lunes, 16 de septiembre de 2013

A las carreras

Por: John Montilla.


De  cómo el trabajo académico de años se puede ir al traste en minutos por cuestiones ajenas y ridículamente absurdas.

Para empezar debo exclamar: ¡Que no es  posible que se les olvide instalar la alarma la víspera del día en que tienen que madrugar para ir a presentar las pruebas ICFES! Porque esto implica salir  a las carreras de casa, sin desayuno y  con la tranquilidad ya perdida.

Esta situación de urgencia  experimenté  debido a que tuve que llevar de manera apresurada a alguien de la familia hasta la puerta de entrada del establecimiento educativo donde tenía la  citación, para  que presentara las pruebas de estado. Por eso pude ver a un gran número de estudiantes de grado once de varias zonas del departamento, cuando  se disponían a  presentar las pruebas saber ICFES. El hecho de ser testigo me sirvió para percibir no sólo la las expectativas y ansiedad de algunos,  sino también me percaté de ciertos detalles de cómo algunos  jóvenes no toman las cosas con la seriedad del caso.
 
Inicio con el siguiente ejemplo: Justo cuando faltaban pocos minutos para empezar la prueba,  la jovencita a quien yo había llevado hasta el colegio , me pide que haga el favor de llevar a una de sus compañeras de clase hasta su  casa, porque había olvidado traer su documento de identificación.  ¡No puede ser !, les digo: Porque esa es una de las recomendaciones que más se les recalca. De todas formas accedí a llevarla; el problema fue que ella vivía  en uno de los extremos de la ciudad; obviamente cuando regresamos, la  prueba ya había iniciado. Conclusión: Preocupación ganada y  minutos preciosos perdidos.

Luego, en el camino a casa  veo a dos jovencitas con sendos lápices en sus manos y también a las carreras, pero no en dirección del colegio, sino para otro lado; obviamente deduje que iban retrasadas, me detengo al lado de ellas y les pregunto: ¿Qué pasó, se equivocaron de institución?, Respuesta: “Olvidamos los documentos de identificación”, Contraviniendo las normas,  me ofrecí a llevarlas y traerlas a ambas a la vez;  me pregunto qué calma pueden tener después de ese trote.

Ya de vuelta al colegio con las dos estudiantes - que por fortuna no vivían muy lejos -, indago a los porteros por el asunto y me dicen que  hay varios estudiantes en carreras por diferentes circunstancias. Entonces, decidí pararme en la entrada y observar más  detenidamente, la cuestión de los afanes de última hora.
 
Precisamente, lo comprobé, cuando una joven se baja apresuradamente  de un taxi, y  justo cuando a la entrada le preguntan por el documento de identidad, lo único que hace es agarrarse la cabeza a dos manos, maldecir, y  corra a  agarrar el vehículo otra vez, ignoro a qué horas regresaría.

Luego, cuando veo a un joven desesperadamente buscando algo, se me sale lo del buen samaritano, y  le preguntó si le puedo ayudar en algo; me dice que también olvido los documentos; el problema es que vive en las afueras de la ciudad; por eso buscaba afanosamente –a esas horas- servicio de teléfono para hacer una llamada a su casa, para que le envíen  lo que necesitaba. Apostaría  a que no presentó las pruebas.

A propósito de llamadas, no obstante estar muy claro en el documento de citación la prohibición del ingreso  de celulares y todo tipo de aparatos electrónicos, más de uno hace caso omiso de la restricción; ojalá no se hayan olvidado de apagar esos aparatos pues esto puede acarrear sanciones, además todo tipo de interrupción es un falta de respeto  a los jóvenes que se toman las cosas con seriedad. No está por demás anotar que  algunos no llevaban ni los elementos elementales para presentar la prueba, por eso no me pareció extraño ver partir  en dos un lápiz nuevo. Algunos de los que llegaban retardados  ni siquiera le habían sacado punta al lápiz.



