sábado, 31 de agosto de 2013

VOLANDO COMETAS E HILANDO RECUERDOS

Por: John Montilla

Un niño se acerca con su padre a observar un grupo de cometas artesanales multicolores que están siendo exhibidas en la calle; luego el padre le pregunta al niño si le gusta alguna, el niño sumamente fascinado dice que le llama la atención una que tiene el tricolor nacional, pero a pesar de que el precio es módico, el señor decide no comprarla. Lo cual produce un  gesto  de desencanto en la cara del  niño que ve resignadamente como su padre se aleja, mientras el echa una última mirada a las cometas antes de correr detrás de su progenitor.

El ser testigo de este pequeño episodio de decepción infantil, me lleva a  pensar que antes no necesitábamos que nos compren las cometas. Nosotros mismos las elaborábamos de cualquier material que pudiera hacerse elevar por los aires. Por ejemplo, era tan fácil  coger las hojas de en  medio  de un usado cuaderno, hacerles unos plegados simples, atarles un hilo  y  listo, echarlas a volar. Hoy me sorprende  evocar como  esas sencillas hojas de papel alcanzaban grandes alturas. Tampoco  podía dejarse de lado el infaltable papel periódico para creación de esos artefactos voladores.  Metafóricamente hablando, fuimos pioneros en  hacerle llegar las añejas noticias a los dioses cuando elevábamos esas cometas repletas de palabras e imágenes en blanco y negro.

Recuerdo que los palillos para las estructuras de las cometas solíamos encontrarlos en las obras en construcción;  pues allí, por lo general nunca faltaban los pedazos de guadua.  Los cuales cortábamos y pulíamos  hasta volverlos livianos y flexibles con la típica navaja que no podía faltar en las manos de un  muchacho  inquieto y presto a realizar pilatunas propias de la edad. Es de subrayar que antes tener una navaja no tenía esa connotación tan negativa  que tiene en la actualidad. Ahora los palillos, para el armazón de las cometas se pueden conseguir en el mercado, me dice el artesano que está exhibiendo unas cometas de papel seda o papelillo que festivamente ondean  con la brisa sus vistosas y delicadas alas.
Conseguir  el pegante  tampoco era un problema; nunca sabré cómo y quien  descubrió  un vegetal que tenía  propiedades de servir como adherente, nosotros le llamábamos “papa cebolleta”, un amigo de infancia me comenta  que también le decían “papa China”; ni idea del nombre técnico;  el caso es que  esa planta que producía un fruto semejante a una cebolla cabezona blanca, la usábamos para extraerle su producto  pegajoso pero de olor suave. La fórmula era simple poníamos a calentar un poco el bulbo de esa planta en unas brasas,  luego le cortábamos un pedazo y listo nos quedaba un pegante en barra ya que  el calor hacía que el fruto liberara una solución  pegajosa ,  el cual nosotros untábamos en nuestros dedos y con él procedíamos a pegar el papel. Cuando se secaba el  líquido, se cortaba otro pedazo  y así sucesivamente hasta terminar todo la elaboración de las ansiadas cometas.

Siempre se tuvo la precaución de cuidar la preciosa planta que crecía por prados y potreros. Así  podíamos  hallarla en  la siguiente temporada  de cometas o para cuando queríamos usarla en otro tipo de trabajos que necesitaran adhesivo. Cuidábamos tanto de no dañar los hijuelos del vegetal, como de sembrar para tener siempre esa reserva de “colbón natural” que nos  llegaba puntualmente  junto con los vientos de agosto. Debo anotar que  al escribir estas líneas indagué por la planta, pero nadie me supo dar razón  de ella,  espero que aún exista en algunos escondidos matorrales.

 En cuanto a lo del cordel para poder echar   a volar las cometas, tocaba el clásico asalto al costurero de las mamás para poder apropiarse de cuanto hilo se encontrara allí. No está por demás decir que más de una reprimenda verbal y una que otra zurra debieron habernos puesto a  “volar” por los patios traseros de la casas cuando las dueñas descubrían que el cofre de los tesoros de hilos había sido despojados por “piratas de  los cielos”, como en efecto llegamos a  serlo.

Como el  hilo   era uno de los elementos más preciados y difíciles de obtener cuando los padres no lo suministraban. Había que acudir a la “rapiña lúdica” de él,  y esto también formaba parte del juego de elevar cometas. En ese sentido puedo citar  varias formas para poder obtener ese valioso botín. Una de ellas era correr a “cazar el hilo” de aquel a quien se le reventara la cuerda de su cometa. Existía este acuerdo tácito: Si la cometa estaba en el aire era tuya, pero si se rompía  el cordel, había que correr tras de ellas por prados, potreros y solares tratando de conseguir  lo que se pudiera recuperar.  Era muy común en esa rebatiña de los hilos, agarrar lo que se pudiera y apresuradamente enrollárselo en las manos para luego desenredarlo y envolverlo en un palo, formando así un conjunto multicolor resultado de la suma de muchos hilos anudados.  La imagen que tengo de ese arcoíris de hilos añadidos es bastante poética. 

Un amigo a quien le pedí que  me regale remembranzas de esos tiempos me obsequió estas palabras:   “El recuerdo me transporta a la época donde todo era posible, porque era muy niño e inexperto de la vida, me veo corriendo tras una cometa que suavemente imitaba una despedida de manos, mientras se alejaba con los hilos libres, sin dueño, hilos que prontamente se convertirían en una maraña de nudos que terminaban tirados en el suelo,  o que podrían ser recogidos y luego  añadidos para volver a volar otra cometa con hilos multicolor que repetían una y otra vez la misma historia: Niños corriendo, sonrientes,  sedientos pero alegres de sentir en sus manos como el hilo recuperado cortaba la circulación de la sangre sobres sus manos por la presión de las hebras enrolladas. También  recuerdo a una anciana  mirando incrédula aquella estampida de niños corriendo aparentemente sin razón y manoteando al aire como queriendo atrapar al cielo; ella no sabía que perseguíamos un hilo invisible a sus ojos,  recuerdo esos largo caminos recorridos en esa loca persecución con una brisa fresca en el rostro de esos agostos en que jugué a volar cometas.”


