viernes, 30 de marzo de 2018

LLUVIA EN MOCOA


Por . John Montilla

Pintura mural. Carlos Imbacuan.


Llueve
y cada gota 
abre la puerta húmeda
del cuarto de los recuerdos.

Llueve
 y cada relámpago
rompe una cuerda de la guitarra
de los nervios.

Llueve
y cada arroyo 
es una oscura serpiente
bajando por la calle.

Llueve
y cada rayo,
apaga la tranquilidad
y enciende una linterna.

Llueve
y cada gota en el tejado 
es una piedra en el corazón.

Llueve
y los hornos de la panadería
están fríos,
el panadero y su familia
se han ido para siempre.

Llueve
y hasta el vendedor de zapatos
camina descalzo en la noche.

Llueve
y una maleta navega solitaria por la calles,
el pasajero ha extraviado su rumbo.

Llueve
Y se humedecen con temor
muchos ojos desconsolados.

Llueve
Y los niños esconden su miedo
entre los brazos de sus padres.

Llueve
Y los adultos no tienen
donde esconder su miedo.


Ceremonia de sanación en Mocoa  días después de la tragedia.


Llueve
Y las sirenas de las ambulancias
parten en pedazos el silencio
de la noche.

Llueve
Y cae a raudales café, arroz, granos y enlatados,
pero no hay nada
que llene el vacío de las ausencias.

Llueve
Y bandadas de pájaros metálicos,
con sus grandes hélices
espantan el sueño de los niños que nos quedaron.

Llueve
Y una nube de periodistas foráneos
atrapa con sus dispositivos electrónicos
las balbuceantes palabras de los desdichados.

Llueve
Y el olor a barro
se nos queda impregnado en la piel.

Llueve
Y el pueblo se muere de sed,
mientras la ciudad se llena de baldes.





Llueve
Y los juguetes de los niños
nadan en el barro
nadie  juega con ellos.

Llueve
y las bicicletas  llenas de lodo
perdieron sus ruedas,
también perdieron a sus dueños.

Llueve
Y un caminante hambriento
cambia un martillo de caucho
por un almuerzo.

Llueve
Y el zapatero que perdió su martillo,
también está extraviado.

Llueve
Y el puente se ha quebrado
la tranquilidad también se ha roto;
no hay con que curarlos.

Llueve
Y los padres extrañan
a los hijos que se fueron.



Llueve
Y los hijos extrañan
a los padres que se fueron.

Llueve
Y los techos de las sombrillas
hacen recordar
a las casas que se fueron.

Llueve
Y el mapa de la ciudad
ha cambiado.

Llueve
Y corre mucha tinta amarilla
en los periódicos. 

 


Llueve
Y las promesas de ayuda
se escriben en la arena.

Llueve
Y la gente de Mocoa escribe
su dolor en las piedras.

Llueve
Y la historia de Mocoa
se reescribe con tinta
que brota del corazón
de su gente.

Llueve
y siento unas
gotas
rodar por mis mejillas.







 John Montilla. Texto y fotografías
 jmontideas.blogspot.com

31- marzo- 2018







jueves, 29 de marzo de 2018

AGUA PASÓ POR AQUÍ...


Por. John Montilla

                                               “Agua pasó por aquí,
                                                cate que no la vi. “
                                      
                                               (Popular adivinanza infantil )








“Agua pasó por aquí”, así empieza ese sencillo juego de palabras infantiles,  pero si hablamos de la tragedia de Mocoa, el asunto ya no es  tan tierno. Pues no fue agua lo que únicamente pasó; ya que pasaron  junto con la  desbordada agua  piedras gigantes, y lodo, mucho lodo, el cual, según lo afirmó un experto en una conferencia: “Le sirvió de pista de resbaladero a esas enormes rocas que arrasaron con lo que se atravesó en su camino.”  


Agua pasó por aquí, y con ella pasaron   árboles,  troncos, y raíces en una cantidad inimaginable,  pasaron los restos de muchas viviendas destruidas, pasaron automóviles grandes y pequeños, pasaron los muebles y enseres, y pasaron infinidad de objetos en un desfile nocturno de terror; pero lo más triste de todo, fue que pasaron muchos seres humanos completamente indefensos.







“Cate que si la vi.”  La pesadilla tuvo muchos testigos, entre ellos una señora que me narra parte de su vivencia la noche de la tragedia, me cuenta entre lágrimas que con su cuerpo trató de esconderles el horror a su hija y a uno de sus nietos, mientras desde el balcón de un segundo piso contemplaba como el infierno frío corría bajo sus pies. Ella profundamente conmovida mira a la distancia con los ojos aguados y dice: “Vi como bajaban niños, como  en una película en cámara lenta y ellos trataban de agarrarse del cielo,  y nosotros sin poder  hacer absolutamente nada para auxiliarlos.”


