Por. John Montilla
“Cuando se retiraron las aguas, tuve que hacer mi
hatillo
y marcharme, porque mi casa estaba en ruinas
y ya no se podía seguir en
ella.”
(Fragmento de: Black Water Blues. )
Un solitario pollito deambulaba por lo que antes era
una calle; ahora casi una zanja llena de escombros, troncos, raíces, piedras, zapatos, ropa, juguetes, utensilios
de cocina, muebles destruidos, y un sinnúmero de objetos más, todos untados de barro.
El animalito de un color indefinido por lo sucio que estaba picoteaba ansioso
por todo lado, era evidente que tenía hambre, y no teníamos nada para darle,
intentamos atraparlo, pero el animalito se escabulló rápidamente por un hueco
que había en un cercado y se metió en una casa abandonada, no volvimos a saber
de él.
Entonces, pensamos en que debía de haber muchos
animalitos indefensos como ese en medio de lo que había quedado después de la
tragedia de Mocoa; pero ese día nuestra tarea era otra, habíamos ido a tratar de
recuperar los enseres de un amigo que tenía que abandonar su casa pues ya no era posible seguir viviendo
en ella.
Una circunstancia afortunada, si se puede decir así,
les había salvado la vida a muchos habitantes de ese sector, ya que un largo
tronco había quedado atravesado en una
posición tan milimétricamente exacta, justo a la entrada del callejón. Las dos
primeras casas ubicadas en las esquinas habían soportado el impacto de las
aguas desbordadas y con el árbol allí encajado a ambos lados, se veía que se había
formado una gran palizada que había impedido que las aguas fluyeran calle abajo;
de lo contrario, otra sería la historia
y como la gran mayoría de viviendas allí resistieron la hecatombe, lo único que
podían hacer sus dueños era entrar a las casas inundadas para rescatar lo que
más se pudiera.
La vivienda a la que fuimos estaba completamente
anegada en agua y lodo, a una altura de
unos cuarenta centímetros. Muchos objetos estaban inservibles; me asomé a la
cocina y por la ventana mire al solar de la casa vecina, en la que solían haber
muchas aves de corral, principalmente gallos, pollos y gallinas, no se veía
nada, y todo estaba en silencio, sólo se escuchaba el “chas chas” de las botas
en el lodo de la personas que se estaban moviendo dentro de la casa. Una tenue
llovizna había comenzado a caer y aunque nadie lo expresaba en voz alta, se
sentía el temor de estar en la zona del desastre con una eventual lluvia a
cuestas.
De repente sentí el aleteo de un animal en el patio y
les dije a mis compañeros: “Aún hay gallinas allí”. Salí a la calle y me asomé a la casa vecina.
No había nadie, todo estaba solitario, los dueños se habían ido. Ellos
sobrevivieron subiéndose al segundo piso de la edificación, me confirma mi
amigo que sufrió junto con ellos la noche del desastre. La puerta principal de la casa estaba asegurada, había mucho barro
y escombros en el andén. La puerta de madera que daba al patio del gallinero
también estaba cerrada, nos asomamos hasta el borde y al escuchar el piar de un
hambriento animalito nos atrevimos a abrirla y nos adentramos en el solar
Al entrar vimos que había un pollo negro tirado en
mitad del patio, aún no olía a descompuesto, quizá no hacía mucho había muerto, era
evidente que lo había matado el hambre, no había absolutamente ni una gramo de
comida en los comederos. Un poco más allá divisamos al pollito que chillaba, y
al instante otro par de aves más grandes corrieron ansiosas hacia nosotros, el patio
estaba sucio y olía a estiércol de gallina,
había entrado poco lodo allí, quizá por eso los animales sobrevivieron.
Buscamos agua, la lluvia había llenado unos recipientes y les pusimos un poco en unos
tarros que encontramos, bebieron con avidez, y luego se pusieron a picotear,
evidentemente los animalitos estaban hambrientos, entramos al rancho del corral
a buscarles comida. Habían unos bultos apilados sobre unos maderos, con un bisturí
que cargaba en mi bolso estilo
canguro, abrí uno y se desparramó
aserrín en el suelo, las aves corrieron ansiosas, y decepcionadas. Rompimos
otros cuatro bultos, pero, no había nada de comida. Parecía que los dueños se llevaron lo que pudieron, pero
olvidaron a ese pobre grupo de aves.
Entonces recordé que en la parte de enfrente había una
mata de una especie de lulo tropical, los frutos estaban maduros pero no muy
jugosos, agarré algunos y volví a usar el bisturí para cortarlos en cuatros
partes y arrojarlos a la aves, estas se pusieron a picotear con voracidad las semillas y la poca comida que tenían las
frutas. Por el momento no había nada más que darles. Les cortamos otro poco y
les tiramos en el piso, las aves
picotearon un momento más, pero al rato parecieron no hallarle gusto al incipiente
alimento que le ofrecíamos. Y siguieron raspando con desespero por donde se
notaba que antes ya lo habían hecho.
Teníamos mucho por hacer ese día, y no teníamos la
certeza de si los dueños regresarían o
no por esos pobres animalitos. No queríamos que nos fueran a acusar de estar
robando, pues no todo el mundo que entraba a la zona del desastre iba a ayudar;
y no podíamos llevarnos esas aves sin consultar con nadie; por tanto decidimos dejar la puerta del
corral abierta, porque si la dejábamos cerrada esos animales de seguro morirían
de hambre. El más pequeño fue el primero en salir del encierro; luego nosotros volvimos a la casa de nuestro
amigo y comenzamos a cargar las cosas que íbamos a sacar de en medio de esa
zona devastada.
Nuestro amigo perdió su vivienda, y todos los vecinos
del lugar en el éxodo que se generó después de la tragedia también dejaron
algo abandonado; el desastre desarraigó a la gente de sus cosas más queridas,
pero no se podía dar marcha atrás, las esporádicas gotas de lluvia que de
cuando en cuando caían, eran el recordatorio para agilizar el trabajo.
Ignoro cual habrá sido al final la suerte de esos animalitos.
John Montilla. Texto y fotografías.
Foto 1. Damnificado que de manera riesgosa rescata algunos de sus enseres. Imagen tomada el día que dio origen a este relato.
Foto 2. Vista de la calle aquí descrita en el Barrio San Miguel, la gran mayoría del material que estaba ahí acumulado ya había sido retirado.
Foto 3. Vista parcial de un gran mural que se pinto de forma colectiva por artistas de varias regiones del país después de ocurrido el desastre de Mocoa.
Foto 4. El autor y un compañero en trabajo solidario.
27- Marzo- 2018
Un relato triste de lo poco que se vivío ese día y lo mucho que pasaría los días que venían, ojalá se anime a escribir un libro sobre esa catástrofe recolectando relatos e historias de personas de diferentes sectores de Mocoa y sus alrededores. Que el mundo se entere de lo que sucedió aquella noche del 29 de marzo del 2017.
ResponderEliminarBendiciones y good job!
CATÁSTROFE MAYOR...DE DAÑOS INCALCULABLES...
ResponderEliminarEL REAL DRAMA, LO PADECIERON QUIENES SUFRIERON EN CARNE PROPIA LOS RIGORES DE LA TRAGEDIA...
PERO AL FINAL, TODOS SENTIMOS LAS CONSECUENCIAS, Y LLEVAMOS LATENTES LAS HERIDAS...