martes, 20 de octubre de 2020

EL POZO DE DON RAÚL

 Por. John Montilla

“Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo.”

Antoine de Saint-Exupéry

Don Raúl, era el hijo de una vecina, que hace muchos años decidió dejar su terruño para ir a forjar su futuro en otras tierras. Y de quien muy raras veces volvimos a ver, tanto así que cuando su madre murió llegó un par de horas después de que hubo pasado el funeral, no lo pudieron esperar más porque los hubiera agarrado la noche en el sepelio, de eso ya hace varios años, también. Quizás el inconveniente se debió a que no fue fácil darle la triste noticia, en ese entonces la comunicación no era tan eficiente como en la actualidad. Vagamente puedo intuir la amargura con que el hombre debió lamentar este episodio.

La madre de don Raúl, mi vecina, como la gran mayoría de las personas de mi barrio fue una mujer humilde, y cuando yo la vine a conocer de niño, ya era una anciana, que se había traído de su tierra natal el arte de hacer sombreros de paja toquilla. Siempre me sentí atraído por el colorido de sus sombreros y por la habilidad que conservaba para elaborarlos pese a su edad; pero sobretodo tengo grabado en el recuerdo la cantidad de flores que tenía en su patio y en el frente de su casa. Algunas de las flores que ella sembraba no las he vuelto a ver nunca más, es posible que también hayan desaparecido para siempre. Tampoco puedo olvidar un hermoso árbol de naranjas que tenía en su solar y por supuesto del cual tantas veces disfrutamos aprovechando que los linderos de los solares estaban divididas por matas de flores. Nuestras fronteras estaban llenas de colores y naturaleza, hoy nos separan las rejas y las paredes de cemento.

Pero algo que me quedó marcado siempre en el recuerdo fue “El pozo de Don Raúl”, siento curiosidad al pensar en quien más podría tener un recuerdo tan trivial. No creo que nadie más de mis amigos o vecinos de antaño lo recuerde. ¿En qué consistió esto? Voy a tratar de ilustrar el asunto: Primero que todo, debo decir que esa época decíamos simplemente “El pozo del Raúl” porque lo hizo cuando él era un muchacho, pero como los años han pasado, me parece prudente darle su título de señor.

Cerca del barrio pasaba  una pequeña quebrada en medio de potreros, montes y sobre todo de una mata que llamábamos “ajenjible” (no sé si sea el mismo jengibre, por lo menos, es muy parecida), salvo que la planta a la que me refiero tiene una flor blanca de un olor extravagante que fácilmente te ponía a estornudar. Lo cierto es que esta planta era muy abundante, y aprovechando de ella, y usando piedras. Don Raúl represó la tranquila quebrada, de lo cual resultó un hermoso, aunque poco profundo pozo para nadar. Don Raúl lo construyó, pero los niños de aquella época lo disfrutamos.

Con ocasión de este escrito fui a visitar la quebrada, aproveché para preguntar su nombre, tantos años pero me encuentro en que nunca supe cómo se llamaba; algunos vecinos me dicen que se llama Piñayaco. La vista ahora es triste, fue desviada un tanto de su cauce, y donde alguna vez quedó “el pozo de don Raúl” es ahora una planada rellena de material de río, la cual es aprovechada por muchos paisanos para tomar clases de conducción de carros y motocicletas y de vez en cuando se usa como parqueadero de ferias y por supuesto ahora está contaminada y  algunos pececillos luchan por sobrevivir.

Quebrada Piñayaco, estado actual.

Esa quebrada que antaño disfrutamos solía tener una fauna que no he visto en otro lado: Era el hábitat de un minúsculo caracol de color negro, mojarras  y  sorprendentemente había una especie de camarón, mis amigo les llamaban “ajices” (por decir “ajíes”, en ese tiempo no sabíamos gramática) porque al freírlos se ponían de color rojo. Yo solía pescarlos para irlos a cambiar por  lectura; había una señora que a cambio de ellos me prestaba revistas. ¡Cómo no  amar esa quebrada que me daba felicidad! … nada de eso existe ahora, al pozo de don Raúl quedó sepultado en el olvido.

Y de repente las circunstancias actuales me pusieron en una situación casi parecida, debido a la pandemia mis padres están aislados en una casa finca, y cerca del lugar pasa una pequeña quebrada y nos hemos dado a la tarea de construir un pequeño pozo para que jueguen nuestros niños, hemos estado removiendo piedras para ahondar el espacio e ir represando el agua. Cada piedra que sacó con mis manos es como escarbar un poco en los gratos recuerdos de mi niñez y cuando comenzamos dicha labor trataba de imaginar los pensamientos que tuvo don Raúl cuando construyó su pozo de antaño.

