jueves, 27 de abril de 2017

El niño de la bicicleta grande

El  niño de la bicicleta grande

Por. John Montilla

La siguiente es la historia que me contó Liliana acerca de uno de los tantos niños que fallecieron en la tragedia de Mocoa ocurrida el 31 de marzo de 2017.

                                                                 ***

“Pipe, mi vecino, era un niño de unos siete u ocho años aproximadamente. Casi todos los días lo veía luchar con una bicicleta grandota que tenía. Iba y venía siempre dando tumbos entre los huecos o esquivando piedras por la calles sin pavimentar; también  cuando llovía se lo veía encaramado como podía  y salpicando el agua de los charcos con las ruedas de su  armatoste. No había niño más feliz disfrutando  de su juguete.


Nosotros ya teníamos  nuestra casa antes que llegaran a la vecindad a construir unas casas de interés social, en las que llegaron a vivir personas de escasos recursos, quienes venían  huyendo de la violencia o en busca de nuevas oportunidades de vida en la ciudad. Entre las familias que llegaron, estaba una familia indígena. El padre era conductor de servicio público y la mamá era una ama de casa. Ellos tenían tres hijos: el menor tendría quizás un poco más de un año, una niña  de unos seis años, y Pipe que era el mayor de los tres. Él era el hermano grande, pero no tanto como su  bicicleta.

Pipe era un chico de rasgos indígenas muy marcados,  tenía unas mandíbulas y dientes grandes, era muy trigueño y poseía unos cachetes que cuando estaba acalorado apenas se le notaban  rojos en medio de su piel oscura. Su pelo era lacio; “chozudo” como dicen algunas abuelas, y como sus padres no lo llevaban con frecuencia a la peluquería, siempre andaba con el cabello desorganizado. Pero, a él siendo niño eran cosas que nunca parecieron importarle; la vida a  él se le iba casi todas las tardes en  la bicicleta que tenía que domar cada vez que quería montar.

Él salía muy temprano de su casa para irse a estudiar  y regresaba al medio día, entonces se podía escuchar el traqueteo de su vieja bicicleta que iba y venía a cada rato, cuando él se ponía a voltear por el vecindario.

A veces yo estaba a esas horas haciendo la siesta, y con frecuencia llegaba con mucha velocidad y daba una brusca frenada levantando polvo y haciendo saltar  piedrecillas que estallaban contra el cerco de  latas del vecindario. Yo me despertaba fácilmente porque las calles eran muy estrechas. Entonces yo me asomaba a la ventana y me encontraba con el rostro familiar y travieso de Pipe que colgado de su bicicleta me dibujaba una pícara sonrisa con sus dientes grandotes y blancos.

Sin embargo en todas esas casi nunca hablabamos. Era una relación quizá bastante extraña. El sabía que me despertaba, y también sabía que eso me ponía de mal genio, pero no preguntaba nada, ni yo tampoco. Yo siempre veía que siempre andaba en su adorada bicicleta, el podía estar toda la tarde haciendo cabriolas para mantenerse en equilibrio sobre ella, ya que al ser una de esas bicicletas todo terreno diseñada para un adulto, la cosa no se le daba bien y era todo una proeza para Pipe subirse en ella; le pesaba mucho, se le caía a un lado, pero él era un chico tozudo que no se rendía hasta conseguir maniobrarla y echarla a rodar.

Otras veces contemplaba su lucha diaria desde  las matas y las flores del patio de mi  casa. Por entre las  rosas, claveles, dalias y geranios lo veía forcejear con su cacharro, hasta que subía y una vez arriba la dominada con mucha habilidad, el  problema era cuando tenía que bajarse, ahí tenía otro reto; a veces se caía y  se lastimaba; sus codos y rodillas eran testigos de ello, pero su empeño le ganaba al dolor y la frustración. Por eso al conocer de su persistencia, nunca le recriminé por el ruido que hacía con sus llantas.



Aunque debo reconocer que no socialicé mucho con las familias de la vecindad. Escasamente el saludo, en gran parte debido a que yo siempre estaba trabajando y cuando estaba en casa aprovechaba para descansar. Sin embargo con los niños era diferente. Ellos no preguntan si les quieres hablar o no; los niños se meten en tu casa, se meten en tu vida sin pedir permiso. Pipe primero hizo entrar desde la calle el ruido en  mi casa, y luego entró con todo bicicleta no sólo en la casa, sino en mi vida.  

