sábado, 28 de diciembre de 2019

Cuando la risa es “pasajera”

Por. John Montilla

“La raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa.”  N.N

EL MALETÍN

Hace varios años viajábamos con un grupo de compañeros de colegio a una actividad que teníamos planeada para recoger fondos para nuestro curso. De repente en un tramo de la vía que va de Mocoa a Puerto Caicedo nos topamos con un reten militar y nos hicieron bajar a todos para una requisa de rutina. En aquellos tiempos este tipo de cosas era cosa frecuente, por aquello del orden público debido a la presencia de los grupos insurgentes.

El caso es que nos requisaron a todos, e igualmente nos pidieron nuestros documentos de identificación,  así como también nos interrogaron sobre nuestra procedencia y actividades; hasta ahí todo normal, pero la cosa se complicó un poco cuando a uno de los militares superiores le pareció sospechoso el maletín de una de nuestras compañeras: Este tenía prácticamente el mismo color y diseño de los que tenían los soldados que allí estaban, y entonces empezó el interrogatorio a la dueña, y esta no se amilanó y de una saltó al ruedo a defender su pertenencia, por algo le decíamos “la paisa” y una cosa que no le faltaba era carácter, así que en el tira y afloje que se armó demostró el porqué la habíamos escogido como nuestra líder.  

El teniente le dijo que le iba a decomisar el maletín porque era de uso exclusivo de las fuerzas militares, y “la paisa” le reviró que ella lo había comprado en un almacén, que ese no era problema de ella, que esas cosas se podían comprar en cualquier parte. El caso es que el militar se puso muy serio, y le dijo a nuestra compañera que ya estaba levantando la voz: “que el maletín se quedaba y que si ella no se calmaba también se iba a quedar.”  Viendo el caso ya perdido, nosotros decidimos tratar de convencer a nuestra compañera que dejarles el objeto de la discordia era lo más conveniente y que mejor nos marcháramos pronto de allí.

Entonces de algún lugar apareció una caja de cartón y “la paisa” llorando de rabia procedió a acomodar sus pertenencias, algunas de nuestras compañeras se pusieron a ayudarle en la tarea de ir sacando los talcos, potes de crema, shampoo , maquillaje, calzones, y el resto de ropa; algunos de los soldados disimuladamente se reían del drama de nuestra compañera, mientras el mandamás se mantenía inflexible en su puesto viendo como poco a poco el maletín iba quedando vació, cuando de pronto ocurrió lo inimaginado por ninguno:

Sin saber de dónde, apareció en la mano de “la paisa” una tijera, y de un súbito corte rasgó el maletín prácticamente en dos al tiempo que decía: “Ni para Dios, ni para el diablo.” y siguió dando tijeretazos hasta que convirtió al maletín en una piltrafa, lo dejó tirado en el piso, terminó de acomodar sus cosas en la caja, y muy digna y furiosa se subió al bus. El militar se quedó imperturbable en su sitio, mientras que los soldados, luchaban por disimular su risa y sorpresa.

Ya de nuevo viajando en el bus, todos nos reíamos a carcajadas de la jugada, “la paisa” no podía evitar reír y llorar al mismo tiempo.  
                                                               ***

El COSTAL DEL CAMPESINO

Cierta vez en el reten de la policía que hay junto al aeropuerto en Villagarzón al bus en que viajábamos le tocó detenerse para una requisa de rutina. A todos nos requisaron los equipajes de mano, y luego procedieron a revisar las bodegas. En esas estaban, cuando en la bodega de la parte trasera apareció un costal con un resto de ramas y otras cosas un tanto sospechosas.

Inmediatamente, un agente de policía comenzó a preguntar:
¿Quién es el dueño del costal?

Entonces de entre el montón de pasajeros surgió un humilde campesino, con sombrero y botas de trabajo y le dijo:

“Eso es mío señor, son unas cositas que traigo de la finca para ir a vender al mercado.”  

