miércoles, 28 de diciembre de 2016

PARA DESTRUIR EL "FIN DEL MUNDO"

Por. John Montilla

Me atrevo a sugerir  un corto listado de algunos  “tips” para   ayudar a destruir ese paraíso regional de Mocoa (Colombia) llamado Fin del Mundo.


1. Primero que todo, usted debe darse ínfulas de ecoturista, PERO con un sentido de profundo  desprecio por la  naturaleza y el medio ambiente.

2. Invite a un grupo de amigos que piensen y sientan como usted y se van en gallada a destruir cuanta naturaleza encuentren a su paso.

3. Entorpezca la vida silvestre e intente tomarle fotos a cuanto animal se le cruce por el camino.

4. Lleve todo el mecato y la merienda que pueda y deja tirando los restos en el agua o en el bosque.

5. Deje la basura  tirada allá que ella regresa sola para su casa.

6. Deje registro de su visita escribiendo su precioso nombre en las piedras, troncos y rocas con spray,  puñales o cualquier objeto corto punzante, pues eso hace más bello el lugar.



 7. Si no lleva merienda, encienda una hoguera para preparar su sancocho, para lo cual agarre cuanto madero encuentre por ahí y luego deje encendido el fuego.


8. Publique las fotos de sus “hazañas” destructivas en las redes sociales para que otros sigan su ejemplo.

9. Llévese para su casa elementos propios del lugar como recuerdo tales como hojas, piedras o pequeñas rocas con forma que le parezcan atractiva y que le sirvan para trancar las puertas.



10. Dígale a los extranjeros que hagan lo mismo que usted hace, que no se molesten con minucias ecológicas que el sitio no  se acaba nunca. Si ellos no hablan español demuéstreles con un ejemplo como es que hacen acá las cosas.

11. Emborráchese si tiene fuerzas para caminar de regreso y para que no tenga que cargar nada, deje tirando todo allá, y quiebre las botellas, o deje las latas tiradas donde se pegó la rasca.

12. Agarre todos los especímenes de fauna y flora que les parezcan bonitos y se los lleva para que se mueran en su casa. No olvidar tomar las fotos de rigor.

13. Destruya los senderos ecológicos, al fin y al cabo usted paga para que arreglen.

14. Sea descortés con la gente lugareña, no les compre nada  y no le haga caso a los guías y promotores turísticos acreditados.



15. Y por último vuelva cada fin de semana.



Si usted sigue al pie de la letra estas indicaciones y otras que se sepa; esté seguro que en menos tiempo del que se imagina este paraíso desaparecerá gracias a su generosa  y dañina colaboración.



John Montilla
Esp. Procesos lectoescritores.
jmontideas.blogspot.com
Fotografías: Internet y  facebook. Jesus Salvador y Janneth Huaca


domingo, 4 de diciembre de 2016

UN ANCIANO VENDEDOR DE ESCOBAS

Por. John Montilla      
                

El anciano estaba agachado tratando de asegurar con un incipiente pedazo de cuerda un  atado de escobas que tenía desparramadas en el pavimento, sobre su cansada espalda caía sin piedad el candente sol de esa mañana, pero él seguía impávido en su diligente labor de amarrar la mercancía artesanal que había traído al mercado. Pero justo cuando terminó de hacer el último nudo, se acercó una señora, le preguntó por el precio del producto - y por fortuna para él - sin regodear el  precio, le compró una, y se marchó; Las escobas volvieron a quedar sueltas, pero  el hombre pacientemente reinició la acción que previamente había terminado.

En ese momento aproveché para acercarme y mientras el hombre luchaba por atar de nuevo su mercancía, empecé a preguntarle por sus escobas. El anciano con toda la cordialidad propia de la gente de campo, empezó diciendo: “Estas escobas las hago yo mismo con las hojas secas de un planta llamada Iraca y también con un bejuco llamado Yaré.”-El mango estaba conformado con rústicos palos de monte-. Como la guasca  que él tenía resultaba insuficiente y casi a punto de romperse, fui a la tienda más cercana y compré un buen pedazo de cuerda; se lo di y además me ofrecí a ayudarle con la labor y mientras tanto él volvió a narrarme sus vivencias:

“Esto parece fácil pero no es así, primero hay que buscar la hoja en el bosque, cortarla, cargarla, ponerla a secar, tejerla,   y hay que saber hacer el proceso para que la hoja seca quede flexible y no se quiebre, porque si no todo el trabajo y el tiempo se  habrá perdido.” Y además agrega que hay que estar pendiente  por si acaso  una lluvia repentina no le vaya a arruinar la materia prima que con tanto esfuerzo ha conseguido. También dice que le toca ir por los montes cortando de manera cuidadosa los palos que servirán de mango para sus  escobas que son muy apropiadas para barrer   la hojarasca de los  patios secos.