Otra persona, llega con el documento de citación y todos los papeles en regla, pero no tiene la certeza de la  institución educativa  donde debe presentarse, ¿Por qué no lo averiguó antes? Le permiten ingresar, y al rato se la ve salir a toda prisa, pues le toca realizar el examen  en otro colegio. A todas esta ya hace media hora que inició la prueba. Alcance a notar que se subió en una  buseta. ¿A qué horas llegaría?

Para completar el cuadro, llega una estudiante en estado de embarazo, en compañía de otra más jovencita. E igual: olvidó sus documentos, el problema es que no viven cerca del colegio. Los porteros ya no saben que decir. La desafortunada chica sólo atina a decirle a la niña que la acompañaba, que vaya corriendo por el bendito documento. La muchacha sólo atina a hacer un gesto de resignación y sale corriendo en dirección a su casa. Por mi parte ya me estaba cansando del tema,  pues me dije: “no es asunto mío”, pero tras un par de minutos de vacilación,  decidí alcanzar a la niña, para ayudarle a cumplir su cometido. El problema fue que cuando regresamos con la cédula, la futura madre se había ido en otro vehículo. Al parecer ella no se percató de mi ayuda.  Lo único que pudimos hacer fue decirle a la niña que  espere hasta que ella regrese. También ignoro si alcanzó a ingresar hasta la hora límite.

Tampoco puedo dejar de anotar que el día fue bastante caluroso, lo cual  hace que sea un poco más fatigoso el estar sentado varias horas contestando una prueba de ese talante. De ahí que la curiosidad me lleva imaginar, en como la pasarían, aquellos que les dio por “darse un escapadita”  la noche previa a este importante compromiso.

Más tarde me enteré del caso de un estudiante que no presentó la prueba, simplemente porque malgastó el dinero que  sus padres le habían dado  para que pague la inscripción previa. Pero el joven engañó a su familia, simulando presentarse a la prueba: Madrugó, llegó al colegio, pero obviamente no pudo  ingresar, en vez de eso se ausentó de casa todo el día, y luego apareció a la hora de salida para tratar de encubrir su farsa. ¿Qué irá a decir para esconder los resultados?...   a preparar otra mentira.

Todos estas prisas estudiantiles  narradas no tendrían trascendencia, de no ser  porque el trabajo de años de instituciones, profesores y  padres de familia  se puede ir al traste en minutos, por cuestiones completamente ajenas y casi que  ridículamente absurdas, pues está demostrado que si se toma la prueba muy en serio, un resultado óptimo en el  ICFES bien puede llevar a los jóvenes  a más saludables y provechosas carreras.

John Montilla:
Esp. Procesos lecto-escritores

(Imágenes internet)











LA MANO DEL POLÍTICO

Por: John  Montilla

¿Alguna vez le ha dado la mano  a usted un político en campaña?  … Esta fue la pregunta que se me ocurrió hacerle a un reducido número de personas; debo resaltar que entre  las  respuestas que obtuve  voy a consignar   las que me parecieron  más significativas; la razón que me impulsó a realizar  esa pequeña encuesta  fue el proveerme de opiniones para poder relatar una anécdota que tengo guardada hace ratos.

Empiezo anotando la respuesta  de un amigo, que por  cierto es un gran pintor y de cuyas artísticas  manos salen con la ayuda de lápices, pinturas y   pinceles  unos  hermosos  paisajes, loros y papagayos multicolores. Pues bien, este hombre del arte y cuyos dedos manchados de múltiples tonos de color  semejando un arcoíris perdurable  me dice: “Por ahora mis manos están vírgenes con respecto a ese tema.” Es decir, nunca le ha dado la mano a un político; cosa que es casi muy difícil de encontrar. Él asegura: “A veces ni me doy cuenta, quienes están en campaña.” Luego afirma de manera categórica: “Nunca le he dado la mano a ningún político, siempre voto en blanco.”
  