El policía siguió preguntándole, porque quería asegurarse de lo que llevaba el señor.  El campesino, con voz pausada y con toda calma le dijo que eran unas hierbas y remedios del campo, y unos pocos productos de la finca, y le pidió que por favor no vaya a meter las manos en el costal.

Pero al policía le pareció sospechosa la petición del campesino. e hizo caso omiso y metió las manos en el costal, para al instante pegar un grito y retirarla de un sacudón. Mientras el campesino, con toda la tranquilidad del mundo le decía:

“Yo le dije, que no metiera la mano señor agente, ahí también llevo unas matas de ortiga.”

El policía se retiro azarado y con su mano enronchada por la urticaria corrió a buscar agua para refrescarla. Mientras que algunos de los pasajeros no pudieron evitar reírse de su mala fortuna
                                                               ***
LA MALETA PESADA
En otra ocasión en el mismo reten que hay junto al aeropuerto en Villagarzón, también nos tocó detenernos para otra requisa de rutina.

Cada uno pasaba su equipaje por el puesto de requisa, y un agente se ofreció a ayudar a levantar la pesada maleta de una compañera que viajaba con nosotros. Al policía le pareció un tanto sospechoso el peso de la maleta, y procedió a revisarla con cuidado y se llevó su sorpresa cuando descubrió que contenía dos pesadas piedras envueltas entre la ropa; el hombre levanto la cabeza para decirle algo a la propietaria, pero uno de mis compañeros de manera rápida, le hizo un gesto para que se quedara callado y le dijo en voz baja que era una broma. Que se las habían metido allí cuando estaban esperando el transporte y ella la había encargado un momento para ir a traer algo que había olvidado. El policía dibujo una sonrisa cómplice en su rostro, la cerró y procedió a devolverle la pesada maleta a su dueña. 

Dicen que las benditas piedras llegaron hasta la ciudad de Pasto. Quizá la dueña aún las tenga de recuerdo.

John Montilla. Texto y fotomontajes. Imágenes tomadas de internet
28- XII- 2019
jmontideas.blogspot.com

lunes, 23 de diciembre de 2019

Mi viejo juguete

Por. John Montilla


“Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla.” 
                                                                                                 G.K. Chesterton
                                                                                               

Fotografía. John Montilla

Conservó entre mis tesoros personales, algunos elementos de mi niñez, entre ellos un cuaderno de grado primero, un álbum de comics, y uno que otro objeto diverso, cada uno posee su propia historia, pero hoy me voy referir de manera breve a mi viejo álbum de comics. Me imagino que para los coleccionistas debe tener algún valor monetario, yo nunca lo he visto por ese lado, jamás lo vendería.

Por ahora, les quedo debiendo la historia que tengo del álbum, le tengo reservado un capítulo aparte. Únicamente me atrevo a adelantar que lo tengo hace varios años, y que el contenido y las imágenes son geniales. Y por supuesto estas son cosas que ya no se volverán a ver nunca más.

Mi viejo álbum, me sirve hoy como pretexto para preguntar si alguno de ustedes guarda en su casa algún elemento o juguete que los conecte con sus recuerdos de antaño. Nada más interesante que conocer las historias de aquellos preciados objetos personales. Voy a compartir unas tres historias sobre algunos tesoros del ayer que alguna vez me contaron:




                                                                 ***
MI MUÑECO

Mi objeto viejo es un juguete que me regalaron mis padres cuando tenía unos cinco años. Recuerdo que siempre jugaba y bañaba ese juguete al que le coloqué el nombre de “Banco Caja Social”, ya que era un juguete de plástico en forma de niño pequeño, pero a la vez con cuerpo de grande, era gordo y bien presentado con pantalón azul y camisa blanca, chaleco rojo y corbata.