El anciano muy cordial agrega: “Uno se mete por un rastrojero y se enfrenta al peligro de las culebras, avispas, hormigas y otros peligros de la selva.” Dice que  más de una vez se ha  visto enfrentado con esos bichos y ha tenido encuentros muy desagradables con las avispas que anidan debajo de las hojas de Iraca: “usted manda el machetazo y justo ahí están ellas, y entonces toca salir corriendo porque si no te pueden matar, uno sólo en el monte ni a quien pedirle socorro.”


Con convicción sentencia: “Esto tiene un trabajo tremendo, a ratos ya no provoca seguirlo haciendo.”Y luego con resignación agrega: “pero a uno de viejo ya nadie le ofrece trabajo, pero  andar mendigando me parece muy penoso; uno pudiendo trabajar y andar pidiendo plata no me parece, yo prefiero rebuscarme el pan honradamente.”

Cuando le pregunto qué cuanto se demoraba en elaborar una escoba, se queda pensando por un momento y  luego responde: “En un día puedo elaborar  hasta seis, pero bien tejidas y trabajando sin parar.” Luego señalando su mercancía señala: “Haciendo estas me demoré más de quince días con todo el trabajo.” Concluye diciendo: “esto lleva me lleva mucho tiempo.”

Un rápido vistazo me permite calcular que si  vende todas sus escobas, escasamente quizá llegue obtener a 200 mil pesos, y eso contando con que la gente le pague el precio justo por su producto. Para nadie es un secreto que hay muchos miserables que   tienden a aprovecharse de la necesidad de la gente.  A lo anterior hay que agregarle el costo del transporte: “Me cobraron 25 mil pesos por traerme estas cosas. ” me cuenta; y en cuanto al precio dice: “ Las de Iraca las vendo a cinco mil cada una, y las de bejuco Yare a diez mil.” , el anciano sigue narrando  “Ese bejuco es muy difícil de conseguir, pues se esconde de la gente, hay que saberlo buscar,  a veces me toca hasta tumbar un palo para poderlo bajar. Yo ya no me puedo subir  a los árboles. Es una  material muy  duro de trabajar.”

A pesar de todo ese esfuerzo para crear sus escobas artesanales, cuando le pregunto, si la gente le pide descuento por ellas, el me dice: “A las gentes que son pobrecitas si me toca rebajarle,  pues algunos  tienen sólo para la panela. Me da pesar porque hay gente pobre, y al pobre no le alcanza la platica para comprarla, entonces me toca rebajarle.”  Me confiesa que es la primera vez que viene a Mocoa (Colombia)  y dice: “Ya sea que las venda o no yo sigo viniendo  porque me parece que este pueblo es grande.” Expresa con ingenua risa  que aspira a venderlas todas para poder  regresarse a su casa y que si lo coge la noche le tocará quedarse por ahí.

Pero a pesar de todas las vicisitudes de su oficio, él manifiesta: “Hay que rebuscarse;  hoy en día los jóvenes no trabajan, donde ven plata echan mano y si es posible te ahorcan por quitártela.” Plenamente convencido y con toda la autoridad de sus años de experiencia enfatiza: “Hay muchas formas como rebuscar  la vida. Hay trabajo, hay arte,  hay de todo para el que quiera trabajar.” Y luego de manera cordial se despide y con sus escobas al  hombro, el anciano que tiene un bello nombre macondiano: Laurentino ­­- así se llama-  echa a caminar hacia la plaza de mercado, mientras yo  agarro con aprecio la escoba que le acabo de comprar.






John Montilla:  texto e imágenes 1, 2, y 3 ( 4 y 5 tomadas de internet) 
Síganos en: jmontideas.blogspot.com.co  

domingo, 30 de octubre de 2016

NOCHE DE TERROR

John Montilla



El siguiente relato me lo llevó a clase hace varios años uno de mis estudiantes con el título de “La leyenda de los aserradores.” Me he tomado el atrevimiento de redactarlo y publicarlo.