John Montilla. Texto e imágenes

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20-octubre-2020

domingo, 30 de agosto de 2020

VIDAS PERDIDAS

Por. John Montilla
“Cuando leo que se ha asesinado a un hombre, 
quisiera ser analfabeta”. José Narosky
En uno de esos “ires y venires” de aquí para allá, alguien refirió la historia y yo simplemente agudicé mis oídos y mentalmente tomé notas que luego dieron forma a estas duras y tristes líneas.                                                          
                                         ***
El “mono” había llegado a la finca pidiendo trabajo, con la necesidad dibujada en el rostro, les había dicho que a veces se desmayaba, ellos descubrieron la causa: Lo estaba matando el hambre. Demostró ser una persona tranquila y de buen trato. Los domingos salían todos al pueblo y mientras la hija del dueño de la finca se iba a trabajar como peluquera, él se iba a mirar jugar billar, pero no tomaba licor.

Un domingo como de costumbre, había ido al billar y al rato regresó a la peluquería un tanto preocupado, porque la “ley del monte”, había salido también ese día al pueblo y le habían pedido “papeles de identificación”, pero como él no tenía, le habían dado un plazo de dos horas para que se marche del pueblo. La peluquera le había dicho que se quedará sentado allí y no saliera, que le ayudara a prender la planta eléctrica para atender a unos clientes que estaban esperando su turno. El hizo lo que le pidieron, luego se sentó un rato y finalmente dejando de lado la prudencia había regresado al billar. Al rato ella escuchó unos tiros, pero como eso era casi cosa de rutina, ella no le puso mucha atención. Hasta que alguien había corrido a decirle: “Van a matar a tu mamá”. Entonces ella había salido apresurada para encontrar a su madre temblando de miedo y con la noticia: “Mataron al mono.”


Dicen que los testigos que estaban en el billar, vieron cuando el “mono”, de manera temeraria había decidido regresar al billar y ante el requerimiento del porqué no había obedecido las órdenes de marcharse, él simplemente había contestado de manera tranquila: “Yo no debo nada, si me van a matar, mátenme”. Entonces sin que nadie, pudiera hacer nada, salvo el llanto y ruegos inútiles de la mamá de la peluquera, por tratar de salvarlo, el “mono” mostrando la resignación de un mártir había caminado con ellos hacia las afueras del pueblo. Las súplicas de la señora se habían cortado con un contundente ultimátum de que si seguía molestando se la llevarían a ella también.

Esos fueron luego, los tiros que se escucharon en el pueblo. La peluquera que en ese entonces tenía sólo diecisiete años, dice: “Yo no tenía miedo, yo lo fui a reclamar.” Dice que pidió ayuda a unos pocos señores del pueblo. Cuando llegaron donde ellos; les habían recibido con un simple: “Él se hizo matar por pendejo”, ella había reconocido a los mismos clientes que antes había peluqueado, y en su indignación sólo había atinado a decir: “Que no había razón para haberlo matado como un 
animal.”
Como pudieron, lo recogieron y lo trajeron de vuelta al pueblo, nadie supo dar razón de si el difunto tenía algún familiar, hasta que de la multitud de curiosos había salido un hombre diciendo que él sabía de un familiar cercano, que él se ofrecía a ayudar a traerlo, entonces de manera solidaria, se organizó una colecta, para el funeral; el voluntario recogió el dinero de los lugareños, se marchó en su misión y nunca más se lo volvió a ver en el pueblo.

Por tanto, les quedaba el dilema de cómo disponer del muerto. Algunos propusieron simplemente meterlo en unas bolsas y enterrarlo, pero unas almas más caritativas se ofrecieron a construirle una sencilla ataúd con tablas rústicas y como no tenían la certeza de quién era él, alguien no permitió que le pusieran el nombre con que él se hacía llamar. En el lugar de su sepultura se clavó una cruz con las iniciales N.N. A él se le quitaron todos los derechos humanos, incluso el de llevar su nombre a la tumba.



John Montilla. Recopilación, redacción e imágenes 1 y 2 (Imagen 1, fragmento de una pintura, sin nombre del artista)

Fotografía 3, Pixabay
Fuente: Un viajero nostálgico narrándole historias a un compañero de viaje. 
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sábado, 22 de agosto de 2020

YO CON NARANJAS EN LA ESQUINA

 Por. John Montilla

“El atardecer, sentado en mis rodillas es como una naranja: 

 galopan mis días perdidos de ayer, mis días de hoy duermen.”     (Amaia Montero


Estoy sentado en una esquina del barrio con cientos de naranjas a mi lado. No sé cómo aparecieron en mi casa, sólo sé que las tengo conmigo aquí. Quizás las traje de la finca de mi abuelo. Recuerdo que solía haber allá un árbol rebosante de naranjas; en sus mejores épocas las ramas se inclinaban casi hasta tocar el piso agobiadas por el peso de sus frutos.

Y hoy siento que tengo aquí la cosecha de muchos meses de ese bendito árbol, pero no sólo hay naranjas en el andén, me levanto un poco y alcanzo a ver por la ventana abierta que el cuarto a mis espaldas está igualmente repleto de frescas naranjas maduras.

