sábado, 30 de marzo de 2019

RELOJ DE AGUA

Por. John Montilla

“De noche el reloj que late es el corazón del tiempo”.  D. M. Loynaz
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Dos, tres, o cuatro minutos, no podría precisarlo, pero creo que el destino me dio un pedacito de tiempo para que hiciera una carrera contrarreloj e intentara salvar la vida de mi hermana. He aquí mi propia crónica de la noche de la tragedia de Mocoa el pasado 31 de marzo de 2017.

Mi madre parada en el andén de su casa me había dicho con bastante preocupación “Estoy llamando a tu hermana y no responde.” Mi hermana vivía en un apartamento nuevo justo al lado del puente del Río Sangoyaco.  Yo que ya estaba en la calle, bajo la torrencial lluvia que se había desatado. -Un par de minutos antes me había puesto a las carreras una camiseta, unos shorts, unas sandalias de correa y una chaqueta amarilla impermeable y además había corrido a la cocina a agarrar una fosforera de esas que poseen linternas diminutas - le respondí sin dudar. “Voy a verla.” Y me metí de prisa a las aguas desbordadas que ya corrían por la calle. Un tremendo trueno rompió el cielo como anunciando que la carrera de mi vida había iniciado.

Cuando llegué a la esquina próxima noté que la vía principal estaba completamente anegada. Y vi con preocupación sin detenerme que a mi izquierda ya estaban sacando gente por encima de los techos, pues el agua ya estaba inundando algunas casas e impedía el abrir de las puertas. Había una moto policial estacionada a un lado de la calle, el agua ya le cubría las llantas, un policía agarraba a patadas una puerta queriendo tumbarla, mientras otro junto con un voluntario ayudaba a una señora y a una niña que estaba saliendo por el tejado. Esta imagen me impulsó a ir más rápido; Aún estaba a más de media cuadra del lugar al que me dirigía; corrí unos metros adelante; el agua aumentaba cada vez más, corrí y el miedo de la lluvia, los relámpagos, los gritos de la gente y el agua fangosa me hizo regresar; llegué donde uno de los policías y le dije ya algo desesperado: “Tengo una hermana atrapada en un apartamento cerca al río, acompáñeme a rescatarla:”

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Debo subrayar en honor de él que sin dudar dijo “vamos”, este respaldo me dio ánimos, y eché a correr a prisa adelante; como había caminado tantas veces por esas calles, sabía donde pisar a pesar de que las aguas lodosas, la basura y los objetos que bajaba impedían ver bien. Pero en medio de la tormenta pude ver a mis espaldas que el policía se cayó en una zanja y de seguro el miedo y la prudencia lo hicieron regresar. ¿En cuánto tiempo había sucedido todo esto? … medio minuto, un minuto, no sé. El sentirme desamparado me produjo tremenda desazón, pero a pesar de eso lo que si recuerdo es que lo pensé en milésimas de segundo: “Sí, yo no voy, nadie más ira, estoy sólo en esto.” Así que dominando el temor seguí adelante. Mientras la gente huía del río, yo iba hacía él. El agua ya me llegaba casi a la cintura.

Cuando llegué a la esquina -abrazado por el miedo más terrible que he sentido en la vida- vi que corría un temible torrente por la calle por donde ella vivía. El río ya se estaba desbordando. Me detuve allí dudando por unos eternos segundos, en si debía cruzar la calle y entrar al apartamento; mientras miraba con horror la cantidad de agua que se me venía de la parte alta, El agua amenazaba con dejarme descalzo; parado en la esquina, luchando por mantenerme firme, empecé a gritar como loco a mi hermana para que saliera, pero el ruido de las piedras que trepidaban en el rio, del agua que corría por la calle y de los truenos y relámpagos apagaban mis desesperados esfuerzos,

Pensé de prisa en quebrar un vidrió de las ventanas, me agaché en las lodosas aguas, pero no agarré ninguna piedra en el pavimento. Luego saqué de mi bolsillo la fosforera que previamente había agarrado cuando recién salí a la calle, y a pesar de que ya estaba húmeda pude prender su minúscula linterna, para hacer señales, pero nada mi hermana no aparecía. Me daba temor arriesgarme a entrar y que quizá ella ya hubiera escapado de ahí y que me encerraran las aguas estando adentro de la vivienda.