Debo añadir, a esta retahíla de nudos y de recuerdos, otras no muy santas formas de acceder al hilo o a las mismas cometas. Una de ellas era “cazar cometas” en el cielo, y esto se lograba de una manera ingeniosa: Se construía una cometa con algún defecto en las alas, así se les rompía el equilibrio,  hecho que la hacía dar piruetas en el aire, y por eso se les llamaba “cometas cabeceadoras”. La treta era fácil, se las elevaba junto a la que quería atraparse, hasta que está en sus volteretas en el aire enredaba a la otra y listo, a jalar y  ambas a  tierra y luego al infantil pillaje del “nave voladora” abordada.

Otra forma no tal sutil era el uso de boleadoras, es decir atar dos piedras, o palos cortos a los extremos de una cuerda y desde lomas o arboles o cualquier sitio alto arrojarlas a las altura  tratando de agarrar el hilo,  cuando este por su mismo peso se ponía casi que de forma horizontal en el aire. Una variante de este recurso era un rustico arco con una flecha de caña brava atada a una cuerda, la cual se lanzaba tratando de pasarla por encima del hilo de la cometa que se quería atrapar una vez sujeta se procedía  a jalar los extremos para llevar la cometa a tierra.

Otra táctica que aún utilizan algunos para bajar una cometa es proyectar con un espejo un rayo de sol directo sobre la cometa; alguien me dice que tiene que estar untado de limón y que si se lo refleja sobre el hilo este se rompe; ignoro su resultado, pero el dato en sí es curioso. En el fondo y viendo en retrospectiva todas estas  travesuras infantiles, la idea NO era destruir las cometas sino echarlas a volar  uno mismo, valiéndose de todos los recursos y estrategias posibles de aquellos tiempos. Prueba de ello era que también era usual, prestarle el tubo de hilo a algún amigo  cuando este  le había soltado todo el  cordel  disponible a su cometa y si esta “pedía  hilo”  había que dárselo de alguna manera. El objetivo es, ha sido y será siempre ver las cometas lo más alto posible. 


Para  terminar  apunto dos  poéticas acciones: Una en la que el dueño  de manera voluntaria rompía el hilo de su cometa cuando esta se encontraba en su punto más alto,  con el único propósito de ver su cometa libre perderse para siempre en el horizonte; y la otra la  de mandar un “telegrama” a la cometa; confieso que no he vuelto a ver hacer ese acto; que consistía en colgar en el cordel un papelito en forma de disco con un orificio en el centro el cual por la acción del viento se iba elevando  hasta perderse de vista y luego comprobar cuando se bajaba la cometa que el mensaje había llegado a su destino en las alturas. En el fondo creo que eso es en si el propósito del hermoso juego de las cometas: Alcanzar ese sueño de llegar a los cielos. Espero que el niño que cité al inicio de este escrito y a quien  no le dieron su cometa, no vaya a perder ese deseo de soñar así como lo hicimos nosotros.

John Montilla: Texto y fotográfias 2 ,3 y 4
Esp. Procesos lecto- escritores




ELABORAR UNA COMETA HOY

Por: John Montilla


Cuando estaba sentado frente al computador tratando de escribir algo, se acerca una niña a pedirme que le  haga una cometa; estoy seguro que a nadie le gusta ser interrumpido, pero si uno reflexiona de manera rápida, surge la pregunta: ¿Qué es más importante: sacar tiempo para atender las peticiones  de un niño o seguir  en tus asuntos?  Si lo meditas un momento quizá tu conciencia te  aguijonee  y te diga que si no lo haces hoy, tal vez nunca lo harás. Los niños crecen y el tiempo que no se comparte con ellos  es irrecuperable.

Entonces  por ese golpe de presión de mi conciencia decido que le ayudaré  a elaborar la cometa,  y ante el gesto de alegría y de entusiasmo de ella,  le prometo que no será una cometa común y corriente sino una que nunca haya visto. Nos ponemos a  buscar en internet un modelo novedoso y vemos una en forma de pulpo. Ponemos manos a la obra; ella consigue lo más difícil: Los palitos flexibles y livianos de guadua para el armazón, esto gracias a un vecinito que está elaborando su propia cometa y le regala unas varitas de las que le sobran.

El proceso de creación de la cometa que parecía simple se vuelve complejo y lo que se supuso duraría unos largos minutos, duró un par de horas, pero al final tenemos el trabajo terminado. El modelo resultante no salió como lo habíamos imaginado, pero lo hicimos  y sólo nos resta la prueba final: Echar  la cometa a volar. En este punto, hago  otra reflexión; el ejercicio de escritura que estaba realizando al principio, ya había pasado a un segundo plano, los pensamientos que no alcance a anotar ya se me esfumaron y el hilo de las ideas que tenía en mente ya se rompió, pero estoy firmemente convencido que valió la pena haberlo hecho de esa manera

 Hubiera sido mucho más simple  haberle dado dinero  para que se vaya a comprar una cometa  y yo podría haber seguido en lo mío. En la actualidad todo parece tan fácil: Ir a las tiendas de chucherías y comprar una cometa con los colores y diseños que quieras. El proceso dura lo que te demoras en pagar, y si se te daña vas  y compras una nueva, y  listo; casi que ya no existe esa mística por la creación de los objetos más sencillos. Todo lo tenemos fabricado de antemano; de ahí que, el aprecio por el valor de las pequeñas cosas se haya ido  perdiendo.