Hay naranjas en el piso, encima de los muebles, encima de la mesita central, e incluso dentro de un florero de cristal que hay sobre ella, también puedo ver que hay en los estantes de los libros, y el mueble del televisor. Por donde paseo rápidamente la vista se esconden los frutos. Por eso estoy aquí, sentado en la esquina del andén, porque debo deshacerme de estas naranjas, jamás lograría consumirlas todas, así que he decidido compartirlas con la vecindad y con cuanto transeúnte vaya pasando por la calle, pero encuentro que hay un problema:

La actual pandemia no permite que nadie se acerque hasta mí, debo mantener un distanciamiento social obligatorio, las autoridades se han puesto muy estrictas y drásticas con esa medida sanitaria,  y por eso estoy pensando qué hacer para repartir las naranjas, sin que nadie venga hasta mi casa y de repente se me ocurre la idea: Como vivo en un barrió que fue construido en terreno plano, y cuyas calles han sido trazadas con el nivel puesto a precisión, como si de una mesa de billar se tratara, decido que las voy a mandar rodando una a una hasta la puerta de la casa de cada vecino. Será como un gigantesco y fantástico juego de billar con frutas, cuyo objetivo no será insertar las naranjas en las troneras sino hacer que lleguen a otras bocas.


Y efectivamente eso hago. Agarró una gran naranja, y noto que es perfectamente redonda como una bola de billar; abrumado como estaba por la cantidad de frutas a mi alrededor no había reparado en ese detalle, todas era simétricamente redondas, lo cual le venía muy bien al plan que me había trazado y entonces de un suave tirón envío la primera naranja por la calle hacia la casa del vecino de enfrente, el fruto sale perfecta y dócilmente dirigido con precisión matemática justo hasta su puerta donde él la recoge y con un gesto de su mano me da las gracias.

Y entonces me percató que todos los vecinos ya están parados en las puertas de sus casas esperando su turno de recibir sus frutos; a partir de ahí comienzo un imparable ejercicio de lanzar rodando por las calles y en varias direcciones una a una todas las naranjas que tengo en mi poder.

Como por arte de magia, mi precisión y velocidad va en aumento, tanto así, que en un momento dado es posible ver rodar naranjas disparadas en forma lineal en todas las direcciones, rayos de luz naranja se dibujan en las calles, los niños asomados a puertas, balcones y ventanas aplauden encantados.

Todas llegan sin falla al destino dirigido.  Y poco a poco cada uno va haciendo su montón de naranjas en el frente de sus casas, de repente veo que el vecino que está más lejano, se agacha y comienza a enviar las naranjas que ha recibido a alguien más, a quien no puedo ver, el sol parece más radiante que nunca  aquella mañana y un aire fresco que corre es como una señal divina, que empuja los frutos al lugar deseado; siento que el espíritu de la solidaridad se despierta aún más allá de donde llega el impulso de mis manos y fugazmente alcanzó a ver que mis naranjas que poco a poco van disminuyendo, van rodando hasta el lejano horizonte, hasta alcanzar a llegar a distantes manos ansiosas que las reciben agradecidas.


 John Montilla:  Texto, Relatos de sueños.

Fotomontajes con imágenes de Pixabay e internet

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22-08-2020

martes, 16 de junio de 2020

SEMILLAS EN LA CARRETERA

Por. John Montilla
“Las acciones son las semillas de los hechos donde crece el destino.”
Harry S.  Truman

Un rutinario viaje a casa después de una semana de trabajo, daría un insospechado fruto pese a haber sembrado las semillas en una polvorienta carretera.

Había estado parado a la orilla de la maltrecha carretera por casi una hora, la tarde ya caía y no había podido conseguir transporte para llegar a mi lugar de destino. Por eso cuando por fin un vehículo al que le hice la señal de pare se detuvo, no dudé en tomarlo, pese a que el conductor me había dicho: “Voy con el cupo completo, usted verá si se sube en la parte trasera de la camioneta.” Me urgía llegar, por eso a pesar de  la incomodidad que representaba viajar en esas condiciones, decidí aceptar la propuesta y me embarqué; total no era la primera, ni la última vez que haría ese tipo de travesía.

El conductor ni siquiera se tomó la molestia de bajarse del carro para ayudarme a instalar, como pude levanté la polvorienta carpa del carro y me metí en la parte  trasera, y traté de acomodarme rápido porque él vehículo ya se estaba poniendo en marcha, y fue entonces, no obstante la  nube de polvo que me envolvía, que reparé que no haría el viaje sólo; tendría grata compañía  para el  incómodo camino.

En primera instancia, mientras sujetaba la carpa con sus correas laterales y me acomodaba al lugar, con las sombras y los vaivenes del carro en la polvorienta  vía, no había reparado con detalle en mis compañeros que tendría en el  viaje: Había cuatro niños en total, dos niños y dos niñas, asumo que todos menores de 12 años. Una vez me sentí “cómodo” en el asiento; los saludé y les pregunté si sus padres viajaban en la parte delantera del carro; lo cual habría sido injusto en extremo, pero ellos me dijeron que no, que viajaban solos. ¿A quién se le ocurre mandar de viaje a los niños en esas condiciones? Como no tenía más opción y para no hacer tan tedioso el viaje, decidí charlar con  ellos.


