, peor, con gente que le cae mal.”  Y eso sin contar todo el ajetreo que se genera a la hora del regreso a casa.
Debo subrayar que en lo personal mi visión no llega hasta ese extremo, pero de todas formas  indudablemente hay mucho de cierto en esas aseveraciones.  Yo lo veo de una forma más simple; en esta época se percibe más silencio en casa y en la ciudad. Aprovecha uno para descansar tranquilo y sin muchos gastos extras, y si por ahí decretan ley seca aún más. Entonces se abren las opciones para acercarse a la buena lectura, ver televisión, compartir con  la familia, u olvidarse por un momento del trabajo. El autor del artículo titulado “El placer de no salir en Semana Santa”, lo resume así: “Se puede uno quedar en la casa en paz, sin  que nadie lo espere a uno, nadie lo busca, nadie lo jode. Si hay algo más rico que quedarse un domingo en la cama, es quedarse un Domingo Santo”.


 En estos días considerados santos cuando uno se queda en su pueblo, se puede percatar de que el comercio funciona a media máquina; la mayoría de los establecimientos comerciales están cerrados, (quizá los dueños se fueron de viaje)  y los que se quedan, supongo que unos cierran por convicción y otros por guardar las apariencias. De todas formas esto le agrega más calma al ambiente y entonces uno se puede dar una vuelta por el parque y ver a un pintor callejero realizar sus obras, observar artesanías, o escuchar a un vendedor de arroz con leche decirle a otro que vende racimos de frutos de mamoncillos que: “Si no se ha confesado,  aún tiene tiempo de salvarse.” También puede darse el gusto con todo tipo de comestibles y golosinas tales como helados, algodón de azúcar, fritos y cosa rara, hasta tacos mexicanos. Recuerdo que de niño solía asociar la Semana Santa con el olor de los sahumerios, en la actualidad la asocio más con el aroma  a mazorcas asadas. 
 
Ahora bien, si usted es de los que les gusta viajar, perfecto. Cada uno se goza la vida a su manera. Yo les deseo que disfruten mucho y regresen sanos y salvos a sus hogares;  pero, si por una u otra razón, al igual que mi amig@ no pudo salir en esta Semana Santa, simplemente diga que se quedó descansando en casa y no se ponga a decir mentiras.

John Montilla

Esp.  En Procesos Lecto-escritores.







jueves, 8 de mayo de 2014

PACTO DE AMISTAD

Por. John Montilla


Decirles quien fue la niña protagonista de este original y espontáneo episodio, no me es tarea fácil, pues necesitaría de muchas palabras para hacerlo; por tanto simplemente anoto- aún hoy con profundo pesar- que ese ser especial ya no hace parte de este mundo, debido a que un instante absurdo de esos que tiene la existencia apagó el lucero de su vivir, y de las fugaces flores de sus quince primaveras trágicamente marchitas únicamente sobreviven los recuerdos de aquellos que tuvieron la fortuna de conocerla.
Por eso cinco años después de su partida, traigo una anécdota que alguna vez me contó, con toda la nostalgia del recuerdo una muy buena amiga de la inolvidable niña Darcy Gissella Melo Villota:

En una agradable y soleada tarde en la localidad de Puerto Umbría,(Putumayo) Darcy y una de sus más cercanas y buenas amigas, de las muchas que ella tenía, habían ido a nadar al Río Guineo, el río de la localidad, cuando de pronto las jovencitas divisaron en las tranquilas y diáfanas aguas un minúsculo pececito; al cual ellas atraparon de hábil manera con sus manos.
En la inocencia del juego y de las travesuras propias de la edad- rayando entre lo infantil y juvenil- el desafortunado animalito se les murió en las manos después de tanta imprudente manipulación.
Cuando se percataron del desventurado hecho, la amiguita propuso que lo usaran como carnada para pescar, pero no tenían los elementos de pesca junto a ellas; entonces a Darcy se le ocurrió lo siguiente: comérselo crudo. Ante esto su compañerita de juegos se rehusó, pero ella la animó diciéndole que se lo comerían a medias y con esto sellarían un pacto de amistad.
Luego de manera decidida Darcy tomó al pececillo entre sus dientes y de un mordisco lo partió en dos, y le dijo a su amiga mientras le pasaba su parte: “El compartir este pez significa que nuestra amistad no terminará nunca”; acto seguido, ella agarró el trozo correspondiente a la cabeza y empezó a masticarlo y de un bocado se lo tragó, y la amiga pese a que tenía sus reparos no tuvo más remedio que cumplir también con su parte.
Una vez ejecutada esta genuina ceremonia de lealtad y amistad; y después de ambas reírse hasta más no poder, Darcy le sugirió a su amiga ir a buscar frutas para mitigar el acre y mal sabor que les había quedado en la boca para luego seguir disfrutando del placer de nadar en las aguas del maravilloso Río Guineo.
Así era Darcy: Una niña llena de una sana impulsividad y originalidad que la llevaban a crear y hacer cosas, que la hacían ser querida y apreciada por todos aquellos que la conocían. Por eso, los que tuvimos la fortuna de compartir con ella, hacemos nuestras las palabras que tristemente gimió otra de sus amigas por el desconsuelo de su partida: “¡Nadie!, ¡Nadie, Comprende este dolor!”.
Paz en la tumba de Darcy. (1993-2008)

Texto y Fotografías John Montilla. Esp. Procesos lecto-escritores
Adenda:
Texto inédito escrito por Darcy Melo en su clase de literatura en el año 2006

Una amistad sincera se la encuentra con aquella persona
que se puede hablar de los deseos,
de tristezas y también de felicidad.
La amistad permite compartir
los tropiezos de la vida,
pero también
los mejores momentos
Tener un amigo, (es) tener libertad
pues su corazón brinda
el derecho de la amistad.
Tengo un amigo y tengo un cielo
pues me hace volar
y poner los pies en el suelo.
(D.M)





miércoles, 16 de abril de 2014

¡ESTÁN REGALANDO PAPAS!

Por: John Montilla
 ¡Están regalando papas! , eso le escuche gritar a un vecino de forma apresurada, y mientras él se iba a alistar a toda prisa una costal para llenarlo con las papas que esperaba recibir; Yo simplemente me dije: Esto hay que verlo para creerlo; y agarré mi cámara para ir a registrar el insólito acontecimiento.

La curiosidad me lleva a preguntar de antemano: ¿Y eso por qué?, ¿Que pasó? : Me dicen a las carreras, que supuestamente una tractomula cargada de papas se varó y que por eso están regalando la mercancía.
Pero, ¿Por qué regalar las papas cuando estas se pueden vender? Nadie tiene una respuesta. De manera seca alguien repite que están regalando papas y punto. Bueno, todo es posible; y luego se me viene a la mente un episodio que me contaron sucedió hace unos años; cuando en el sector de la inspección del Pepino se varó un carro tanque completamente lleno de leche, y esa sí que tuvieron que regalarla porque el producto se iba a perder. Vagamente me confirman que muchas personas corrían llevando cuanto recipiente pudieron cargar: baldes, tarros, cantinas, botellas, jarras y todo lo demás que usted se quiera imaginar. Así que: ¿Por qué no pueden también regalar papas ?… Tenía que cerciorarme de ese rumor y eso fue lo que hice.
 
Pero, antes de entrar de lleno sobre el asunto de la papas; no está por demás señalar simplemente por cuestiones de gusto narrativo diversos acontecimientos de “gente generosa” repartiendo a manos llenas ; basta recordar esa leyenda que surgió en esos nefastos tiempos de las pirámides, cuando el dinero se multiplicaba como por arte de magia y en los que se hablaba hasta de carros fantasma repartiendo plata; por tanto, no tendría nada de raro encontrar una gran tractomula -de entre las miles que nos tienen invadidos con toda su parafernalia petrolera-; siquiera una, aunque sea una, (debe ser que esa gente come mucho), y entonces, por qué no encontrar como regalo divino una tractomula varada y atiborrada de ese vital tubérculo para repartirle algo de comida a este necesitado pueblo.

