domingo, 17 de mayo de 2020

PErrADILLA

Por. John Montilla
“He tenido sueños y he tenido pesadillas,
pero he vencido a mis pesadillas gracias a mis sueños.”  Jonas Salk   


Pintura: El viejo rancho. Autor: Mauricio Morales. (2020)
Debo advertir que esto que voy a narrar fue un sueño que no hace mucho tuve. No me vayan a juzgar mal, sólo hago el papel de narrador protagonista. Soñé, que había ido a la vereda a visitar a uno de mis tíos, y como en muchas otras fincas allí también tienen perros. Siempre que voy, por el camino recojo una vara para espantar a todos los perros que salen a ladrar furiosos, para no estar buscando varas todo el tiempo he optado por esconder una en la oquedad de un árbol. Por supuesto, está vez también pude encontrarla en ese escondite y con la confianza que este objeto me daba, proseguí mi marcha hasta llegar a la casa.

Mi tío tiene la casa construida sobre pilotes que se levantan a más de un metro del nivel del suelo, y de esa forma aprovecha la parte baja para encerrar gallinas o criar cuyes, pero esta vez no miré nada. La casa estaba en silencio, hecho que despertó mi alarma, porque si no había nadie, los perros debían de estar más alerta que nunca. Me acerqué a la casa y llamé en voz alta: ¡Tío, tío !, nadie contesto, y de repente salió de debajo de la casa un tremendo pitbull negro que se estrelló contra la malla metálica en su afán de abalanzarse sobre mí, unos pollos que estaban cerca corrieron espantados y un gato que estaba dormitando en la parte alta de la casa, pegó un salto y en un santiamén estuvo en el tejado, mientras que yo por instinto agarré el palo como si fuese una espada, y con asombro pude notar que ahora tenía un largo y puntudo machete en mis manos.

Por fortuna, la malla, parecía segura, y la bestia seguía ladrando y acometiendo el vallado, nervioso volví a llamar, nadie respondía. Salvo los gruñidos del perro, nada se escuchaba, me estaba fastidiando la situación así que decidí dar media vuelta y regresarme, cuando de pronto el perro se puso a dar vueltas por el vallado, pensé: “Que tal si hay una abertura”, así que decidí largarme pronto de allí.
N°.2
N°. 3

De pronto vi que el animal se agachó sobre un pequeño hueco y alcanzó a  sacar una pequeña parte de su hocico, la malla pareció levantarse un poco, asustado decidí irme rápido de ahí, de pronto el animal se puso a cavar como loco, y gradualmente iba ensanchando el agujero, yo ya había arrancado a correr, cuando a los pocos segundos sentí que la fiera iba detrás  mío, alcancé a dar los últimos llamados a mi tío, pero tampoco hubo respuesta,  mientras corría por los cañaverales, iba pensando en un árbol, pero no se veía ni uno sólo. El perro ya me iba a dar alcance, cuando divisé una vieja y abandonada casa de madera,  construida sobre unos pilotes más altos que la casa de mi tío. Sin soltar el machete, me trepé de un salto, y desde allí enfrenté al perro, que luchaba en la parte baja por saltar.

Mí terror le había ganado a la compasión y ya le tiraba a matar. Alcancé a herirlo un poco en un costado, esto pareció amilanarlo un poco, pero me equivoqué, porque la bestia de un salto corrió hacia las gradas y en un instante estuvo arriba, yo lo espere firme y de frente, y cuando el animal dio el salto en el aire, le clave el machete en el cuello, y con el mismo impulso del perro lo tiré a la parte baja, De repente todo mi miedo, se había transformado en furia. Y salté detrás de él, que estaba tirado en el piso. No voy a describir la carnicería que armé allí porque no quiero dañarles el rato, pero el animal se resistía a morir, entonces en el paroxismo de la lucha le clave sin compasión el machete en el corazón, y de repente noté sorprendido que el animal se fue encogiendo poco a poco hasta convertirse en un pequeño cachorro. Y justo entonces apareció mi tío. Él estaba completamente inexpresivo, no dijo nada, se agachó, agarró el cachorro muerto, le desclavo el machete y lo tiró en el piso y se marchó sin decir palabra. Yo arrimado a la casa, sudando a chorros y aún aturdido por el suceso, simplemente alcance a murmurar: “Tío, perdóneme, pero tenía mucho, mucho miedo.” Pero él ni siquiera me volteó a ver, prosiguió imperturbable su marcha. Dos lágrimas corrieron por mis mejillas.