Cuentan que hace varios años, un  par de aserradores se internó en  las montañas en  búsqueda de árboles de madera de buena calidad.  Ellos como buenos expertos en esas lides llevaban consigo sus herramientas primordiales: hachas, cuñas, mazos,  machetes, y unas buenas sierras, así como también un buen pertrecho de los elementos  más indispensables para sobrevivir  en los bosques; no les podía faltar  panela, sal, arroz, varias cajas de fósforos, cuerdas, linternas, escopetas y munición  para la cacería; además de unos grandes plásticos para guarecerse de la lluvia.

Dicen que cuando ellos llegaron al sitio donde encontraron el material que buscaban, procedieron a armar un campamento mucho más estable, por cuanto el trabajo prometía demorar un poco; de ahí que ellos habían decidido cambiar sus improvisados cambuches mediante la construcción de una cabaña, aunque un poco destartalada, mucho más cómoda. Le habían puesto tanto empeño a su refugio que la construyeron de dos plantas, dejando en la parte baja la hornilla de la cocina,  y la parte alta para guardar los víveres y dormir con mayor seguridad.

Con el paso de los días con su duro  trabajo, se fueron percatando de lo solitario de sus vidas en lo profundo del bosque, y que en esas soledades ellos se había puesto a pensar en la necesidad de tener la compañía femenina. Y  quizá por fruto de esos deseos una noche apareció como salida de la nada una mujer.  La enigmática aparecida había llegado directamente a la cabaña y ellos deslumbrados por su figura no habían atinado a preguntarse de lo insólito de su presencia, pues era muy bonita con una dulce y sensual voz y además poseía  una hermosa y larga  cabellera negra.

Sin detenerse a pensar de dónde  ni cómo llegó, uno de ellos bajo el influjo que su presencia emanaba, se las arreglo para que ella se fuera con él a la parte alta de la  casucha, mientras el otro se quedaba durmiendo en el piso de abajo. El hombre que quedó sólo en compañía de la noche, un poco más sosegado, pero  dubitativo  se puso a pensar en  lo misterioso de la  aparición de esa  mujer por esos inhóspitos parajes. Y mientras él estaba preocupado, pensando en lo que podría estar ocurriendo allá arriba, sintió que le caían unas gotas calientes en el rostro al mismo tiempo que  escuchaba unos extraños jadeos y gritos agónicos, se levantó alarmado y con cautela encendió un fósforo y se dio cuenta  que estaba manchado de  sangre, entonces, con mucho temor, pero con resolución  alistó  rápidamente una linterna  y  se puso sus botas - las armas no estaban al alcance de su mano -  ahora escuchaba ruidos más extraños arriba, como si un perro estuviera  triturando huesos. El terror que para entonces se había apoderado de él le impidió ir a cerciorarse que estaba sucediendo con su compañero de aventuras y únicamente pensó en huir lo más pronto posible de ese lugar.

Pese a que el miedo lo atenazaba, el procuró conservar aún la calma y despacio, muy despacio, él fue saliendo para que la criatura, monstruo, espíritu maligno  o lo que fuera no lo sintiera y cuando llegó al exterior, él arrancó a correr despavorido. Y que él escuchaba que  esa aparición le gritaba: “espérame, espérame”; con una voz lúgubre que retumbaba en el silencio de la montaña. El desesperado aserrador protegido con la luz de su linterna, corrió y corrió  hasta llegar a un potrero, donde había un rebaño de ganado y él como  último recurso se había metido en medio de las  vacas para protegerse de ese espectro que lo perseguía.

Por fortuna para el aterrado hombre el espíritu que estaba alrededor   no pudo entrar en medio del rebaño porque cada vez que lo intentaba el ganado lo rechazaba con profundos resoplidos.  Esa lucha entre hombre, animales y espantó había durado hasta el amanecer, y luego con la llegada de la luz había desaparecido tan misteriosamente como llegó, y  entonces, el sobreviviente buscó una vivienda cercana para pedir ayuda; unos  campesinos  lo habían auxiliado y gracias a ellos se  puede contar aún esta historia.


Redacción : John Montilla 

Recopilación: J. J. Huaca 
jmontideas.blogspot.com 

sábado, 8 de octubre de 2016

UN SOLIDARIO KILO DE ARROZ

Por. John Montilla


Un viaje  imaginario siguiendo el recorrido de un kilo de arroz nos demuestra que la miseria no queda tan lejos.