En otros segundos eternos pensé en que lo que debía hacer: esperar o correr por mi vida. Me estremezco al recordar que fugazmente hice una macabra operación matemática, de que era preferible un muerto y no dos en la familia, pues desde mi posición aún creía que tendría la posibilidad de huir si fuera necesario; cuando estaba en esos instantes vitales de mi existencia, mi hermana apareció aterrorizada en la parte alta del apartamento y yo le grite con la mayor desesperación que he sentido en mi vida:  ¡Vamos !, ¡ Vamos  que el puente se va a caer ! Ella al verme corrió escaleras abajo, pero dudó al llegar al primer piso, porque el torrente que nos separaba se veía muy peligroso, y yo me había dicho, instantes atrás que mientras ella no se metiera al agua, yo no iba a entrar al torrente.

Mientras, este dilema vital se resolvía, el tiempo en el reloj de agua inexorablemente se iba agotando para nosotros, y yo seguía mirando con angustia como cada vez más las aguas se nos venían encima, todo esto que narro , sucedió en cuestión de segundos, mientras en esos pedacitos de tiempo ella dudaba y yo gritaba como loco; cuando de pronto alcance a ver como un gran árbol, golpeaba contra el puente,  y del tremendo impacto hizo estallar las mangueras del agua y del gas. La explosión fue terrible; la manguera plástica del ducto del gas se contorsionaba como una espantosa serpiente en los cielos, y el aire se llenó de una neblina oscura, el río comenzó a represarse y justo en el mismo instante tres casas que estaban diagonal a mi derecha cayeron al río. Yo estaba en medio de las aguas a escasos veinte metros de distancia.

Todo, todo esto había sucedido en fracciones de segundo. Mi hermana presa del pánico había corrido de nuevo escaleras arriba, mientras yo abajo bañado en aguas y lágrimas seguía gritando al borde de la desesperación. ¡Vamos !, ¡Vamos, El puente se va caer !  Entonces ella corrió de nuevo abajo, y cuando vi que puso sus pies en el agua, me metí al torrente, nos encontramos en la mitad de la calle con el agua más arriba de nuestras cinturas, la agarré con todas mis fuerzas de la mano, mientras luchaba por mantenerme en pie por la inestabilidad que me daban las sandalias que llevaba.

Mi hermana venía llorando, y en su desconcierto, me pega un jalón y me dice: “La moto.”  “Imposible le respondí. Nunca lo lograríamos.” y le apreté la mano con más fuerza, ella, me grito: “Se me salió un zapato”. Sin detenernos giramos rápidamente, y seguimos corriendo. Mi hermana parecía que no asimilaba la magnitud de lo que estábamos viviendo porque me dijo mientras lloraba: “Dejé la puerta del apartamento abierta”, Ella estaba al borde del shock, y yo por calmarla le dije: “Más tarde la vengo a cerrar.” Se me hacía un nudo en la garganta el pronosticar que todo el trabajo de muchos años se le perdería esa noche.

Ella guardaba la esperanza de conservar sus cosas, pero yo que nunca antes había presenciado un fenómeno de esos, intuía que no había ninguna posibilidad de que eso terminara bien. Mientras huíamos un chorro de agua que nos golpeó de costado en mitad de la calle principal, nos asustó de nuevo, pues nunca esperábamos que saliera agua de esa parte, al parecer la quebraba había pasado por medio de la casa de unos vecinos, esto nos desconcertaba más, pues no sabíamos lo que estaba pasando. Por todo lado las aguas se desbordaban. Todo el mundo corría, y por las calles se veían bajar innumerables objetos arrancados de las casas por el ímpetu de las aguas descontroladas.

