Por.
John Montilla
El anciano estaba agachado
tratando de asegurar con un incipiente pedazo de cuerda un atado de escobas que tenía desparramadas en
el pavimento, sobre su cansada espalda caía sin piedad el candente sol de esa
mañana, pero él seguía impávido en su diligente labor de amarrar la mercancía
artesanal que había traído al mercado. Pero justo cuando terminó de hacer el
último nudo, se acercó una señora, le preguntó por el precio del producto - y
por fortuna para él - sin regodear el
precio, le compró una, y se marchó; Las escobas volvieron a quedar
sueltas, pero el hombre pacientemente
reinició la acción que previamente había terminado.
En ese momento aproveché
para acercarme y mientras el hombre luchaba por atar de nuevo su mercancía,
empecé a preguntarle por sus escobas. El anciano con toda la cordialidad propia
de la gente de campo, empezó diciendo: “Estas escobas las hago yo mismo con las
hojas secas de un planta llamada Iraca y también con un bejuco llamado
Yaré.”-El mango estaba conformado con rústicos palos de monte-. Como la
guasca que él tenía resultaba
insuficiente y casi a punto de romperse, fui a la tienda más cercana y compré
un buen pedazo de cuerda; se lo di y además me ofrecí a ayudarle con la labor y
mientras tanto él volvió a narrarme sus vivencias:
“Esto parece fácil pero no
es así, primero hay que buscar la hoja en el bosque, cortarla, cargarla,
ponerla a secar, tejerla, y hay que
saber hacer el proceso para que la hoja seca quede flexible y no se quiebre,
porque si no todo el trabajo y el tiempo se
habrá perdido.” Y además agrega que hay que estar pendiente por si acaso una lluvia repentina no le vaya a arruinar la
materia prima que con tanto esfuerzo ha conseguido. También dice que le toca ir
por los montes cortando de manera cuidadosa los palos que servirán de mango
para sus escobas que son muy apropiadas
para barrer la hojarasca de los patios secos.
El anciano muy cordial
agrega: “Uno se mete por un rastrojero y se enfrenta al peligro de las
culebras, avispas, hormigas y otros peligros de la selva.” Dice que más de una vez se ha visto enfrentado con esos bichos y ha tenido
encuentros muy desagradables con las avispas que anidan debajo de las hojas de
Iraca: “usted manda el machetazo y justo ahí están ellas, y entonces toca salir
corriendo porque si no te pueden matar, uno sólo en el monte ni a quien pedirle
socorro.”
Con convicción sentencia:
“Esto tiene un trabajo tremendo, a ratos ya no provoca seguirlo haciendo.”Y
luego con resignación agrega: “pero a uno de viejo ya nadie le ofrece trabajo,
pero andar mendigando me parece muy
penoso; uno pudiendo trabajar y andar pidiendo plata no me parece, yo prefiero
rebuscarme el pan honradamente.”
Cuando le pregunto qué
cuanto se demoraba en elaborar una escoba, se queda pensando por un momento
y luego responde: “En un día puedo
elaborar hasta seis, pero bien tejidas y
trabajando sin parar.” Luego señalando su mercancía señala: “Haciendo estas me demoré
más de quince días con todo el trabajo.” Concluye diciendo: “esto lleva me
lleva mucho tiempo.”
Un rápido vistazo me permite
calcular que si vende todas sus escobas,
escasamente quizá llegue obtener a 200 mil pesos, y eso contando con que la
gente le pague el precio justo por su producto. Para nadie es un secreto que hay
muchos miserables que tienden a aprovecharse de la necesidad de la
gente. A lo anterior hay que agregarle el
costo del transporte: “Me cobraron 25 mil pesos por traerme estas cosas. ” me
cuenta; y en cuanto al precio dice: “ Las de Iraca las vendo a cinco mil cada
una, y las de bejuco Yare a diez mil.” , el anciano sigue narrando “Ese bejuco es muy difícil de conseguir, pues
se esconde de la gente, hay que saberlo buscar,
a veces me toca hasta tumbar un palo para poderlo bajar. Yo ya no me
puedo subir a los árboles. Es una material muy
duro de trabajar.”
A pesar de todo ese esfuerzo
para crear sus escobas artesanales, cuando le pregunto, si la gente le pide
descuento por ellas, el me dice: “A las gentes que son pobrecitas si me toca
rebajarle, pues algunos tienen sólo para la panela. Me da pesar porque
hay gente pobre, y al pobre no le alcanza la platica para comprarla, entonces
me toca rebajarle.” Me confiesa que es
la primera vez que viene a Mocoa (Colombia)
y dice: “Ya sea que las venda o no yo sigo viniendo porque me parece que este pueblo es grande.” Expresa
con ingenua risa que aspira a venderlas
todas para poder regresarse a su casa y
que si lo coge la noche le tocará quedarse por ahí.
Pero a pesar de todas las vicisitudes
de su oficio, él manifiesta: “Hay que rebuscarse; hoy en día los jóvenes no trabajan, donde ven
plata echan mano y si es posible te ahorcan por quitártela.” Plenamente
convencido y con toda la autoridad de sus años de experiencia enfatiza: “Hay muchas
formas como rebuscar la vida. Hay trabajo,
hay arte, hay de todo para el que quiera
trabajar.” Y luego de manera cordial se despide y con sus escobas al hombro, el anciano que tiene un bello nombre
macondiano: Laurentino - así se llama- echa a caminar hacia la plaza de mercado,
mientras yo agarro con aprecio la escoba
que le acabo de comprar.
John Montilla: texto e imágenes 1, 2, y 3 ( 4 y 5 tomadas de internet)
Síganos en: jmontideas.blogspot.com.co
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