lunes, 16 de septiembre de 2013

A las carreras

Por: John Montilla.


De  cómo el trabajo académico de años se puede ir al traste en minutos por cuestiones ajenas y ridículamente absurdas.

Para empezar debo exclamar: ¡Que no es  posible que se les olvide instalar la alarma la víspera del día en que tienen que madrugar para ir a presentar las pruebas ICFES! Porque esto implica salir  a las carreras de casa, sin desayuno y  con la tranquilidad ya perdida.

Esta situación de urgencia  experimenté  debido a que tuve que llevar de manera apresurada a alguien de la familia hasta la puerta de entrada del establecimiento educativo donde tenía la  citación, para  que presentara las pruebas de estado. Por eso pude ver a un gran número de estudiantes de grado once de varias zonas del departamento, cuando  se disponían a  presentar las pruebas saber ICFES. El hecho de ser testigo me sirvió para percibir no sólo la las expectativas y ansiedad de algunos,  sino también me percaté de ciertos detalles de cómo algunos  jóvenes no toman las cosas con la seriedad del caso.
 
Inicio con el siguiente ejemplo: Justo cuando faltaban pocos minutos para empezar la prueba,  la jovencita a quien yo había llevado hasta el colegio , me pide que haga el favor de llevar a una de sus compañeras de clase hasta su  casa, porque había olvidado traer su documento de identificación.  ¡No puede ser !, les digo: Porque esa es una de las recomendaciones que más se les recalca. De todas formas accedí a llevarla; el problema fue que ella vivía  en uno de los extremos de la ciudad; obviamente cuando regresamos, la  prueba ya había iniciado. Conclusión: Preocupación ganada y  minutos preciosos perdidos.

Luego, en el camino a casa  veo a dos jovencitas con sendos lápices en sus manos y también a las carreras, pero no en dirección del colegio, sino para otro lado; obviamente deduje que iban retrasadas, me detengo al lado de ellas y les pregunto: ¿Qué pasó, se equivocaron de institución?, Respuesta: “Olvidamos los documentos de identificación”, Contraviniendo las normas,  me ofrecí a llevarlas y traerlas a ambas a la vez;  me pregunto qué calma pueden tener después de ese trote.

Ya de vuelta al colegio con las dos estudiantes - que por fortuna no vivían muy lejos -, indago a los porteros por el asunto y me dicen que  hay varios estudiantes en carreras por diferentes circunstancias. Entonces, decidí pararme en la entrada y observar más  detenidamente, la cuestión de los afanes de última hora.
 
Precisamente, lo comprobé, cuando una joven se baja apresuradamente  de un taxi, y  justo cuando a la entrada le preguntan por el documento de identidad, lo único que hace es agarrarse la cabeza a dos manos, maldecir, y  corra a  agarrar el vehículo otra vez, ignoro a qué horas regresaría.

Luego, cuando veo a un joven desesperadamente buscando algo, se me sale lo del buen samaritano, y  le preguntó si le puedo ayudar en algo; me dice que también olvido los documentos; el problema es que vive en las afueras de la ciudad; por eso buscaba afanosamente –a esas horas- servicio de teléfono para hacer una llamada a su casa, para que le envíen  lo que necesitaba. Apostaría  a que no presentó las pruebas.

A propósito de llamadas, no obstante estar muy claro en el documento de citación la prohibición del ingreso  de celulares y todo tipo de aparatos electrónicos, más de uno hace caso omiso de la restricción; ojalá no se hayan olvidado de apagar esos aparatos pues esto puede acarrear sanciones, además todo tipo de interrupción es un falta de respeto  a los jóvenes que se toman las cosas con seriedad. No está por demás anotar que  algunos no llevaban ni los elementos elementales para presentar la prueba, por eso no me pareció extraño ver partir  en dos un lápiz nuevo. Algunos de los que llegaban retardados  ni siquiera le habían sacado punta al lápiz.



Otra persona, llega con el documento de citación y todos los papeles en regla, pero no tiene la certeza de la  institución educativa  donde debe presentarse, ¿Por qué no lo averiguó antes? Le permiten ingresar, y al rato se la ve salir a toda prisa, pues le toca realizar el examen  en otro colegio. A todas esta ya hace media hora que inició la prueba. Alcance a notar que se subió en una  buseta. ¿A qué horas llegaría?

Para completar el cuadro, llega una estudiante en estado de embarazo, en compañía de otra más jovencita. E igual: olvidó sus documentos, el problema es que no viven cerca del colegio. Los porteros ya no saben que decir. La desafortunada chica sólo atina a decirle a la niña que la acompañaba, que vaya corriendo por el bendito documento. La muchacha sólo atina a hacer un gesto de resignación y sale corriendo en dirección a su casa. Por mi parte ya me estaba cansando del tema,  pues me dije: “no es asunto mío”, pero tras un par de minutos de vacilación,  decidí alcanzar a la niña, para ayudarle a cumplir su cometido. El problema fue que cuando regresamos con la cédula, la futura madre se había ido en otro vehículo. Al parecer ella no se percató de mi ayuda.  Lo único que pudimos hacer fue decirle a la niña que  espere hasta que ella regrese. También ignoro si alcanzó a ingresar hasta la hora límite.

Tampoco puedo dejar de anotar que el día fue bastante caluroso, lo cual  hace que sea un poco más fatigoso el estar sentado varias horas contestando una prueba de ese talante. De ahí que la curiosidad me lleva imaginar, en como la pasarían, aquellos que les dio por “darse un escapadita”  la noche previa a este importante compromiso.

Más tarde me enteré del caso de un estudiante que no presentó la prueba, simplemente porque malgastó el dinero que  sus padres le habían dado  para que pague la inscripción previa. Pero el joven engañó a su familia, simulando presentarse a la prueba: Madrugó, llegó al colegio, pero obviamente no pudo  ingresar, en vez de eso se ausentó de casa todo el día, y luego apareció a la hora de salida para tratar de encubrir su farsa. ¿Qué irá a decir para esconder los resultados?...   a preparar otra mentira.