Así era Pipe, un niño callado, silencioso, todo lo contrario de su bicicleta; muy respetuoso; a veces parecía estar indiferente a las cosas, pero daba razón de cada detalle de la calle. Por ejemplo, a veces mi pequeño hijo se salía de casa y me tocaba andarlo buscando porque en cuestión de segundos lo perdía de vista,  pero Pipe siempre sabía  dónde estaba y volaba a decírmelo, pues con su bicicleta era más rápido  que las  piernitas de mi niño. Luego sin despegarse casi nunca de su bicicleta me acompañaba a recogerlo Él era mi ayudante en mis constantes búsquedas  de mi pequeño.

Yo a cambio de esos favores le daba sus pequeñas recompensas. Alguna vez le pedí que fuera hasta un taller  a inflar un viejo balón, y el más que correr, voló, haciendo sus cabriolas en su gran bicicleta. Él era muy osado, un día lo vi intentando pasear a sus hermanos en su bici; ¡ imagínense, pues si le costaba andar solo ! El esfuerzo por tratar de subir a su hermanito pequeño era muchísimo mayor; Siempre se caían, entonces me veía obligada a intervenir y decirle que por leyes de la física en esas circunstancias era imposible lo que pretendía hacer. Pero él era muy obstinado, quizás creía que como él si podía manejar la bicicleta, sus hermanos también podrían hacerlo. Pero lamentablemente la vida no le dio el tiempo para que termine de enseñarles.

Yo no estaba en Mocoa la noche de la tragedia, y me cuentan los vecinos  que  Pipe estaba únicamente  con su mamá y su hermanito menor. Su padre, había salido de viaje y se había llevado a su  hermana. Ellos habían salido  de su humilde vivienda y corrieron a la calle. Tal vez  Pipe en el último momento haya pensado en su bicicleta para huir de allí, pero no tuvieron fortuna; en la calle, se dieron  de frente contra las impetuosas aguas, lodo, piedras, palos y escombros que los arrastró sin misericordia.

Pasado el desastre, su madre fue encontrada abrazada al niño más pequeño. Me  imagino que la desesperada mujer llevaba a Pipe de la mano pero la furia de la naturaleza desbordada se lo arrebató.

Cuando supe de su muerte, lloré. Su casa quedó reducida a trizas. Me enteré que Pipe aún no aparece. Lloré porque no sé dónde está. Lloré porque quiero que lo encuentren. Lloré porque falta mucha gente por encontrar aún. Ya nunca lo veré forcejeando con su gran bicicleta. Ya nunca me dirá hacía qué dirección se fue mi hijo.  Ojalá allá donde esté, haya una bicicleta de su tamaño.” 

                                                   




                                             
John Montilla. Redacción y fotografías 1 y 2
Basada y autorizada de una idea original de Liliana Casanova. 
Silvio López.   Fotografía 3

jmontideas.blogspot.com 

martes, 25 de abril de 2017

Ángel de la noche

Ángel de la noche

Por. John Montilla

Crónica de un rescate la noche de la tragedia en Mocoa.



Minutos después de haber ocurrido la avalancha, se empezaron a ver los estragos que esta había ocasionado; de todas partes salía gente que corría a las orillas de los ríos para socorrer a los sobrevivientes.

Entre el caos que se armó cerca de la desembocadura del Río Sangoyaco, se oyó a alguien decir: “Por allá, se escucha a una señora que tras la oscuridad de ese monte grita pidiendo auxilio”. Entonces un grupo de cuatro personas corrió a  ver que pasaba pero no encontraron nada. La oscuridad era tremenda, pero luego escucharon los gritos desesperados de la mujer, pero no pudieron verla, le dijeron que moviera las manos, pero nada observaron; sin embargo  ella había continuado  gritando: “Estoy acá, al otro lado del río.” “Ayúdenme por favor yo no puedo nadar”.

Todo eran sombras, nada se veía, nadie tenía una linterna, y  la escasa luz de un celular no les permitía divisar nada. Entonces sin pensarlo dos veces, Luis Alejandro , un decidido vecino del barrio; le había dicho  a sus acompañantes: “Espérenme aquí que ya vuelvo”, y corrió hasta su casa y con afán busco un lazo, pero no lo encontró. El  dice: “Uno nunca está preparado para estas cosas, ni siquiera tenía una linterna” y tampoco halló a nadie que lo apoyara en la misión que se había propuesto de salvar una vida.