MI muñeco me gustaba mucho porque en la cabeza tenía una abertura y era por allí por donde yo sacaba monedas para comprar dulces.  Obviamente las monedas que había allí eran las que depositaban mis padres y en los descuidos de ellos, yo aprovechaba para tomar dinero sin permiso.

Aún conservo ese muñeco, ya que cada vez que lo veo recuerdo muchas cosas de mi infancia que me traen gran alegría.   

(Nelly Cristina M.) 2015
Foto. Kienyke.com


MI FALDA DE BACHILLERATO

La falda para mi es un objeto preciado. La mantengo colgada en mi ropero como si aún la usara, porque cada vez que abro mi closet y la veo me llena de recuerdos muy bonitos que viví durante mi época de estudio de bachillerato en mi colegio, que en aquellas tiempos era únicamente de modalidad femenina, el cual era regido por monjas franciscanas, y a pesar de que la relación escolar era únicamente entre mujeres, pasábamos momentos muy divertidos que siempre viven en mi mente como si los hubiera vivido ayer.

Algunas veces mi madre intentó regalar mi falda, pero yo siempre me oponía, la recuperaba y la regresaba a su puesto correcto, es decir, estar entre mis cosas preferidas.

(Sandra Lorena T.) 2015.

Fotografía. Anny Acosta

LA  CHAQUETA  AZUL

Mi tío fue un hombre alegre y extrovertido, casi obsesionado por la felicidad, su estatura promedio era de 1.65 metros. Tenía ojos color miel, cabello negro. Viví con él poco tiempo. Un día mi tío se fue a la ciudad de Cali y me trajo una hermosa chaqueta azul, ese fue el primer regalo que él me dio. Yo estaba tan alegre que recuerdo tanto que casi me la ponía todos los días, no me la quería sacar, solía estar sucia y mi mamá me sabía regañar porque no quería sacármela, y que era un lío para lavarla porque yo lloraba mucho, y si la colgaban bajo, yo la agarraba sin importar que estuviera húmeda y así me la quería poner. Quería estar con ella todo el tiempo, así hiciera calor y cuando se descocía por tanto uso mi madre tenía que cosérmela; esto lo hizo varias veces.

Ahora, pienso que más que la chaqueta lo que me gustaba era la tela suavecita y fresca, aún puedo saborear ese recuerdo. Tristemente mi tío tuvo que partir a una nueva dimensión un 23 de diciembre. Recuerdo tanto el cariño por mi tío, que cuando me enteré de la triste noticia creo que me desmayé, dicen que mi familia tuvo que darme calmantes para que pudiera dormir. Mi madre al verme en tal mal estado no me quiso llevar al entierro porque era muy pequeña y me enfermaría. Lloré mucho. Entonces, me puse mi chaqueta azul como tres días seguidos y luego me la quitaron y la lavaron. Desde entonces la guardé. Aún conservo mi vieja chaqueta azul.

(Sandra Lizeth R.) 2015
Fotomontaje J.M . Imágenes tomadas de internet.

John Montilla. Recopilación y fotografías.
2019
jmontideas.blogspot.com



domingo, 8 de diciembre de 2019

El salto de la rana


Por. John Montilla
1

Una vez la artista terminó de pintar su cuadro, el locutor que estaba animando el evento cultural la felicitó por su trabajo, ya que dijo que había sido testigo de cómo ella había trabajado toda esa tarde para terminarlo a tiempo. Él le pasó el micrófono para que se expresé y entonces ella hizo una breve historia de la pintura y por último pidió a los asistentes que le ayuden a darle un título. Como le puse cuidado a sus palabras, pensé que era una tarea fácil, así que me acerqué donde ella y se lo dije. A ella pareció encantarle mi propuesta y con una cordial sonrisa aseguró: “Me gusta, le voy a poner ese nombre.”