Agua pasó por aquí y algunas personas vieron como con ella traía arrastrando a una señora que milagrosamente logró agarrarse de un pequeño árbol frutal, no tan grande, casi frágil en medio del tremendo torrente  que se abrió paso por entre varias viviendas; por fortuna para la desdichada  dama,  el arbolito que había crecido en el patio de una casa, resistió el embate de las aguas y los golpes de grandes piedras.






Agua pasó por aquí, pero lo que no pasaba rápido era la noche eterna que tuvo que padecer la señora agarrada como podía de esas inestables, húmedas y resbalosas ramas en la que había encontrado refugio;  no pasaba el frío de las largas horas que debió soportar herida y desnuda, encaramada como pudo en ese pequeño árbol que la había servido de bote salvavidas en medio de ese mar de desolación en que se encontraba.  


Agua pasó por aquí, y el dolor y la angustia se quedaron.  La desesperación y los gritos de auxilio de la señora en la oscuridad  duraron toda la noche, dicen los testigos, que también se encontraban impotentes por no poder auxiliar a tanta gente que clamaba por ayuda. Pero “No se puede llegar al alba si no por el sendero de la noche.” Escribió el poeta Khalil Gibran; y en la madrugada por fin comenzaron a llegar las manos solidarias que tanto se necesitaban.


Agua pasó por aquí, y  después de la tempestad NO vino la  calma, si no el despertar más oscuro y triste que nuestro pueblo haya podido  vivir. Las huellas del desastre, se podían ver por  doquier, así como se podían ver las heridas marcadas en la piel desnuda de la señora, que fue auxiliada y cobijada tras una larga noche de padecimiento y desespero, aferrada a ese pequeño árbol que le dio una segunda oportunidad en la vida.


Agua pasó por aquí y el tiempo también ha pasado, casi un año después fuimos a ver ese árbol que de manera providencial  se apareció en el camino de una persona caída en desgracia para tenderle sus ramas. Por supuesto, que durante ese lapso debió de haber crecido un poco más, se le observan unos pocos frutos ya casi a punto de madurar, quizá sean los primeros que brinda  después de su silenciosa hazaña. Nuestra naturaleza se sigue mostrando benigna.  La culpa de todo el desastre no fue enteramente suya.


“Agua pasó por aquí, cate que no la vi”. La respuesta de la adivinanza es muy simple; hay otras preguntas sobre el  desastre cuyas respuestas son más difíciles de encontrar.

“Agua pasó por aquí, cate que no la vi”. Gracias árbol de “aguacate” por haber salvado una vida.













John Montilla. Texto y fotografías.
29- marzo- 2018



























martes, 27 de marzo de 2018

ÉXODO


Por. John Montilla

“Cuando se retiraron las aguas, tuve que hacer mi hatillo
 y marcharme, porque mi casa estaba en ruinas 
 y ya no se podía seguir en ella.” 
                                      (Fragmento de: Black Water Blues. )


Un solitario pollito deambulaba por lo que antes era una calle; ahora casi una zanja llena de escombros, troncos, raíces,  piedras, zapatos, ropa, juguetes, utensilios de cocina, muebles destruidos, y un sinnúmero de objetos más, todos untados de barro. El animalito de un color indefinido por lo sucio que estaba picoteaba ansioso por todo lado, era evidente que tenía hambre, y no teníamos nada para darle, intentamos atraparlo, pero el animalito se escabulló rápidamente por un hueco que había en un cercado y se metió en una casa abandonada, no volvimos a saber de él.


Entonces, pensamos en que debía de haber muchos animalitos indefensos como ese en medio de lo que había quedado después de la tragedia de Mocoa; pero ese día nuestra tarea era otra, habíamos ido a tratar de recuperar los enseres de un amigo que tenía que abandonar  su casa pues ya no era posible seguir viviendo en ella.


Una circunstancia afortunada, si se puede decir así, les había salvado la vida a muchos habitantes de ese sector, ya que un largo tronco  había quedado atravesado en una posición tan milimétricamente exacta, justo a la entrada del callejón. Las dos primeras casas ubicadas en las esquinas habían soportado el impacto de las aguas desbordadas y con el árbol allí  encajado a ambos lados, se veía que se había formado una gran palizada que había impedido que las aguas fluyeran calle abajo; de lo contrario,  otra sería la historia y como la gran mayoría de viviendas allí resistieron la hecatombe, lo único que podían hacer sus dueños era entrar a las casas inundadas para rescatar lo que más se pudiera.