Lo anterior  nos transporta a los tiempos en que se le daba mayor  importancia a las cosas cotidianas de la vida. Nos hemos ido transformando en personas  mecanizadas y por tanto,  ya casi que se ha vuelto costumbre que todo nos lo den hecho o fabricado. El  escritor checo Milan Kundera, en uno de sus párrafos se refiere así a la pérdida de esos saberes: “Mi abuela, que vivía en un pueblo…  lo conocía  todo por su propia experiencia: cómo se hornea un pan, cómo se construye una casa, cómo se mata a un cerdo y se hacen con él embutidos, y qué se pone en los edredones…”  Quizá si hacemos memoria lo mismo podríamos decir de nuestros padres y abuelos.
El novelista antes mencionado apunta que su abuela: “Tenía, por así decirlo, un control personal sobre la realidad…”   entonces yo recuerdo a mi abuelo y su sapiencia para arreglar un viejo molino, o ese clásico truco para zurcir una media  metiendo un bombillo dentro de ella, o para no ir más lejos ese eterno y ecológico morral  que siempre cargó para ir a hacer la remesa, hoy es tan simple pedir una anti ecológica bolsa plástica para cada compra. Alguien me refiere que antes existía la profesión del “parchaollas”. No se alcanza uno a imaginar a una persona voceando y ofreciendo por la calles,  ese servicio de poner un tapón a las ollas inservibles y a los vecinos saliendo con los trastos viejos a la calle para que se los reparen. Hoy es tan simple tirarlos a la basura e ir a comprar unos nuevos.

Por tanto, no es ningún descubrimiento decir que antes la gente sabía cómo hacer algunas de las cosas más sencillas del diario vivir: una muñeca de trapo, un juguete de madera y obviamente algunos sacaban parte de su precioso tiempo no para comprar, sino  para  elaborar hasta una sencilla cometa.

Llegados a este punto es hora de echar a volar la cometa que dio origen a este discurso. Queda esa satisfacción de haber compartido ese momento de creación. Quizá algún día alguien le pida a ella una cometa y tal vez  recuerde este episodio y regale parte de su tiempo así como  se lo brindaron a ella. Aunque es una bella tarde, hay poca brisa, parece que hasta los vientos de  agostos de antaño se esfumaron; de todas formas la niña echa a correr con la cometa sujeta a un cordel buscando una corriente de aire, el artefacto hace unas   cabriolas en las alturas, y cae precipitadamente  al suelo, lamentablemente nuestra cometa no vuela. 

John Montilla: Texto y fotografías
Esp. Procesos lecto-escritores


jueves, 29 de agosto de 2013

HISTORIAS DE UN CONDUCTOR DE AMBULANCIAS

Por: John Montilla


De su pericia al volante dependen vidas humanas,  conozca algunos episodios que envuelven su ardua labor.

Son cerca de las ocho y media de la noche, y nuestro conductor de ambulancias se apresta a descansar después de llegar de un arduo y fatigante viaje;  tras  un reconfortante baño y una gratificante cena, se acomoda plácidamente en un sillón frente al televisor, para mayor comodidad descansa sus piernas sobre un butacón   y exhala un profundo suspiro de satisfacción; …y justo en ese momento suena el teléfono con una nueva solicitud de emergencia que requiere sus servicios. Entonces, nuestro amigo, resignadamente en cuestión de minutos está presto a partir de nuevo, para enfrentarse a los designios de la carretera y los gajes de su oficio.

Nuestro conductor en particular, es eficiente en su cometido de estar disponible las veinticuatro horas del día, porque algo que meticulosamente realiza, es el manteniendo de “su vehículo”; según él, lo importante es el correcto funcionamiento de este. Y para ello, una vez  terminada una jornada, por muy cansado que se encuentre, primero se preocupa por la ambulancia, y  aunque no le compete, invierte parte de su sueldo en ello; según su familia él dice. “Con tal de que haya para la comida, es suficiente.”

En el vehículo siempre tiene listo, además de los equipos necesarios, una muda de ropa. Pero a veces, aún con todas las previsiones que puedan  tenerse no faltan los  percances en los que necesariamente hay que improvisar. Como la vez que le tocó atender un parto en plena vía y en zona rural; refiere así el hecho: “Yo lo único que hice fue orillar el carro, ayudar a recibir el bebé, arroparlo, ponerlo  en brazos de la madre y corra para el hospital para que corten el cordón umbilical y  hagan todo el trabajo médico”. Narra la vez que atendió una emergencia un domingo a la madrugada: Un techo de una construcción se derrumbo sobre una muchedumbre que se alistaba para  el día de mercado. Afortunadamente no hubo víctimas fatales; pero sí una señora delicadamente  herida en una pierna, quien al parecer no tenía parientes, y que fue remitida inmediatamente a la ciudad  de Pasto.  En dicha ciudad tuvo que apersonarse de las diligencias de la paciente; incluso como hubo necesariamente que desgarrarle la ropa para atenderla, se encontraron luego conque la señora no tenía que ponerse y  también  le  tocó a él, ir a conseguir la ropa para cuando  ella fuera dada de alta. Lo importante dice:”Es que ella salvó su pierna”.

También, nuestro héroe al volante cuenta el episodio de una paciente que murió en Pasto, y resultó que al doliente no lo querían atender en la funeraria porque no lo conocían y no les daba garantías financieras, entonces él se ofreció como codeudor: “Imagínese, dice, uno en otra ciudad y con un finado a cuestas y que le cierren las puertas”, el problema fue  que el otro no pagó  y como él frecuentemente iba a dicha ciudad  le cobraron y tuvo que pagar la deuda. Pacientemente se lamenta: “Me tocó cargar el muerto.”

En ocasiones es su vida misma la que corre peligro, como la vez que tuvo que ir  a recoger un médico a  Puerto Asís, y en cierto recodo del camino  les hicieron unos disparos, relata que él aceleró el vehículo, y que cuando se sintieron en lugar seguro se percataron  que les habían  impactado un vidrio, nunca supo quién y por qué se dio el hecho.