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Cada uno corría por su vida, una de las vecinas pasaba a gatas la calle, de milagro aún no se había ido la energía y luego no recuerdo en que momento quedamos en tinieblas. Cuando por fin llegamos a casa, mi hermana angustiada se refugió en la familia, mientras yo me fui a la cocina, ya a oscuras, donde caí de rodillas en el piso por un insoportable dolor debido a un retorcijón de estómago, fruto de la tremenda descarga de adrenalina y del estrés por la dramática experiencia que acababa de tener. Como pude  tomé un poco de agua y luego corrí donde los míos y les dije: “Tenemos que salir de aquí.”  Y eso fue lo que hicimos, en la oscuridad y bajo la lluvia buscamos un lugar más seguro donde pasar con nuestros niños esa horrible noche.

Dicen los testigos que estaban en la parte alta del barrio que al minuto de haber explotado el ducto del gas la terrible avalancha había pasado arrasando la vivienda de mi hermana y la de sus vecinos. No quedó absolutamente nada.  Las casas fueron arrancadas desde sus cimientos. Por fortuna para nosotros nos habían sobrado unos segundos preciosos en el reloj de agua; lejos estaba de imaginarme la magnitud de lo que estaba padeciendo Mocoa en esos mismos instantes.


31 de marzo de 2019.


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ADENDA IMÁGENES

1. Fotomontaje con imágenes tomadas de internet.
2. Imagen captura de video (M.L) grabado en la parte baja del Barrio La Independencia. Cabe subrayar que ya no existen ninguna de las edificaciones que se ven a derecha e izquierda. El video inédito pronto será publicado junto a la crónica del autor. 
3, En esa esquina quedaba el apartamento y negocio de mis familiares.   
4. Fotografía tomada al frente de la casa de mis padres. Cuando recién nos percatamos que las aguas se estaban desbordando. Posteriormente las aguas cubrieron toda la parte baja del arbolito que allí se ve. 

John Montilla. Texto y  fotografías. 
jmontideas.blogspot.com    (Derechos Reservados)











domingo, 24 de marzo de 2019

EL HOMBRE QUE ACARICIA PUERTAS

John Montilla

“Una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes…”


Eso tiene la  poesía según Aldo Pellegrini, y agrega “No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes.”

Las anteriores palabras me sirven de llave de entrada para poder medio asomarnos a la puerta del alma de un  singular personaje y  es preciso, creo tener algo de sensibilidad poética para  al menos  intentar comprender algo de su existencia:

Cierto día un camionero se encontraba debajo de su vehículo a  eso de las dos y media de la tarde, bajo un calor insoportable, lleno de grasa, polvo y sudor, cuando de repente aparece un personaje alto y delgado, de edad indefinida, se acerca al camión, se agacha un poco y como si fuera un experto observa un momento en silencio,  y luego le pregunta en voz alta  de sopetón al camionero que estaba tendido sobre un cartón en el piso: ¿Señor, está varado? Imagínense el gesto que debió hacer el conductor.

Cualquiera podría adivinar la respuesta a semejante pregunta, completamente impertinente, y es casi seguro que esta contendría un insulto; alguien que no conozca al protagonista de este relato, quizás actúe de manera grosera, furiosa o con sorpresa, pero aquellos que lo conocen, sabrán que es una vivencia más de “Güincho” o “Wincho”, uno de los personajes típicos y especiales (en el buen sentido de la palabra) de Puerto Umbría. Un pequeño y pintoresco pueblo del Putumayo- Colombia. 

Pues bien, es en esta población donde reside nuestro personaje, quien en otra ocasión le preguntó a un vecino de la localidad que se encontraba trabajando a la intemperie en otro caluroso día: ¿Oiga, don Pedro quién suda más, usted o el sol?

A otro señor que tuvo la mala fortuna de salir de una tienda, con un rollo de papel higiénico en la mano, simplemente le preguntó: ¿Qué vecino, va a cagar?

Las preguntas de nuestro personaje no van cargadas de ninguna intención; sencillamente brotan de manera espontánea de la naturaleza “inocente” de su ser. Para una persona que vive abstraída en su mundo, todas las cosas encierran un origen aún no descubierto, por eso, habría que conocerlo para ver la cara de emoción   que presenta, cuando entra a una casa y al presionar un interruptor eléctrico aclama como si fuera él quien la inventara o viera por primera vez: “Llegó la luz”.