La vivienda a la que fuimos estaba completamente anegada en agua y lodo,  a una altura de unos cuarenta centímetros. Muchos objetos estaban inservibles; me asomé a la cocina y por la ventana mire al solar de la casa vecina, en la que solían haber muchas aves de corral, principalmente gallos, pollos y gallinas, no se veía nada, y todo estaba en silencio, sólo se escuchaba el “chas chas” de las botas en el lodo de la personas que se estaban moviendo dentro de la casa. Una tenue llovizna había comenzado a caer y aunque nadie lo expresaba en voz alta, se sentía el temor de estar en la zona del desastre con una eventual lluvia a cuestas.


De repente sentí el aleteo de un animal en el patio y les dije a mis compañeros: “Aún hay gallinas allí”.  Salí a la calle y me asomé a la casa vecina. No había nadie, todo estaba solitario, los dueños se habían ido. Ellos sobrevivieron subiéndose al segundo piso de la edificación, me confirma mi amigo que sufrió junto con ellos la noche del desastre. La puerta principal  de la casa estaba asegurada, había mucho barro y escombros en el andén. La puerta de madera que daba al patio del gallinero también estaba cerrada, nos asomamos hasta el borde y al escuchar el piar de un hambriento animalito nos atrevimos a abrirla  y nos adentramos en el solar


Al entrar vimos que había un pollo negro tirado en mitad del patio, aún no olía a descompuesto,  quizá no hacía mucho había muerto, era evidente que lo había matado el hambre, no había absolutamente ni una gramo de comida en los comederos. Un poco más allá divisamos al pollito que chillaba, y al instante otro par de aves más grandes  corrieron ansiosas hacia nosotros, el patio estaba sucio y olía a estiércol de gallina,  había entrado poco lodo allí, quizá por eso los animales sobrevivieron.



Buscamos agua, la lluvia había llenado unos  recipientes y les pusimos un poco en unos tarros que encontramos, bebieron con avidez, y luego se pusieron a picotear, evidentemente los animalitos estaban hambrientos, entramos al rancho del corral a buscarles comida. Habían unos bultos apilados sobre unos maderos, con un bisturí que cargaba en  mi bolso estilo canguro,  abrí uno y se desparramó aserrín en el suelo, las aves corrieron ansiosas, y decepcionadas. Rompimos otros cuatro bultos, pero, no había nada de comida. Parecía que  los dueños se llevaron lo que pudieron, pero olvidaron a ese pobre grupo de aves.


Entonces recordé que en la parte de enfrente había una mata de una especie de lulo tropical, los frutos estaban maduros pero no muy jugosos, agarré algunos y volví a usar el bisturí para cortarlos en cuatros partes y arrojarlos a la aves, estas se pusieron a picotear con voracidad  las semillas y la poca comida que tenían las frutas. Por el momento no había nada más que darles. Les cortamos otro poco y les tiramos  en el piso, las aves picotearon un momento  más, pero al rato  parecieron no hallarle gusto al incipiente alimento que le ofrecíamos. Y siguieron raspando con desespero por donde se notaba que antes ya lo habían hecho.


Teníamos mucho por hacer ese día, y no teníamos la certeza de si los dueños  regresarían o no por esos pobres animalitos. No queríamos que nos fueran a acusar de estar robando, pues no todo el mundo que entraba a la zona del desastre iba a ayudar; y no podíamos llevarnos esas aves sin consultar con nadie;  por tanto decidimos dejar la puerta del corral abierta, porque si la dejábamos cerrada esos animales de seguro morirían de hambre. El más pequeño fue el primero en salir del encierro;  luego nosotros volvimos a la casa de nuestro amigo y comenzamos a cargar las cosas que íbamos a sacar de en medio de esa zona devastada.


Nuestro amigo perdió su vivienda, y todos los vecinos del lugar en el  éxodo que se  generó después de la tragedia también dejaron algo abandonado; el desastre desarraigó a la gente de sus cosas más queridas, pero no se podía dar marcha atrás, las esporádicas gotas de lluvia que de cuando en cuando caían, eran el recordatorio para agilizar el trabajo.

Ignoro cual habrá sido al final la suerte de esos animalitos.



John Montilla. Texto y fotografías.


Foto 1. Damnificado que de manera riesgosa rescata algunos de sus enseres.                  Imagen  tomada el día que dio origen a este relato.

Foto 2. Vista de la calle aquí descrita en el Barrio San Miguel, la gran mayoría del material que estaba ahí acumulado ya había sido retirado. 

Foto 3. Vista parcial de un gran mural que se pinto de forma colectiva por  artistas de varias regiones del país después de ocurrido el desastre de Mocoa.

Foto 4. El autor y un compañero en trabajo solidario.

27- Marzo- 2018