Entonces me  presenté: les dije mi nombre y les conté sobre mi trabajo, y parecieron muy interesados cuando les dije que era profesor de inglés. Pero lo que me interesaba era escucharlos, siempre estoy alerta a encontrar una historia para escribir. Les hice preguntas rutinarias sobre sus vidas y de esta forma el trayecto en ese polvoriento cajón en el que íbamos se hizo un poco más  ameno. No recuerdo mucho los detalles, pero puedo anotar que todos ellos eran de familias humildes, había dos parejas de hermanos, por coincidencia niño y niña. Dijeron que no se conocían entre ellos, que habían tomado el transporte en distintos puntos, pero los cuatros se dirigían al mismo pueblo. Les pregunté sobre el estudio y cosas así,  y luego para variar un poco les pregunté si les gustaba cantar, y les propuse que cada uno cantara un trozo de una canción.

De repente,  el continuo traqueteo del vehículo fue remplazado por voces infantiles que cantaban, hasta el polvo pareció apaciguarse y el ambiente pareció aclararse un poco, pero alcancé a percibir  una sombra que envolvía el canto de los niños. Todas sus canciones eran de adultos, de esas que se escuchan en los arrabales, con temas de despecho, desgracias, odios, celos, tragos y muerte. No vale la pena mencionar aquí esos temas, simplemente puedo citar la frase de un colega quien decía, que ese tipo de música era para aquellos acostumbrados a “pelear en cantina”.

Cuando todos hubieron cantado, les hice ver mis reparos,  les dije que esa no era música de niños sino de “viejos” y borrachos;  me contestaron que eso era lo que escuchaban en sus casas y que era la música a la que estaban acostumbrados, entonces  me pidieron que cantara. Eso es algo que para mí  es complicado, pero como ellos habían cumplido con su parte, me vi forzado a ello, también. Recuerdo muy bien que por esos días, estaba yo pegado con el estribillo de “El bobo de la yuca”, en una versión del gran Benny Moré y se las canté.

El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.
El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.

Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.
Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.

Los chicos, le hallaron gracia a esos versos y me pidieron que los repita, accedí a ello, siempre y cuando ellos me ayudaran  a cantar;  y así se hizo; por un rato estuvimos cantando, hasta que una de las niñas me pidió que les enseñara otra canción.

Entonces les canté un fragmento de la  canción “Pare cochero” de la Orquesta Aragón de Cuba, que me pareció apropiado para la ocasión.

“Soy un chico delicado,
que nació para el amor
y este coche me ha estropeado,
pare en la esquina señor.
Ya me duele la cabeza,
Tengo estropeado un riñón,
Y si sigo en este coche
voy a perder un pulmón. “
“Cochero, pare. Pare, cochero” …

Los chicos, también le hallaron gracia a este estribillo, e igualmente  me pidieron que lo repita, accedí a ello, siempre y cuando ellos me ayudaran con el coro: “Cochero, pare. Pare, cochero”. Cuando ellos le agarraron  el tono a la canción nos fuimos -más que cantando- gritando durante un buen trecho con ese sonsonete. Tanto así que el chofer se detuvo  un momento para verificar si alguien se iba a bajar.

El resto del viaje, hasta que los niños llegaron a destino fue a una sola voz con ese par de canciones. Una vez se bajaron, se despidieron efusivamente de mí mientras se sacudían el polvo del camino y la cáscara de esas canciones de “borrachos que escuchaban en sus casas”. Ellos se fueron  y luego proseguí solitario mi  viaje, las primeras sombras de la noche ya nos envolvían,  la penumbra se hacía más espesa en la parte trasera del vehículo y el silencio le agregaba un toque de nostalgia al momento. ¡Cómo extrañé la algarabía de los niños!   
           
                                         ***

Meses más tarde, me volví a subir a un bus como pasajero, y cuando iba por el pasillo buscando mi asiento; dos chiquillos que allí había, empezaron a cantar apenas me vieron: “El bobo de la yuca se quiere casar, invita a todo el mundo pa’la capital …”  No pude disimular mi sorpresa ante este espontaneo hecho. Los salude con alegría y luego me senté en mí silla profundamente emocionado. Nunca pensé que aquellas semillas sembradas en esa polvorienta carretera me fueran a dejar tan agradables frutos.




