domingo, 30 de octubre de 2016

NOCHE DE TERROR

John Montilla



El siguiente relato me lo llevó a clase hace varios años uno de mis estudiantes con el título de “La leyenda de los aserradores.” Me he tomado el atrevimiento de redactarlo y publicarlo.

Cuentan que hace varios años, un  par de aserradores se internó en  las montañas en  búsqueda de árboles de madera de buena calidad.  Ellos como buenos expertos en esas lides llevaban consigo sus herramientas primordiales: hachas, cuñas, mazos,  machetes, y unas buenas sierras, así como también un buen pertrecho de los elementos  más indispensables para sobrevivir  en los bosques; no les podía faltar  panela, sal, arroz, varias cajas de fósforos, cuerdas, linternas, escopetas y munición  para la cacería; además de unos grandes plásticos para guarecerse de la lluvia.

Dicen que cuando ellos llegaron al sitio donde encontraron el material que buscaban, procedieron a armar un campamento mucho más estable, por cuanto el trabajo prometía demorar un poco; de ahí que ellos habían decidido cambiar sus improvisados cambuches mediante la construcción de una cabaña, aunque un poco destartalada, mucho más cómoda. Le habían puesto tanto empeño a su refugio que la construyeron de dos plantas, dejando en la parte baja la hornilla de la cocina,  y la parte alta para guardar los víveres y dormir con mayor seguridad.

Con el paso de los días con su duro  trabajo, se fueron percatando de lo solitario de sus vidas en lo profundo del bosque, y que en esas soledades ellos se había puesto a pensar en la necesidad de tener la compañía femenina. Y  quizá por fruto de esos deseos una noche apareció como salida de la nada una mujer.  La enigmática aparecida había llegado directamente a la cabaña y ellos deslumbrados por su figura no habían atinado a preguntarse de lo insólito de su presencia, pues era muy bonita con una dulce y sensual voz y además poseía  una hermosa y larga  cabellera negra.

Sin detenerse a pensar de dónde  ni cómo llegó, uno de ellos bajo el influjo que su presencia emanaba, se las arreglo para que ella se fuera con él a la parte alta de la  casucha, mientras el otro se quedaba durmiendo en el piso de abajo. El hombre que quedó sólo en compañía de la noche, un poco más sosegado, pero  dubitativo  se puso a pensar en  lo misterioso de la  aparición de esa  mujer por esos inhóspitos parajes. Y mientras él estaba preocupado, pensando en lo que podría estar ocurriendo allá arriba, sintió que le caían unas gotas calientes en el rostro al mismo tiempo que  escuchaba unos extraños jadeos y gritos agónicos, se levantó alarmado y con cautela encendió un fósforo y se dio cuenta  que estaba manchado de  sangre, entonces, con mucho temor, pero con resolución  alistó  rápidamente una linterna  y  se puso sus botas - las armas no estaban al alcance de su mano -  ahora escuchaba ruidos más extraños arriba, como si un perro estuviera  triturando huesos. El terror que para entonces se había apoderado de él le impidió ir a cerciorarse que estaba sucediendo con su compañero de aventuras y únicamente pensó en huir lo más pronto posible de ese lugar.

Pese a que el miedo lo atenazaba, el procuró conservar aún la calma y despacio, muy despacio, él fue saliendo para que la criatura, monstruo, espíritu maligno  o lo que fuera no lo sintiera y cuando llegó al exterior, él arrancó a correr despavorido. Y que él escuchaba que  esa aparición le gritaba: “espérame, espérame”; con una voz lúgubre que retumbaba en el silencio de la montaña. El desesperado aserrador protegido con la luz de su linterna, corrió y corrió  hasta llegar a un potrero, donde había un rebaño de ganado y él como  último recurso se había metido en medio de las  vacas para protegerse de ese espectro que lo perseguía.

Por fortuna para el aterrado hombre el espíritu que estaba alrededor   no pudo entrar en medio del rebaño porque cada vez que lo intentaba el ganado lo rechazaba con profundos resoplidos.  Esa lucha entre hombre, animales y espantó había durado hasta el amanecer, y luego con la llegada de la luz había desaparecido tan misteriosamente como llegó, y  entonces, el sobreviviente buscó una vivienda cercana para pedir ayuda; unos  campesinos  lo habían auxiliado y gracias a ellos se  puede contar aún esta historia.


Redacción : John Montilla 

Recopilación: J. J. Huaca 
jmontideas.blogspot.com 

sábado, 8 de octubre de 2016

UN SOLIDARIO KILO DE ARROZ

Por. John Montilla


Un viaje  imaginario siguiendo el recorrido de un kilo de arroz nos demuestra que la miseria no queda tan lejos.

El eco de la tragedia en Haití - la desventurada isla del Caribe,  azotada por tantas desdichas-  inevitablemente tenía que llegar hasta nuestro distante pueblo. Por eso a casi nadie se le hizo extraño ver pasar un vehículo con insignias de la Cruz Roja, con los altavoces encendidos y  con sus respectivos voluntarios pidiendo y  recogiendo ayuda humanitaria para las víctimas de su reciente desastre natural: Un devastador terremoto.

“No hay comida, hay hambre, hay sed, hay cientos de muertos y desaparecidos, hay miseria, es uno de los pueblos más  pobres”, era el monótono y estridente mensaje que se escuchaba,   recordándonos lo que  a cientos de kilómetros se vivía.  