El eco de la tragedia en Haití - la desventurada isla del Caribe,  azotada por tantas desdichas-  inevitablemente tenía que llegar hasta nuestro distante pueblo. Por eso a casi nadie se le hizo extraño ver pasar un vehículo con insignias de la Cruz Roja, con los altavoces encendidos y  con sus respectivos voluntarios pidiendo y  recogiendo ayuda humanitaria para las víctimas de su reciente desastre natural: Un devastador terremoto.

“No hay comida, hay hambre, hay sed, hay cientos de muertos y desaparecidos, hay miseria, es uno de los pueblos más  pobres”, era el monótono y estridente mensaje que se escuchaba,   recordándonos lo que  a cientos de kilómetros se vivía.  

“Y es que la muerte de decenas de niños por hambre, hizo volver los ojos del país sobre una región condenada al olvido; sus habitantes son negados, oprimidos y explotados por gobernantes criollos y foráneos. Donde el  gobierno quiere ocultar la realidad histórica de la marginación y destaca la corrupción como causa del desastre social que siempre ha padecido este pueblo”*

Por eso, no me sorprendió el gesto de una humilde señora discapacitada, quien arrastrándose hasta la puerta de su casa, se percató del asunto y  le ordenó a una de sus hijas que les pasara el único kilo de arroz  que estaba sobre una destartalada mesa, y que con esfuerzo habían conseguido para la familia. La niña con un gesto en la cara entre la sorpresa y el orgullo de aportar, resignadamente - pues había tan poca comida  en la casa- pero con firmeza cumplió con el pedido de su madre.


La jovencita asomándose hasta el borde del vehículo vio como el valioso kilo de arroz  fue introducido en una bolsa, donde habían otros alimentos que a ellos también les hacían falta, y que ordenadamente fueron apilados.

Uno de los curiosos que se habían congregado alrededor del carro, comentó en voz alta: “Y pensar que en este país a veces la comida de los niños se la dan a los cerdos”, otro agregó: “Vi en la televisión un joven que dijo que no había comido nada y que únicamente había tomado agua con sal”. Otro vecino del lugar con un vieja guitarra en la mano sentenció la conversación de esta manera:”  Yo he escuchado que allá cuando un niño nace se llora, y que cuando alguien muere se canta.” y  a la caída de la tarde procedió a arrancarle unas  melancólicas notas a su guitarra y a entonar un “negro” poema:

Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.

Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **

Los voluntarios hicieron una pausa para escuchar en silencio al espontaneo cantor, para después  recorrer por un rato más el humilde sector  y
luego procedieron a marcharse con el poco pero significativo producto de su campaña en pro de la humanidad desventurada. Posteriormente, ya en la sede de la organización en forma metódica fueron  empacando las diversas ayudas que habían recogido en toda la ciudad, incluyendo claro está el preciado “kilo de arroz”, que  algún hambriento estomago estaría añorando.

Cuando se  tuvieron listas y correctamente empacadas todas las provisiones  que se  recolectaron en el departamento, se procedieron a enviar vía terrestre hasta la capital de la república. Allí los delegados locales se percataron que la solidaridad del pueblo colombiano una vez más se había puesto a prueba con una positiva respuesta. El resultado de ello es que no había forma de despachar  rápidamente todas esas ayudas; ya que el transporte aéreo dispuesto para ello no daba abasto para llevarlas a donde se necesitaban con urgencia. Con Haití nos separa el mar pero nos une el puente de las mismas necesidades.



Entonces, se decidió enviar parte de esos víveres   vía Medellín - perdido entre el montón iba el valioso  kilo de arroz-  y efectivamente así se hizo. Una vez allí,  a alguien muy eficiente se le ocurrió la idea de usar unos aviones de carga  que el espíritu solidario había logrado poner al servicio de la causa. Con lo cual se le dio agilidad a la operación humanitaria de hacer llegar esas urgidas ayudas a los estómagos necesitados de nuestro planeta.

Ya en su destino, y después de superar todos los  avatares de la larga travesía iniciada desde el momento en que fue donado. El kilo de arroz que había sido unido a  otros productos para formar una humilde pero frugal remesa, fue entregado a unas negras manos que agradecidas los recibieron y luego fue cocinado con el regocijo de la esperanza de saber que en su desdicha no estaban solos en el mundo; y una tibia noche  al son de los milenarios tambores africanos sirvió para alimentar por una vez a una familia del… Chocó en Colombia.