Divagando un poco más, me remonto hasta la bíblica historia de los israelitas a quienes la comida les llegó del cielo con el nombre de maná; con lo cual me atrevo a imaginar que aquí también un milagro es posible; Así que mientras que a ese histórico pueblo, el pan le cayó de los aires; a este que es un aguantador y pasivo pueblo le pueden caer papas de un gran tractocamión. Quizás ya haya llegado la hora que se cumpla ese viejo anhelo cantado por Juan Luis Guerra: “Ojalá que llueva café en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té …” ,“ bajar por la colina de arroz graneado…”, y “ una llanura de batata y fresas …” ojala que llueva café, papas y todo eso en Mocoa.

Entonces, mientras yo ya iba con toda esa carga de curiosidad; mi vecino, por su parte con su costal preparado, también salía raudo en pos de su carga de papas. Nos dirigimos a la Avenida Colombia, pues hacía allá corría la gente, y al momento nos enteramos que NO existía la tal tractomula cargada de papas, todo habían sido rumores; pero luego rápidamente alguien más nos dijo que estaban repartiendo papas, pero en el coliseo de la Villa Olímpica, por supuesto que nos fuimos al instante para allá. Llegamos y descubrimos con sorpresa que no estaban dando papas, sino que lo que estaban entregando era bultos de papa.
 
Así como se oye (o ve): “Bultos de papa”, y surgen los interrogantes: ¿ Y eso ?, ¿Quién mando si las elecciones ya pasaron y las otras aún se demoran?, Lo cierto, es que pude ver a más de un paisano salir con un pesado bulto de papá para llevárselo al hombro, unos los echaban en carretas, otros en taxis, y algunos otros afortunados salían arrastrando a cuatros manos su pesada carga, por entre la gente que ya se empezaba a aglomerar a pesar de los charcos y el barrizal que ya se estaba formando.
Las preguntas aún persistían, ¿De dónde sale esto?, ni idea; pero, al parecer el producto ya había sido almacenado de antemano en el coliseo, y estaban en una jornada de entrega. Los criterios, dijo una señora que llevaba la cédula en sus senos mientras arrastraba un bulto de papas: “Hay que llevar la cedula y hacerse registrar en unas planillas”; en esa tarea pude ver a unos funcionarios trabajando en un sistema. La verdad no me quedó claro, el porqué de ese evento. Ya que de un momento a otro la operación se suspendió por que se formó un desorden tremendo con lo cual, los encargados de ello dijeron que reanudarían en horas de la tarde.

Mi pronóstico para la jornada de la tarde no era bueno: Será peor, pensé. Como al parecer creo que sucedió. Una fuente me dice que hubo trifulca; Según me contaron, la muchedumbre se enojó porque supuestamente a una persona a quien ya le habían dado cuatro bultos, llegaba por más. (La gente siempre exagera los hechos); no hay quinto malo dicen, además no todas la papas estaban buenas, el olor permite detectar una papa podrida de manera fácil. Lo cierto es que parece que la cosa no terminó bien. El asunto de las papas quizá se puso “explosivo”. Por mi parte aún sigo con las dudas, por lo pronto apunto lo que le escuché a la gente: Que las benditas papas eran una donación para los damnificados por el invierno, otros que era cosa de políticos, otros que era productos represados del paro campesino o que había sido incautados de contrabando, y otros que “patati que patatá”.
 
Total, todo un costalado de dudas, esas habría que pedirle a las autoridades que las aclaren, por mi parte obtuve las fotos y una historia que contar; y mi vecino lo único que consiguió con su costal al hombro, al meter los pies en un sucio charco fue salir con sus zapatos bien “emPAPAdos”, para la próxima para él ojalá que llueva café en el campo.

John Montilla.


Esp. Procesos lecto-escritores

(foto café: israelpz.blogspot)

EL MEJOR REGALO DE CUMPLEAÑOS DEL MUNDO

Por: John Montilla

Crónica de un niño común y corriente, de buen desempeño escolar, amable y respetuoso con los demás; poseedor de un carisma que le había hecho ganar muchos amigos propios de su edad; y a quien de repente le cambió drásticamente la vida a raíz de una desgracia familiar.

