sábado, 14 de octubre de 2023

SERENATA PARA SATANÁS

 Por: John Montilla  

“Sólo voy, donde me lleva la guitarra.” Angus Young

El músico estaba cómodamente sentado en un sillón de la sala de su casa viendo las noticias de la noche. Había dejado abierta la ventana que daba a la calle y con la cortina recogida para que entrara la fresca brisa de la hora. Cuando de repente sintió el trepidar de unas motocicletas que llegaron a toda velocidad y se detuvieron en secó frente a la vivienda; algunas piedrecillas levantadas por las llantas de los potentes vehículos fueron a estrellarse contra la puerta metálica de la entrada. Fue como un fugaz tintineo que anunciaba la visita de los mensajeros de la muerte.

En segundos se escucharon unos golpes firmes pero acompasados en la puerta. Querían entrar por las buenas. El músico, sorprendido por los rápidos sucesos sólo había atinado a voltear la cabeza y mirar hacia afuera. Alcanzó a vislumbrar las motocicletas y unas sombras en el exterior. Cuando escuchó los golpes en la entrada, dudó por un momento en que hacer, pero sabía que no tenía opción. Los de afuera lo estaban observando. Dedujo en que si hubieran querido hacerle algo ya desde la calle podrían haberlo hecho; con este pensamiento se dio valor y procedió a abrir la puerta.

Dos tipos armados entraron a la sala. Lo saludaron como si lo conocieran, al fin y al cabo, ellos con seguridad tenían información sobre él, por algo habían ido directo a su casa y luego sin darle vueltas al asunto, le soltaron: “Nuestro comandante está de cumpleaños y quiere una serenata”. El músico se quedó frío, no se esperaba una cosa así. Los hombres siguieron: “Así que agarre su guitarra y vamos”. Para tratar de ganar tiempo y asimilar la situación les había dicho que primero necesita templar su guitarra.

Los intrusos no tuvieron más opción que esperar, en tanto el músico, descolgaba su instrumento de la pared, la sacaba del estuche y comenzaba a ensayarla; los nervios no le permitían coordinar bien sus movimientos ni en el diapasón ni en las cuerdas; cuando de pronto vio su salvación de momento: En la biblioteca vio una caneca de aguardiente que tenía la mitad de su contenido, la agarró y se mandó un buen trago: “Es para calentar la voz”- les dijo a los que lo esperaban y por mera cortesía les ofreció; ellos se negaron a recibir; cosa de la que mentalmente se alegró porque sentía que necesitaba una botella entera para él solo. Entonces de otro par de grandes tragos se la bebió como si fuera agua. Una vez tuvo templados los ánimos y la guitarra decidió que ya estaba listo. Les dijo que iba por su chaqueta, uno de ellos se fue con él hasta la habitación por la prenda.  Luego preguntó si se podía ir en su propia motocicleta, pero ellos se lo negaron y le dijeron que ellos mismos lo llevaban.

Cuando estuvo en la calle cayó en la cuenta que le iba a ser difícil dar esa serenata solo, así que les dijo a “sus guardianes” que necesitaba ir por el compañero con quien acostumbraba a tocar. Los hombres le habían respondido:

-“No se preocupe, que también a él ya lo fueron a recoger.”

Pidió que le dejen comprar una botella de aguardiente, y también le dijeron que por eso tampoco se preocupara que allá le daban.

Luego lo hicieron subirse de parrillero en una de las motocicletas. El músico agarró con fuerza su guitarra- su vieja amiga, con ella se sentía acompañado- y arrancaron literalmente “como alma que lleva el diablo”, hacia donde el mismísimo satanás, a dar la más insólita serenata de su vida.


John Montilla (4-IX-2023)

Crónicas

Fotomontajes: imágenes tomadas de internet

jmontideas.blogspot.com

 

NIÑO VENDEDOR DE MANDARINAS

 Por: John Montilla

“Más fácil que pelar una mandarina.”  Frase popular.

El reloj ya marcaba más de las dos de la tarde. El calor a esa hora era intenso; los que estábamos en el restaurante sudábamos a la sombra y fue entonces cuando vimos llegar al chico en su bicicleta. De manera ágil se bajó del aparato al tiempo que agarraba con destreza una canasta de plástico en la que llevaba unas bolsas con fruta.

 Se acercó a nosotros y con una voz un tanto ronca, tímida y cordial nos preguntó si le comprábamos mandarinas. Su rostro estaba lleno de polvo y el sudor le corría por su frente y su cara. Se limpió un poco con su mano, mientras se quedaba expectante a nuestra respuesta.  

 Le dije al colega con quien estaba: “Le voy a colaborar comprándole una bolsa a este chico trabajador”. Él puso la canasta en el suelo y permitió que escogiera el producto.  Mientras hacía esto noté que no quedaban muchas bolsas en el recipiente, entonces le pregunté qué desde que horas estaba vendiendo y cómo le había ido con las ventas. El niño de las mandarinas, respondió que había salido temprano en la mañana, pero que sólo había vendido un paquete.

-“Un señor en la esquina me compró una bolsa no hace mucho”- nos contó.

 Mi compañero, también expresó la intención de comprarle, mientras le cuestionaba que por qué no usaba una gorra para protegerse del sol que estaba muy fuerte. “No tengo”, fue su respuesta. Cuando le indagamos si ya había almorzado, con toda tranquilidad dijo que él comería cuando llegara a su casa allá en la vereda, que antes tenía que trabajar.  Unos minutos más habían pasado en el gran reloj adosado a la pared.

 Entonces mi compañero llamó a la mesera y le preguntó si aún tenía comida y le pidió un almuerzo para el niño. Al chico se le iluminó el rostro y sólo atinó a decir gracias. Se sentó presto a la mesa; ni siquiera se acordó de su bicicleta tirada al borde de la acera. Le recomendamos que la dejara junto a la puerta, él así lo hizo y se puso a comer con todo deleite mientras nos contaba que él bregaba para ayudar a su mamá que se había quedado sin trabajo al parecer por un problema de salud en su vista. “Mi hermana y yo trabajamos para ayudar a pagar el arriendo.” Ahora parecía la voz de un hombre adulto hablando mientras cuchareaba.

 Antes de irme, le compré otra bolsa más de mandarinas, al tiempo que le pedía que me permitiera tomarle una foto. 

El chico seguía comiendo mientras el rostro de complacencia de la mesera resumía esta historia. 

 Si ven al niño de las mandarinas en su bicicleta no duden en comprarle.

John Montilla:  Texto e imagenes 

Relatos en mi camino

jmontideas.blogspot.com

9-X-2023