Eso no significa que nuestro personaje se haya quedado encerrado en el pasado. Al contrario, también le ha abierto la puerta a la modernidad, por eso también a veces se lo ve con un celular descompuesto, colgado al cuello, y cuando alguien se le acerca, automáticamente lo toma y simula estar hablando con alguien:
“Cómo  no, doña Pastora, la espero el domingo sin falta”

Quienes lo conocen, dicen que Güincho tiene la costumbre de recoger hojas secas  y arrojarlas sistemáticamente al río de localidad, en una especie de ceremonial  que quizá lo conecta con sus espíritus sagrados; sus manos dejan caer las hojas muertas, desde un viejo puente de madera, mientras el murmura oraciones ininteligibles, como rindiéndole tributo a las apacibles aguas del Río Guineo.


Pero lo que lo tiene de  particular  y  hace destacar  a nuestro personaje  es una manía muy peculiar, que quizá  nadie más pueda tener: nuestro amigo  en mención es “el hombre que acaricia puertas” -Hecho casi poético que despertó mi atención y curiosidad- En el pequeño pueblo donde vive, y que por tanto es fácil de  recorrer a pie, es muy frecuente verlo caminar de una casa a otra  exclusivamente para tocar  puertas, no hablo de golpear o llamar, sino de tocar en el sentido de “acariciar”, de rozar, de sentir. Güincho centra su atención en las chapas, cerraduras, aldabillas, pasadores, candados, aldabas, picaportes, trancas, pestillos, cierres, manijas, pomos, cerrojos o lo que encuentre. Con sus dedos lleva a cabo su ritual diario y constante de palpar estos diversos elementos de una puerta cualquiera; cual abeja que va de flor en flor, él va de una puerta a otra.

En un pueblo donde la mayoría de puertas son de madera y pintadas en forma colorida con rojos, verdes, amarillos, naranjas, rosados,  blancos, o azules, nuestro personaje se detiene; cumple religiosamente su ritual y sigue su camino, no importa en que recoveco esté la puerta; ya sea en la calle principal o escondida  en un rincón, hasta allá llegará; puertas grandes, puertas pequeñas, puertas nuevas, puertas viejas, postigos, portezuelas, portones,  puertas de  madera, puertas metálicas,  a todas ellas  las palomas de sus manos acariciarán.

 Las toca, las palpa, las siente, las percibe, pero nunca las abre; Guincho no se entra abusivamente en las casas; es más se podría decir que se asegura que no se abran; es sólo el ceremonial, las acaricia y se va, nadie puede decir en este pueblo de puertas abiertas que él se le haya llevado algo.


¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?, alguien se atrevió a aventurar que quizá dos décadas o más; pero nadie sabe con certeza de donde viene la manía de acariciar puertas - ¿Será acaso un sentimiento interno de libertad? - Quizá nuestro personaje
al igual que lo hace con las hojas secas, nos intenta dar una nueva oportunidad de nuevas travesías, como un ángel especial que posee la llave de sus manos que nos golpea con ternura a la puerta para que nos asomemos a nuevas realidades. Por eso la respuesta a desde cuando este “niño hombre” lleva haciendo está acción está estancada en el mismo tiempo.

Un reloj descompuesto en la mano de su muñeca izquierda, y que según él marca eternamente las dos de la tarde, podría ser la prueba de ello; él vive completamente ajeno a todo prejuicio y presión social, mientras que nosotros no podemos escapar del cerco que a diario nos tienden el tiempo y nuestros horarios. Las puertas de nuestras rutinas nos encierran con sus sombras, pero llega ese ser que es como una llave luminosa a acariciar nuestras puertas, tal vez para invitarnos a salir, y entonces vienen a mi mente unos versos del argentino Facundo Cabral:  

“…Benditamente locos,
y  por locos tan libres,
y por libres tan bellos
que harán un paraíso
de este maldito infierno”


John Montilla: Texto y fotografías
Esp. En procesos lectoescritores.