Por razones que desconozco, este jovencito perdió la mitad idéntica de su vida; es decir, se le murió un hermano gemelo y desde entonces su vida sufrió un giro de ciento ochenta grados; y ese muchacho dejó de ser la persona sonriente y amigable que sus más allegados conocían: La alegría desapareció de su rostro, entró en un encierro tanto sicológico como físico, ya que se la pasaba encerrado en casa y sin hablar con nadie. Dejó de salir a la calle con lo cual se alejó de sus buenas amistades y se quedó sin su vida social. Pasó a un total estado de ensimismamiento, hasta casi llegar a convertirse “en un objeto más de la casa”. Según cuenta una de sus hermanas.
El único vestigio de su existencia en su hogar, era que aún, escasamente le pedía la bendición a su madre, pero con el pasar de los días este hábito de respeto, paulatinamente fue desapareciendo, hasta que llegó un momento en que volvió a salir otra vez de casa, y se lo empezó a ver junto a un par de jóvenes, de quienes en su barrio no se tenían buenos comentarios, y a su familia les llegó el rumor de que no eran una buena amistad por cuanto se decía de ellos que llevaban una vida libertina y de consumo de drogas.
Luego su familia se dio cuenta que lo iban perdiendo, ya que se volvió huraño y grosero; según cuenta uno de sus familiares: “Con mi hermano ya no se podía; si le decíamos que se aleje de esos muchachos, era perder el tiempo porque no nos hacía caso y además reaccionaba de forma ofensiva”. Y desde entonces comenzó a llegar tarde a la casa; ya que ahora salía todos los días temprano y llegaba muy entrada la noche, y a veces llegaba, comía y volvía a salir. Todas estas circunstancias hicieron que al final la relación con su familia cambiara de manera radical.
De un momento a otro se volvió más agresivo y grosero en su trato. Cuenta una de sus hermanas: “A mí no me podía ni ver, porque hasta mirarme le molestaba”. Es decir que su comportamiento empeoró de forma muy visible. Ahora se hacía notar en la casa, pero por sus gritos e insultos con los que siempre contestaba, ya que se había vuelto muy rebelde y violento, hasta el grado que hacía llorar a su madre con esta mala actitud. Ya que nunca estaba de buen humor; y en los días que se notaba que había consumido drogas eran mucho peores para todos ellos, pues intentaba agredir a la gente de la casa ya sea con palabras o de forma física. Tristemente señala su hermana: “Pasó de ser un vegetal para convertirse en el temor de la casa”.
Esta crítica situación familiar pasó del plano personal al de desquitarse con las pertenencias; ya que cuando se enojaba o no le prestaban atención, aparte de gritar e insultar empezaba a desquitarse con las cosas. Me cuenta su hermana: “Cuando se molestaba por algo conmigo y yo no estaba en casa, cogía mi armario, mi ropa y lo volvía un desastre, en varias ocasiones llegué a casa y encontré mi ropa tirada por todo el cuarto”. “Mis cosas personales hechas nada”. “La ropa mas nueva pisoteada”. “Nunca podíamos dejar nada de dinero en casa, ya que siempre se perdía lo poco que guardábamos”. “Y no podíamos ni atrevernos a mencionar que había sido él porque se alborotaba y armaba tremendos escándalos”.
Para complicar aún más el estado de las cosas; meses después consiguió una novia a quien luego llevó a su casa. Así describe este capítulo la hermana: “Los primeros días la muchacha era muy bien, ayudaba en algo en los quehaceres del hogar y era muy atenta, pero luego al percatarse del caos familiar que reinaba dejó de colaborar”. Y entonces al igual que el hijo descarriado sólo esperaban que los atendiera la abnegada madre. Con el paso de los días la intrusa hasta insolente se volvió y lo qué es más ninguno aportaba con los gastos de la casa; pero eso sí, la sin igual pareja tenía la desfachatez de aguardar a ser atendidos por las mujeres que bregaban por traer algo al hogar.