Otra suceso que le acaeció, tuvo lugar una  lluviosa medianoche cuando dos personas se le atravesaron en medio de la carretera  y vehementemente le pidieron que los llevara a cierto punto del mismo recorrido por el cual él iba, al ver el apremio de dichas personas el accedió.  El problema vino cuando ellos  no se bajaron en el punto al cual supuestamente iban y le dijeron: “Llévenos hasta donde le digamos.” Mientras le ponían un revolver en las costillas y lo obligaron a internarse por un desvío del camino; cuando llegaron a cierto sitio se bajaron  y le gritaron: “Piérdase de aquí o no respondemos.” Desde entonces él dice que  no recoge a nadie en  la vía porque no quiere tener otra experiencia de ese calibre.


Aparte de las vicisitudes terrenales, tampoco le faltan los incidentes misteriosos, como el  ocurrido una  noche en la peligrosa vía Mocoa- Pasto. En una ocasión iba con un paciente y una enfermera; en cierto momento debió atender la urgencia del reclamo de su vejiga que lo obligó a bajar del carro. Sabemos que cuando la naturaleza llama no hay nada que hacer. Momento que él aprovechó también para revisar las llantas de la ambulancia. Cuando de repente sintió que lo llamaban, y percibió adelante en la carretera a un hombre con un perro negro que le hacía como una señal de pare;  un tanto receloso él  trató de subir rápidamente al vehículo y entonces ya no volvió a ver al hombre, sino solamente al perro, y al instante sintió mucho frío y  un fuerte  golpe de viento  que lo obligó a agarrarse de la puerta de la ambulancia  para no caer, temeroso trepó al  carro y cuando le preguntó a la enfermera sobre el suceso ella le dijo que no vio, ni sintió absolutamente nada.

En la misma temible vía, otra noche se le apareció un gran venado  en el centro de la carretera, con la luz de la ambulancia refulgían  unos ojos misteriosos,  y  a pesar de que tenía un machete a mano y  de  las palabras de una enfermera que lo animaba a cazarlo, el no se atrevió a bajarse del  vehículo, por el contrario, él prudentemente esperó a que dicho animal desapareciera,  dice: “En esta vía no sabes con quien te estás enfrentando”.


Aunque, confiesa  no sentir ningún temor por los difuntos, ya que  la vida y la muerte están muy ligadas a su trabajo; sí es muy respetuoso en cuestiones de tipo espiritual y del más allá. Por eso cuando  a veces le toca quedarse a dormir en el carro, solamente lo hace en la cabina. Cuenta que una noche percibió ruidos en la parte trasera  y que la puerta se movía; bajó a revisar y no encontró nada.  De ahí que  no permite cuando llega a casa que los niños jueguen en el vehículo, mucho menos que se acuesten en las camillas. En lo posible los mantiene alejados cuando va a realizar el aseo general de la ambulancia.

En cuestiones de limpieza la hace en todo sentido, dice que hay que quitar hasta “el hielo de muerto”,  por eso de vez en cuando le hace un baño y riego con sahumerios, la riega con agua bendita  y de hierba de ruda. Las cuales nunca le faltan para que  la ambulancia este siempre lista para cuando se presente la próxima urgencia de salvar vidas.

Para terminar, es de resaltar  como hecho paradójico, que cuando nuestro personaje se encuentra enfermo y fuera de casa; y quien pese a estar rodeado de médicos y enfermeras, siempre llama a su esposa a preguntar por remedios caseros para aliviar sus males. Deseamos larga y saludable vida para este conductor de ambulancias. 


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores 


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OPORTUNISMO

Por: John Montilla


Veía por la televisión a los humildes y nobles padres de Nairo Quintana, el ciclista que por estos días ha llenado de orgullo patrio a los colombianos. En la entrevista le preguntaban a la mamá del joven campeón de cómo iba a ser el recibimiento que le haría a su hijo y ella expresó que le gustaría prepararle un sancocho de gallina,  y entonces ella  mencionó a  un político de su región, cuyo nombre le costó un esfuerzo recordar, pero eso sí se acordó que  tal personaje hacía tres años les había prometido regalarles unas gallinas, pero como cosa rara el tipo nunca les cumplió.

La madre del campeón  colombiano, vacilaba entre saber si el individuo referido  era concejal, diputado  o algo por  el estilo; pues bien al final, resultó que el hombre en mención era senador de la república y  claro como ahora están todas los periodistas en su  fortín político con sus cámaras en acción, el personaje si pareció recordar aquella vieja promesa incumplida y prometió  “donar” no sólo tres gallinas, sino cien si era el caso.

En este punto se me viene a  la memoria unos versos del desaparecido Facundo Cabral, cuando se refiere al encuentro entre un turco y  una supuesta benévola condesa:

-“Es una gran mujer, acaba de donar un terreno de su familia para que el Municipio de Sevilla haga un parque público, y el turco le pregunto sin dejar de mirarla:
- ¿Donó o devolvió? ”

Para el caso que traigo en mención bien podría aplicarse la misma pregunta: ¿Hasta dónde debe sentirse que se está haciendo un obsequio o pagando una deuda adquirida?  

Pero como lo referí antes; los medios de comunicación están en la tierra de ese audaz  campesino ciclista y hay gente que es especialista en poner la cara cuando las cámaras  están grabando,  de manera  que se pueden ganar unos dividendos y propaganda  política gratis. No está por demás subrayar que pantallazos de ese tipo no se consiguen todos los días.

El escritor Checo Milán Kundera, tiene un capítulo magistral en uno de sus libros donde habla de este tipo de comportamientos de algunos personajes públicos, concretamente los políticos, él lo denomina  “imagología” y se puede  ilustrar su tesis con este magnífico   ejemplo:
“Nadie lo sabe mejor que los políticos. Cuando hay una cámara fotográfica cerca, corren en seguida hacia el niño más próximo para levantarlo y besarle la mejilla. El kitsch es el ideal estético de todos los políticos, de todos los partidos políticos y de todos los movimientos.”