La tarde dominical había sido una agradable mezcla de arte, música y cultura en un parque infantil. Algunos artistas habían llevado a exponer algunas obras ya elaboradas y otros habían hecho una exhibición de sus cualidades pintando para el público presente; también a los niños y jóvenes curiosos se le había abierto el espacio para que plasmen sus ideas con las pinturas y los colores. Entre quienes estaban pintando en vivo, estaba la chica que estaba pincelando el sencillo dibujo de una colorida rana sobre un tronco. Pues bien, cuando ella terminó su cuadro, nos contó a los presentes la razón para haber hecho ese trabajo.

2
Dijo, que esa idea, no era de ella, que era una idea de su padre, contó que hace años su papá había pintado ese mismo dibujo pero en un tamaño menor en un viejo poncho, pero que con el paso del tiempo, la figura ya estaba un poco descolorida, entonces, ella había tomado una foto de esa imagen, y como homenaje a su padre había decidido volverla a pintar. Y como se sentía satisfecha de haber logrado su propósito, había decidido invitar al público a ser partícipes de su trabajo, al pedir que le ayudemos a ponerle un título; y es aquí donde yo entro en juego.

Cuando ella, soltó el micrófono, varios nos aproximamos para tomarle algunas fotos. Y apenas tuve el chance le dije, como esa rana pasó del poncho de su papá a su lienzo, entonces ese cuadro se podría titular “el salto de la rana”. A ella le encantó mi idea.

3. Pintura original 

4.Nueva versión.


Adenda. Gracias a la artista por haberme enviado la foto de la rana pintada por su padre. 

5. Gabriela, mi hija pintando una estrella roja. 

               

6.Cuadro autor Oscar Sanda, y en la imagen John Montilla autor del relato.


John Montilla. Texto y fotografías 1, 4, 5 y 6.  
Mao Fajardo, fotografía 2. 
Artista: Fotografía 3. 
(8-XII- 2019)
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sábado, 30 de noviembre de 2019

Memorias escolares

Por. John Montilla

JUAN SIN MIEDO

Hace unos años en la localidad de Puerto Umbría, a la hora en que un grupo de estudiantes estaba concentrado respondiendo un examen, se desató una balacera cercana, producto de una escaramuza entre el ejército y la guerrilla. Todos los estudiantes y el profesor instintivamente se tiraron al piso. Algunos de ellos incluso se arrastraron para salir del salón buscando un sitio más seguro donde protegerse. En ese pánico y algarabía estaban cuando de repente uno de los chicos que no había estudiado, se arrastró con su examen y lapicero hasta el pupitre del muchacho más estudioso de la clase. Y mientras muchos de ellos lloraban y temblaban de miedo. El “juan sin miedo”, pese al trepidar de las balas y llanto de sus compañeros, tomó el examen de su compañero y se puso a copiar las respuestas tendido en el piso debajo de la mesa.

                                                                    *  *  *
Mi mejor recuerdo de un profesor es  que enseñó a amar todo lo que hago. Laura S.

Les hice escribir a mis estudiantes de grado 11. Algunas memorias de su vida escolar y aquí presento una selección de los apuntes más originales:


1. Recuerdo que cuando era niña mi mamá me daba un beso antes de dormir para el otro día ir a la escuela.  (S. R.)

2. Puedo leer libros, pero no leo textos escolares.  (A.I)

3. Adiós infierno de buenos recuerdos. (H.H)

4. “Cuando coman gallinazo, asegúrense de cortarle antes la cabeza.” Dijo una profe después de alguien soltó un “gas” en clase.

5. Gracias por recibir a un “chico ignorante” y ahora entregar un “hombre culto”.

6. Un profesor siempre que llegaba a clase solía decir: 
     “Los libros tienen buena vitamina “SÉ” ”

Mi profesor de artes decía :"El pintor pinta lo que mira, el artista pinta lo que siente." Angie R. 