Todos estas prisas estudiantiles  narradas no tendrían trascendencia, de no ser  porque el trabajo de años de instituciones, profesores y  padres de familia  se puede ir al traste en minutos, por cuestiones completamente ajenas y casi que  ridículamente absurdas, pues está demostrado que si se toma la prueba muy en serio, un resultado óptimo en el  ICFES bien puede llevar a los jóvenes  a más saludables y provechosas carreras.

John Montilla:
Esp. Procesos lecto-escritores

(Imágenes internet)











LA MANO DEL POLÍTICO

Por: John  Montilla

¿Alguna vez le ha dado la mano  a usted un político en campaña?  … Esta fue la pregunta que se me ocurrió hacerle a un reducido número de personas; debo resaltar que entre  las  respuestas que obtuve  voy a consignar   las que me parecieron  más significativas; la razón que me impulsó a realizar  esa pequeña encuesta  fue el proveerme de opiniones para poder relatar una anécdota que tengo guardada hace ratos.

Empiezo anotando la respuesta  de un amigo, que por  cierto es un gran pintor y de cuyas artísticas  manos salen con la ayuda de lápices, pinturas y   pinceles  unos  hermosos  paisajes, loros y papagayos multicolores. Pues bien, este hombre del arte y cuyos dedos manchados de múltiples tonos de color  semejando un arcoíris perdurable  me dice: “Por ahora mis manos están vírgenes con respecto a ese tema.” Es decir, nunca le ha dado la mano a un político; cosa que es casi muy difícil de encontrar. Él asegura: “A veces ni me doy cuenta, quienes están en campaña.” Luego afirma de manera categórica: “Nunca le he dado la mano a ningún político, siempre voto en blanco.”
  
 Pero algunos no podemos evitar enterarnos de que hay campañas políticas  y en determinados momentos nos vemos presionados o empujados por diversas circunstancias  necesariamente a “ser saludados” por un político  en campaña; y es aquí donde yo quisiera aconsejar a ellos que  no le den la mano a todo el mundo; pues les puede pasar lo mismo que le pasó a uno de estos personajes en una de esas repetidos esfuerzos para conseguir el favor de los votantes. He aquí la historia:

El pleno furor de una campaña electoral venía un candidato saludando de manera afable y cordial a todos los transeúntes de un sector  popular. El personaje iba de acera en acera y de puerta en puerta,  saludando a cuanta persona encontraba a su paso. Pues bien yo me encontraba junto a un par de conocidos,  uno de ellos estaba agachado tratando de encontrarle una falla a su motocicleta, cuando se percató de que venía el candidato. El hombre al verlo dijo por lo bajo: “Ya viene un  … ¡&*%/8””+%! …  de esos.”
Y acto seguido, sin que pudiéramos evitarlo, justo cuando el personaje se aproximaba y ante el asombro de nosotros dos, de manera disimulada se escupió  rabiosamente en las manos, se untó  a propósito grasa de la cadena de la moto  y luego procedió a asentar  las manos contra el polvo de la calle sin pavimentar y por último se las froto suavemente y con deleite. El hombre  fingiendo revisar una llanta de la motocicleta espero de la manera más seria posible la llegada de su “victima” que ajeno  a la situación se acerco a saludarnos cordialmente. Cuando le tocó el turno  al bromista,  este le dio al candidato un firme y cálido apretón de manos y una cariñosa palmada en la espalda mientras le aseguraba  que él era el único candidato por quien valía la pena votar.

 


Ya podrá el lector imaginarse el resultado de esa grosera acción cuando  el personaje desapareció en la esquina más  próxima. La señal más elocuente del resultado de ello fueron las carcajadas que dejaron a un segundo plano las palabras.





¿Qué motivó este inusual  episodio? Ustedes tendrán sus respuestas; por lo pronto anoto algunas que me suministraron. Alguien apunta: “Los políticos son unos interesados, que  sólo se acuerdan de uno en  elecciones y somos ciudadanos y nos utilizan para llegar al poder y luego no cumplen con sus promesas.”   Otra persona expresa: “Ellos se comportan bien con uno en campaña, pero luego  si en la calle te los encuentras ni siquiera te miran.”

Afortunadamente alguien deja un aliento de esperanza al decir que: “No todos son malos porque hay excelentes políticos, pero  que es una lástima que a esos buenos el pueblo no los escucha, y son tan poquitos  que los  puedes contar con los dedos de una sola mano.”
 
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores

(Imágenes internet)



BOOMERANG : Mini cuento de dos líneas y media

Por: John  Montilla.


Con esta corta, pero significativa historia  que voy a mostrar gané el  concurso departamental de mini cuento  en la ciudad de Palermo – Huila (Colombia) en 1997. Debo decir con toda modestia, que en esa oportunidad  mi  pequeña obra resultó elegida entre más de sesenta participantes, entre la cuales había  trabajos de reconocidos y  experimentados escritores huilenses.


 Aquella  vez,  fue mi segundo intento, pues el año previo, también había participado y logrado el segundo lugar; lo que al final  me motivó a escribir el  texto  que a continuación les presento:




BOOMERANG
En un destello de lucidez, el dictador había decidido abolir la persecución y  tortura en  su gobierno; pero fue derrocado,  por dejar a medio régimen sin trabajo.



BREVE APUNTE LITERARIO: “El mini cuento es un texto literario de muy pocas líneas que, por la brevedad y precisión en su vocabulario, crea la intensidad suficiente para turbar al lector. Para explicarlo de alguna forma, es como cuando encendemos una cerilla, primero, un chispazo; luego, la llama se extingue fugaz; y, finalmente, esa quemazón en los dedos... ” (www. buenastareas. com)

¿Alguien se anima a tratar de analizar ese mini cuento?