 John Montilla
Adenda:
Fotografías tomadas de internet.
(*). Texto referente al departamento del Chocó un tanto parafraseado.
(**). Fragmento de un poema, autor Candelario Obeso.


domingo, 2 de octubre de 2016

EL PRINCIPITO Y EL INDECISO

Por. John Montilla



Ya en el planeta tierra, El Principito llegó a Colombia y se encontró con un indeciso.

-¿Qué haces? - le preguntó al indeciso,  quien estaba sentado frente a un computador con las manos en la cabeza y rodeado de varios papeles desordenados en la mesa.

-Estoy leyendo para decidir- respondió el indeciso con aire meditabundo.

-¿Decidir qué? –volvió  a preguntar El Principito

Por toda respuesta y mientras se enredaba de manera distraída el pelambre,   el indeciso le pasó un papel y El Principito pudo leer una pregunta que allí estaba escrita:

¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?

El inocente rostro de El Principito, tomó una expresión  de sorpresa y luego volvió  a mirar al indeciso quien recostado sobre la mesa jugueteaba con un lápiz, marcando una X de manera alterna sobre las palabras SÍ  y NO.

-¿Quieres decir que han estado en guerra? Le preguntó El Principito al indeciso.

-Sí, por  mucho tiempo- Respondió el indeciso que ahora jugaba con una moneda. La lanzaba al aire, la atrapaba con sus manos, la miraba y la volvía a arrojar a las alturas. Luego agregó: Unos dicen que  votar sí en este plebiscito  nos conviene y otros dicen que no.

- ¡Ah ¡- El Principito estaba ahora de verdad  sorprendido- ¿Eso es lo que te tiene  tan confundido ?

- Sí-  musito el indeciso.

El Principito permaneció en  silencio, recogió del suelo una hoja que tenía escrita la palabra “NO”, y de manera distraída empezó a elaborar un avioncito de papel. Cuando terminó,  ágilmente lo arrojó a los aires;  el frágil avión voló por un breve momento y  cayó distante de donde ellos estaban. Luego tomó una hoja que decía “SÍ”, y hábilmente plegó una paloma, se la puso en las manos al indeciso mientras le decía:

-Si yo tuviera que escoger. Yo decidiría que “SÍ”, que sí quiero vivir en Paz.


Jhon Montilla
jmontideas.blogspot.com

domingo, 14 de agosto de 2016

APOCALIPSIS

Por. John Montilla 


APOCALIPSIS
En el último instante supremo,
En el  principio del fin,
En el último profundo suspiro del mundo 
contemplo mi destino.


Todo el fuego de todos los volcanes del mundo
sumado a todos los arco iris de todas las épocas;
Como si les hubieran arrebatado
 las paletas a todos los pintores
y las hubieran arrojado con furia  a  los aires,
para producir una tempestad de colores.
Todos los vientos, empujando todas las nubes,
Las hojas de veinte siglos de otoños
revoloteando en una danza frenética.
El cielo  cual gigantesco queso de cristal
fragmentándose por la acción de la infinita  suma de todos
los rayos  y truenos de tormentas milenarias.
Cientos de diluvios pasados fusionándose en uno solo.
Y la tierra  que pisaba,
como espejo negro arrojado a los suelos
por manos gigantes,
fragmentándose a un ritmo de vértigo,
dejaba ver  todos los abismos del mundo,
que se abrían a mis pies.
Todo, todo, todo ello  comprimido
en un milésima de segundo final.
Avanzaba con todas las velocidades del mundo
hacia  mí;
Que esperaba con los brazos abiertos.
¡ Feliz!

Por. John Montilla

jueves, 14 de julio de 2016

AMIGOS EN LAS MALAS Y EN LAS DIFÍCILES

Por. John Montilla

La  indigente quien iba vestida simplemente con unas gastadas sandalias, una pantaloneta negra  y una sucia y vieja camiseta estaba  terminando de hurgar en las bolsas de la basura, que habían en frente de la panadería; mientras tanto su mascota, un perrito lanudo e igual de desgreñado como su dueña la contemplaba con una paciente mirada atenta, pero con un ansioso batir de su cola.