… Perdónenme ustedes, tenía mucho miedo, ustedes saben que no soy mala persona.


N°.4

John Montilla (17-V-2020)
Imagen de portada: Pintura de Mauricio Morales
Fotografías N°.2 y 3 tomada de internet
Fotografía N°. 4 Memo Romo 
Jmontideas.blogspot.com

viernes, 15 de mayo de 2020

CUADERNO-TESORO

Por. John Montilla

“Guardaré este cuaderno con cariño.” M.R

Todos tenemos en nuestra memoria algún profesor inolvidable, quien, para bien, dejó una huella imborrable en nuestras vidas.  Les voy a contar un pedacito de la historia del profesor que nunca he olvidado. Tengo de esa persona dos cosas que muchos años después aún conservo.

Fugaces pasan por mi mente visiones de antaño en las que presuroso llegaba a casa después de la escuela y me deleitaba con mis primeros trazos y palabras escritas, tanto es así, que, de aquella época, aún conservo como un verdadero tesoro, un cuaderno de mi primer grado escolar, no dice, cuaderno de español, ni de gramática, ni mis primeros trazos, ni tampoco dice “que divertido es aprender a leer”, ni nada por el estilo. Mi cuaderno tesoro inicia con el sugestivo rótulo de “ENTRADA AL SABER”, es el más bello título que haya leído en mi vida; es una invitación al viaje del conocimiento, en mis años de trabajo como docente, nunca he visto algo que se le parezca.

Ese hermoso título, que hace tanto tiempo fue hecho con tinta indeleble color púrpura, con el paso de los años se ha ido desapareciendo, razón por la cual, alguna vez, no recuerdo cuando, decidí repintarle los bordes con lapicero negro, en un afán de conservar esas memorables palabras que están estampadas en unas ya quebradizas, frágiles y amarillentas hojas. Eso fue algo así como profanar con mis manos inexpertas una obra de arte creada por un maestro.
Esas inolvidables palabras fueron escritas con la letra armoniosa y firme de mi primera profesora, a quien tengo en mi memoria como una mujer muy paciente y llena de ternura. ¿De dónde era ella? No lo sé; pero recuerdo que hace unos años intente localizarla para expresarle mi eterna gratitud, por haberme guiado a la entrada del saber. Desafortunadamente mis pesquisas resultaron infructuosas. Nadie me supo dar razón. No creo que aún exista, pero las semillas que ella como maestra dejo sembrando, aún perduran, como también perduran en mi cuaderno todas las imágenes que ella hizo con sus propias manos, era muy buena dibujante, aún hoy, me sorprende su habilidad para hacer tantos dibujos a tantos niños en clase.

Se llamaba Miriam Ruales, mi mente guarda retazos de recuerdo de su imagen, su cabello era bastante crespo, ella era alta y bien formada, y creo que sus mejillas eran bien coloradas, siempre he pensado que debió ser de Pasto o del Alto Putumayo. Como nunca pude encontrarla, sea esta la oportunidad para dedicarle las mismas palabras que hace ya muchas lunas, ella me regalara de viva voz, una voz que mi traidora memoria, ya no conserva, pero que si está plasmada en mi viejo cuaderno-tesoro y que quedaron guardadas para siempre en este inolvidable dictado que ella nos hizo copiar y que aquí transcribo textualmente:

ADIOS A PRIMERO

“He terminado mi primer grado de primaria
Aprendí muchas cosas útiles y bellas.
No olvidaré las enseñanzas que me dio mi maestra.
Y los ratos felices que pasé con mis compañeros.
Al despedirme le doy gracias a mis padres
que con amor me mandaron a la escuela
a aprender a leer y escribir.”

Este maravilloso escrito de despedida de mi primer año escolar, termina así:

 “Guardaré este cuaderno con cariño.”

Esta memorable frase final, caló muy hondo en mí; prueba de ello es que muchos años después aún está en mis manos y en mi vida, pues con el transcurrir del tiempo llegué a comprender que este valioso objeto era para mí una metáfora, ya que con él estaba también conservando por siempre el conocimiento que ella me había compartido. Por eso nunca la olvido. Le guardo eterna gratitud.