John Montilla

Esp. Procesos lecto-escritores





domingo, 8 de septiembre de 2013

¡ Sí hay gasolina !

Por: John  Montilla


“Si hay  gasolina, si hay gasolinita
 a ocho mil pesitos la botellita,
no se preocupe por la platica, 
cómprela ahorita 
porque  después le toca andar con la moto rodadita.”

Este estribillo le alcancé a escuchar a un señor algo embriagado que  estaba revendiendo el preciado combustible que por  estos días escasea en Mocoa y el Putumayo entero a raíz del paro agrario.

Como están las circunstancias una gran cantidad de conciudadanos se han visto obligados a pagar estos escandalosos precios por  el combustible.  Fui testigo  hace un par de días de cómo en cierto punto se estaba revendiendo y  al preguntar, no por un galón, sino por una simple botella de gasolina pedían doce mil pesos por ella. Más de un necesitado al escuchar el costo daba la media vuelta y adiós. Luego a corta distancia de ese sitio pude ver otro punto de venta en el cual había una sustancial rebaja de cuatro mil pesos con respecto al anterior precio. Pero, a escasos metros más adelante  había una ganga de siete mil pesos por botella y como era lógico esta “mini estación de servicio” era la que más clientes recibía.

 Las “mini estaciones de combustible” que esporádicamente surgen en determinado momento y en la esquina menos esperada, se  pueden percibir, no por los clásicos grandes anuncios de luces  y color, sino por la imagen de una botella plástica de gaseosa  llena de gasolina y  un rústico embudo también elaborado de otra botella recortada para tal fin. Estos objetos al igual que el vendedor discretamente ubicados a las orillas de la calle. No necesitan mucha propaganda mediática pues el voz a voz y la necesidad hacen que la gente llegue a ellos cual abejas motoras en busca de su  polen carburante.

Entonces ante la actual situación a la gente le quedan  dos opciones: Pagar por ello o en caso contrario guardar su vehículo  y echar a caminar;  y los que aún tienen una pequeña reserva de gasolina y quieren ahorrar les toca hacer lo mismo que un buen amigo  confiesa:   “Con la escasez de combustible en Mocoa, algunos aprovechamos las bajadas para desplazarnos con la moto apagada.” Esta práctica y  graciosa escena de rodar la motocicleta se ha vuelto recurrente por estos días. Alguien apunta: “Y  sí miramos a un amigo a pie, nos hacemos los que vemos al otro lado para no tener que llevarlo.” Todo recurso es válido en ese empeño de no tener que dejar guardado el vehículo de transporte.

 Otra persona simplemente sentencia: A mí ya no me alcanza ni para rodarla.”  Y  eso muy seguramente le pasa a muchos, por eso también se han venido presentando los casos de robo de gasolina mediante la modalidad de “ordeñar la moto”  del que la deje mal parqueada. Una fuente confiable me cita un ejemplo de cómo alguien  al disponerse  a regresar a casa después de la jornada de trabajo, se percató de que le había sustraído el combustible del vehículo.

A esto debe sumársele algo peor; a cierta vecina que compró una botella de gasolina le empezó a fallar la moto, pues al parecer la calidad de lo que le vendieron dista mucho del precio que pagó. Ahora a pagar mecánico.  Así que mejor va tocar seguir el consejo de un amigo aficionado a dar pedalazos: “Cómprate una bicicleta, estas nunca se varan por gasolina” y además agrega


 “Deberían implantar en Mocoa la cultura de la bicicleta, empezando por la construcción de ciclo vías.” Yo  le respondo que más fácil es que baje el precio de la gasolina o que a nuestros campesinos les solucionen los problemas.

Pues, no hay que olvidar que los inconvenientes temporales de estos días se deben al actual paro del sector agrario que reclama sus derechos,  y puestos a escoger es mejor que haya papa y arroz para comer;  total gasolina sí hay.  Lo que está es más cara que nunca.

John Montilla

Esp. Procesos lecto-escritores

sábado, 31 de agosto de 2013

VOLANDO COMETAS E HILANDO RECUERDOS

Por: John Montilla

Un niño se acerca con su padre a observar un grupo de cometas artesanales multicolores que están siendo exhibidas en la calle; luego el padre le pregunta al niño si le gusta alguna, el niño sumamente fascinado dice que le llama la atención una que tiene el tricolor nacional, pero a pesar de que el precio es módico, el señor decide no comprarla. Lo cual produce un  gesto  de desencanto en la cara del  niño que ve resignadamente como su padre se aleja, mientras el echa una última mirada a las cometas antes de correr detrás de su progenitor.

El ser testigo de este pequeño episodio de decepción infantil, me lleva a  pensar que antes no necesitábamos que nos compren las cometas. Nosotros mismos las elaborábamos de cualquier material que pudiera hacerse elevar por los aires. Por ejemplo, era tan fácil  coger las hojas de en  medio  de un usado cuaderno, hacerles unos plegados simples, atarles un hilo  y  listo, echarlas a volar. Hoy me sorprende  evocar como  esas sencillas hojas de papel alcanzaban grandes alturas. Tampoco  podía dejarse de lado el infaltable papel periódico para creación de esos artefactos voladores.  Metafóricamente hablando, fuimos pioneros en  hacerle llegar las añejas noticias a los dioses cuando elevábamos esas cometas repletas de palabras e imágenes en blanco y negro.