Luego, él cuenta que se acordó, que días atrás un familiar le había regalado un neumático y que por fortuna recientemente había parchado. “Lo cogí, le quité el jabón que tenía en el tapón y lo inflé apresuradamente soplando con la boca, y no le dije a nadie en la casa  de lo que iba a hacer, porque si no, no me hubieran dejado salir”, “lo inflé lo que más pude y con dificultad porque la boquilla era muy pequeña y el tiempo y las circunstancias apremiaban, todo lo hice a las carreras.”

Cuando el neumático estuvo “listo”, corrió de vuelta a la ahora playa del rió; su pariente que lo esperaba allá, sorprendido le había preguntado: ¿Qué va a hacer don Luis? , y él había respondido: “Voy a rescatar a esa muchacha” y antes de que pudieran impedirlo se había lanzado al agua sobre el neumático en la negrura de la noche.

Cuando  él llegó al otro lado del río, buscó en la orilla, pero no encontró nada, únicamente escuchaba los gritos de la asustada joven que lo guiaba en la penumbra. Luis Alejandro cuenta que le gritó que moviera una cosa, que hiciera más ruido, ya que no tenía con que alumbrarse y no podía divisarla. Él narra que ella  le dijo: “Voy a mover una rama porque estoy encima de un árbol.”

Esa noticia dice que le causó sorpresa, pues no se la esperaba. Ella le había repetido: “Estoy subida en la rama de un árbol, no estoy en la orilla.” “El río ya está mermando, yo estoy en la parte alta.” Las aguas de manera increíble la habían subido  a una altura de más de cinco metros y en el sector que se encontraban se había formado un gran pozo de agua represada. Luego guiándose por la voz, y navegando en el neumático había llegado bajo el árbol en el cual ella se encontraba y entonces se encontró con algo que lo sorprendió aún más:

Cuando nuestro amigo Luis Alejandro le pidió que se bajará, ella le había respondido: “Yo no estoy sola, yo estoy con una  niña.” Desconcertado por las sombras  y los hechos, había preguntado en la oscuridad, aún sin verla: “¿Cómo así? … cuénteme” y ella le había respondido, que tenía una niña de cuatro años con ella, que el rio las había arrastrado hasta allí con todo casa y que de milagro había alcanzado agarrarse de las ramas más altas sin soltar a su hijita.

Luego sin perder tiempo, pese a lo oscuridad le había pedido que agarrara la niña de un brazo y la fuera descolgando y que no la soltara hasta que él la tuviera sujeta de los pies. Cuando la recibió se percató que la niña estaba completamente desnuda y que temblaba del frío, pero que pese a ello no lloró en ningún momento. Por el contrario dice que fue admirable el valor de la niña que mientras la llevaba hasta la orilla le había hecho preguntas inverosímiles dadas las circunstancias en las que estaban.

Cuenta Luis Alejandro: “La niña me preguntaba el nombre, que donde estudiaba, en donde vivía y sobre todo que quien me había dado  ese bote para navegar.” Él dice: “la niña estaba bien relajadita, no lloraba, no estaba asustada, más asustado estaba yo, pensé que iba a llorar, que se me iba caer del neumático, y se me iba a ahogar.” Él prosigue su relato: “Cuando la pasé al otro lado, y como estaba desnuda la niña iba temblando de frío, y les pedí  a quienes me esperaban en la orilla: ¡Rápido, busquen algo para abrigarla, una camisa lo que sea!, se las entregué y regresé al agua en busca de la mamá.”

Cuando Luis Alejandro llegó hasta donde estaba la chica, le pidió que se bajara, pero ella le había dicho que tenía miedo, entonces le tocó bajarse del neumático, dejarlo en la orilla y subirse al árbol  y ayudarle a descender de su refugio. Él dice: “Estaba muy oscuro no miraba ni a una pulgada de distancia.”

Cuando la joven estaba ya en tierra, y él le había dicho lo que iban a hacer para cruzar el río, ella un tanto turbada  le había contado que estaba desnuda; que únicamente tenía puesto el brasier, entonces él le había respondido que tranquila que no se preocupara por ello, y acto seguido dice: “Me saqué la camiseta, la rasgué y le improvise una especie de falda, ella se vistió como pudo y luego caminamos por la orilla rio arriba, el plan era nadar hacía abajo para que la corriente nos sacara al otro lado sin arrastrarnos.”