Por simple curiosidad me había puesto a observarla por unos segundos; mientras ella seguía introduciendo su mano y revolviendo el contenido de las bolsas; imaginé por un instante  las cosas que podría ella encontrar en esos  paquetes de desechos y eso me produjo una desagradable sensación de malestar; con ese pensamiento me adentré en la panadería  con la decisión de comprar y obsequiarle algo de comida. Luego justo cuando estaba pagando por el producto, escuché al unísono los gritos  y el estrépito  de un vehículo al estrellarse contra el pavimento: Acababa de ocurrir un accidente de una motocicleta al otro lado de la avenida.

En un primer instante los arbustos sembrados en el separador de la avenida únicamente me permitieron observar a dos damas que se levantaban adoloridas del suelo y algunos transeúntes que corrían a auxiliarlas, en pocos segundos se formó un corrillo de gente curiosa alrededor del lugar del suceso, alguien que pasó junto a mi lado digo en voz alta: “Parece que no hay heridos”, sin embargo la gente seguía aglomerándose, eso despertó mi curiosidad  y me llevó a cruzar la calle , cuando lo hice descubrí tirada en el piso a la pobre mujer que minutos antes yo había estado contemplando.

La mujer estaba completamente inmóvil; en un primer instante creí que estaba muerta, pero la gente corroboró que estaba aún con vida. Las primeras personas que llegaron solidariamente se pararon en frente para desviar el tráfico y evitar que la atropellaran los vehículos que iban pasando. De manera prudente nadie intento moverla, luego apareció por fortuna una patrulla de la policía que se hizo cargo del manejo del tránsito y el orden en el lugar de los hechos.

La escena de la mujer tirada cuan  larga era, junto a sus miserables pertenencias  desparramadas por el piso  era patética. Luego me percaté que había un elemento más de vida  en ese triste cuadro: Su fiel mascota estaba echada junto a los pies de su dueña en actitud de vigilancia y ladrándole a aquellos que intentaban acercársele mucho a la accidentada.

Fue en ese instante que reparé que casi todos los curiosos estaban muy atentos no tanto de la pobre mujer, si no del noble gesto del perrito ante la calamidad de su dueña. Podría apostar que todos los ojos allí presentes estaban mirando al animalito y no a su dueña.

Por fortuna, esta vez llegó en menos de cinco minutos una ambulancia a auxiliar a la infortunada. El personal de rescate  de manera profesional procedió con los protocolos para inmovilizar y subir a la camilla a la lesionada y en ese momento la mascota se puso a ladrar histéricamente pero sin atreverse a atacar a nadie, y en un momento saltó sobre el vientre de la indefensa mujer para desde allí seguir con sus lastimeros  ladridos en defensa de su ama.

Los curiosos estaban conmovidos ante la escena. Un par de damas tenían los ojos aguados por lo que estaban presenciando. Cuando iban a levantar a la herida para subirla a la ambulancia una señora muy emocionada les preguntó a los rescatistas: “¿Qué van a hacer con el perrito? miren que ella es su dueña, no lo pueden dejar aquí.”Entonces en un gesto muy humano el personal de rescate introdujo a la accidentada junto con su mascota en el vehículo ante la aprobación general de los espectadores. El cierre de la puerta de la ambulancia fue como el  correr del telón al finalizar el drama en el que se había representado por un breve instante la vida, la muerte y la fidelidad de un animalito pese a la “perra vida que llevaba con  su dueña. La gente se desparramó por todos lados, aún comentando emocionada el suceso. Todos hablaban de la mascota; nadie hablaba de la pobre mujer herida.

Me pregunté también como irían a hacer en el hospital para manejar esa situación que antes nunca había visto. Me imaginé la cara de sorpresa que pondría el personal médico de urgencias al ver llegar una ambulancia con su sirena ululando y ver que bajaban un herido en la camilla con un perro encima. Igualmente me imagino la cara de estupor de los demás pacientes y familiares al ver cruzar esa escena por los pasillos del centro médico.


Esa curiosidad me llevo una hora más tarde al hospital a indagar como terminó el asunto; iba decidido a conseguir una fotografía de ese animalito allá. Una persona conocida me dijo: “A esa paciente la tienen en la sala de suturas”, llegué allí, la puerta estaba cerrada. De manera prudente pregunte. Me dijeron que ya la habían atendido. A otra persona conocida le pedí permiso para verla y me autorizó entrar y pude verla: Ella en la camilla y su noble compañero echado en el piso cuidando de su reposo.

