miércoles, 20 de octubre de 2021

GABRIELA

Por. John Montilla

“Escucho su nombre y me invade una emoción.” Areta Franklin

                                                               ***


En una sesión de psicología en la Fundación Operación Sonrisa en Bogotá, nos pidieron a los padres que dijéramos el porqué habíamos escogido el nombre para nuestros hijos. Cada uno fue contando una historia familiar o particular con respecto a ese acto de selección de esas palabras especiales que acompañaran la familia el resto de nuestras vidas.   

Cuando nos tocó el turno a nosotros; conté que siempre había querido un nombre que se relacionara con un personaje que tuviera que ver con el mundo de la literatura, y como admirador y seguidor de Gabriel García Márquez, eso lo tenía decidido de antemano. Además, el hecho de que nuestro nobel hubiera fallecido un par de meses atrás se convirtió en una razón adicional que le daba más peso a nuestra palabra seleccionada, pero también nos hacía falta otro vocablo para complementar el nombre y en ese aún no nos habíamos puesto de acuerdo. Pero con lo que no contábamos era que nuestra bebita fuera a nacer con la condición de labio y paladar hendido que a futuro le acarrearía ciertas dificultades para el aprendizaje y correcta pronunciación de nuestra lengua materna.  


Por eso cuando asumimos y aceptamos con entereza el reto que la vida nos había dado, descartamos un nombre que tantas veces habíamos discutido. Además, mi experiencia como profesor de idiomas me llevó a concluir que nuestra hija iba a necesitar un nombre corto, de fácil pronunciación y que hiciera juego sonoro con el que ya teníamos seleccionado: “Gabriela” que, entre otras, no es una palabra que sea fácil de pronunciar, ni escribir para los niños.

Entonces les narré a los padres que me escuchaban atentos las peripecias que hice en la búsqueda de ese otro nombre; mientras Gabriela recién nacida y su mamá estaban aún en uno de los hospitales de la ciudad de Pasto. Les conté que salí a la calle a buscar una sala de internet y me puse a revisar páginas y páginas de fonética y fonología del español. Les dije que hice un buen paquete de información, lo imprimí y regresé con eso al hospital y allí me puse a matar el tedio que da en esas aburridas salas de espera estudiando de manera concienzuda y con toda tranquilidad esa gramática que detestaba en mis tiempos de estudiante de colegio y que luego me vi obligado a estudiar en la universidad. Nunca antes le había hallado tanto interés en mi vida a ese tema como esa vez que rodeado de enfermos, enfermeras, médicos, quejosos, y gente preocupada buscaba afanosamente una palabra que tuviera las letras que se le acomodaran al futuro de mi niña. El tiempo apremiaba porque se acercaba la hora en que tenía que registrar a mi hija como una ciudadana más nacida en nuestro país.

 


Les conté que mientras la gente se aburria soberanamente en esa angustiosa espera de las salas de los hospitales, yo me pasé largas horas ensimismado en un estudio de la fonología de nuestra lengua y una a una fui descartando palabras, que pensaba no me servían. Recordé que las letras y sus sonidos tienen su modo y punto de articulación, y que pueden ser sonoras y sordas… y que patatín, que patatán. Descarté uno que otro nombre basado en la información que iba sacando: Laura me parecía bonito, pero luego hallaba que para pronunciar la letra “L” la lengua debe situarse en el centro superior de la cavidad bucal y que provoca la salida del aire por los laterales y además encontré que la “R” que tiene ese nombre era muy difícil de pronunciar porque es una letra muy vibrante. Por conclusiones de este estilo descarté Sofía ya que la “F” es labiodental y con ella el labio inferior toma contacto con los incisivos superiores y además la “S” no favorecía mucho, puesto que es una letra fricativa alveolar sorda. Y así de esta forma eliminé palabras como Sara, Isabella, Isabel, Juliana y otras de la lista de nombres que tenía a mano.  Lamentaba al concluir que no podía usar esas bellas palabras porque a todas les encontraba un pero, y también lamentaba estar sólo en el hospital a esa hora con un montón de papeles en la mano sin que nadie me ayudara a dilucidar mi dilema.



Pues bien, al final de tanto darles vuelta a muchos nombres llegué a la conclusión que necesariamente nuestra hija tendría que luchar un poco más que los otros niños para aprender el idioma español. Por eso decidí tomar la palabra “Ana”, como complemento de su nombre, a pesar de lo difícil que me parecía la consonante “N”, pero ese nombre parecía reunir los criterios que me había formulado y además tenía un pequeño e importante detalle agregado; en los nombres de sus abuelas aparece de una u otra manera esta palabra y por tanto la nombramos: Ana Gabriela.

   


                                    

Adenda.

Gracias al trabajo profesional de fonoaudiología de la doctora Fabiola Maya, de los profesionales de Operación Sonrisa, y el apoyo de la familia en casa, Gabriela ha logrado superar muchos obstáculos con el lenguaje, aunque queda mucho camino por recorrer en este largo proceso médico, ella ya puede leer y escribir, y también tiene mucha motivación por aprender inglés. Ese recorrido ya lo inició.

