lunes, 16 de enero de 2017

EL HOLLÍN

Por. John Montilla 


Las remembranzas de una abuela nos traen un episodio de aquellos tiempos en el que se cocinaba exclusivamente con leña, en un fogón casero, construido de manera rústica con piedras o unos cuantos ladrillos, y con una parrilla hecha con resortes de carro,  pues antes se podía encontrar esos gastados hierros tirados en cualquier parte.




Con la nostalgia de las palabras viene  a colación el recuerdo de ese delicioso sabor del sancocho cocinado con leña en esas viejas cocinas, en las que también se ponía la carne al humo para poder conservarla, pues por aquellas épocas tener una nevera aún era un sueño. Nos dice la persona que nos regala este episodio: “Mi abuela solía tener una gran colección de ollas negras por el hollín que causaba el cocinar con leña, que a propósito eran grandes porque tocaba  preparar comida  para los de la casa, que por lo general eran muchos, también para la peonada cuando la había y no podía faltar un plato extra para los forasteros:” En otras épocas según las palabras de la abuela en mención: “ A nadie se le podía negar una taza de café caliente o un buen plato de sancocho.”






Al igual que el diario vivir y el trabajo, también  la diversión se adaptaba a las circunstancias; nos dice la colaboradora: “Mi abuela era oriunda de Nariño, nacida en el año 1948. Cuenta que en su infancia se vivía de una manera muy distinta a la de nuestros tiempos, que cuando se avecinaban los carnavales de negros y blancos del 5 y 6 de enero , no se salía a la tienda a comprar los tarritos de cosméticos de variados colores como los hacen ahora,  que los carnavales eran un acontecimiento que se preparaba con anterioridad , que ella se metía a la cocina a  escoger las ollas que más tizne tuvieran ;  las  raspaba con una cuchara de palo o con lo que tuviera al alcance para recolectar la mayor cantidad de hollín y con este hacer  una pasta con la que pudiera untar en el rostro a todos sus amigos y vecinos de la población; que debido a la escasez de dinero  no lo mezclaban  con aceite si no con la manteca de algún animal  y en últimas simplemente con agua, y de esta rudimentaria forma  para el día de los negritos ya se tenía listo el hollín o también el carbón bien triturado o raspado con el que jugaban sin parar a ponerle la pintica negra a todo aquel que estuviera en la calle, que esto se  hacía de manera respetuosa y sólo se veían caras negras y dientes sonrientes.”





La abuela anotaba con cierta melancolía: “Esa  era la manera más sana de divertirse, y que esa es una tradición que se ha venido perdiendo con el pasar de los años, quizás debido a las comodidades de la actualidad.” “…ahora se ven gran variedad de cosméticos de colores que vienen empacados y listos para ser usados, se pierde la emoción, no se imaginan lo divertido que era raspar las ollas y recibir el regaño de las madres quejándose de que se  las iban a romper si les quitaban todo el hollín; luego preparar la negra crema para salir a correr por las calles con una bolsa de carbón  y con las manos y la cara untadas a más no poder de esta mezcla  y ni imaginarse el baño después de tan anhelada fecha de diversión  y risa.”

Termina la colaboradora  agregando: “Mi abuela recuerda con alegría y a la vez con nostalgia, dice que estos tiempos fueron los más bellos de su infancia; que a pesar de la pobreza y la escasez, a nadie le faltaba su fogón con su comida y por ende el hollín de sus negras ollas para la diversión.”





John Montilla. Texto y Fotografías
Colaboración de Yudi García

jmontideas.blogspot.com.co  


(La última fotografía tomada de la página: La lógica de mi papá. )