John Montilla. Texto
Imágenes. Pixabay
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martes, 9 de junio de 2020

EL ESTUDIANTE QUE YO EXTRAÑO


Por. John Montilla


El estudiante que yo extraño en esta cuarentena no es muy obediente que digamos, por lo general no le hace caso casi a nadie.  En clase tiene el celular activo en la mesa en medio del cuaderno de turno para estar chateando, o lo guarda en su  pupitre o bolsillo, pero esta conectado a sus auriculares que oculta con sus cabellos, o con buzos con capuchas, los cuales no se saca, así esté haciendo calor, porque prefiere escuchar música, al discurso del profesor. No suelta su aparato ni para ir al baño. Si no asiste a clases,  al día siguiente no llega con la tarea porque no tenía el material para hacerla. Envía cientos de mensajes, se toma decenas de selfies al día, tienen grupo de whatsapp del curso y permanece conectado a  facebook y otras redes sociales, y  maneja varias aplicaciones, pero casi nunca comparte la foto de una actividad asignada. Y si uno le pregunta, dice que nadie ayuda, que el día que él no asistió, le dijeron que el profe no dejó tarea, y por eso nadie le envió la foto de la jornada. Y entonces te pregunta:¿ Y ahora que hago, profe?

El estudiante que yo extraño se vuela de la clase de informática porque cree saber más que el profesor. No entiende matemáticas pero presenta  la tarea porque se la copió el lunes a la primera hora al pilo de la clase.  No hace la tarea de español pero la copia y  cuando le califican hasta puede sacar más nota, y si no la obtiene, se da sus mañas para reclamar porque cree merecer más. No lee los  textos de Sociales y  a la hora de la evaluación como no sabe que responder , en el espacio de las respuestas se pone a a escribir trozos de canciones con la esperanza de que el profesor vea el “bulto” y no el contenido. Le cuesta aprenderse el verbo “to be” y cada año toca repetirle la explicación. Detesta los verbos irregulares y al “teacher” que los lleva a clase. Asiste a la clase de Educación Física con el celular en  la sudadera,  y mientras corre va con su mano apretando su bolsillo.  

El estudiante que yo extraño  no se lee un texto de tres páginas fotocopiadas porque le parecen muy largas, mucho menos se lee un texto literario original, prefiere una versión resumida y si está no le convence, busca en google un resumen con análisis incluido en el “rincón del vago”, e imprime sin siquiera eliminar las direcciones de los enlaces, y si un amigo le pide prestado, se lo enviara por correo , con la única condición de que cambie el tamaño , el tipo de letra y el color y que ponga, al menos una imagen diferente. Algunos ni siquiera eso hacen. Otros simplemente piden prestado y sacan fotocopia para presentar, unicamente cambian la portada, entregan y se van tranquilos con alma inocente, esperando que alguna ingenuidad del profesor les haga llegar  un buen resultado.

El estudiante que yo extraño  pide permiso para ir al baño y se vuela de un carrerón para la cafetería y regresa con dos empanadas en los bolsillos. Desayuna salchichapas con gaseosa, y si por desgracia se tropieza con alguno y se le cae la comida, jamas recogerá el desorden. Se sienta con sus amigos en cualquier parte a comer y chatear. Agarra con una mano  la empanada  y con la otra el celular. Nunca verá la  cesta de basura que estaba a menos de un metro de donde se sentó.

El estudiante que yo extraño cuando hace aseo barre todo lo que encuentra en el piso, no importa que hayan colores, lapiceros, tijeras u otros elementos.  Él no se agachara por eso. Recoge la basura gruesa y el polvo que no puede echar en el recogedor lo esparce de un escobazo por los aires. Hace tremendo ruido moviendo pupitres, no le gusta alzar las sillas en la mesa. Al mediodía está que se marcha corriendo para su casa.

El estudiante que yo extraño se levanta de su silla para ir a arrojar un papel a la cesta de la basura justo cuando el profesor está explicando. No escribe los apuntes, pero le toma varias fotografías al tablero. Su celular está lleno de imágenes académicas que nunca usara. Pero eso sí escribe cosas en papelitos y los pone a rotar en medio de la clase.  Se toma de manera disimulada en plena clase una gaseosa pequeña entre cinco o más compañeros, pero si la derrama  en el salón y nadie le reclama por ello nunca usara el trapero.para secar.

El estudiante que yo extraño comparte limón con sal echándole  en las manos a sus compañeros y guardándose el tarrito en el bolsillo del pantalón o de la falda. Come semillas de girasol y deja desperdigados por el piso o dentro del pupitre las cascarillas y   los restos. Su pupitre parece la jaula de  un canario que ha comido  alpiste. Pero, eso sí le encantan los animales, por eso no dudará en meter a clase a cuanto perro se asome al salón. Sufre cuando un pájaro extraviado se mete al aula  y no encuentra la salida y celebra la entrada de un insecto cuyo temor desbarata una clase.



El estudiante que yo extraño no porta el uniforme de manera adecuada, a veces no lleva puesto  medias o le falta la correa, y cuando le exigen conseguirla, corre a otro salón a pedirla prestada a alguno de sus amigos. Si llueve, parece que no le afectara, y camina tranquilo bajo la lluvia, sus pisadas son indiferentes de que haya charcos o lodo, y llega al salón arrastrando los zapatos. Las huellas de sus paso van quedando en los corredores.  pero si en clase cae una leve  brisa, dirá que se está mojando y que tiene frío y si por desgracia hay una gotera dentro del salón pondrá su grito en el cielo porque según él está en peligro de ahogarse y entonces arrastra con ruido su pupitre hasta llegar a tierra firme, que queda justo al lado de su “compinche”de pilatunas.  