Recuerdo que los palillos para las estructuras de las cometas solíamos encontrarlos en las obras en construcción;  pues allí, por lo general nunca faltaban los pedazos de guadua.  Los cuales cortábamos y pulíamos  hasta volverlos livianos y flexibles con la típica navaja que no podía faltar en las manos de un  muchacho  inquieto y presto a realizar pilatunas propias de la edad. Es de subrayar que antes tener una navaja no tenía esa connotación tan negativa  que tiene en la actualidad. Ahora los palillos, para el armazón de las cometas se pueden conseguir en el mercado, me dice el artesano que está exhibiendo unas cometas de papel seda o papelillo que festivamente ondean  con la brisa sus vistosas y delicadas alas.
Conseguir  el pegante  tampoco era un problema; nunca sabré cómo y quien  descubrió  un vegetal que tenía  propiedades de servir como adherente, nosotros le llamábamos “papa cebolleta”, un amigo de infancia me comenta  que también le decían “papa China”; ni idea del nombre técnico;  el caso es que  esa planta que producía un fruto semejante a una cebolla cabezona blanca, la usábamos para extraerle su producto  pegajoso pero de olor suave. La fórmula era simple poníamos a calentar un poco el bulbo de esa planta en unas brasas,  luego le cortábamos un pedazo y listo nos quedaba un pegante en barra ya que  el calor hacía que el fruto liberara una solución  pegajosa ,  el cual nosotros untábamos en nuestros dedos y con él procedíamos a pegar el papel. Cuando se secaba el  líquido, se cortaba otro pedazo  y así sucesivamente hasta terminar todo la elaboración de las ansiadas cometas.

Siempre se tuvo la precaución de cuidar la preciosa planta que crecía por prados y potreros. Así  podíamos  hallarla en  la siguiente temporada  de cometas o para cuando queríamos usarla en otro tipo de trabajos que necesitaran adhesivo. Cuidábamos tanto de no dañar los hijuelos del vegetal, como de sembrar para tener siempre esa reserva de “colbón natural” que nos  llegaba puntualmente  junto con los vientos de agosto. Debo anotar que  al escribir estas líneas indagué por la planta, pero nadie me supo dar razón  de ella,  espero que aún exista en algunos escondidos matorrales.

 En cuanto a lo del cordel para poder echar   a volar las cometas, tocaba el clásico asalto al costurero de las mamás para poder apropiarse de cuanto hilo se encontrara allí. No está por demás decir que más de una reprimenda verbal y una que otra zurra debieron habernos puesto a  “volar” por los patios traseros de la casas cuando las dueñas descubrían que el cofre de los tesoros de hilos había sido despojados por “piratas de  los cielos”, como en efecto llegamos a  serlo.

Como el  hilo   era uno de los elementos más preciados y difíciles de obtener cuando los padres no lo suministraban. Había que acudir a la “rapiña lúdica” de él,  y esto también formaba parte del juego de elevar cometas. En ese sentido puedo citar  varias formas para poder obtener ese valioso botín. Una de ellas era correr a “cazar el hilo” de aquel a quien se le reventara la cuerda de su cometa. Existía este acuerdo tácito: Si la cometa estaba en el aire era tuya, pero si se rompía  el cordel, había que correr tras de ellas por prados, potreros y solares tratando de conseguir  lo que se pudiera recuperar.  Era muy común en esa rebatiña de los hilos, agarrar lo que se pudiera y apresuradamente enrollárselo en las manos para luego desenredarlo y envolverlo en un palo, formando así un conjunto multicolor resultado de la suma de muchos hilos anudados.  La imagen que tengo de ese arcoíris de hilos añadidos es bastante poética. 

Un amigo a quien le pedí que  me regale remembranzas de esos tiempos me obsequió estas palabras:   “El recuerdo me transporta a la época donde todo era posible, porque era muy niño e inexperto de la vida, me veo corriendo tras una cometa que suavemente imitaba una despedida de manos, mientras se alejaba con los hilos libres, sin dueño, hilos que prontamente se convertirían en una maraña de nudos que terminaban tirados en el suelo,  o que podrían ser recogidos y luego  añadidos para volver a volar otra cometa con hilos multicolor que repetían una y otra vez la misma historia: Niños corriendo, sonrientes,  sedientos pero alegres de sentir en sus manos como el hilo recuperado cortaba la circulación de la sangre sobres sus manos por la presión de las hebras enrolladas. También  recuerdo a una anciana  mirando incrédula aquella estampida de niños corriendo aparentemente sin razón y manoteando al aire como queriendo atrapar al cielo; ella no sabía que perseguíamos un hilo invisible a sus ojos,  recuerdo esos largo caminos recorridos en esa loca persecución con una brisa fresca en el rostro de esos agostos en que jugué a volar cometas.”


Debo añadir, a esta retahíla de nudos y de recuerdos, otras no muy santas formas de acceder al hilo o a las mismas cometas. Una de ellas era “cazar cometas” en el cielo, y esto se lograba de una manera ingeniosa: Se construía una cometa con algún defecto en las alas, así se les rompía el equilibrio,  hecho que la hacía dar piruetas en el aire, y por eso se les llamaba “cometas cabeceadoras”. La treta era fácil, se las elevaba junto a la que quería atraparse, hasta que está en sus volteretas en el aire enredaba a la otra y listo, a jalar y  ambas a  tierra y luego al infantil pillaje del “nave voladora” abordada.

Otra forma no tal sutil era el uso de boleadoras, es decir atar dos piedras, o palos cortos a los extremos de una cuerda y desde lomas o arboles o cualquier sitio alto arrojarlas a las altura  tratando de agarrar el hilo,  cuando este por su mismo peso se ponía casi que de forma horizontal en el aire. Una variante de este recurso era un rustico arco con una flecha de caña brava atada a una cuerda, la cual se lanzaba tratando de pasarla por encima del hilo de la cometa que se quería atrapar una vez sujeta se procedía  a jalar los extremos para llevar la cometa a tierra.

