domingo, 24 de marzo de 2019

EL HOMBRE QUE ACARICIA PUERTAS

John Montilla

“Una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes…”


Eso tiene la  poesía según Aldo Pellegrini, y agrega “No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes.”

Las anteriores palabras me sirven de llave de entrada para poder medio asomarnos a la puerta del alma de un  singular personaje y  es preciso, creo tener algo de sensibilidad poética para  al menos  intentar comprender algo de su existencia:

Cierto día un camionero se encontraba debajo de su vehículo a  eso de las dos y media de la tarde, bajo un calor insoportable, lleno de grasa, polvo y sudor, cuando de repente aparece un personaje alto y delgado, de edad indefinida, se acerca al camión, se agacha un poco y como si fuera un experto observa un momento en silencio,  y luego le pregunta en voz alta  de sopetón al camionero que estaba tendido sobre un cartón en el piso: ¿Señor, está varado? Imagínense el gesto que debió hacer el conductor.

Cualquiera podría adivinar la respuesta a semejante pregunta, completamente impertinente, y es casi seguro que esta contendría un insulto; alguien que no conozca al protagonista de este relato, quizás actúe de manera grosera, furiosa o con sorpresa, pero aquellos que lo conocen, sabrán que es una vivencia más de “Güincho” o “Wincho”, uno de los personajes típicos y especiales (en el buen sentido de la palabra) de Puerto Umbría. Un pequeño y pintoresco pueblo del Putumayo- Colombia. 

Pues bien, es en esta población donde reside nuestro personaje, quien en otra ocasión le preguntó a un vecino de la localidad que se encontraba trabajando a la intemperie en otro caluroso día: ¿Oiga, don Pedro quién suda más, usted o el sol?

A otro señor que tuvo la mala fortuna de salir de una tienda, con un rollo de papel higiénico en la mano, simplemente le preguntó: ¿Qué vecino, va a cagar?

Las preguntas de nuestro personaje no van cargadas de ninguna intención; sencillamente brotan de manera espontánea de la naturaleza “inocente” de su ser. Para una persona que vive abstraída en su mundo, todas las cosas encierran un origen aún no descubierto, por eso, habría que conocerlo para ver la cara de emoción   que presenta, cuando entra a una casa y al presionar un interruptor eléctrico aclama como si fuera él quien la inventara o viera por primera vez: “Llegó la luz”.

Eso no significa que nuestro personaje se haya quedado encerrado en el pasado. Al contrario, también le ha abierto la puerta a la modernidad, por eso también a veces se lo ve con un celular descompuesto, colgado al cuello, y cuando alguien se le acerca, automáticamente lo toma y simula estar hablando con alguien:
“Cómo  no, doña Pastora, la espero el domingo sin falta”

Quienes lo conocen, dicen que Güincho tiene la costumbre de recoger hojas secas  y arrojarlas sistemáticamente al río de localidad, en una especie de ceremonial  que quizá lo conecta con sus espíritus sagrados; sus manos dejan caer las hojas muertas, desde un viejo puente de madera, mientras el murmura oraciones ininteligibles, como rindiéndole tributo a las apacibles aguas del Río Guineo.


Pero lo que lo tiene de  particular  y  hace destacar  a nuestro personaje  es una manía muy peculiar, que quizá  nadie más pueda tener: nuestro amigo  en mención es “el hombre que acaricia puertas” -Hecho casi poético que despertó mi atención y curiosidad- En el pequeño pueblo donde vive, y que por tanto es fácil de  recorrer a pie, es muy frecuente verlo caminar de una casa a otra  exclusivamente para tocar  puertas, no hablo de golpear o llamar, sino de tocar en el sentido de “acariciar”, de rozar, de sentir. Güincho centra su atención en las chapas, cerraduras, aldabillas, pasadores, candados, aldabas, picaportes, trancas, pestillos, cierres, manijas, pomos, cerrojos o lo que encuentre. Con sus dedos lleva a cabo su ritual diario y constante de palpar estos diversos elementos de una puerta cualquiera; cual abeja que va de flor en flor, él va de una puerta a otra.