Por si algo más podía faltar a este drama familiar, meses después apareció otra muchacha diciendo que estaba embarazada y que el joven protagonista de este relato era el padre. Por supuesto que él negó esa responsabilidad y lamentablemente cuando la niña nació, a pesar de una prueba de sangre contundente que certificaba que él era su progenitor, la criatura sufrió los desprecios de su padre. Dice uno de sus familiares: “Nada valió para que la viera de manera diferente y con tanto problema en el hogar nadie de la familia se atrevía a reconocerla como tal.” Ya que, según ellos nunca tuvo un noviazgo formal con la madre de la bebé, hasta el punto de decir que ni siquiera sabían que existía, sino hasta el día que se presentó en la casa.
Este drama familiar ya iba llegando a cuatro años largos de lamentables sucesos; incluida la víspera de uno más de los cumpleaños de nuestro tristemente célebre personaje, quien llegó esa noche como siempre de mal humor y con su vocabulario hiriente por delante. Cosa a la que por desgracia su familia ya se estaba acostumbrando. Pero a la mañana siguiente; día de su CUMPLEAÑOS; sucedió el milagro, cuenta su hermana: “Al iniciar el día recuerdo que se levantó temprano y fue a saludar a mi mama a la cama con un abrazo y un beso.” Un acto inesperado después de meses sin ningún gesto de cariño con nadie en el hogar.
Luego el joven salió del cuarto de su mamá y al rato regresó y se pusieron a conversar. Y de repente se puso de rodillas ante su madre y le pidió que lo perdonara por todo su mal comportamiento de los últimos años: “Le dijo que la quería mucho y que ella era la persona más importante de su vida, que le prometía que desde ese día las cosas cambiarían”. Continúa el relato su hermana: “Para mi mamá, como para todos era increíble que él estuviese hablando en serio, pero cuando estaba hablando con ella se miraba tan real su decisión que a todos nos tenía completamente sorprendidos”.
Entonces para sorpresa de su familia, el joven se desprendió de un bolso canguro que siempre solía llevar consigo y en el que acostumbraba a llevar sus dosis de vicio. Le entrego ese objeto a su mamá, y le pidió que lo echara al fuego como primera prueba de que sus palabras eran totalmente sinceras.
Su desconcertada hermana luego refiere: “Él nunca me demostraba aprecio y menos hablaba conmigo, pero ese día me abrazó, me pidió perdón y me dio un beso en la frente y me dijo que yo era un orgullo para él.” ella continúa la narración emocionada: “Él me habló y me aconsejó, me dijo que no teníamos que guardar rencores y menos andar peleando entre hermanos ya que eso le afectaba a nuestra madre más que a cualquiera.”
Su hermana prosigue narrando: “Me dijo que siguiera juiciosa estudiando que no hiciera lo que él hizo, desperdiciar parte de su juventud en cosas tan dañinas como las que había hecho; además ese mismo día fue y llamó a mi hermano mayor con el que no hablaba desde que su hermano gemelo falleció, le pidió disculpas por todo y le dijo que quería que viniera para hablar con él personalmente, ese memorable día de su cumpleaños habló con todos los hermanos y a todos les dijo lo mismo que me digo a mi.”
La dichosa hermana, muy emocionada me sigue contando: “Mi mamá y yo no sabíamos que hacer; lo único que hicimos fue ponernos a llorar de la alegría y darle gracias a Dios por todo lo que estábamos presenciando.” El hermano e hijo que creían perdido había decidido milagrosamente salir de su infierno para regresar al seno de su hogar. Desde ese día nunca más se le volvió a ver con un bolso canguro, y al salir o entrar de casa le da un beso a su madre e igualmente cuando se despide de la hermana lo hace con un beso cariñoso.
Con respecto a la hija que había tristemente despreciado; desde el momento de su cambio, había ido a visitarla; y ahora la lleva a su casa, pasa los fines de semana con ella y hasta la llevan a quedarse donde la familia. La hermana concluye: “Aquel que era mi dolor frecuente, mi martirio, mi desilusión; se convirtió en mi mayor orgullo después de mi madre. Él me demostró, que así como nada es para siempre; detrás de todo problema y dificultad hay un Dios que espera a que las cosas estén visiblemente irreversibles para demostrar que él existe.
En lo que a mí respecta; puedo afirmar sin temor a equivocarme, que este milagro de la vida, es el mejor auto regalo de cumpleaños del mundo del que haya tenido hasta ahora noticia: El homenajeado trajo un sublime regalo para compartir con toda su familia.