7. Me gustaría ser como las sillas del colegio… ellas no hacen nada.

8. Una de las frases típicas de mi madre: “En la casa arreglamos”, 
     cuando iba al colegio a ver mis notas.

9. Una vez un compañero de grado sexto, al recibir un taller de español. Me mira y me dice “Este será nuestro fin”, la actividad ya estaba calificada, con nota deficiente de 2.5. Todos habíamos copiado lo mismo.

10. Me gustó cuando hace años un profesor le quebró la regla en la espalda 
      a un compañero.  (Steven)

11. Hace tres años publiqué una foto con un profe, y escribí esta frase:
      “Brilla la luna,
       brilla el sol.
       Brilla la calva del profesor.”
       El profe la vio y me pidió que la eliminara.

12. Amigos: “Gracias por darme copia en los exámenes, los amo. “

13. Mi hermana dijo un día: “La única forma de que no me levante llorando 
      para ir a la escuela, es que me dejen jugar hasta tarde.”

14. Una vez mi profesora se quedó hasta que mis padres llegaron 
      porque ellos se habían olvidado de mí.

15. En grado octavo, el profe nos estaba enseñando a hacer casas, y de repente dijo:  
      “Muchachos pongan cuidado, si quieren llegar a ser buenos albañiles.”

16. Cuando estaba en quinto mi profesora me dijo que “nunca me graduaría”,
      pero el tiempo ha demostrado que ella estaba equivocada.


17. Cuando estaba en grado quinto, mi profesora me regalo un vaso con la foto de mis compañeros. Años después aún lo conservo.  (Felipe)

18.  Mi profesor de grado cuarto me regaló un balón, desde entonces amó el futbol.  (E.V)
19. Cuando estaba en grado primero, mi mamá me cortó el cabello. No quería ir a la escuela porque estaba triste. Recuerdo que al día siguiente era Jueves Santo y nos llevaron a la iglesia y la coordinadora que también tenía el cabello corto se acercó hacia mí para hablarme y me dijo que me miraba bonita con mi cabello así. Amé que ella me hiciera sentir bien. 

20. Teacher: “Usted le pone corazón a su trabajo.”


21. CRÓNICA DE UN CHICO BUENO EN UN MUNDO OSCURO:

Les voy a contar la historia de la primera vez que copié en un examen: Era un test de Ciencias Naturales, no había estudiado nada y estaba nervioso, porque yo era aplicado en clase. Estaba sentado al lado del asiento del profesor. Él estaba revisando el mismo examen, pero de otro curso. De repente, le entró una llamada al celular y cuando se levantó de su silla para ir a contestar afuera, se le cayó sin que él se diera cuenta una hoja. El destino quiso que cayera justo a mis pies. Me di cuenta que era un examen, ya estaba revisado con nota de 5.0. No sabía que hacer. El profesor pronto volvería; alcanzaba a escuchar su voz junto a la puerta, y quizá si mirara ese papel en el piso pensaría que fui yo quien lo tomó. Podría acusarme, y mis nervios lo convencerían de en realidad fui yo el culpable. Yo era un buen chico y mi moral también era fuerte para ese tiempo, por eso me decía a mi mismo: “Levanta esa hoja y ponla en la mesa.” Pero si hacía eso, perdería el examen que estaba haciendo. Entonces, pese al sudor y el temblor de mis manos, copié las respuestas. Aún hoy me acuerdo de la secuencia plasmada en el papel: A, B, C, A, B, C, A, B, C, D. Y luego en un movimiento rápido levanté el papel y lo puse de nuevo en su sitio. Nadie pareció percatarse de mi drama.
Saqué: “5.0”, pero a que costo.

(Miguel R. ) 



John Montilla. Recopilación e imágenes 
(30-XI- 2019)
jmontideas.blogspot.com 


viernes, 22 de noviembre de 2019

Una pedrada memorable

Por. John Montilla
“Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, 
 pero las palabras pueden romper corazones.”  
                                                                          Robert Fulghum 

Hace muchos años sin querer le pegué una pedrada a alguien a quien conozco, nunca he podido olvidar el mal recuerdo, y como no se lo puedo decir al agredido, porque quizá no lo comprendería, tampoco creo que él lo recuerde, entonces voy a expiar mi culpa contándole al mundo el pequeño suceso de antaño. No sin antes hacer un breve recuento del posible origen del episodio.