 El kitsch: Algo así, como esa necesidad de parecer atractivo y llegar a mayores audiencias a costa de lo que sea, no importa si es algo desagradable o antiestético, para no ir muy lejos basta recordar la anterior campaña para la alcaldía de Bogotá donde se puede ver en un video a un ex presidente  ridículamente  pretendiendo bailar un tema llamado Asereje.

Pero, como en el  caso inicial,  aquí lo que importa es el objetivo, de ahí que no sería raro que apareciera el sujeto embustero y con corbata con un montón de gallinas al hombro para un almuerzo  prometido hace años, ya que pese a lo caricaturesco y  grotesco que pueda parecer, él irá tras su ideal; el fin justifica los medios y en eso  hay muchos que son expertos.
Entonces estemos atentos a la muy probable imagen del camaleónico personaje en los medios de comunicación, que esta vez no  cargará a un niño sino a un montón de  gallinas; lo ideal sería que fueran rechazadas por esos dignos campesinos boyacenses, pero esa misma nobleza propia de la gente buena es un factor  que hacen jugar a su favor los oportunistas.

 John Montilla
Esp. Procesos Lecto-escritores

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miércoles, 28 de agosto de 2013

HUMILDE CENTURIÓN DE LA NOCHE

Por: John Montilla

El vigilante estaba parado en una esquina algo en sombras protegiéndose de la lluvia. Llevaba una capa negra, una gorra igualmente de color oscuro y negras botas de caucho.  Apoyó contra la pared la única “arma” que llevaba en su mano: Un simple pedazo de tubo de PVC.  Sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno, lo prendió con su encendedor, y acto seguido  se puso a fumar tranquilamente, y para mi disgusto echó una gran bocanada de humo al aire. Yo había llegado a la misma esquina con la intención de cruzar la calle, pero como la pertinaz lluvia y los charcos no lo permitían, me quedé a charlar con él un momento.

Empecé  por preguntarle por su jornada de trabajo y me dijo que normalmente empezaba su rutina a las siete y terminaba a  las cinco y media de la madrugada. Cuando le pregunté que cada cuanto hacía ese turno me  respondió, para mi asombro: “Yo trasnocho todos  los días.”, le dije que eso no podía ser posible, que nadie aguantaba un trote de esa magnitud  y entonces él me replicó: “Yo trabajo de noche y duermo de día.”, acto seguido  me contó que se acostaba a dormir a eso de las diez u once de la mañana y que se levantaba para alistarse para su jornada a las seis de la tarde.

Me dije para mis adentros he aquí un  “Centurión de la Noche”, y los versos del gran Joe Arroyo me vinieron a la mente: “Aurora, soy centurión de la noche Aurora mírame aquí sin dormir.”  Luego  el vigilante siguió contándome su rutina, me dijo: “Yo  a veces no almuerzo.”, me dijo que cuando estaba  durmiendo le pedía a su esposa que no lo vaya a despertar, así no hubiera comido. Los versos de la canción a mí se iban haciendo más claros:
No sé qué es lo que duele sin sentir pero tengo en el alma mi sufrir.”

Entonces me atreví a decir que semejante esfuerzo debería valer la pena y él me contestó que no, que ni siquiera alcanzaba a ganarse un salario mínimo y que lo poco que ganaba tenía que reunirlo recogiendo  los aportes que pagaban aquellos “cien” que obtenían su servicio de vigilancia  nocturna, confesó: “mi mujer es la que pasa recogiendo las cuotas, unos pagan puntualmente, a otros toca ir a cobrarles.”  También agregó que a finales del año  algunos son generosos y  resaltó “algo le regalan a uno en diciembre”.





Luego, con  algo más de confianza, me animé a preguntarle sobre sus vivencias en la calle, me habló de todo tipo de escándalos, de peleas callejeras, del desorden de la juventud y me señaló con el mentón a una pareja de jovencitos, casi niños que iban emparrandados. “Esos chinos deberían estar durmiendo en casa, la noche que me la dejen a mí.” Por mi parte, a mi me seguían bailando las palabras de Joe en la mente “Centurión de la noche, esa noche la pasé igual que ayer… en vela, en vela” 

A continuación pasó a contarme varios sucesos que  había vivido en la calle; me contó que cierta noche encontró tirada una cartera de una dama, dijo: “Cuando la abrí, miré que aparte de los documentos tenía, seis billetes de 50 mil pesos, uno de veinte y dos de diez mil.” Contó que la había recogido y luego se había parado en una esquina a ver qué pasaba; dijo que al rato apareció  una señora con su pareja, y que fueron directo donde él estaba,  pues al parecer alguien les había dicho que  lo habían visto agarrar algo del piso. Nuestro personaje relata: “El tipo me trató mal, yo le dije que no le estaba negando que la tenía, se las devolví y ni siquiera me dieron las gracias, mucho menos para una gaseosa.”

… “Centurión de la noche me volví mírame aquí sin dormir.”

También me narró que otra noche, igualmente encontró una billetera, pero que está vez no apareció nadie a reclamarla; me dijo: “Tomé los 85 mil pesos que tenía y al otro día mandé a dejar los documentos a la emisora, para que el dueño los fuera a reclamar.” Es un fiel testigo de cómo la gente pierde muchas cosas los fines de semana. “Una noche encontré un Sony Ericsson apagado y no sirvió para nada porque parece que lo bloquearon; por ahí debe de andar rodando por la casa”, dice.

En la improvisada charla que tuvimos, me siguió contando sus particulares experiencias de vigilia, dijo que cierta vez halló un reloj, y que algunas personas supieron que lo había recogido, dice que lo tuvo como más de dos meses en su poder   y que nadie lo fue a reclamar y que al final decidió venderlo por diez mil pesos, y justo entonces apareció la dueña y  lo trató de ladrón. Afortunadamente, menciona que el “juez” que intervino en  el asunto le preguntó a la mujer: ¿Es que acaso él se lo sacó de su bolsillo? , con lo cual se dio el veredicto a su favor.
…“Centurión de la noche, de la noche, de la noche sin liberar nada.”