John Montilla: Esp. Procesos lecto-escritores
 Imágenes tomadas de internet










"Mansa" fiesta brava.

Por.  John Montilla 


Por estas fechas,  el Barrio San Agustín uno de los más tradicionales y populares de Mocoa, celebró su aniversario 70, y dentro de las actividades conmemorativas, organizaron otra vez y a su  manera su ya característica  y particular “corrida de toros”.

La “fiesta brava” del Barrio San Agustín es  especial porque  se pretende divertir a la muchedumbre, pero tratando en la medida de lo posible de no causarle ningún daño a los animales. La jocosa corrida se realiza en un improvisado y artesanal ruedo construido con guaduas en las instalaciones  del polideportivo de la localidad, y sobre el cual se esparce aserrín para evitar que los animales se estropeen en el sólido suelo.


Este tipo de evento que convoca a una gran multitud  es único en Mocoa. Ante el porqué se organiza en este barrio; nos atrevemos a hacer dos afirmaciones: Una porque ya es un hecho probado el carácter solidario, organizativo y de unión de sus vecinos. Lo  otro que nos aventuramos a decir es, que quizá esto se deba a la gran afinidad que tienen muchos de sus habitantes en el trabajo con el ganado vacuno. Para ello es de recordar que hasta hace unos pocos  años el matadero municipal  de la ciudad tenía su sede en el Barrio San Agustín; de ahí que, tal vez  por  esa cercanía y por cuestiones del mismo trabajo varios de sus habitantes son muy diestros en el manejo del ganado. Muchos de sus veteranos residentes desde   niños acostumbraban a observar las  frecuentes  peripecias de los vaqueros en la calles cuando se arreaban o llevaban reses muy ariscas para el sacrificio. Algo de todo eso debió quedarse aprendido durante el trascurso de los años y que luego derivó en la organización de este inusual espectáculo para la capital del Putumayo.

Como se  anotó antes la  “fiesta brava” del Barrio San Agustín, afortunadamente no tiene  ingredientes de crueldad para con los animales; sin embargo, no deja de tener su tinte “morboso”, por cuanto me atrevería a afirmar que la gente no quiere que se le haga daño al toro, pero  “goza y se desternilla de risa” cuando la  bestia atropella a los audaces e  inexpertos que se atreven  a fungir  de toreros; cuyo entrenamiento para estas lides se basa en los años de experiencia en el trabajo como vaqueros, así como también no pueden faltar aquellos que  muestran su arrojo cuando se han metido entre pecho y espalda más de una copa que les hace disipar  sus temores para enfrentar con un simple poncho a las más que bravas , ariscas bestias.

 Sobre este punto, se me vienen a la mente las palabras de mi maestro de literatura española, quien alguna vez afirmó en clase que para  los españoles  el momento cumbre de la faena es cuando el toro embiste  al torero, según decía él: “Los españoles van a una corrida porque quieren ver el momento sublime en que al toro hiere  al torero”. ¿Será que este es un sentimiento colectivo universal?, Habría que documentarse muy bien sobre ese tema para atreverse a dar una respuesta.

No obstante   en la “mansa fiesta brava” del Barrio San Agustín, hubo momentos riesgosos en los que osados aprendices de toreros estuvieron a merced de los animales, y contrario a lo que podría pensarse, me atrevo a afirmar que esos fueron los instantes que más disfrutó la multitud. Muchos de aquellos momentos de mayor gozo eran motivados por las arengas del animador del evento y del público que impulsaba a los  valientes a ejecutar sus maniobras  más atrevidas frente a los animales. Otro apunte que no puedo dejar pasar sobre este evento es el hecho de tirar una pesada oreja de res de un lado a otro; la intención en si es sólo una: tratar de que le caiga encima a algún parroquiano que este descuidado. Esta acción lejos de perderse cada año se va consolidando entre los asistentes a la corrida.
De todas formas, la celebración del aniversario del Barrio San Agustín -que ya se está convirtiendo en una tradición; incluida, claro está, su original corrida de toros y vacas-; nos deja las siguientes conclusiones: Primero que todo hacerle un reconocimiento a sus habitantes por su capacidad de organización, en segundo lugar ellos nos han  demostrado que es posible organizar este tipo de espectáculos sin que medie la crueldad extrema de por medio.

Igualmente cabe resaltar el poder de convocatoria que genera este tipo de eventos, con lo cual se demuestra que el pueblo de Mocoa está ávido de distracciones diferentes para su sana recreación y esparcimiento, y por último señalar una vez más lo incomprensible y contradictorio que pueden llegar a ser los sentimientos humanos.