Otra táctica que aún utilizan algunos para bajar una cometa es proyectar con un espejo un rayo de sol directo sobre la cometa; alguien me dice que tiene que estar untado de limón y que si se lo refleja sobre el hilo este se rompe; ignoro su resultado, pero el dato en sí es curioso. En el fondo y viendo en retrospectiva todas estas  travesuras infantiles, la idea NO era destruir las cometas sino echarlas a volar  uno mismo, valiéndose de todos los recursos y estrategias posibles de aquellos tiempos. Prueba de ello era que también era usual, prestarle el tubo de hilo a algún amigo  cuando este  le había soltado todo el  cordel  disponible a su cometa y si esta “pedía  hilo”  había que dárselo de alguna manera. El objetivo es, ha sido y será siempre ver las cometas lo más alto posible. 


Para  terminar  apunto dos  poéticas acciones: Una en la que el dueño  de manera voluntaria rompía el hilo de su cometa cuando esta se encontraba en su punto más alto,  con el único propósito de ver su cometa libre perderse para siempre en el horizonte; y la otra la  de mandar un “telegrama” a la cometa; confieso que no he vuelto a ver hacer ese acto; que consistía en colgar en el cordel un papelito en forma de disco con un orificio en el centro el cual por la acción del viento se iba elevando  hasta perderse de vista y luego comprobar cuando se bajaba la cometa que el mensaje había llegado a su destino en las alturas. En el fondo creo que eso es en si el propósito del hermoso juego de las cometas: Alcanzar ese sueño de llegar a los cielos. Espero que el niño que cité al inicio de este escrito y a quien  no le dieron su cometa, no vaya a perder ese deseo de soñar así como lo hicimos nosotros.

John Montilla: Texto y fotográfias 2 ,3 y 4
Esp. Procesos lecto- escritores




ELABORAR UNA COMETA HOY

Por: John Montilla


Cuando estaba sentado frente al computador tratando de escribir algo, se acerca una niña a pedirme que le  haga una cometa; estoy seguro que a nadie le gusta ser interrumpido, pero si uno reflexiona de manera rápida, surge la pregunta: ¿Qué es más importante: sacar tiempo para atender las peticiones  de un niño o seguir  en tus asuntos?  Si lo meditas un momento quizá tu conciencia te  aguijonee  y te diga que si no lo haces hoy, tal vez nunca lo harás. Los niños crecen y el tiempo que no se comparte con ellos  es irrecuperable.

Entonces  por ese golpe de presión de mi conciencia decido que le ayudaré  a elaborar la cometa,  y ante el gesto de alegría y de entusiasmo de ella,  le prometo que no será una cometa común y corriente sino una que nunca haya visto. Nos ponemos a  buscar en internet un modelo novedoso y vemos una en forma de pulpo. Ponemos manos a la obra; ella consigue lo más difícil: Los palitos flexibles y livianos de guadua para el armazón, esto gracias a un vecinito que está elaborando su propia cometa y le regala unas varitas de las que le sobran.

El proceso de creación de la cometa que parecía simple se vuelve complejo y lo que se supuso duraría unos largos minutos, duró un par de horas, pero al final tenemos el trabajo terminado. El modelo resultante no salió como lo habíamos imaginado, pero lo hicimos  y sólo nos resta la prueba final: Echar  la cometa a volar. En este punto, hago  otra reflexión; el ejercicio de escritura que estaba realizando al principio, ya había pasado a un segundo plano, los pensamientos que no alcance a anotar ya se me esfumaron y el hilo de las ideas que tenía en mente ya se rompió, pero estoy firmemente convencido que valió la pena haberlo hecho de esa manera

 Hubiera sido mucho más simple  haberle dado dinero  para que se vaya a comprar una cometa  y yo podría haber seguido en lo mío. En la actualidad todo parece tan fácil: Ir a las tiendas de chucherías y comprar una cometa con los colores y diseños que quieras. El proceso dura lo que te demoras en pagar, y si se te daña vas  y compras una nueva, y  listo; casi que ya no existe esa mística por la creación de los objetos más sencillos. Todo lo tenemos fabricado de antemano; de ahí que, el aprecio por el valor de las pequeñas cosas se haya ido  perdiendo.

Lo anterior  nos transporta a los tiempos en que se le daba mayor  importancia a las cosas cotidianas de la vida. Nos hemos ido transformando en personas  mecanizadas y por tanto,  ya casi que se ha vuelto costumbre que todo nos lo den hecho o fabricado. El  escritor checo Milan Kundera, en uno de sus párrafos se refiere así a la pérdida de esos saberes: “Mi abuela, que vivía en un pueblo…  lo conocía  todo por su propia experiencia: cómo se hornea un pan, cómo se construye una casa, cómo se mata a un cerdo y se hacen con él embutidos, y qué se pone en los edredones…”  Quizá si hacemos memoria lo mismo podríamos decir de nuestros padres y abuelos.
El novelista antes mencionado apunta que su abuela: “Tenía, por así decirlo, un control personal sobre la realidad…”   entonces yo recuerdo a mi abuelo y su sapiencia para arreglar un viejo molino, o ese clásico truco para zurcir una media  metiendo un bombillo dentro de ella, o para no ir más lejos ese eterno y ecológico morral  que siempre cargó para ir a hacer la remesa, hoy es tan simple pedir una anti ecológica bolsa plástica para cada compra. Alguien me refiere que antes existía la profesión del “parchaollas”. No se alcanza uno a imaginar a una persona voceando y ofreciendo por la calles,  ese servicio de poner un tapón a las ollas inservibles y a los vecinos saliendo con los trastos viejos a la calle para que se los reparen. Hoy es tan simple tirarlos a la basura e ir a comprar unos nuevos.

Por tanto, no es ningún descubrimiento decir que antes la gente sabía cómo hacer algunas de las cosas más sencillas del diario vivir: una muñeca de trapo, un juguete de madera y obviamente algunos sacaban parte de su precioso tiempo no para comprar, sino  para  elaborar hasta una sencilla cometa.