El estudiante que yo extraño no se sabe el nombre de sus profesores, por eso cuando sus padres llegan a averiguar por sus calificaciones no sabe como encontrarlos. Pero sí le tiene un apodo a cada uno, maneja códigos que sólo él entiende, y jamás delatara a un compañero en falta, porque tiene pactos tácitos de grupo,  donde nadie vio, ni sabe nada.
Pero ese estudiante que yo extraño, le ayuda de forma amable a cargar los libros a la profesora, y se preocupa cuando alguno de sus compañeros está enfermo. Te saluda de forma cordial en el pasillo, te da la mano cuando estás por entrar al salón y siempre habrá quien te brinde un abrazo de bienvenida. Ese estudiante que describo es el que a diario veo, ese es la razón de mi profesión. Podrá tener mil defectos y sus cosas, pero cuando va cerrando su ciclo y debe salir de la etapa del colegio. Te dice que te va a extrañar, y pide que lo perdones por todas las cosas malas que cree haber hecho.  A ese estudiante es al que tenemos que educar y  esta pandemia  nos ha obligado a verlos desde una pantalla, escucharlos por un celular o simplemente contactarlos por un aparato electrónico.

Extraña uno  ver esa sonrisa de satisfacción cuando le entregas a alguien una nota excelente ganada con esfuerzo y dedicación; igualmente hace falta ver ese rostro decepcionado de aquel que no logra el objetivo, pero que promete mejorar  y también la cara airada de aquel que llega a reclamar porque cree que merecía más, o simplemente ver la cara del resignado o el conformista, o todos los rostros del día a día. Por la venas del sistema no corre sangre, sólo impulsos eléctricos. El sistema no expresa ninguna emoción por los datos que voy registrando. A esto le falta vida, ¡Cómo no extrañar todas esas cosas!


John Montilla. Texto y fotografías.
10-VI-2020
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martes, 2 de junio de 2020

ASÍ FUE COMO PERDÍ MI CÉDULA

Por. John Montilla

"El absurdo y el anti-absurdo son los dos polos de la energía creativa." K. Lagerfeld


Muchos han tenido la desagradable experiencia de extraviar su documento de identidad, para ser precisó la cédula de ciudadanía. Por supuesto, que casi nadie es consciente del momento en que la pierde, salvo que le roben la billetera en un atraco a mano armada, pero yo vi como mi cédula  cayó; el aleteo de ese objeto en su caída, y el acto de ir a recogerla desencadenó en un sorpresivo “efecto mariposa”.  

El caso es este, yo estaba de paseo en la playa, y por cuestiones económicas había rentado un hotel barato, total, yo iba de paseo, no a dormir; “el cuarto es para guardar las maletas”, le escuché alguna vez decir a un amigo. Con que haya cama y un baño es suficiente. Esta vez me habían asignado una habitación en un quinto  piso, por supuesto no había ascensor. Estando yo subiendo las escaleras, cuando iba en el tercer piso me dio por asomar la cabeza y mirar hacia abajo al  escuchar una algarabía femenina, pero no vi nada. No sé porque tenía mi documento en mano, quizá me lo pidieron al entrar para identificarme y no lo había guardado, y estando allí asomado, un movimiento involuntario hizo que mi cédula se me escabullera de las manos, y cual mariposa herida fue revoloteando en picada hacía el vacío.

En un principio intente agarrarla de un manotazo, pero fue un esfuerzo vano, mi cédula, inexorablemente ya iba en caída libre y sólo pude atinar a seguirla con mirada incrédula y ansiosa. Por unos eternos segundos la vi planear en el aire y luego fue a caer por el hueco de lo que alguna vez había sido una claraboya que daba directamente a una habitación. Como el espacio era visible desde el aire, no había ninguna cama a la vista, y en vez de eso, ese rincón los usaban los huéspedes que allí estaban para acomodar, maletas y cestas de  ropa.

Con resignación vi que mi cédula caía justo de manera vertical sobre una de esas canastas plásticas llena de ropa  y aun en la distancia percibí que se metía por un resquicio y se perdió dentro de ella. A pesar del impase, me di por bien servido, pues sólo bastaba con desandar el camino e ir a pedir permiso para poder recuperarla, pero las cosas no salen siempre como una piensa.  


2.


Cuando, llegué al primer piso, me dijo el administrador del hotel que el cuarto 103 al que me dirigía estaba ocupado y que si me esperaba un poco me acompañaba en la diligencia, así que opté por hacer la vuelta por mi mismo. Cuando llegué allí, me encontré que la  tal habitación era una de las llamadas algo así como de cama general, y que más que un cuarto de huéspedes parecía, un alojamiento militar y que había sido copado por al menos una docena de mujeres jóvenes, un grupo alegre, de esos que arman planes de bajo costo para irse de paseo a la playa.