 


John Montilla: Texto y fotografías.

Capítulo de “La sonrisa de Gabriela”

2014.

jmontideas.blogspot.com

martes, 12 de octubre de 2021

"CHICO" PERDIDO

Por. John Montilla

“En ninguna parte hay tantas cosas como en el salón de billar.”

Gabriel García Márquez : “En este pueblo no hay ladrones”.

                                                                  ***

El propietario del billar se rascaba la barriga de manera descuidada, mientras le echaba una miraba de rutina al salón que a esa hora contaba con apenas una media docena de clientes. Después de una larga temporada de haber estado cerrado el local por culpa de la pandemia; el negocio de manera lenta intentaba recobrarse, mientras las deudas seguían su curso sin detenerse y este era uno de los tantos motivos por los que el dueño no tenía cara festiva esa noche.

Uno de los asiduos clientes del local, experto en el juego del taco y las bolas, tampoco estaba de buen humor: al no encontrar a quien “marranear” había optado por sentarse en un rincón junto con un compinche; desde allí miraban también con cierto fastidio a la sala mientras esperaban que algún ingenuo les cayera en las redes del juego de hacerse los pendejos para luego pelarlo. Pero la docena de botellas vacías era un indicador de que la espera iba para largo.

En la única mesa ocupada a esa hora, se disputaba una partida equilibrada y monótona entre una pareja dispareja: un tipo pequeño contra otro muy grande; David contra Goliat jugando billar pool; el juego estaba desnivelado en estatura, pero nivelado por lo bajo, pero a ellos el reto los tenía entretenidos desde hacía más de dos horas.  Aunque la suerte se había inclinado desde el principio a favor del pequeño; su contrincante ya tenía en su haber seis derrotas seguidas contra una sola victoria, y una cuenta pendiente por pagar de una botella de aguardiente y por los menos unas quince cervezas, pero él seguía tacando esperando que la suerte se pusiera de su lado. Un amigo de ellos aburrido del juego estaba concentrado en su celular mientras de manera mecánica se tomaba otra cerveza a nombre de los jugadores.


El único mesero del lugar, un tipo “caracortada”, el menos indicado para ser la cara amable que atendía a los clientes, cantaba casi con rencor la canción que en ese momento se escuchaba en el ambiente, mientras acomodaba unos tacos en sus estantes. Las paredes del local estaban adornadas con unos ya semi desteñidos afiches de unos perros jugando billar y cartas. El letrero del nombre del local, casi a punto de caerse ocupaba el centro de la sala: “Billares El Diluvio”; en el equipo sonaba un tango: “El mundo fue y será una porquería…” Y fue entonces cuando entró el ladrón con pistola en mano, gritando y apuntando a todos lados.

- ¡No se muevan hps o disparo!

Todos en el billar se quedaron expectantes y sorprendidos. El delincuente pasó directo a la caja, que estaba más vacía que su cerebro. Al dueño se le cayó un chorro de babas, no del susto sino de la perplejidad, y le paso los tres pesos y el celular que tenía a mano. El dueño entre la furia y el temor del arma que le apuntaba intentó rezongar, pero otro insulto lo mandó a callar. Luego el asaltante pasó directo a la mesa de los jugadores. Goliat se quedó rígido con el taco agarrado y clavado en el piso. David no tenía su honda sino dos bolas en las manos, mientras el del celular que estaba embobado en la pantalla pareció despertar cuando de un manotazo se lo arrebataban, justo en el momento en que el aparato se puso a timbrar. Quizás una llamada del infierno, porque esto hizo que el ladronzuelo bajara la guardia y por eso no alcanzó a mirar la botella que venía volando y que le dio de lleno en la cabeza; sangre y cerveza se mezclaron. El ladronzuelo no vio estrellas, sino nubes negras, muchas nubes negras y lo que se vino luego no fue una lluvia sino un verdadero diluvio hecho de furia y de golpes que cayeron sin compasión.

El dueño descargó su frustración que llevaba guardada por meses; el tahúr que había sido muy preciso lanzando la botella, sintió que nunca antes había tenido a merced un rival tan fácil para derrotar; Goliat creyó que le había llegado el turno de hacer la jugada de la noche y jamás había usado el taco con tanta destreza; mientras David que había derrotado ya a un gigante le entraba sin compasión al que ya se hallaba tendido en el piso; el del celular también sintió que la sangre lo llamaba a participar, y por supuesto el mesero mostraba ahora su mejor sonrisa siniestra de “caracortada” para atender al  recién llegado.

Nunca antes en ese billar los tacos le habían dado con tanta precisión a las bolas. La suerte estaba echada. Desde que empezó se sabía que ese “chico” estaba perdido.

John Montilla Texto y  fotografías 1 y 3.

Imagen 2 tomada de internet.

jmontideas.blogspot.com 

12-X-2021