Llegados a este punto es hora de echar a volar la cometa que dio origen a este discurso. Queda esa satisfacción de haber compartido ese momento de creación. Quizá algún día alguien le pida a ella una cometa y tal vez  recuerde este episodio y regale parte de su tiempo así como  se lo brindaron a ella. Aunque es una bella tarde, hay poca brisa, parece que hasta los vientos de  agostos de antaño se esfumaron; de todas formas la niña echa a correr con la cometa sujeta a un cordel buscando una corriente de aire, el artefacto hace unas   cabriolas en las alturas, y cae precipitadamente  al suelo, lamentablemente nuestra cometa no vuela. 

John Montilla: Texto y fotografías
Esp. Procesos lecto-escritores


jueves, 29 de agosto de 2013

HISTORIAS DE UN CONDUCTOR DE AMBULANCIAS

Por: John Montilla


De su pericia al volante dependen vidas humanas,  conozca algunos episodios que envuelven su ardua labor.

Son cerca de las ocho y media de la noche, y nuestro conductor de ambulancias se apresta a descansar después de llegar de un arduo y fatigante viaje;  tras  un reconfortante baño y una gratificante cena, se acomoda plácidamente en un sillón frente al televisor, para mayor comodidad descansa sus piernas sobre un butacón   y exhala un profundo suspiro de satisfacción; …y justo en ese momento suena el teléfono con una nueva solicitud de emergencia que requiere sus servicios. Entonces, nuestro amigo, resignadamente en cuestión de minutos está presto a partir de nuevo, para enfrentarse a los designios de la carretera y los gajes de su oficio.

Nuestro conductor en particular, es eficiente en su cometido de estar disponible las veinticuatro horas del día, porque algo que meticulosamente realiza, es el manteniendo de “su vehículo”; según él, lo importante es el correcto funcionamiento de este. Y para ello, una vez  terminada una jornada, por muy cansado que se encuentre, primero se preocupa por la ambulancia, y  aunque no le compete, invierte parte de su sueldo en ello; según su familia él dice. “Con tal de que haya para la comida, es suficiente.”

En el vehículo siempre tiene listo, además de los equipos necesarios, una muda de ropa. Pero a veces, aún con todas las previsiones que puedan  tenerse no faltan los  percances en los que necesariamente hay que improvisar. Como la vez que le tocó atender un parto en plena vía y en zona rural; refiere así el hecho: “Yo lo único que hice fue orillar el carro, ayudar a recibir el bebé, arroparlo, ponerlo  en brazos de la madre y corra para el hospital para que corten el cordón umbilical y  hagan todo el trabajo médico”. Narra la vez que atendió una emergencia un domingo a la madrugada: Un techo de una construcción se derrumbo sobre una muchedumbre que se alistaba para  el día de mercado. Afortunadamente no hubo víctimas fatales; pero sí una señora delicadamente  herida en una pierna, quien al parecer no tenía parientes, y que fue remitida inmediatamente a la ciudad  de Pasto.  En dicha ciudad tuvo que apersonarse de las diligencias de la paciente; incluso como hubo necesariamente que desgarrarle la ropa para atenderla, se encontraron luego conque la señora no tenía que ponerse y  también  le  tocó a él, ir a conseguir la ropa para cuando  ella fuera dada de alta. Lo importante dice:”Es que ella salvó su pierna”.

También, nuestro héroe al volante cuenta el episodio de una paciente que murió en Pasto, y resultó que al doliente no lo querían atender en la funeraria porque no lo conocían y no les daba garantías financieras, entonces él se ofreció como codeudor: “Imagínese, dice, uno en otra ciudad y con un finado a cuestas y que le cierren las puertas”, el problema fue  que el otro no pagó  y como él frecuentemente iba a dicha ciudad  le cobraron y tuvo que pagar la deuda. Pacientemente se lamenta: “Me tocó cargar el muerto.”

En ocasiones es su vida misma la que corre peligro, como la vez que tuvo que ir  a recoger un médico a  Puerto Asís, y en cierto recodo del camino  les hicieron unos disparos, relata que él aceleró el vehículo, y que cuando se sintieron en lugar seguro se percataron  que les habían  impactado un vidrio, nunca supo quién y por qué se dio el hecho.

Otra suceso que le acaeció, tuvo lugar una  lluviosa medianoche cuando dos personas se le atravesaron en medio de la carretera  y vehementemente le pidieron que los llevara a cierto punto del mismo recorrido por el cual él iba, al ver el apremio de dichas personas el accedió.  El problema vino cuando ellos  no se bajaron en el punto al cual supuestamente iban y le dijeron: “Llévenos hasta donde le digamos.” Mientras le ponían un revolver en las costillas y lo obligaron a internarse por un desvío del camino; cuando llegaron a cierto sitio se bajaron  y le gritaron: “Piérdase de aquí o no respondemos.” Desde entonces él dice que  no recoge a nadie en  la vía porque no quiere tener otra experiencia de ese calibre.


Aparte de las vicisitudes terrenales, tampoco le faltan los incidentes misteriosos, como el  ocurrido una  noche en la peligrosa vía Mocoa- Pasto. En una ocasión iba con un paciente y una enfermera; en cierto momento debió atender la urgencia del reclamo de su vejiga que lo obligó a bajar del carro. Sabemos que cuando la naturaleza llama no hay nada que hacer. Momento que él aprovechó también para revisar las llantas de la ambulancia. Cuando de repente sintió que lo llamaban, y percibió adelante en la carretera a un hombre con un perro negro que le hacía como una señal de pare;  un tanto receloso él  trató de subir rápidamente al vehículo y entonces ya no volvió a ver al hombre, sino solamente al perro, y al instante sintió mucho frío y  un fuerte  golpe de viento  que lo obligó a agarrarse de la puerta de la ambulancia  para no caer, temeroso trepó al  carro y cuando le preguntó a la enfermera sobre el suceso ella le dijo que no vio, ni sintió absolutamente nada.