¿A quién no le ha gustado jugar con piedras? De niños solíamos ir al río que nos quedaba cerca, y escogíamos piedras planas y jugábamos a hacerlas rebotar contra el agua. La clave estaba en tirar la piedra con fuerza a ras del agua para formar “ranitas”. El gusto del juego consistía en lograr la mayor cantidad de rebotes.


Otras veces jugábamos a elaborar estructuras de piedra; la idea era poder lograr la mayor altura posible al irlas apilando una sobre otra. –Hoy es una moda dañina para el medio ambiente, porque se altera de manera imperceptible los ecosistemas- En aquellos tiempos no lo sabíamos.  Lo cierto es que después de formar las estructuras, pasábamos a derribarlas a pedradas desde una distancia prudente.

Y no se puede dejar de mencionar el clásico juego de jugar a quebrar botellas de vidrio. Cuanta botella encontrábamos la poníamos en algún sitio visible, y luego corra a tirar piedras; punto para quien la rompa de primero. Cuando no eran botellas, poníamos alguna lata, o tarro o lo que fuera. El propósito de esas travesuras era demostrar quien tenía la mejor puntería.

En este punto recuerdo que cuando jugábamos a apuntarle y derribar algo a pedradas si alguien fallaba, se solía mencionar la frase: "Hay que mandarlo a comprar puntería donde el Mayor Clavijo." Nunca supe el origen de la expresión, ni tampoco supe quién fue y donde vivía el Mayor Clavijo. Siempre pensé que lo de mayor, era porque quizá era un anciano de quien se hablaba; hasta que no hace mucho alguien me contó un fragmento de la historia del señor:

“El Mayor Clavijo, fue un oficial del Batallón Agustín Codazzi, acantonado en Mocoa, se había graduado en la Escuela de Ingenieros, y luego de su retiro se instaló en esta localidad, y al parecer montó un almacén donde se podía conseguir cualquier cosa que se necesitara.” Un amigo me aseguró : “La frase era porque el viejo vendía de todo, incluso hasta puntería.”

La prueba de que quizá jamás pasé a comprar por la tienda del Mayor Clavijo, me remite al inicio de esta historia, pues de haber tenido buena puntería nunca le hubiera roto la cabeza a un amigo de una pedrada.

El caso, si la memoria no me traiciona sucedió así: Una remota tarde vi que un chico estaba intentando quebrar unas botellas sólo, y entonces decidí sin que él se diera cuenta y desde una distancia más lejana, intentar ganarle. pero con tan mala suerte para él que estaba dándome las espaldas, que no se percató de mi presencia. Con el sigilo del caso, tome una piedra de tamaño mediano entre mis manos,  con la mirada puesta en el objetivo, esperé el momento preciso, y luego en un movimiento rápido la lancé y la bendita piedra salió disparada con una precisión matemática sobre su cabeza, creo que le atiné en la coronilla, alcance a mirar que el chico se fue hacía adelante, casi se cae de bruces, y al instante alcance a escuchar el grito y luego el llanto y los lamentos del desdichado.

Pero no me quedé ahí para ver en que paraba el asunto, pues el muchacho armó tremendo alboroto y la  gente se alertó, pero yo ya me había escabullido de allí, antes de que llegara alguien a reclamarme el daño, me jugaba un castigo en casa , como pude y a escondidas por cuanto recoveco encontré llegué a casa de manera sigilosa y ante el tremendo complejo de culpa y del revuelo que se armó en la vecindad, corrí a meterme debajo de la cama junto con unas revistas para disimular por si me encontraban allí escondido.- De niño tenía la costumbre de ponerme a leer donde nadie me molestara- Expectante permanecí varios minutos, escuchando a los de mi casa que decían, que, al hijo de tal, le rompieron la cabeza de una pedrada, que había sangrado mucho y que tenía tremendo chichón y que no sabían quien era el culpable.