Gracias a mi profe por enseñarme y señalarme la entrada al saber.

***
Parte posterior del cuaderno,  aún conserva su antiguo forro de plástico. 
Adenda.

Alguna vez tuve la oportunidad de ser profesor de grado primero, y a mis estudiantes les hice copiar ese mismo título en sus cuadernos y al finalizar el año escolar les hice copiar el mismo dictado, no creo que ninguno haya guardado su cuaderno. No hace mucho y después de varios años, tuve la oportunidad de contactar a uno de esos exalumnos, esa experiencia es tema para otro artículo.


John Montilla. Texto e imágenes
jmontideas.blogspot.com
(15-Mayo-2020)

domingo, 10 de mayo de 2020

NO LE VAYAN A DECIR A MI MADRE

Por, John Montilla 



No le vayan a decir a mi madre que me he tomado el atrevimiento de tomarle una foto a su vieja cafetera y la he publicado en las redes sociales, ella no comprendería mis razones, y por supuesto es posible que  tampoco me lo perdone y lo más grave, quizás ella no vuelva a contarme esas historias que sabe. Ese es el riesgo que corro al hacer este escrito.

Les voy a contar como conseguí la foto antes de pasar a las historias que ella a ratos me narra: Aproveché que la casa estaba solitaria, de otra manera, mi madre no me habría permitido hacer la fotografía, porque en sus propias palabras “Vos todo lo andas publicando”. La actual circunstancia de la pandemia, con el aislamiento de la familia para pasar la cuarentena, me permitió andar por todos los recovecos de la casa y echarle una mirada de narrador explorador a las cosas que me parecen que me pueden generar una historia, como por ejemplo esa vieja cafetera.

Ese objeto lleva muchos años en la cocina de mi madre, ignoraba  cuantos, pero una pregunta que le hice disimulando mi interés, me confirmó que tenía más de tres décadas. También pude comprobar que era de buena madera; fue elaborado con “amarillo y achapo” los duchos en el tema comprenderán de que hablo. Y de ñapa me enteré que mi mismo padre la elaboró en una temporada en que se le asignó laborar en la sección de carpintería cuando trabajaba en la gobernación. Él,  en su tiempo  fue un gran conocedor de  maderas. Ese conocimiento ha sido la clave de la longevidad de esa cafetera.  Me pregunto cuántos cientos de litros de café se han colado en ese objeto casero. De ahí se ha servido café en todos estos años a propios y extraños. Todo visitante que llega a la casa, por lo menos  se ha tomado una taza de café salida de ese artilugio de antaño.

Pero, como decía antes, a mi madre no le gustará saber que estoy haciendo conocer algunas intimidades de la casa. Ya he tenido con ella varios episodios sobre estos temas, porque ella es bastante reservada en sus cosas, y también con sus historias; por ejemplo, no hace mucho a raíz de la pandemia del coronavirus, me estuvo contando que alguna vez su bisabuela le contó de una epidemia que hubo hace ya varios años en Ancuya, Nariño, su pueblo natal. Por supuesto que yo creí en su versión, pero no tenía elementos para comprobarlos hasta que recientemente, una veterana profesora, y al parecer oriunda de esa misma localidad, publicó un texto en las redes sociales, en el que narraba y corroboraba parte de esa trágica historia. Además, pude acceder a un documento oficial del año 1939, en el que presidente de aquella época, Eduardo Santos, ordenaba unas disposiciones para contrarrestar el problema sanitario que acabó con la vida de mucha gente en esa época.

Mi madre recordaba que su bisabuela había dicho: “La gente contagiada de repente daba un salto como si fuera una gallina con achaque y ahí quedaba quieta para siempre”, una parte de la narración que leí del hecho  dice así: “La enfermedad se caracterizaba por anemia, fiebre alta, sudoración  y aparición de verrugas… ”

Otro fragmento del relato, nos da más luces sobre la magnitud de ese desconocido suceso: “Ante tanta desesperación por evitar la epidemia, el padre Alfonso Romo Lucero, solicitó ayuda ante el gobierno Eclesiástico del Ecuador, de donde le enviaron un médico que resultó peor que la enfermedad ya que este galeno confundió la enfermedad con fiebre tifoidea y los medicamentos suministrados no eran los adecuados acelerando la muerte de los pacientes.
Las cajas mortuorias eran fabricadas por un carpintero del pueblo quien no se daba abasto por la cantidad de muertos que a diario se presentaban, para tan mala suerte que este señor fue contagiado y murió, ante la falta de cajas optaron por trasladar los féretros en chacana y colocarlos fosas que se habían abierto en el cementerio.”

