sábado, 28 de marzo de 2020

MI PADRE

Por. John Montilla

“Yo soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino.” Alfred Tennyson

Mi padre está cerca de alcanzar los 90 años de existencia, pero las actuales circunstancias de la pandemia, ponen un reto más de dificultad para alcanzar esa meta. Él no es de las personas que se queda quieto en casa, prefiere estar en la calle. Le gusta ir a mirar jugar parqués o dominó a los vecinos. En otros tiempos era un consumado jugador de parques en la cuadra del barrio. No de grandes apuestas, sino simple pasadera de tiempo.

 A veces los vecinos casi se amanecían apostando únicamente 200 pesos. Ahora simplemente se sienta a observar mientras no le vence el sueño.  Cuando no está en la vecindad se nos escapa para el mercado, donde tiene varios conocidos y de paso él aprovecha esas escapadas para irse a merendar, para luego llegar a casa y a la hora de la comida decir: “Yo quiero poquito no más.”  Ya conocemos ese estribillo.

Últimamente le ha dado por irse a sentar a la tienda de la esquina a conversar con el tendero, pero es más lo que duerme que lo que conversa. Cuando sale de casa, alista su gorro, su infaltable poncho, y durante mucho tiempo también cargó su paraguas, hasta el día que finalmente tuvo que aceptar que más que para la lluvia o el sol lo estaba llevando para apoyarse. De ahí en adelante decidió aceptar el bordón. Debe ser difícil para una persona que toda su vida ha bregado en la vida, tener que anexar a su organismo un elemento que lo acompañe.

 Pero, ahí va. Por fortuna para nosotros aún nos sigue acompañando. Siempre está hablando de salir, de no quedarse quieto. Es frecuente escucharle la frase:” Yo me voy para el Ecuador.”  No podría decir cuantas veces se la he escuchado repetir, pero es cosa de muchos años. Alguna vez estuvo de paseo en el país vecino, pero antes de eso ya solía decirla.

De repente a un hombre que ha vivido tanto tiempo caminando por la vida, tocó decirle: ¡No salga de la casa! Hay una enfermedad rondando el mundo y la única forma de evitarlo es quedarse encerrado. ¿Cómo podemos pensar que una persona así pueda asimilar un golpe de esos? Cuando mi padre se queda en casa para nosotros no es buena noticia, porque significa que está enfermo, por eso preferimos que ande volteando por la vecindad.

Y entonces resultó que de un momento a otro estábamos vigilando cada paso que daba, y enojándonos con él porque estaba haciendo algo que ha hecho toda su vida: Sentirse libre. No hace mucho, a pesar de todas las restricciones que se le pusieron para que no salga; se nos escapó al mercado para ir a comprar pollo para el almuerzo. Tremendo lío se armó en casa, pues se le ha repetido hasta la saciedad que ahora no podía hacer ese tipo de diligencias. Asunto complejo, no cambias en una semana la rutina de una larga vida.

 Entonces tocó tomar una decisión. Como no se lo puede tener encerrado, pues sería una condena para él. Se buscó la forma de aislarlo; por fortuna para todos, él lo tomó a bien, y aceptó irse a enclaustrar con toda la familia a una finca mientras pasa esta pesadilla. Mi padre,quizás este extrañando sus andanzas pero está bien; él es un hombre de campo y le encanta la naturaleza. Nosotros esperamos poder celebrarle sus 90 años de vida.



John Montilla. Texto y fotografías.
28- marzo- 2020
Jmontideas.blogspot.com



lunes, 23 de marzo de 2020

ADIÓS "PECHO"


Por. John Montilla


Se llamaba Jairo, pero todos los que lo conocían lo llamaban por su apodo “Pecho”, vivía en la pequeña localidad de Puerto Umbría- Putumayo. Era hijo de una humilde mujer de ese pueblo, Arcelia, a ella la recuerdo muy bien, porque cuando finalice mi ciclo de trabajo en esa localidad, ella de manera voluntaria estuvo ayudándome con el trasteo de mis trebejos. Y aún tengo en la memoria el abrazo que me dio de despedida y las lágrimas que derramó por mi partida. Esas cosas sinceras que nacen de los corazones buenos, no se olvidan.

Me enteré que su hijo murió esta semana, y por eso me propuse hacer una breve semblanza de él. “Pecho” como sus amigos le decían, era igualmente humilde y noble. Nunca aprendió a leer, la vida le negó esa posibilidad, pero eso no impidió que durante su existencia fuera una buena persona, un hombre solidario y colaborador como pocos.

Siempre me llamó la atención el porqué de su apodo, pensaba que se debía a que por lo general se lo veía con el torso desnudo y la camiseta en la mano o en uno de sus hombros, especialmente cuando se iba jugar voleibol; su deporte favorito. Con la noticia de su muerte, también me llegó la razón de cómo se ganó ese sobrenombre. Dicen que, en su juventud, cuando se iba de farra y le preguntaban que para donde iba, él tenía su respuesta: “Me voy a hacer pechito con pechito”. Uno de sus vecinos me cuenta: “Cuando nosotros lo mirábamos bien vestido y con su poncho terciado al hombro, sabíamos que se iba a sus andanzas de hacer pechito con pechito.” lo cual derivó con el tiempo en la palabra “pecho”, palabra que lo acompaño hasta el último día de su vida.

Todos en el pueblo, lo recuerdan, porque fue un hombre decidido y que no dudaba en ponerle el pecho a las cosas que ningún otro se atrevía a hacer. Especialmente cuando al pueblo le tocaba los azotes de la violencia y aparecían de repente en el río finados, a los que nadie se atrevía a ponerles la mano, muchas veces por el estado en el que los solían encontrar. Cuando estos duros episodios tocaban a esta localidad. La gente corría a llamarlo y él no dudaba en ponerle el pecho a la brisa y ser él quien pusiera manos y corazón para hacerse cargo de esos asuntos propios de los hombres fuertes.

Alguien me cuenta la historia de la vez que encontraron un transportador asesinado y fue él quien, a pesar de las amenazas de los grupos armados, lo recogió, lo baño, lo instaló y acompañó en la caseta comunal del pueblo hasta que la familia del difunto apareció. Son muchas los episodios de este calibre a los que se enfrentó este hombre sin miedo. Tenía un corazón tan grande en el cual no cabía el miedo en su pecho.

Este hombre alto y delgado, tenía otra cosa que lo distinguía: Era el único en el pueblo que usaba sandalias de caucho con hebilla, un calzado que no es fácil de conseguir, pero él se daba sus mañas para conseguirlas, me dicen que “las mandaba a traer del Ecuador con unos familiares.” Por donde quiera que iba, llevaba sus singulares sandalias, sus amigos se las habían bautizado “las Arcelias” en referencia a su madre.  

Jairo, se ha marchado para siempre, dejando sus “Arcelias” por fin descansar, dicen que este hombre de corazón grande, se asfixió durante uno de sus ataques de epilepsia. “Pecho” se quedó sin oxígeno, quizá todos aquellos desdichados a quienes él tendió sus solidarias manos, lo hayan salido a recibir con los brazos abiertos. Pero ahora ante esta ausencia, ninguno de nosotros se alcanza a imaginar, el vacío que su anciana madre debe tener en el pecho. 

Descansa en paz, amigo Jairo.

Río Guineo, Vereda el Naranjito. (Putumayo-Colombia)  Fotografía: Jhonattan Burbano 


John Montilla
23-III- 2020