 Pero algunos no podemos evitar enterarnos de que hay campañas políticas  y en determinados momentos nos vemos presionados o empujados por diversas circunstancias  necesariamente a “ser saludados” por un político  en campaña; y es aquí donde yo quisiera aconsejar a ellos que  no le den la mano a todo el mundo; pues les puede pasar lo mismo que le pasó a uno de estos personajes en una de esas repetidos esfuerzos para conseguir el favor de los votantes. He aquí la historia:

El pleno furor de una campaña electoral venía un candidato saludando de manera afable y cordial a todos los transeúntes de un sector  popular. El personaje iba de acera en acera y de puerta en puerta,  saludando a cuanta persona encontraba a su paso. Pues bien yo me encontraba junto a un par de conocidos,  uno de ellos estaba agachado tratando de encontrarle una falla a su motocicleta, cuando se percató de que venía el candidato. El hombre al verlo dijo por lo bajo: “Ya viene un  … ¡&*%/8””+%! …  de esos.”
Y acto seguido, sin que pudiéramos evitarlo, justo cuando el personaje se aproximaba y ante el asombro de nosotros dos, de manera disimulada se escupió  rabiosamente en las manos, se untó  a propósito grasa de la cadena de la moto  y luego procedió a asentar  las manos contra el polvo de la calle sin pavimentar y por último se las froto suavemente y con deleite. El hombre  fingiendo revisar una llanta de la motocicleta espero de la manera más seria posible la llegada de su “victima” que ajeno  a la situación se acerco a saludarnos cordialmente. Cuando le tocó el turno  al bromista,  este le dio al candidato un firme y cálido apretón de manos y una cariñosa palmada en la espalda mientras le aseguraba  que él era el único candidato por quien valía la pena votar.

 


Ya podrá el lector imaginarse el resultado de esa grosera acción cuando  el personaje desapareció en la esquina más  próxima. La señal más elocuente del resultado de ello fueron las carcajadas que dejaron a un segundo plano las palabras.





¿Qué motivó este inusual  episodio? Ustedes tendrán sus respuestas; por lo pronto anoto algunas que me suministraron. Alguien apunta: “Los políticos son unos interesados, que  sólo se acuerdan de uno en  elecciones y somos ciudadanos y nos utilizan para llegar al poder y luego no cumplen con sus promesas.”   Otra persona expresa: “Ellos se comportan bien con uno en campaña, pero luego  si en la calle te los encuentras ni siquiera te miran.”

Afortunadamente alguien deja un aliento de esperanza al decir que: “No todos son malos porque hay excelentes políticos, pero  que es una lástima que a esos buenos el pueblo no los escucha, y son tan poquitos  que los  puedes contar con los dedos de una sola mano.”
 
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores

(Imágenes internet)



BOOMERANG : Mini cuento de dos líneas y media

Por: John  Montilla.


Con esta corta, pero significativa historia  que voy a mostrar gané el  concurso departamental de mini cuento  en la ciudad de Palermo – Huila (Colombia) en 1997. Debo decir con toda modestia, que en esa oportunidad  mi  pequeña obra resultó elegida entre más de sesenta participantes, entre la cuales había  trabajos de reconocidos y  experimentados escritores huilenses.


 Aquella  vez,  fue mi segundo intento, pues el año previo, también había participado y logrado el segundo lugar; lo que al final  me motivó a escribir el  texto  que a continuación les presento:




BOOMERANG
En un destello de lucidez, el dictador había decidido abolir la persecución y  tortura en  su gobierno; pero fue derrocado,  por dejar a medio régimen sin trabajo.



BREVE APUNTE LITERARIO: “El mini cuento es un texto literario de muy pocas líneas que, por la brevedad y precisión en su vocabulario, crea la intensidad suficiente para turbar al lector. Para explicarlo de alguna forma, es como cuando encendemos una cerilla, primero, un chispazo; luego, la llama se extingue fugaz; y, finalmente, esa quemazón en los dedos... ” (www. buenastareas. com)

¿Alguien se anima a tratar de analizar ese mini cuento?