Me atrevo a conjeturar que le hicieron el procedimiento médico bajo la vigilancia de ese perrito, así lo pude constatar, ya que el momento de cambio de turno, el enfermero que recibía,  con algo de asombro vio en el suelo al animal, y su compañera que le entregaba le dijo: “No vayas a sacar ese perrito, ella nos pidió que se lo dejemos aquí.”



Al día siguiente aprovechando una diligencia volví a ingresar al hospital. Pregunté por la paciente, al no tener el nombre nadie me daba razón de ella. Continuando con las pesquisas corroboré que por protocolos médicos no se permite ingresar mascotas en los centros médicos. ¿Qué había pasado con la paciente y qué había pasado con su mascota? Indagué hasta llegar a saber que la mujer estaba en la cama numero 32, de manera discreta fui a verla, estaba dormida. No hubo forma de preguntarle a la dueña. Mi curiosidad por el noble perrito era enorme, pero nadie supo darme ninguna noticia. Lo que sí sé es que este episodio fue un claro ejemplo de prueba de  lealtad y que los amigos son aquellos que están en las malas, pero también en las difíciles. 










 John Montilla: Texto y fotografías. 

lunes, 20 de junio de 2016

ODISEA DE UNA HORMIGA

Por. John Montilla





A eso de las nueve de la mañana de un sábado me percaté que había una hormiga dentro de un balde de color azul que estaba en el patio de la casa; por fortuna para el animal, salvo por unas pocas gotas de agua que había en el fondo, el recipiente estaba vacío.  Luego llevado por la curiosidad me detuve a contemplar los ingentes esfuerzos que hacía el bichito por tratar de escapar de la trampa en que se encontraba.

Al prestarle más atención me di cuenta que era una de esas hormigas negras, conocidas popularmente como conguilla. Las cuales acostumbran a tener sus nidos al pie de los árboles, protegidos por la hojarasca,  o sobre los recovecos de las rocas y piedras.

La tal conguilla negra no es tan grande, un centímetro más o menos,   pero cuya picadura, por propia experiencia sé que es dolorosa. Esa hormiga, que pega tremendos saltos cuando se siente amenazada y que emite el particular sonido “tek- tek” es una implacable cazadora, tiene un aguijón que se mantiene “vivo” así le hayan cercenado la cabeza. Varias veces he visto a algunos chicos traviesos descuartizándolas y guardando los aguijones en botellas de plástico con el noble propósito de meterlos por entre la nuca y la camisa de sus compañeros.

Pues bien, un ejemplar de esta maravillosa especie era el que estaba atrapado en el balde de diez litros y de forma desesperada hacía esfuerzos por escapar. Lograba trepar un par de centímetros o más para volver  a caer, y luego volvía tercamente a intentarlo. Ese ciclo de subir y caer por la lisa superficie del recipiente me pareció demencial; un humano de seguro se volvería loco.

Me puse a pensar en cómo había llegado hasta allí, ¿Habrá sido capaz de trepar por la parte externa? ... y una vez arriba se habrá puesto a dar vueltas temerariamente por el borde de ese foso profundo para ella; quizá la atrajo el abismo que se abría ante sus pequeñas patas; en este  punto recuerdo a Milán Kundera cuando dice que: “El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.” En todo caso si fue atraída por el vacío, ahora no hallaba como salir de ahí.

Luego al observar de manera más detenida me di cuenta que también había una pequeña hoja seca y un pedacito de rama igualmente seco dentro del balde. Quizá esos trozos de naturaleza muerta traídos por el viento, cayeron del tejado. Tal vez la hormiga llegó volando como un piloto trágico que  salta de su avión averiado para ir a caer en manos de sus enemigos.

Por momentos el animalito lograba subir un par de centímetros y se agarraba de las líneas salientes que marcaban la cantidad de litros; lograba llegar hasta donde marcaban dos y luego volvía a caer. Si tuviera inteligencia le habría bastado ir subiendo poco a poco en esa especie de escalera de bordes, e ir leyendo de manera  cruel los números en alto relieve junto a cada escalón  que iba subiendo: 1, 2, 3…hasta llegar a la cima; pero la frenética ansiedad la hacía apurar y caer de nuevo para empezar desorientada en otro lado.