En la misma temible vía, otra noche se le apareció un gran venado  en el centro de la carretera, con la luz de la ambulancia refulgían  unos ojos misteriosos,  y  a pesar de que tenía un machete a mano y  de  las palabras de una enfermera que lo animaba a cazarlo, el no se atrevió a bajarse del  vehículo, por el contrario, él prudentemente esperó a que dicho animal desapareciera,  dice: “En esta vía no sabes con quien te estás enfrentando”.


Aunque, confiesa  no sentir ningún temor por los difuntos, ya que  la vida y la muerte están muy ligadas a su trabajo; sí es muy respetuoso en cuestiones de tipo espiritual y del más allá. Por eso cuando  a veces le toca quedarse a dormir en el carro, solamente lo hace en la cabina. Cuenta que una noche percibió ruidos en la parte trasera  y que la puerta se movía; bajó a revisar y no encontró nada.  De ahí que  no permite cuando llega a casa que los niños jueguen en el vehículo, mucho menos que se acuesten en las camillas. En lo posible los mantiene alejados cuando va a realizar el aseo general de la ambulancia.

En cuestiones de limpieza la hace en todo sentido, dice que hay que quitar hasta “el hielo de muerto”,  por eso de vez en cuando le hace un baño y riego con sahumerios, la riega con agua bendita  y de hierba de ruda. Las cuales nunca le faltan para que  la ambulancia este siempre lista para cuando se presente la próxima urgencia de salvar vidas.

Para terminar, es de resaltar  como hecho paradójico, que cuando nuestro personaje se encuentra enfermo y fuera de casa; y quien pese a estar rodeado de médicos y enfermeras, siempre llama a su esposa a preguntar por remedios caseros para aliviar sus males. Deseamos larga y saludable vida para este conductor de ambulancias. 


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores 


Imágenes Internet.





OPORTUNISMO

Por: John Montilla


Veía por la televisión a los humildes y nobles padres de Nairo Quintana, el ciclista que por estos días ha llenado de orgullo patrio a los colombianos. En la entrevista le preguntaban a la mamá del joven campeón de cómo iba a ser el recibimiento que le haría a su hijo y ella expresó que le gustaría prepararle un sancocho de gallina,  y entonces ella  mencionó a  un político de su región, cuyo nombre le costó un esfuerzo recordar, pero eso sí se acordó que  tal personaje hacía tres años les había prometido regalarles unas gallinas, pero como cosa rara el tipo nunca les cumplió.

La madre del campeón  colombiano, vacilaba entre saber si el individuo referido  era concejal, diputado  o algo por  el estilo; pues bien al final, resultó que el hombre en mención era senador de la república y  claro como ahora están todas los periodistas en su  fortín político con sus cámaras en acción, el personaje si pareció recordar aquella vieja promesa incumplida y prometió  “donar” no sólo tres gallinas, sino cien si era el caso.

En este punto se me viene a  la memoria unos versos del desaparecido Facundo Cabral, cuando se refiere al encuentro entre un turco y  una supuesta benévola condesa:

-“Es una gran mujer, acaba de donar un terreno de su familia para que el Municipio de Sevilla haga un parque público, y el turco le pregunto sin dejar de mirarla:
- ¿Donó o devolvió? ”

Para el caso que traigo en mención bien podría aplicarse la misma pregunta: ¿Hasta dónde debe sentirse que se está haciendo un obsequio o pagando una deuda adquirida?  

Pero como lo referí antes; los medios de comunicación están en la tierra de ese audaz  campesino ciclista y hay gente que es especialista en poner la cara cuando las cámaras  están grabando,  de manera  que se pueden ganar unos dividendos y propaganda  política gratis. No está por demás subrayar que pantallazos de ese tipo no se consiguen todos los días.

El escritor Checo Milán Kundera, tiene un capítulo magistral en uno de sus libros donde habla de este tipo de comportamientos de algunos personajes públicos, concretamente los políticos, él lo denomina  “imagología” y se puede  ilustrar su tesis con este magnífico   ejemplo:
“Nadie lo sabe mejor que los políticos. Cuando hay una cámara fotográfica cerca, corren en seguida hacia el niño más próximo para levantarlo y besarle la mejilla. El kitsch es el ideal estético de todos los políticos, de todos los partidos políticos y de todos los movimientos.”

 El kitsch: Algo así, como esa necesidad de parecer atractivo y llegar a mayores audiencias a costa de lo que sea, no importa si es algo desagradable o antiestético, para no ir muy lejos basta recordar la anterior campaña para la alcaldía de Bogotá donde se puede ver en un video a un ex presidente  ridículamente  pretendiendo bailar un tema llamado Asereje.

Pero, como en el  caso inicial,  aquí lo que importa es el objetivo, de ahí que no sería raro que apareciera el sujeto embustero y con corbata con un montón de gallinas al hombro para un almuerzo  prometido hace años, ya que pese a lo caricaturesco y  grotesco que pueda parecer, él irá tras su ideal; el fin justifica los medios y en eso  hay muchos que son expertos.
Entonces estemos atentos a la muy probable imagen del camaleónico personaje en los medios de comunicación, que esta vez no  cargará a un niño sino a un montón de  gallinas; lo ideal sería que fueran rechazadas por esos dignos campesinos boyacenses, pero esa misma nobleza propia de la gente buena es un factor  que hacen jugar a su favor los oportunistas.