John Montilla

Esp. Procesos lecto-escritores





domingo, 8 de septiembre de 2013

¡ Sí hay gasolina !

Por: John  Montilla


“Si hay  gasolina, si hay gasolinita
 a ocho mil pesitos la botellita,
no se preocupe por la platica, 
cómprela ahorita 
porque  después le toca andar con la moto rodadita.”

Este estribillo le alcancé a escuchar a un señor algo embriagado que  estaba revendiendo el preciado combustible que por  estos días escasea en Mocoa y el Putumayo entero a raíz del paro agrario.

Como están las circunstancias una gran cantidad de conciudadanos se han visto obligados a pagar estos escandalosos precios por  el combustible.  Fui testigo  hace un par de días de cómo en cierto punto se estaba revendiendo y  al preguntar, no por un galón, sino por una simple botella de gasolina pedían doce mil pesos por ella. Más de un necesitado al escuchar el costo daba la media vuelta y adiós. Luego a corta distancia de ese sitio pude ver otro punto de venta en el cual había una sustancial rebaja de cuatro mil pesos con respecto al anterior precio. Pero, a escasos metros más adelante  había una ganga de siete mil pesos por botella y como era lógico esta “mini estación de servicio” era la que más clientes recibía.

 Las “mini estaciones de combustible” que esporádicamente surgen en determinado momento y en la esquina menos esperada, se  pueden percibir, no por los clásicos grandes anuncios de luces  y color, sino por la imagen de una botella plástica de gaseosa  llena de gasolina y  un rústico embudo también elaborado de otra botella recortada para tal fin. Estos objetos al igual que el vendedor discretamente ubicados a las orillas de la calle. No necesitan mucha propaganda mediática pues el voz a voz y la necesidad hacen que la gente llegue a ellos cual abejas motoras en busca de su  polen carburante.

Entonces ante la actual situación a la gente le quedan  dos opciones: Pagar por ello o en caso contrario guardar su vehículo  y echar a caminar;  y los que aún tienen una pequeña reserva de gasolina y quieren ahorrar les toca hacer lo mismo que un buen amigo  confiesa:   “Con la escasez de combustible en Mocoa, algunos aprovechamos las bajadas para desplazarnos con la moto apagada.” Esta práctica y  graciosa escena de rodar la motocicleta se ha vuelto recurrente por estos días. Alguien apunta: “Y  sí miramos a un amigo a pie, nos hacemos los que vemos al otro lado para no tener que llevarlo.” Todo recurso es válido en ese empeño de no tener que dejar guardado el vehículo de transporte.

 Otra persona simplemente sentencia: A mí ya no me alcanza ni para rodarla.”  Y  eso muy seguramente le pasa a muchos, por eso también se han venido presentando los casos de robo de gasolina mediante la modalidad de “ordeñar la moto”  del que la deje mal parqueada. Una fuente confiable me cita un ejemplo de cómo alguien  al disponerse  a regresar a casa después de la jornada de trabajo, se percató de que le había sustraído el combustible del vehículo.

A esto debe sumársele algo peor; a cierta vecina que compró una botella de gasolina le empezó a fallar la moto, pues al parecer la calidad de lo que le vendieron dista mucho del precio que pagó. Ahora a pagar mecánico.  Así que mejor va tocar seguir el consejo de un amigo aficionado a dar pedalazos: “Cómprate una bicicleta, estas nunca se varan por gasolina” y además agrega


 “Deberían implantar en Mocoa la cultura de la bicicleta, empezando por la construcción de ciclo vías.” Yo  le respondo que más fácil es que baje el precio de la gasolina o que a nuestros campesinos les solucionen los problemas.

Pues, no hay que olvidar que los inconvenientes temporales de estos días se deben al actual paro del sector agrario que reclama sus derechos,  y puestos a escoger es mejor que haya papa y arroz para comer;  total gasolina sí hay.  Lo que está es más cara que nunca.

John Montilla

Esp. Procesos lecto-escritores