Eso lo noté porque cuando toque a la puerta, y tras varios intentos por hacerme escuchar, pues adentro se escuchaban risas y  bulla, me abrió una chica envuelta en una toalla con estampado de palmeras, con cocos incluidos  y me preguntó que qué necesitaba. Entonces recordé el bullicio de unos minutos antes y me dije: ¡No puede ser, me tocó venir al cuarto de todas estas mujeres! Por el pequeño espacio que me dejaba ver la chica, pude ver bastante movimiento y barullo dentro del recinto. Un tanto azarado le expliqué a la dama mi problema y ella entre sorprendida y burlona, me miro de arriba abajo y luego sin decirme nada, se dirigió con un tremendo grito a sus compañeras. ¡Vaya si tenía voz de mando ¡ Les dijo: ¡Muchachas, acá afuera hay un señor que dice que se le cayó la cédula dentro de este cuarto, que si se la ayudamos a buscar !

Una carcajada general fue la respuesta, y luego otra voz se oyó dentro del tumulto: ¿Cómo así nos estaba espiando?- La chica entonces me miró con desconfianza- confieso que me desconcertó un poco, pero no perdí la compostura y le repetí la historia. Le rogué, que me ayudara, que necesitaba ese documento. Que yo lo había visto caer en una canasta, que sabía cuál era, que únicamente me permitiera indicarle, para que ella  buscara  mi cédula y me la entregara. Ella, volvió a gritarle a sus compañeras, que si le permitían entrar para que busque su cédula dentro de una canasta de ropa, una voz entre más condescendiente y burlona se dejó oír entre el tumulto: “Dígale que entre, pero que no se demore”, y entonces, la chica abrió la puerta y me autorizó  a pasar y es aquí donde las cosas se complican:

Al entrar, lo primero que me percató, es que casi todas ellas estaban en plan de meterse a la ducha, la gran mayoría envueltas en toallas y una que otra, despreocupadamente con sus cuerpos desnudos y por supuesto dejando ver sus  traseros, y senos al aire sin ningún reparo ni pudor, las chicas que acababan de llegar de la playa, estaban más  curiosas  que  sorprendidas por mi presencia, y entre risas y chanzas, me invitaban a que siguiera tranquilo y tomara lo que había ido a buscar. Azarado y apremiado, me dirigí al lugar  donde sabía que había caído mi cédula, y entonces me encuentro que las chicas habían movido de su sitio las canastas y que todas eran similares; y no sólo eso, también habían empezado a sacar su contenido, había ropa desperdigada por todas partes, ahora si completamente aturdido, ni siquiera reparaba en que algunas de ellas andaban en cueros, me  sentí urgido de encontrar lo que buscaba y salir pronto de allí.

La chica, que me había abierto la puerta me había acompañado y preguntó a mis espaldas: ¿Bueno, donde es que va a buscar? Yo rascándome la cabeza, no sabía por dónde empezar. Las cosas habían sido movidas de su sitio, pero me decidí por una canasta. Sabía que tenía que buscar por los contornos, metí las manos alrededor de la canasta y nada, las  muchachas me miraban curiosas desde sus sitios. Pero, nada, lo único con que lo se topaban mis manos era ropa femenina, y ni rastros de mi documento. Luego, intenté con otra y tampoco, nada. Sentía que el ambiente ya se estaba volviendo hostil contra mí, y creía escuchar ya murmullos de desaprobación, de repente sentí que estaba sudando en esta situación tan ridícula  en la que me había metido. Un par de gotas de sudor resbalaron de mi frente, cuando de pronto se desató el caos.

De un momento a otro las chicas parecieron ver mi apuro, y  en un apremio por  ayudarme empezaron a sacar las cosas de todas  las canastas y lo que empezó como algo solidario fue agarrando fuerza y de repente me vi envuelto en una nube de trapos que volaban de un lado a otro. Las muchachas le agarraron gusto al asunto y empezaron a arrojarme a la cara todas sus prendas, por doquier volaban calzones, sostenes, camisetas, y lo que cabe en la maleta de una dama. Un tsunami de ropa femenina me cayó encima,  mientras las carcajadas llenaban el cuarto.  A punto de ahogarme en un mar de trapos, decidí dar marcha atrás mientras las chicas continuaban en un pandemónium de prendas. La última imagen que de soslayo  vi es que ya todas estaban como cuando llegaron al mundo, pero no me quedé para contemplarlo.  

Dando un portazo salí de la habitación.  Resignado y pensando que quizá nadie más había perdido antes un documento de esa absurda manera. En la distancia aún se podía escuchar la algarabía de las damas que continuaba.