Cuando le pregunto qué hace, cuando mira que algo irregular está sucediendo, por toda  respuesta, saca la mano izquierda debajo de su capa y me muestra un pito que tiene sujeto a un cuerda enrollada  a su mano,  se lo lleva a la boca y emite un corto pitido . Dice, “así he sacado corriendo  a varios.” Yo vuelvo con otra pregunta: ¿Y si eso no funciona?  …“Fácil - dice -  entonces llamo a la policía.”, y me indica  un modesto celular: “Este me lo encontré hace dos meses, esta viejito,  pero, aún me sirve.”

A todas estas, nuestro personaje ya había acabado el pucho de cigarrillo que estaba fumando, se despidió amablemente y dijo que iba a  hacer su ronda rutinaria, se caló la capucha de la capa sobre la gorra y con calmados pasos, echo a caminar bajo la lluvia. Mientras a mí me seguían danzando los versos del Joe en la cabeza: “Centurión de la noche… Centurión de la noche… de la noche … rocío caer.


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores
(Imágenes internet)








EL BUQUE EN EL RÍO MOCOA (COLOMBIA)

Por: John Montilla:


¡El Buque en el Río Mocoa! …Me pregunto  cuántos de sus  habitantes  tienen la fortuna de recordarlo o de haberlo visto, y a aquellos que no lo han hecho los invito a conocerlo. No es un buque cualquiera hecho de madera o de metal, este es especial, pues está hecho de roca pura. Puesto a la orilla del río por obra y gracia de la naturaleza.

Ignoró quienes fueron los primeros en descubrirlo, y mucho menos sé, quien fue  el que bautizó a esta bella y maciza roca con el nombre de “El Buque” ya que se asemeja  a un antiguo y poderoso buque semihundido, el cual queda ubicado  río arriba a la salida del Barrio La Independencia en Mocoa (Colombia) ; en otras épocas el peñasco era de un tamaño más imponente, pero los años han hecho mella en su superficie y  se nota la roca más desgastada y erosionada por la acción de la lluvia, el sol, el viento y  lógico la corriente de su misma agua; el inexorable peso del tiempo ha caído sobre el gigante de piedra.

Seguramente todos aquellos que tuvieron el privilegio de posar sus pies sobre su “cubierta de piedra”, también debieron haber gozado el pozo que así se denominaba. En otras épocas era muy usual escuchar la expresión: “Vamos a bañarnos al Buque”. Por supuesto, eso era cuando las aguas del Río Mocoa aún eran suficientes y sobre todo no estaban tan contaminadas.  Pues bien, para la gente de la localidad este era uno de los lugares de esparcimiento de las tardes y los fines de semana.

Antaño caminar por el sendero que llevaba  al viejo Buque encallado era una aventura diaria, por ejemplo para llegar hasta el lugar había que pasar por   un potrero lleno de vacas; cuantas veces tocó correr a campo traviesa cuando uno de estos animales lo correteaba a uno, ya sea porque eran muy ariscos o porque algún osado bromista le diera por provocarlos.

Sendero arriba solía haber al pie del camino un veterano y frondoso árbol de limas, eternamente  cargado; por años brindó sombra al ganado y sus jugosas frutas a cuanto transeúnte pasara. Aún hoy me sorprende el vigor de ese árbol  que soportó estoicamente a cuanta mano inquieta se le posara encima.
N°, 3 
En ese recorrido hacia El Buque, no faltaban los audaces que cruzaban el río buscando las dulces cañas de azúcar y las  suculentas naranjas en los terrenos de un indígena  popularmente llamado “el amigo Daniel”;  muchas veces lo vimos salir azuzando a los perros y blandiendo su machete contra los atrevidos. No con la intención de herir sino simplemente de asustar a más de un travieso invasor de sus terrenos.

Nunca olvido la anécdota que me contaron acerca de una ingenua propuesta que le hicieron a un amigo:  “Anda a decirle al amigo Daniel que me regale dos cañas y te doy una”,  como si eso hubiera sido cosa fácil en esos tiempos.

También en el camino que llevaba al destino del Buque; ya sea a las orillas del río o adentrándose un poco por los matorrales no podía faltar  ese fruto exótico que llamábamos vulgarmente “churimbas” (para los que no la conocen es una especie de guama pequeña cuyos  frutos se hallan contenidos en una vaina de color verde oscuro, sobre las que tengo un capítulo aparte), con las cuales en épocas de cosecha solíamos atiborrar las camisetas o cuanto  recipiente tuviéramos a mano. Algunos simplemente  quebraban las parcas de los árboles y se echaban al hombro las ramas llenas de frutos.


Para darle un toque más realista a la aventura no podía faltar una cabaña en el bosque  construida básicamente con ramas de caña brava, planta que posee por flor un hermoso penacho semejante o quizá más bello que una flor de maíz; del árbol de cachimbo  solíamos recoger sus flores que parecen pequeños gallos  para simular hacer peleas, no podía faltar las piedras con formas curiosas o colores llamativos; con todo esto, no perdíamos el objetivo del recorrido que era llegar hasta “el barco de piedra” en el que cual piratas depositábamos todos los pequeños tesoros que habíamos recogido en el camino.

Pero el inapreciable tesoro de esos tiempos era poder disfrutar de las aguas del Río Mocoa; y eso, al igual que el milenario Buque es algo que va camino a desaparecer, aquella  imponente peña de antaño , se ve nostálgicamente  enterrada entre piedras y arena  en lo que otrora fuera un mar de diversiones para la gente de Mocoa.