 John Montilla
Esp. Procesos Lecto-escritores

Imágenes internet

miércoles, 28 de agosto de 2013

HUMILDE CENTURIÓN DE LA NOCHE

Por: John Montilla

El vigilante estaba parado en una esquina algo en sombras protegiéndose de la lluvia. Llevaba una capa negra, una gorra igualmente de color oscuro y negras botas de caucho.  Apoyó contra la pared la única “arma” que llevaba en su mano: Un simple pedazo de tubo de PVC.  Sacó una cajetilla de cigarrillos, tomó uno, lo prendió con su encendedor, y acto seguido  se puso a fumar tranquilamente, y para mi disgusto echó una gran bocanada de humo al aire. Yo había llegado a la misma esquina con la intención de cruzar la calle, pero como la pertinaz lluvia y los charcos no lo permitían, me quedé a charlar con él un momento.

Empecé  por preguntarle por su jornada de trabajo y me dijo que normalmente empezaba su rutina a las siete y terminaba a  las cinco y media de la madrugada. Cuando le pregunté que cada cuanto hacía ese turno me  respondió, para mi asombro: “Yo trasnocho todos  los días.”, le dije que eso no podía ser posible, que nadie aguantaba un trote de esa magnitud  y entonces él me replicó: “Yo trabajo de noche y duermo de día.”, acto seguido  me contó que se acostaba a dormir a eso de las diez u once de la mañana y que se levantaba para alistarse para su jornada a las seis de la tarde.

Me dije para mis adentros he aquí un  “Centurión de la Noche”, y los versos del gran Joe Arroyo me vinieron a la mente: “Aurora, soy centurión de la noche Aurora mírame aquí sin dormir.”  Luego  el vigilante siguió contándome su rutina, me dijo: “Yo  a veces no almuerzo.”, me dijo que cuando estaba  durmiendo le pedía a su esposa que no lo vaya a despertar, así no hubiera comido. Los versos de la canción a mí se iban haciendo más claros:
No sé qué es lo que duele sin sentir pero tengo en el alma mi sufrir.”

Entonces me atreví a decir que semejante esfuerzo debería valer la pena y él me contestó que no, que ni siquiera alcanzaba a ganarse un salario mínimo y que lo poco que ganaba tenía que reunirlo recogiendo  los aportes que pagaban aquellos “cien” que obtenían su servicio de vigilancia  nocturna, confesó: “mi mujer es la que pasa recogiendo las cuotas, unos pagan puntualmente, a otros toca ir a cobrarles.”  También agregó que a finales del año  algunos son generosos y  resaltó “algo le regalan a uno en diciembre”.





Luego, con  algo más de confianza, me animé a preguntarle sobre sus vivencias en la calle, me habló de todo tipo de escándalos, de peleas callejeras, del desorden de la juventud y me señaló con el mentón a una pareja de jovencitos, casi niños que iban emparrandados. “Esos chinos deberían estar durmiendo en casa, la noche que me la dejen a mí.” Por mi parte, a mi me seguían bailando las palabras de Joe en la mente “Centurión de la noche, esa noche la pasé igual que ayer… en vela, en vela” 

A continuación pasó a contarme varios sucesos que  había vivido en la calle; me contó que cierta noche encontró tirada una cartera de una dama, dijo: “Cuando la abrí, miré que aparte de los documentos tenía, seis billetes de 50 mil pesos, uno de veinte y dos de diez mil.” Contó que la había recogido y luego se había parado en una esquina a ver qué pasaba; dijo que al rato apareció  una señora con su pareja, y que fueron directo donde él estaba,  pues al parecer alguien les había dicho que  lo habían visto agarrar algo del piso. Nuestro personaje relata: “El tipo me trató mal, yo le dije que no le estaba negando que la tenía, se las devolví y ni siquiera me dieron las gracias, mucho menos para una gaseosa.”

… “Centurión de la noche me volví mírame aquí sin dormir.”

También me narró que otra noche, igualmente encontró una billetera, pero que está vez no apareció nadie a reclamarla; me dijo: “Tomé los 85 mil pesos que tenía y al otro día mandé a dejar los documentos a la emisora, para que el dueño los fuera a reclamar.” Es un fiel testigo de cómo la gente pierde muchas cosas los fines de semana. “Una noche encontré un Sony Ericsson apagado y no sirvió para nada porque parece que lo bloquearon; por ahí debe de andar rodando por la casa”, dice.

En la improvisada charla que tuvimos, me siguió contando sus particulares experiencias de vigilia, dijo que cierta vez halló un reloj, y que algunas personas supieron que lo había recogido, dice que lo tuvo como más de dos meses en su poder   y que nadie lo fue a reclamar y que al final decidió venderlo por diez mil pesos, y justo entonces apareció la dueña y  lo trató de ladrón. Afortunadamente, menciona que el “juez” que intervino en  el asunto le preguntó a la mujer: ¿Es que acaso él se lo sacó de su bolsillo? , con lo cual se dio el veredicto a su favor.
…“Centurión de la noche, de la noche, de la noche sin liberar nada.”

Cuando le pregunto qué hace, cuando mira que algo irregular está sucediendo, por toda  respuesta, saca la mano izquierda debajo de su capa y me muestra un pito que tiene sujeto a un cuerda enrollada  a su mano,  se lo lleva a la boca y emite un corto pitido . Dice, “así he sacado corriendo  a varios.” Yo vuelvo con otra pregunta: ¿Y si eso no funciona?  …“Fácil - dice -  entonces llamo a la policía.”, y me indica  un modesto celular: “Este me lo encontré hace dos meses, esta viejito,  pero, aún me sirve.”

A todas estas, nuestro personaje ya había acabado el pucho de cigarrillo que estaba fumando, se despidió amablemente y dijo que iba a  hacer su ronda rutinaria, se caló la capucha de la capa sobre la gorra y con calmados pasos, echo a caminar bajo la lluvia. Mientras a mí me seguían danzando los versos del Joe en la cabeza: “Centurión de la noche… Centurión de la noche… de la noche … rocío caer.


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores
(Imágenes internet)