 Ignoro cuanto tiempo estuve allí agazapado, sólo sé que nunca olvidé ese lamentable suceso; aún hoy me suena el golpe como si le hubiera atinado a una lata, y tantos años después, recién asomo mi rostro de debajo de la cama y ya no sacó las amarillentas páginas de mis viejas revistas, sino una hoja electrónica de un documento “word” para confesar mi culpa; y aunque sé que la persona victima de mi imprudencia infantil, jamás leerá estas líneas, de corazón le pido me perdone por el dolor y lágrimas de aquella, ya lejana y desatinada tarde.  


John Montilla. Texto y fotomontaje. Imágenes tomadas de internet. 
(21N- 2019)
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sábado, 16 de noviembre de 2019

La lluvia, la mano y el sapo


Por. John Montilla

“La medicina cura, la naturaleza sana.”  (Proverbio Latino)

Había sido un día bastante caluroso en Mocoa, pero al caer la tarde, el ambiente se puso gris y grandes nubarrones fueron apareciendo en el cielo. Minutos antes de salir de casa, había visto el cielo encapotarse, por eso, había tomado mi capa que la tenía colgada en la azotea, y la había colocada debajo del asiento de mi moto.

Justo un par de minutos después de haber salido de casa empezó a llover, me detuve en el camino, para sacar mi capa, y por primera vez, no pude abrir el seguro, se había trabado, doblé un poco la llave en el afán de abrirlo, pero no fue posible. La lluvia continuaba, así que decidí seguir mi camino. De repente la lluvia arreció, me detuve nuevamente para hacer un segundo intento y tampoco dio resultado, el seguro estaba atascado. Nada que hacer, seguir a la intemperie hasta el lugar al que me dirigía: La peluquería, que por fortuna ya no quedaba tan distante de donde estaba.

Cuando llegué, le conté a la peluquera lo que me había pasado, cuando ella me vio todo mojado, y luego nos pusimos a hablar de la lluvia. Me dijo que a ella cuando era niña le encantaba salir a jugar cuando llovía, y que a los chicos de ahora, eso parece no gustarles, que prefieren arroparse en las cobijas y ponerse a jugar con el celular.




Me contó que cuando era niña vivía en una finca en la que había una pequeña pendiente y que era feliz jugando con sus hermanos cuando llovía, porque se deslizaban como por un tobogán por la pradera mojada, y se divertían chapoteando en los charcos y en el barro que se formaba. Tanto jugaban en estas condiciones que cierta vez, a su hermana le había caído una infección en una de sus manos. Algo que había empezado como una pequeña molestia, pero con el transcurrir de pocos días se había convertido en un problema y una gran dolencia para la niña ya que la mano había llegado al punto de hinchársele bastante; “su mano parecía un globo” dijo la peluquera.

Ante estas circunstancias los padres habían acudido desde la vereda al médico, y este tras un examen aparentemente minucioso había   dictaminado de manera categórica que no había otra solución que amputar la mano de la niña. 

Con esta terrible noticia los padres habían vuelto a casa, sin saber que determinación tomar; pero antes de decidir algo le habían consultado a una señora que sabia medicina tradicional y secretos de la selva. Ella había examinado la mano de la niña y en su sabiduría ancestral había dictaminado: “Esto es simplemente “disípela”, tráiganme un sapo pronto.”   

Toda la familia había entrado en acción y se había lanzado a la búsqueda y cacería de ese noble batracio, levantaron piedras, movieron troncos, recorrieron charcas, se metieron en montes y en cuanto recoveco pudieron, hasta que, al fin, en medio de los trebejos de la finca encontraron a un pobre sapo grande que descansaba ajeno a lo que le esperaba.