John Montilla: Texto y fotografías 1, 2,  4 y 5.
Fotografía N°. 3. Vannebar Fabian Meneses Betancourt
jmontideas,blogspot.com 
2013

PEQUEÑOS PRÉSTAMOS

Por: John Montilla


A escasos metros de la estación de servicio fui abordado  por un “amigo” que me dice: “Profe, haga el favor y présteme dos mil pesos  para recuperar mi celular.”,  con gesto de extrañeza le pregunto: ¿Cómo así?, ¿Qué pasó? Y en seguida me echa el siguiente breve discurso:

De manera precisa  él me explica:  “lo que pasa es que fui a tanquear la motocicleta, y cuando iba a  pagar, me di cuenta de que  se me  había olvidado la plata  y entonces me tocó dejar el celular empeñado,  y por eso es que le pido que  haga el favor de prestarme DOS MIL  PESOS, para ir  a sacarlo, luego paso por su casa y le devuelvo su dinero.”

En primera instancia pensé en ir personalmente para hacerme cargo del asunto ya que  estábamos cerca  de la estación de gasolina; quizá una persona con espíritu  más financiero simplemente hubiera dicho: ¡Pues fácil, vamos allá, yo recupero tu celular, me lo llevo, y luego cuando pases a pagarme lo recoges y asunto saldado!

Pero, ¿No creen, que es un tanto incomodo para uno, como para la otra persona  que se ponga en duda esa amistad tan sólo por esa mínima cantidad?, por eso simplemente lo que hice, confiando en su buena fe,  fue pasarle un billete de cinco mil pesos, ya que no tenía algo más sencillo, me dio las gracias, se marchó y me dijo que ya  mismo pasaría a devolverme el pequeño préstamo… pues bien, hasta el sol de hoy no  he vuelto a saber de él.

Episodios como el anteriormente descrito  hacen parte de nuestro diario vivir, y  de ahí me viene la siguiente reflexión, ¿Por qué en vez de pedir prestado mejor no pedir regalado?, yo creo que si un amigo te dice, ¡Regálame dos mil pesos! , es más fácil que decir  ¡Préstame dos mil pesos! , ya que generalmente esas pequeñas cantidades que no son frecuentes, en primer lugar, en un gran porcentaje no se devuelven y en segundo lugar no se cobran.

No me imagino, a alguien constantemente acosando a un amigo, por una pequeña deuda de tal magnitud, es más me atrevo a imaginar que el “sujeto endeudado” hasta podrá sentirse  ofendido por un reclamo como ese; obviamente no todas las personas actúan de igual manera, pero sí hay aquellos que de pronto tienen esa manía de usar, digamos el lazo de amistad como una forma de “presionar” al otro a que haga algo por ellos: ¡Que tanto son dos mil pesos! , en términos económicos, digamos no es mucho, pero a la larga y en determinado momento pueden resultar muy  necesarios para el poseedor.

Por supuesto hay las circunstancias y personas excepcionales  a las que en determinado momento les puede suceder, que se queden sin siquiera para pagar  el bus, y son aquellos que muy puntualmente llegaran  a devolverte lo prestado, en este caso, lo que más se valora en sí, no es tanto el dinero, si no el respeto por la amistad que esa persona demuestra;  Por tanto, ¿Así, quién se atreve cobrarle  una cantidad ínfima  a un persona de altas calidades? La verdadera confianza en el otro es algo que no tiene precio; cosa que puedo hacer  evidente en el siguiente ejemplo.

Recuerdo mis tiempos de estudiante en la universidad: siempre solía comprar pan en una tienda que quedaba camino a la casa donde vivía, tanto iba que ya los dueños y trabajadores ya me eran algo familiares, pero como todo buen negocio de ciudad ,  allí no le fiaban a nadie,  había que tener en efectivo; hasta que resultó un día en yo iba a pagarles mi ración diaria de pan y ellos no tenían para darme las vueltas del billete con que pensaba pagarles, entonces me dijeron:  “Mañana nos paga”, obviamente así lo hice, al otro día muy puntual les pagué lo adeudado, desde entonces, podrían haber días en que yo no tenía dinero, pero no me faltaba el pan, ¿Por qué ?... simplemente  porque a través del  significativo detalle del cumplimiento de la palabra dada se había construido el sólido puente de la  confianza.

Para cerrar,  quedó demostrado en el caso inicial  que relaté, que  la confianza se rompió;  por  tanto  aún sigo esperando, a que me devuelvan los cinco mil pesos que presté y no regalé.

John Montilla
Esp. Proceso lecto-escritores

(Foto : Internet )

Puerto Umbría: Razones para que un pueblo se “emberraque”

Por. John Montilla



Imagínese que está usted sentado en una banca en el andén de su casa, ha salido a la sombra a tomar el fresco de la calle porque adentro el calor es insoportable  y justo entonces pasa un camión que lo deja envuelto en una nube de polvo  y además de ello debe correr a cerrar puertas y ventanas porque de lo contrario toda su cosas quedaran al final del día cubiertas con una fina capa de polvo. Imagínese esta situación no por un día, 
sino durante muchos años.

También,  imagínese que es el dueño de una pequeña tienda, y que pasa otro vehículo que al pisar las piedras de la calle con sus llantas, estas salen disparadas como proyectiles y le quiebran una vitrina y nadie responde por el daño causado. De ahí que ante ese peligro latente más de uno corriera a atrincherarse cuando sentían venir un vehículo. Imagínese también el estado de las calles en tiempos de invierno con la continua circulación de automotores. Entonces frente a  este estado de cosas algo había que hacer y una de ella era la necesidad de tener las calles pavimentadas.

Fueron estos y otros motivos los que obligaron a la comunidad de Puerto Umbría a organizarse y movilizarse para  conseguir este objetivo; lo que dio como resultado que el pueblo creara un peaje voluntario (mil o dos mil pesos, creo) a los transportadores y vehículos particulares, cuyos fondos se administraron comunitariamente y de manera eficaz para la pavimentación de sus calles mediante la modalidad de minga o trabajo comunitario, esto junto al aporte de materiales que hizo el gobierno local  dieron inicio a la obra comunal.