Schopenhauer  lo sentenció así: “La conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad de carácter, de tal manera que se puede afirmar de seguro,  que quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona.”




John Montilla: Texto y fotografías. 
 Esp. Procesos lecto-escritores

sábado, 25 de enero de 2014

EL SUSTO DE CANUTO

 Por: John Montilla


La siguiente original y  espontánea  anécdota  pertenece a la historia del hoy municipio de Puerto Guzmán  (Putumayo) y tuvo lugar por allá en 1973,  época en que se estaba ejecutando la construcción de la carretera que llegaría a la inspección de Santa Lucia; lugar en el cual  duró mucho tiempo narrándose este singular episodio que a continuación les relato:
 

Por aquel entonces, los habitantes de dichas zonas ya estaban enterados de que pronto llegaría hasta ellos la carretera que los conectaría con el resto del departamento;  y ante los rumores de ese inminente próximo  suceso, se había despertado en ellos la curiosidad  por ir a presenciar  y ser testigos directos de los trabajos que se venían desarrollando. Si en los adultos  había crecido  dicha  expectativa, este sentimiento  era mucho mayor en los niños   que  ansiaban también poder contemplar lo que sus padres comentaban.
De ahí que el futuro acontecimiento se convirtió  en la atracción de la comunidad;  tanto así que en la escuela de la localidad, uno de los planes en los días de jornadas de recreación escolar consistía en ir  de paseo  hasta el punto donde venía la construcción de la vía, con el único propósito de ver a los obreros trabajar  arduamente en el  “empalancado” (acción de poner madera  en la trocha para darle firmeza al terreno)  y el  posterior relleno con  balastro para de esta manera irle ganando  metro a metro un sendero  libre a la selva.  


Pues bien, un buen día a doña Olga Gómez  de Córdoba, la profesora de la escuela, también se le ocurrió llevar a todo el curso de paseo hasta la zona de los trabajos; la atracción de los niños era  contemplar  las máquinas y las grandes volquetas trabajando a toda marcha. El grupo escolar llegó hasta un sitio  permitido al lado de la nueva carretera y se sentaron a presenciar  las labores de hombres y  a esperar con ansia la llegada de la maquinaría pesada para verlas en acción.
 
Resulta que la gran mayoría de estudiantes ya habían pasado por allí con sus papás cuando iban al mercado hasta un caserío cercano (El Jauno), razón por la cual  la profesora considero inoficioso ilustrar  a sus estudiantes sobre dichos aparatos mecánicos, pero  ella no cayó en cuenta que también había una minoría que nunca habían sido  llevados por sus padres hasta esa zona; entre ellos se encontraba Canuto, un humilde muchacho, algo tímido,  quien al igual que todos los demás primerizos aguardaba con gran expectativa el acontecimiento completamente novedoso para él.

El momento cumbre del paseo llegó  cuando se escuchó  en la lejanía un ruido estremecedor  que rompió la tranquilidad del bosque y  apareció  de manera paulatina en una curva  una tremenda volqueta que rugía fuerte y fatigosamente en el escabroso terreno- La profesora tampoco considero necesario decir  “allí viene una volqueta”-  Pero,  debió haberlo hecho ya que Canuto, que nunca había salido de su casa y que  jamás había visto un “monstruo” de esos en su vida, echó a correr despavorido monte adentro por la aterradora  impresión que esa descomunal máquina le había producido.

Ante esta insólita reacción del muchacho, dicen que la profesora bastante preocupada, se puso a llamarlo a grandes voces junto con los demás estudiantes; pero todos esos gritos  multiplicados  por la tranquilidad   del bosque se perdieron inútilmente en las profundidades de los montes circundantes. Entonces ante la imposibilidad de adentrarse en la espesura para ir en la búsqueda del asustado fugitivo; el grupo decidió regresar  al pueblo. Todos fueron directamente hasta la casa del chiquillo a dar la mala noticia a su familia y entonces se encontraron con la sorpresa de que Canuto hace ratos  ya estaba en casa.
 
Crónicas de Puerto Guzmán.
Recopilado por John Montilla, Esp. Procesos lecto-escritores.
Fuente: Edgar Morillo