Por mi parte había decidido dejar que la naturaleza siga su marcha y no intervenir. Parecía que la suerte de la hormiga estaba echada: si no salía de allí al final, moriría de hambre; pero luego surgió algo más que vino a complicar más su suplicio.

De repente comenzó a   llover  y al rato empezaron  a caer esporádicamente  unas gruesas gotas del tejado dentro del balde y la pobre infeliz empezó a dar saltos y vueltas  por el fondo del recipiente. Algunas le caían encima y la hacían rebotar de un lado a otro, pero esto no la hacía cejar en su intento por escalar las paredes de su trampa, ahora salpicadas de agua. Trepaba un poco, y cuando se encontraba con una gota de agua caía envuelta en una burbuja del claro líquido; el ahora incesante caer de las gotas no le daban tiempo de acicalarse, sino que la hacían voltear de un lado a otro, y la vasija estaba empezando a llenarse.

Las cosas se fueron poniendo color de hormiga cada vez más para este desafortunado náufrago, y de repente se vio nadando en un mar agitado por el incesante caer de goteras, ahora le costaba asirse a la superficie por cuanto el vaivén de las aguas la hacían despegarse o el continuo impacto de las gotas la  llevaban de un lado a otro.  No le quedó de otra que ponerse a nadar frenéticamente en círculos concéntricos, sus minutos estaban contados.

Pero, el insecto náufrago no se rendía, resultó ser una excelente nadadora y como podía se mantenía a flote. Hasta una bella imagen se vio  por unos segundos al quedar la hormiga dentro de una burbuja de aire, la cual al  estallar la hizo sumergir. La  odisea parecía estar llegando a su límite y cuando parecía que estaba a punto de perecer; La naturaleza vino en su auxilio. Dijo Dostoyevsky  en Crimen y Castigo: "Los que se están ahogando, se agarran
aunque sea de un hilo." Pues bien, la hoja seca y la pequeña rama seca también estaban flotando y de una de ellas se aferró como pudo para volver a la superficie.

La hormiga se trepó encima de la hoja, pero su peso y el agua hacían que levemente se mantuviera a flote, lo suficiente como para no ahogarse. El animalito daba vueltas de manera afanosa alrededor  de su pequeña isla salvavidas. En un instante  el golpe de una gota hizo dar una vuelta de campana a la hoja y la hormiga quedo debajo de ella; es el fin pensé, pero no; el bichito salió  como pudo de abajo y se volvió a trepar afanosamente para luego soltarse a nadar como un desesperado al que echaran de un barco en medio de la inmensidad del océano.


Por fortuna para ella y para desgracia de su larga agonía encontró en esas vueltas frenéticas el pedacito de rama seca en el cual pudo sostenerse mejor y aguantar con mayor firmeza el embate de las furiosas aguas movidas por el incesante caer de las goteras del tejado y de la lluvia. El balde se iba llenando de manera gradual. Me dije que  la hormiga se salvaría si  lograba mantenerse asida a su tronco salvavidas, y no se ahogaba antes, pues continuamente se soltaba y luego volvía a agarrarse como podía de las paredes, la hoja o el pedazo de rama. La naturaleza misma que la torturaba podría ser la misma que la salvara, sólo tocaba  esperar a que se rebose el balde. Pero las cosas no resultarían de esa manera.

De repente, cesó la lluvia y el balde no alcanzó a llenarse, el nivel del agua quedó a escasos tres o cuatro centímetros del borde y por más que lo intentaba la pobre hormiga no lograba coronar su meta,  y cuando parecía que estaba a punto de lograrlo, una gota rezagada venía a caerle encima  y de vuelta otra vez al agua. Parecía que el destino de la desdichada apuntaba a la tragedia. Lo paradójico era que   la suma de aquellas fastidiosas  gotas de agua podrían ser quienes le den la salvación; sólo restaba esperar. La lucha era ahora contra el tiempo. La serenidad sería quien decida la suerte de este valiente animalito.

Manteniéndome en mi posición de no intervenir en los designios de la naturaleza pese al bravío batallar de la hormiga, decidí dejar las cosas tal como estaban. Salí de casa y  cuando regresé en la tarde, fui a echar un vistazo al lugar de los acontecimientos; No había vuelto a llover; observé  el  agua ya en completo reposo; la hoja y la rama flotando libremente y  luego divisé a la heroica  hormiga muerta en el fondo del balde.


John Montilla: Texto y fotomontajes
Imágenes tomadas de internet.