Doy fe de ese trabajo porque fui testigo presencial y activo de esos ardua labor  acarreada por los moradores de esta población, generalmente se trabajaba en las noches porque el tráfico diario hacía muy difícil la labor durante el día. El asunto no consistió sólo en la pavimentación si no también el cambio necesario de sistema de acueducto y alcantarillado. Los vecinos se veían enterrados hasta la cintura en grandes lodazales y con latente peligro de que se le derrumben las zanjas encima cuando se repente se desgranaba un aguacero.

Las mingas para pavimentar las calles se organizaron por barrios o cuadras y la participación fue muy activa por parte de toda la comunidad, mientras los hombres ayudados con sólo una máquina mezcladora se encargaban de la labor pesada llevando y trayendo arena, grava, bultos de cemento  y la respectiva mezcla, las mujeres se encargaban de preparar el refrigerio para los voluntarios. Esto fue una ardua labor que duro varios meses pero que al final dio como resultado el logro esperado: el pueblo cambió de imagen y parte de sus problemas se solucionaron. LA COMUNIDAD HABÍA PUESTO SU PROPIO TRABAJO, SUDOR Y ESFUERZO  PARA PAVIMENTAR LAS CALLES DE SU PUEBLO.

Ahora bien, el pueblo igual que el resto del Putumayo (Colombia) viene siendo afectado por el flujo del tráfico pesado que ya está haciendo mella y destruyendo lo que con tanto sacrificio fue conseguido. Hace unos años era de por sí complicado el paso de un sólo vehículo pesado debido a la estrechez de la única y principal vía.  Ahora que es más continuo, me comentan algunos de sus moradores que la situación se ha vuelto prácticamente insoportable y que la tranquilidad se ha visto completamente afectada.
De todos es bien sabido que  recientemente se hizo la pavimentación de la vía principal Mocoa- Puerto Asís, y aunque el pueblo solicitó la construcción de una variante para el tráfico pesado, este requerimiento nunca fue atendido y las consecuencias están a la vista de todos: El tráfico de todo el departamento pasa por la única y estrecha vía que tiene el pueblo. Y por tanto uno se pregunta: ¿No hay razón para sentar un grito de protesta?

Y  eso fue precisamente lo que hizo Puerto Umbría  (que pese a nadar en petróleo, tiene un sistema de acueducto del cual baja una agua no acta para el consumo humano, según el dictamen de una investigación escolar avalada por el Proyecto Ondas) , se unió al movimiento de inconformismo regional contra   la movilización del  tráfico pesado y montó su punto de concentración para la protesta , luego llega la policía anti motines, surge el primer roce con uno de los lugareños, la gente se ofende y lo que vino después es algo que siempre vemos en la televisión. Piedras, bolillo, gases, bombas de aturdimiento, lesionados y los ánimos caldeados por  una justas peticiones a las que nadie da respuesta.

 Y entonces uno vuelve a preguntarse: ¿No son razones suficientes para que un pueblo se emberraque?

John Montilla
Esp. en Procesos lecto-escritores.


EL POPO DEL PERRO

Por: John Montilla


Un agradable domingo en la mañana estaba asomado a la ventana, cuando vi venir a una señora que traía a un perro atado con una cuerda a su cuello,   cuando ellos  iban  pasando  en frente de la vivienda, el animalito se detuvo de repente y  cedió al llamado de la naturaleza, y no dejó un bello  recuerdo,  si no un “bollo recuerdo” justo en la entrada de mi casa.

Algo sorprendido por esa  desafortunada coincidencia, me mantuve en silencio y  muy  atento a la  espera del devenir de los acontecimientos, hasta que la dama se percato de mi presencia y al ver que miraba fijamente la escena, pareció  azararse  un tanto por la impertinencia cometida por su mascota.

Entonces, abrí la puerta, salí y le dije a la abochornada señora que no se preocupara, que ya me encargaría del engorroso  asunto, pero entonces, ella me miro dignamente a la cara y me dijo: “Usted no se moleste” y acto seguido metió la mano en su bolso, sacó un paquete de bolsas plásticas, seleccionó dos, se puso una a manera de guante, y con su mano recogió lo que su mascota  había dejado,  echó  el popo del perro en la otra bolsa , se la llevo en su mano y se marchó bien campante con toda su orgullo intacto por delante.

Debo reconocer que tal noble maniobra me dejo algo pasmado y como la señora se fue sin decir adiós, me quedé con la ganas de felicitarla por su acción, ya que, ese no es un hecho que se ve todos los días. ¿Cuántas veces puede usted ser testigo de cómo los dueños de las mascotas recogen lo que estas van dejando por  calles, prados y parques de la ciudad?

Por el contrario, casi todos los días vemos  en las calles  el desorden que van dejando los perros, que se dejan si control para que ellos hagan  sus necesidades donde su naturaleza  les gane, lo más fácil para algunos es dejar las puertas abiertas para que los animales  salgan  correr a sus anchas; es evidente que son pocos los dueños que acompañan en esos “paseos” a sus mascotas.  En cambio es muy frecuente ver a algún resignado peatón restregando sus zapatos contra el prado, muy seguramente porque tuvo la mala fortuna de poner sus pies sobre las marcas que los caninos dejaron en la vía pública.

Para terminar, debo admitir que desconozco las normas que rigen a los ciudadanos acerca de las obligaciones que se tienen con el cuidado y tenencia de mascotas; pero lo mínimo que se debe hacer, es lo  mismo que hizo la dama que me animó a escribir estas líneas, ella demostró ser muy responsable y estar preparada para este tipo de contingencias. Van todos mis aplausos para ella.


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores.

(Imagen tomada de internet)