domingo, 4 de diciembre de 2016

UN ANCIANO VENDEDOR DE ESCOBAS

Por. John Montilla      
                

El anciano estaba agachado tratando de asegurar con un incipiente pedazo de cuerda un  atado de escobas que tenía desparramadas en el pavimento, sobre su cansada espalda caía sin piedad el candente sol de esa mañana, pero él seguía impávido en su diligente labor de amarrar la mercancía artesanal que había traído al mercado. Pero justo cuando terminó de hacer el último nudo, se acercó una señora, le preguntó por el precio del producto - y por fortuna para él - sin regodear el  precio, le compró una, y se marchó; Las escobas volvieron a quedar sueltas, pero  el hombre pacientemente reinició la acción que previamente había terminado.

En ese momento aproveché para acercarme y mientras el hombre luchaba por atar de nuevo su mercancía, empecé a preguntarle por sus escobas. El anciano con toda la cordialidad propia de la gente de campo, empezó diciendo: “Estas escobas las hago yo mismo con las hojas secas de un planta llamada Iraca y también con un bejuco llamado Yaré.”-El mango estaba conformado con rústicos palos de monte-. Como la guasca  que él tenía resultaba insuficiente y casi a punto de romperse, fui a la tienda más cercana y compré un buen pedazo de cuerda; se lo di y además me ofrecí a ayudarle con la labor y mientras tanto él volvió a narrarme sus vivencias:

“Esto parece fácil pero no es así, primero hay que buscar la hoja en el bosque, cortarla, cargarla, ponerla a secar, tejerla,   y hay que saber hacer el proceso para que la hoja seca quede flexible y no se quiebre, porque si no todo el trabajo y el tiempo se  habrá perdido.” Y además agrega que hay que estar pendiente  por si acaso  una lluvia repentina no le vaya a arruinar la materia prima que con tanto esfuerzo ha conseguido. También dice que le toca ir por los montes cortando de manera cuidadosa los palos que servirán de mango para sus  escobas que son muy apropiadas para barrer   la hojarasca de los  patios secos.

El anciano muy cordial agrega: “Uno se mete por un rastrojero y se enfrenta al peligro de las culebras, avispas, hormigas y otros peligros de la selva.” Dice que  más de una vez se ha  visto enfrentado con esos bichos y ha tenido encuentros muy desagradables con las avispas que anidan debajo de las hojas de Iraca: “usted manda el machetazo y justo ahí están ellas, y entonces toca salir corriendo porque si no te pueden matar, uno sólo en el monte ni a quien pedirle socorro.”


Con convicción sentencia: “Esto tiene un trabajo tremendo, a ratos ya no provoca seguirlo haciendo.”Y luego con resignación agrega: “pero a uno de viejo ya nadie le ofrece trabajo, pero  andar mendigando me parece muy penoso; uno pudiendo trabajar y andar pidiendo plata no me parece, yo prefiero rebuscarme el pan honradamente.”

Cuando le pregunto qué cuanto se demoraba en elaborar una escoba, se queda pensando por un momento y  luego responde: “En un día puedo elaborar  hasta seis, pero bien tejidas y trabajando sin parar.” Luego señalando su mercancía señala: “Haciendo estas me demoré más de quince días con todo el trabajo.” Concluye diciendo: “esto lleva me lleva mucho tiempo.”

Un rápido vistazo me permite calcular que si  vende todas sus escobas, escasamente quizá llegue obtener a 200 mil pesos, y eso contando con que la gente le pague el precio justo por su producto. Para nadie es un secreto que hay muchos miserables que   tienden a aprovecharse de la necesidad de la gente.  A lo anterior hay que agregarle el costo del transporte: “Me cobraron 25 mil pesos por traerme estas cosas. ” me cuenta; y en cuanto al precio dice: “ Las de Iraca las vendo a cinco mil cada una, y las de bejuco Yare a diez mil.” , el anciano sigue narrando  “Ese bejuco es muy difícil de conseguir, pues se esconde de la gente, hay que saberlo buscar,  a veces me toca hasta tumbar un palo para poderlo bajar. Yo ya no me puedo subir  a los árboles. Es una  material muy  duro de trabajar.”

A pesar de todo ese esfuerzo para crear sus escobas artesanales, cuando le pregunto, si la gente le pide descuento por ellas, el me dice: “A las gentes que son pobrecitas si me toca rebajarle,  pues algunos  tienen sólo para la panela. Me da pesar porque hay gente pobre, y al pobre no le alcanza la platica para comprarla, entonces me toca rebajarle.”  Me confiesa que es la primera vez que viene a Mocoa (Colombia)  y dice: “Ya sea que las venda o no yo sigo viniendo  porque me parece que este pueblo es grande.” Expresa con ingenua risa  que aspira a venderlas todas para poder  regresarse a su casa y que si lo coge la noche le tocará quedarse por ahí.

Pero a pesar de todas las vicisitudes de su oficio, él manifiesta: “Hay que rebuscarse;  hoy en día los jóvenes no trabajan, donde ven plata echan mano y si es posible te ahorcan por quitártela.” Plenamente convencido y con toda la autoridad de sus años de experiencia enfatiza: “Hay muchas formas como rebuscar  la vida. Hay trabajo, hay arte,  hay de todo para el que quiera trabajar.” Y luego de manera cordial se despide y con sus escobas al  hombro, el anciano que tiene un bello nombre macondiano: Laurentino ­­- así se llama-  echa a caminar hacia la plaza de mercado, mientras yo  agarro con aprecio la escoba que le acabo de comprar.






John Montilla:  texto e imágenes 1, 2, y 3 ( 4 y 5 tomadas de internet) 
Síganos en: jmontideas.blogspot.com.co  

No hay comentarios:

Publicar un comentario