“Y es que la muerte de decenas de niños por hambre, hizo volver los ojos del país sobre una región condenada al olvido; sus habitantes son negados, oprimidos y explotados por gobernantes criollos y foráneos. Donde el  gobierno quiere ocultar la realidad histórica de la marginación y destaca la corrupción como causa del desastre social que siempre ha padecido este pueblo”*

Por eso, no me sorprendió el gesto de una humilde señora discapacitada, quien arrastrándose hasta la puerta de su casa, se percató del asunto y  le ordenó a una de sus hijas que les pasara el único kilo de arroz  que estaba sobre una destartalada mesa, y que con esfuerzo habían conseguido para la familia. La niña con un gesto en la cara entre la sorpresa y el orgullo de aportar, resignadamente - pues había tan poca comida  en la casa- pero con firmeza cumplió con el pedido de su madre.


La jovencita asomándose hasta el borde del vehículo vio como el valioso kilo de arroz  fue introducido en una bolsa, donde habían otros alimentos que a ellos también les hacían falta, y que ordenadamente fueron apilados.

Uno de los curiosos que se habían congregado alrededor del carro, comentó en voz alta: “Y pensar que en este país a veces la comida de los niños se la dan a los cerdos”, otro agregó: “Vi en la televisión un joven que dijo que no había comido nada y que únicamente había tomado agua con sal”. Otro vecino del lugar con un vieja guitarra en la mano sentenció la conversación de esta manera:”  Yo he escuchado que allá cuando un niño nace se llora, y que cuando alguien muere se canta.” y  a la caída de la tarde procedió a arrancarle unas  melancólicas notas a su guitarra y a entonar un “negro” poema:

Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.

Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **

Los voluntarios hicieron una pausa para escuchar en silencio al espontaneo cantor, para después  recorrer por un rato más el humilde sector  y
luego procedieron a marcharse con el poco pero significativo producto de su campaña en pro de la humanidad desventurada. Posteriormente, ya en la sede de la organización en forma metódica fueron  empacando las diversas ayudas que habían recogido en toda la ciudad, incluyendo claro está el preciado “kilo de arroz”, que  algún hambriento estomago estaría añorando.

Cuando se  tuvieron listas y correctamente empacadas todas las provisiones  que se  recolectaron en el departamento, se procedieron a enviar vía terrestre hasta la capital de la república. Allí los delegados locales se percataron que la solidaridad del pueblo colombiano una vez más se había puesto a prueba con una positiva respuesta. El resultado de ello es que no había forma de despachar  rápidamente todas esas ayudas; ya que el transporte aéreo dispuesto para ello no daba abasto para llevarlas a donde se necesitaban con urgencia. Con Haití nos separa el mar pero nos une el puente de las mismas necesidades.



Entonces, se decidió enviar parte de esos víveres   vía Medellín - perdido entre el montón iba el valioso  kilo de arroz-  y efectivamente así se hizo. Una vez allí,  a alguien muy eficiente se le ocurrió la idea de usar unos aviones de carga  que el espíritu solidario había logrado poner al servicio de la causa. Con lo cual se le dio agilidad a la operación humanitaria de hacer llegar esas urgidas ayudas a los estómagos necesitados de nuestro planeta.

Ya en su destino, y después de superar todos los  avatares de la larga travesía iniciada desde el momento en que fue donado. El kilo de arroz que había sido unido a  otros productos para formar una humilde pero frugal remesa, fue entregado a unas negras manos que agradecidas los recibieron y luego fue cocinado con el regocijo de la esperanza de saber que en su desdicha no estaban solos en el mundo; y una tibia noche  al son de los milenarios tambores africanos sirvió para alimentar por una vez a una familia del… Chocó en Colombia.





 John Montilla
Adenda:
Fotografías tomadas de internet.
(*). Texto referente al departamento del Chocó un tanto parafraseado.
(**). Fragmento de un poema, autor Candelario Obeso.


domingo, 2 de octubre de 2016

EL PRINCIPITO Y EL INDECISO

Por. John Montilla



Ya en el planeta tierra, El Principito llegó a Colombia y se encontró con un indeciso.

-¿Qué haces? - le preguntó al indeciso,  quien estaba sentado frente a un computador con las manos en la cabeza y rodeado de varios papeles desordenados en la mesa.

-Estoy leyendo para decidir- respondió el indeciso con aire meditabundo.

-¿Decidir qué? –volvió  a preguntar El Principito

Por toda respuesta y mientras se enredaba de manera distraída el pelambre,   el indeciso le pasó un papel y El Principito pudo leer una pregunta que allí estaba escrita:

¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?

El inocente rostro de El Principito, tomó una expresión  de sorpresa y luego volvió  a mirar al indeciso quien recostado sobre la mesa jugueteaba con un lápiz, marcando una X de manera alterna sobre las palabras SÍ  y NO.

-¿Quieres decir que han estado en guerra? Le preguntó El Principito al indeciso.

-Sí, por  mucho tiempo- Respondió el indeciso que ahora jugaba con una moneda. La lanzaba al aire, la atrapaba con sus manos, la miraba y la volvía a arrojar a las alturas. Luego agregó: Unos dicen que  votar sí en este plebiscito  nos conviene y otros dicen que no.

- ¡Ah ¡- El Principito estaba ahora de verdad  sorprendido- ¿Eso es lo que te tiene  tan confundido ?

- Sí-  musito el indeciso.

El Principito permaneció en  silencio, recogió del suelo una hoja que tenía escrita la palabra “NO”, y de manera distraída empezó a elaborar un avioncito de papel. Cuando terminó,  ágilmente lo arrojó a los aires;  el frágil avión voló por un breve momento y  cayó distante de donde ellos estaban. Luego tomó una hoja que decía “SÍ”, y hábilmente plegó una paloma, se la puso en las manos al indeciso mientras le decía:

-Si yo tuviera que escoger. Yo decidiría que “SÍ”, que sí quiero vivir en Paz.


Jhon Montilla
jmontideas.blogspot.com