En un pueblo donde la mayoría de puertas son de madera y pintadas en forma colorida con rojos, verdes, amarillos, naranjas, rosados,  blancos, o azules, nuestro personaje se detiene; cumple religiosamente su ritual y sigue su camino, no importa en que recoveco esté la puerta; ya sea en la calle principal o escondida  en un rincón, hasta allá llegará; puertas grandes, puertas pequeñas, puertas nuevas, puertas viejas, postigos, portezuelas, portones,  puertas de  madera, puertas metálicas,  a todas ellas  las palomas de sus manos acariciarán.

 Las toca, las palpa, las siente, las percibe, pero nunca las abre; Guincho no se entra abusivamente en las casas; es más se podría decir que se asegura que no se abran; es sólo el ceremonial, las acaricia y se va, nadie puede decir en este pueblo de puertas abiertas que él se le haya llevado algo.


¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?, alguien se atrevió a aventurar que quizá dos décadas o más; pero nadie sabe con certeza de donde viene la manía de acariciar puertas - ¿Será acaso un sentimiento interno de libertad? - Quizá nuestro personaje
al igual que lo hace con las hojas secas, nos intenta dar una nueva oportunidad de nuevas travesías, como un ángel especial que posee la llave de sus manos que nos golpea con ternura a la puerta para que nos asomemos a nuevas realidades. Por eso la respuesta a desde cuando este “niño hombre” lleva haciendo está acción está estancada en el mismo tiempo.

Un reloj descompuesto en la mano de su muñeca izquierda, y que según él marca eternamente las dos de la tarde, podría ser la prueba de ello; él vive completamente ajeno a todo prejuicio y presión social, mientras que nosotros no podemos escapar del cerco que a diario nos tienden el tiempo y nuestros horarios. Las puertas de nuestras rutinas nos encierran con sus sombras, pero llega ese ser que es como una llave luminosa a acariciar nuestras puertas, tal vez para invitarnos a salir, y entonces vienen a mi mente unos versos del argentino Facundo Cabral:  

“…Benditamente locos,
y  por locos tan libres,
y por libres tan bellos
que harán un paraíso
de este maldito infierno”


John Montilla: Texto y fotografías
Esp. En procesos lectoescritores.




2 comentarios:

  1. Me divertí con el relato, muy bueno y el personaje de antología, saludos..

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  2. Diana Patricia de Iriarte. Que encanto de texto. Cómo nos invita a fijarnos en lo pequeño, en lo que nos han hecho para dejar de ser y atravesárnosle a la cordura del hacer de siempre. Nos pone a pensar sobre las tantas sinrazones de la vida, la hora, por ejemplo, las prisas, nos pone a pensar en esos aparatos que marcaron nuestra vida con afanes y qué bien dejarlos tirados o burlándonos de ellos con solo el ejercicio de que siempre la hora este en las dos de la tarde. De esta manera rompemos con toda esa cantidad de normas cuadriculadas que nos impone una cultura de rigor muchas veces buena para unos pocos. Madrugadas eternas para una oficina oscura sin nunca mirar la luz del sol, solo porque hay que cumplirle a la obligacion. Tirar hojitas secas al río supone ser un acto lleno de candor y diríamos que bueno para nada, pero si para el alma que en su misterio se conecta con las hojitas y con el río. Y así en todo, en el saber amar sin miedo, en ir en contravía de todo lo creado impositivamente a la luz de la religion, de cualquier credo venga de donde viniere. Acariciar las puertas es un regalo exquisito que invita a que nos fijemos en la textura de las formas y colores de todo lo existente, sin el peso de su valor económico, sino por el puro placer de sentir. Tal vez se parece a esas caricias de los amantes que se descubren por primera vez en la imperfección de sus cuerpos. El texto nos invita a vivir la verdad, sin ocultamientos, sin misterios, así tengamos que pagar por ello hasta la vida. Vivir en la claridad de la sabiduría, en la transparencia de un vivir en autenticidad, así el mundo entero esté en contra. Es como vivir en contravía. Tal vez es la delicia de la transgresión. Vivir sin horas, acariciando puertas y botando hojitas secas en el río como ceremonia de desagravio a las insensateces humanas, tal vez es lo que se llama felicidad.

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