John Montilla:   Relato
Imagenes 1 y 3 tomadas de internet
Imagen 2.  Fotomontaje con un dibujo de Daniel Cerro. 
jmontideas.blogspot.com
(1-VI-2020) 




domingo, 17 de mayo de 2020

PErrADILLA

Por. John Montilla
“He tenido sueños y he tenido pesadillas,
pero he vencido a mis pesadillas gracias a mis sueños.”  Jonas Salk   


Pintura: El viejo rancho. Autor: Mauricio Morales. (2020)
Debo advertir que esto que voy a narrar fue un sueño que no hace mucho tuve. No me vayan a juzgar mal, sólo hago el papel de narrador protagonista. Soñé, que había ido a la vereda a visitar a uno de mis tíos, y como en muchas otras fincas allí también tienen perros. Siempre que voy, por el camino recojo una vara para espantar a todos los perros que salen a ladrar furiosos, para no estar buscando varas todo el tiempo he optado por esconder una en la oquedad de un árbol. Por supuesto, está vez también pude encontrarla en ese escondite y con la confianza que este objeto me daba, proseguí mi marcha hasta llegar a la casa.

Mi tío tiene la casa construida sobre pilotes que se levantan a más de un metro del nivel del suelo, y de esa forma aprovecha la parte baja para encerrar gallinas o criar cuyes, pero esta vez no miré nada. La casa estaba en silencio, hecho que despertó mi alarma, porque si no había nadie, los perros debían de estar más alerta que nunca. Me acerqué a la casa y llamé en voz alta: ¡Tío, tío !, nadie contesto, y de repente salió de debajo de la casa un tremendo pitbull negro que se estrelló contra la malla metálica en su afán de abalanzarse sobre mí, unos pollos que estaban cerca corrieron espantados y un gato que estaba dormitando en la parte alta de la casa, pegó un salto y en un santiamén estuvo en el tejado, mientras que yo por instinto agarré el palo como si fuese una espada, y con asombro pude notar que ahora tenía un largo y puntudo machete en mis manos.

Por fortuna, la malla, parecía segura, y la bestia seguía ladrando y acometiendo el vallado, nervioso volví a llamar, nadie respondía. Salvo los gruñidos del perro, nada se escuchaba, me estaba fastidiando la situación así que decidí dar media vuelta y regresarme, cuando de pronto el perro se puso a dar vueltas por el vallado, pensé: “Que tal si hay una abertura”, así que decidí largarme pronto de allí.
N°.2
N°. 3

De pronto vi que el animal se agachó sobre un pequeño hueco y alcanzó a  sacar una pequeña parte de su hocico, la malla pareció levantarse un poco, asustado decidí irme rápido de ahí, de pronto el animal se puso a cavar como loco, y gradualmente iba ensanchando el agujero, yo ya había arrancado a correr, cuando a los pocos segundos sentí que la fiera iba detrás  mío, alcancé a dar los últimos llamados a mi tío, pero tampoco hubo respuesta,  mientras corría por los cañaverales, iba pensando en un árbol, pero no se veía ni uno sólo. El perro ya me iba a dar alcance, cuando divisé una vieja y abandonada casa de madera,  construida sobre unos pilotes más altos que la casa de mi tío. Sin soltar el machete, me trepé de un salto, y desde allí enfrenté al perro, que luchaba en la parte baja por saltar.

Mí terror le había ganado a la compasión y ya le tiraba a matar. Alcancé a herirlo un poco en un costado, esto pareció amilanarlo un poco, pero me equivoqué, porque la bestia de un salto corrió hacia las gradas y en un instante estuvo arriba, yo lo espere firme y de frente, y cuando el animal dio el salto en el aire, le clave el machete en el cuello, y con el mismo impulso del perro lo tiré a la parte baja, De repente todo mi miedo, se había transformado en furia. Y salté detrás de él, que estaba tirado en el piso. No voy a describir la carnicería que armé allí porque no quiero dañarles el rato, pero el animal se resistía a morir, entonces en el paroxismo de la lucha le clave sin compasión el machete en el corazón, y de repente noté sorprendido que el animal se fue encogiendo poco a poco hasta convertirse en un pequeño cachorro. Y justo entonces apareció mi tío. Él estaba completamente inexpresivo, no dijo nada, se agachó, agarró el cachorro muerto, le desclavo el machete y lo tiró en el piso y se marchó sin decir palabra. Yo arrimado a la casa, sudando a chorros y aún aturdido por el suceso, simplemente alcance a murmurar: “Tío, perdóneme, pero tenía mucho, mucho miedo.” Pero él ni siquiera me volteó a ver, prosiguió imperturbable su marcha. Dos lágrimas corrieron por mis mejillas.

… Perdónenme ustedes, tenía mucho miedo, ustedes saben que no soy mala persona.


N°.4

John Montilla (17-V-2020)
Imagen de portada: Pintura de Mauricio Morales
Fotografías N°.2 y 3 tomada de internet
Fotografía N°. 4 Memo Romo 
Jmontideas.blogspot.com