Por:
John Montilla
El
vigilante estaba parado en una esquina algo en sombras protegiéndose de la
lluvia. Llevaba una capa negra, una gorra igualmente de color oscuro y negras botas
de caucho. Apoyó contra la pared la
única “arma” que llevaba en su mano: Un simple pedazo de tubo de PVC. Sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno, lo
prendió con su encendedor, y acto seguido se puso a fumar tranquilamente, y para mi
disgusto echó una gran bocanada de humo al aire. Yo había llegado a la misma
esquina con la intención de cruzar la calle, pero como la pertinaz lluvia y los
charcos no lo permitían, me quedé a charlar con él un momento.
Empecé por preguntarle por su jornada de trabajo y
me dijo que normalmente empezaba su rutina a las siete y terminaba a las cinco y media de la madrugada. Cuando le
pregunté que cada cuanto hacía ese turno me
respondió, para mi asombro: “Yo trasnocho todos los días.”, le dije que eso no podía ser
posible, que nadie aguantaba un trote de esa magnitud y entonces él me replicó: “Yo trabajo de noche
y duermo de día.”, acto seguido me contó
que se acostaba a dormir a eso de las diez u once de la mañana y que se
levantaba para alistarse para su jornada a las seis de la tarde.
Me
dije para mis adentros he aquí un
“Centurión de la Noche”, y los versos del gran Joe Arroyo me vinieron a
la mente: “Aurora, soy centurión de la noche
Aurora mírame aquí sin dormir.” Luego el vigilante siguió contándome su rutina, me
dijo: “Yo a veces no almuerzo.”, me dijo
que cuando estaba durmiendo le pedía a
su esposa que no lo vaya a despertar, así no hubiera comido. Los versos de la
canción a mí se iban haciendo más claros:
“No sé qué es lo que duele sin sentir pero tengo en el alma mi sufrir.”
Entonces me atreví a decir que semejante esfuerzo debería
valer la pena y él me contestó que no, que ni siquiera alcanzaba a ganarse un
salario mínimo y que lo poco que ganaba tenía que reunirlo recogiendo los aportes que pagaban aquellos “cien” que
obtenían su servicio de vigilancia
nocturna, confesó: “mi mujer es la que pasa recogiendo las cuotas, unos
pagan puntualmente, a otros toca ir a cobrarles.” También agregó que a finales del año algunos son generosos y resaltó “algo le regalan a uno en diciembre”.
Luego, con algo más de
confianza, me animé a preguntarle sobre sus vivencias en la calle, me habló de
todo tipo de escándalos, de peleas callejeras, del desorden de la juventud y me
señaló con el mentón a una pareja de jovencitos, casi niños que iban
emparrandados. “Esos chinos deberían estar durmiendo en casa, la noche que me
la dejen a mí.” Por mi parte, a mi me seguían bailando las palabras de Joe en
la mente “Centurión de la noche, esa noche la pasé igual que ayer… en vela, en vela”
A continuación pasó a contarme varios sucesos que había vivido en la calle; me contó que cierta
noche encontró tirada una cartera de una dama, dijo: “Cuando la abrí, miré que
aparte de los documentos tenía, seis billetes de 50 mil pesos, uno de veinte y
dos de diez mil.” Contó que la había recogido y luego se había parado en una
esquina a ver qué pasaba; dijo que al rato apareció una señora con su pareja, y que fueron
directo donde él estaba, pues al parecer
alguien les había dicho que lo habían
visto agarrar algo del piso. Nuestro personaje relata: “El tipo me trató mal,
yo le dije que no le estaba negando que la tenía, se las devolví y ni siquiera
me dieron las gracias, mucho menos para una gaseosa.”
… “Centurión de la noche me volví mírame aquí sin dormir.”
También me narró que otra noche, igualmente encontró una
billetera, pero que está vez no apareció nadie a reclamarla; me dijo: “Tomé los
85 mil pesos que tenía y al otro día mandé a dejar los documentos a la emisora,
para que el dueño los fuera a reclamar.” Es
un fiel testigo de cómo la gente pierde muchas cosas los fines de semana. “Una
noche encontré un Sony Ericsson apagado y no sirvió para nada porque parece que
lo bloquearon; por ahí debe de andar rodando por la casa”, dice.
En la improvisada charla que tuvimos, me siguió contando sus
particulares experiencias de vigilia, dijo que cierta vez halló un reloj, y que
algunas personas supieron que lo había recogido, dice que lo tuvo como más de
dos meses en su poder y que nadie lo
fue a reclamar y que al final decidió venderlo por diez mil pesos, y justo
entonces apareció la dueña y lo trató de
ladrón. Afortunadamente, menciona que el “juez” que intervino en el asunto le preguntó a la mujer: ¿Es que
acaso él se lo sacó de su bolsillo? , con lo cual se dio el veredicto a su favor.
…“Centurión de la noche, de la noche, de la noche sin liberar
nada.”
Cuando le pregunto qué hace, cuando mira que algo irregular
está sucediendo, por toda respuesta,
saca la mano izquierda debajo de su capa y me muestra un pito que tiene sujeto
a un cuerda enrollada a su mano, se lo lleva a la boca y emite un corto pitido
. Dice, “así he sacado corriendo a
varios.” Yo vuelvo con otra pregunta: ¿Y si eso no funciona? …“Fácil - dice - entonces llamo a la policía.”, y me
indica un modesto celular: “Este me lo
encontré hace dos meses, esta viejito, pero, aún me sirve.”
A
todas estas, nuestro personaje ya había acabado el pucho de cigarrillo que
estaba fumando, se despidió amablemente y dijo que iba a hacer su ronda rutinaria, se caló la capucha
de la capa sobre la gorra y con calmados pasos, echo a caminar bajo la lluvia.
Mientras a mí me seguían danzando los versos del Joe en la cabeza: “Centurión de la noche… Centurión de la noche… de la
noche … rocío caer.
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores
(Imágenes internet)
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