Lo agarraron sin pena y sin ningún signo de repugnancia; lo metieron en un viejo morral de la abuela y lo llevaron en volandas, a donde la doña que lo esperaba. Cuando llegaron allá, la señora había tomado al sapo y con ayuda de un familiar de la niña, lo habían frotado alrededor de su mano hinchada. “Lo abrieron uno de las patas y otro de las manos y lo restregaban contra la herida de mi hermana”. Dice la peluquera.  “El pobre sapo únicamente se hinchaba ante tanta manipulación, pero ellos no le estaban haciendo daño.”

Cuando terminó todo el procedimiento, tomaron al aturdido sapo y lo liberaron en el monte, y como cosa de milagro, en muy poco tiempo la mano de la niña se sanó.

La peluquera terminó su trabajo y su historia; la lluvia ya había amainado un poco; y esta vez al tercer intento pude por fin abrir el seguro del asiento de la moto, saqué la capa para protegerme del agua y me fui pensando en la suerte de la niña al salvar su mano y en el punto triste del relato, pues al parecer lo único malo del “secreto ancestral” es que aparentemente el pobre sapo se lleva consigo la enfermedad.


John Montilla. Texto, fotografía y fotomontaje. 
(16-XI- 2019)
jmontideas.blogspot.com 


sábado, 2 de noviembre de 2019

ONCE FLORES PARA DARCY

Por. John Montilla

Cada año he escrito unas palabras para honrar su memoria después de aquel ya lejano y aciago día de su trágica partida. He juntado esas frases y el resultado es una especie de poema hecho de jirones del recuerdo y del olvido.


Un año después:
Nostalgia es la palabra.

Dos años después,
Uno de sus amigos dijo estas palabras
Al ver su imagen estampada en el cielo
El día de su funeral:
Que fotografía más hermosa,
Y yo le refuté:
¡Que fotografía más triste!


N.2 JM

Tres años de ausencia
Vives en nuestro recuerdo por siempre.
El sol vuelve a dar una vuelta al mundo
pero tu luz hace varias lunas se ha apagado
Sólo cabe repetir:
“Cuatro años de ausencia, 
vives en nuestro recuerdo por siempre.”

Cinco años de ausencia:
Tu imagen es como una brisa fugaz
que a ratos golpea a la puerta de la memoria
de aquellos que aún te recordamos.

Seis años de ausencia
Tu imagen esculpida en el tiempo,
es como una efímera abeja de luz
 que aún aguijonea los intersticios de la memoria
de aquellos que no te olvidamos,
y a quienes calmas la amargura de tu partida
 al rociarlos con el néctar de los dulces recuerdos.

Pero, después de siete años de ausencia
El escarabajo del recuerdo,
Ha caído en la arena
y se ha cubierto con una fina capa
del polvo del olvido.

Ocho años después,
la tenue llama de tu recuerdo se mantiene,
 a pesar de la brisa del tiempo
y el olvido que sin cesar intentan apagarla. 



N3- JM 

Nueve años después.
El recuerdo,
sólo el recuerdo.

Diez años después
El olvido,
Sólo el olvido

Once años después encadeno esas frases
Moldeadas con la telaraña de la nostalgia
Y el frágil aleteo de los pájaros del olvido
para construir una especie de poema-escultura,
para dejarlo instalado en el pedestal de la memoria
de quienes te conocieron
y traer un fugaz instante de tu presencia al resto del mundo.
Simplemente eso, pedacitos de recuerdo.
Una de sus amigas así lo sentenció:
“Ya nunca más cumplirás años,
ahora cumples aniversarios de ausencia.”

(3-XI-2019) 

4.Texto inedito escrito por Darcy. Año 2006. (JM )




                                  ***
John Montilla. Texto y Fotografías N. 2, 3, 4
Fotomontaje N.1 sobre una imagen de Daniela Botina