Ancuya, foto antigua, tomada del facebook de Irma Zambrano 
Este pedazo de historia lo aprendí, gracias a la memoria de mi madre, pero a ella no le gustará que yo lo ande diciendo a los cuatros vientos. Pero, este tipo de cosas merecen ser compartidas, así como las vivencias de un legendario señor del que ella a veces se acuerda unas frases geniales. Yo tenía una serie de apuntes guardado con el título de “La historia del finado Bauta”, pero un aciago día, mi computador se dañó y perdí todos esos datos que había recogido en el transcurso de varios años, y cuando quise pedirle de nuevo que me los contara, no quiso por dos razones; la una porque ya no se acuerda de todos y la otra porque, según ella, repito: “todo lo ando publicando”; son pocos los recuerdos que tengo y aspiro volver a armar el rompecabezas de esa historia, porque me gustaría algún día mostrarle al mundo quien fue el finado Bauta. Quien según mi madre tenía cosas como estas:

Él era un hombre muy humilde y muy buen obrero, pero si un día amanecía lloviendo él simplemente decía: “Pobre soy, pero así no voy.” O si ya se había ido a trabajar y a media mañana, también llovía, paraba labores y decía: “Este ratico no le cobro, pero yo por hoy no trabajo más.” Cuando le servían de comer y veía que la ración era poca para su gusto, tenía una máxima increíble: “Para poca salud, mejor vivir enfermo.” De este talante eran mi colección de frases que se perdieron, y al decirlo aquí me estoy arriesgando a que nunca más mi  madre me vuelva a abrir su cajita de recuerdos, a los cuales les doy un valor inestimable.

También, alguna vez me contó, que hace muchos años. Una señora que venía  de un largo caminar bajo un fuerte sol de verano, se acercó donde otra que estaba jabonando a orillas  de esa bellas quebradas de antaño, y dicha señora en el colmo de la desfachatez y la insolidaridad le había dicho: “Camine, vecina y mientras descansa me ayuda a lavar la ropa.”  Hasta ahora nos gozamos esa anécdota con mi madre, y la usamos para reírnos un rato, por eso muchas veces que yo llegó a su casa a pedir un tinto, me sabe decir: “Mientras descansas, ayúdame a lavar la loza.” O  “Mientras descansas, ayúdame a pelar algunas papas.”  Por supuesto, que cuando ella va a mi casa, también le tengo lo suyo: “Mientras descansa, ayúdeme a peinar la niña”, esa frase únicamente la usamos los dos. Estas cosas no tienen precio. 

Son muchas cosas, las que podría contar, a todos nos ha sido obsequiado el cofre de las historias, nuestra misión es dejarlo abierto para que estas no se queden guardadas y se pierdan en el olvido. Por ahora, comparto sólo esos fragmentos. La foto de la cafetera me llevó a mencionarlos; entonces me toca reiterar: ¡No le vayan a decir a mi madre sobre todo esto que acabo de mostrarle al mundo!, porque  creo que no le gustara que lo haya hecho, y sobretodo porque podría negarme para siempre el legado de sus recuerdos. No me quiero arriesgar a perder ese tesoro. Pero, si alguno de ustedes no puede guardar el secreto; entonces díganle que también escribí que  al igual que las madres de todos ustedes, la considero  el ser más maravilloso que existe sobre la tierra, y que quizá necesitaría tanta tinta, así como el agua que ha discurrido  por su viejo utensilio de cocina para decirle todas las bondades que posee y por supuesto, díganle que anhelamos poder volver a reunirnos como familia a disfrutar de un café salido de su vieja cafetera.




John Montilla. Texto y fotografía 1 y 3.
jmontideas.blogspot.com 
(10-mayo- 2020)