Nuestro héroe relata: “Le pasé el neumático por los brazos como flotador, nos metimos al agua, y  le dije que chapotee con los pies para que me ayude, porque iba  a nadar con un sólo brazo, ya que  con el otro iba sujetando el neumático, y nos lanzamos al agua en la oscuridad; del otro lado sólo se escuchaban  gritos lejanos que nos llamaban expectantes.”
Ya en el agua cruzando el río, Luis Alejandro cuenta que: “ella temblaba de frío y miedo, y le suplicaba que no la fuera a dejar caer.”  Él dice: Yo le aseguré que por nada del mundo” y con orgullo dice soy buen nadador y sé manejar el agua de este río en el que he nadado desde que era niño.

Cuando estuvieron a salvo, las llevó a su casa, donde las  asearon, las abrigaron, les dieron  ropa; y acto seguido, uno de los familiares de Luis Alejandro, las había llevado al hospital para que las atendieran  de sus heridas. Cuando le pregunto a Luis Alejandro si recuerda el nombre de ella, dice que quizá ella se llamaba Sandra, que no tiene la certeza de ello, lo que sí es seguro, es que  ella donde quiera que esté; quizá nunca vaya a olvidar a ese ángel  de carne y hueso que se le apareció en aquella tenebrosa noche.


John Montilla. Texto y fotografías 2,3 y 4.   
  
Silvio López. Foto 1 portada

jmontideas,blogspot.com    (Derechos Reservados) 


 (Mocoa- Colombia, sector Barrio La independencia que fue arrasado por la avalancha; al fondo el bosque donde sucedieron los hechos narrados en esta crónica. )


 Postdata.



Nuestro buen amigo Luis Alejandro Erazo es un reconocido artesano de Mocoa quien también se vio afectado por este desastre, su local de ventas estaba ubicado en la plaza de mercado que también fue arrasada con la avalancha. 
Cel. 3125598168. Barrio La Independencia.

domingo, 16 de abril de 2017

Trágica danza nocturna

La danza de la noche

Por. John Montilla



En memoria de Stephany Vargas fallecida en la avalancha de Mocoa-Colombia el 31 de marzo de 2017.



                                                 
                                                   “Si mil veces me lo preguntan,
                                                    mil  veces desearía 
                                                    que fuera una pesadilla.” J.E.A
                                                                                         

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La bailarina llena de esplendor
y de vida sale al escenario,
sonrisa radiante
candoroso el rostro.
En su cabellera
 la más bella flor  
de idílicos jardines,
Pero es ella
cual fresca rosa la que
más resplandece.
Sus frágiles manos
Agarran con donaire
la falda que lleva dibujada
la primavera de sus encantos.



De pronto las estrellas se esconden.
Nubes negras cubren el cielo
y una danza frenética comienza
en las tinieblas.
La música fría
se ha dormido en los instrumentos,
y un ruido fragoroso,
húmedo, sucio, pegajoso
irrumpe en el ambiente.
Las flores se marchitan,
las plumas y lentejuelas se ensombrecen;
la mano de la muerte
desgarra el frágil e inmaculado corpiño.
La primavera del traje desaparece
y le da paso al horror de la noche.


La fría danza había comenzado,
la bailarina se resiste a formar parte del ritual,
pero el sucio torbellino
la hace girar en un desquiciado frenesí,
Los ángeles corren a prestarle sus alas,
pero se extravían en las sombras.
La noche está ebria de locura.


¡Niña, no bailes esa danza de la noche!
No es una cumbia,
tampoco tu saya favorita,
no son vueltas antioqueñas,
si no dolorosos giros
de tu despedida eterna.
¡Baila en la luz,
 en los focos de los teatros,
 baila para los niños,
 baila para nosotros únicamente !

Las sombras le ganan a tu fugaz lucero.
Desesperados te extendemos las manos
y nuestros almas,
pero no logras agarrarte.
La fría noche te arropa en su negrura
y arranca a girones nuestros corazones.

Todas las estrellas del cielo se apagan,
piedras del desconsuelo golpean nuestras almas,
pero la magia de tu sonrisa
purifica nuestra amargura.

Al alba, el arcoíris
se niega a mostrar su rostro,
le da pena
el haber abandonado a la bailarina
cuando más necesitaba de sus  colores
en la noche más oscura de nuestras vidas.
Y del cielo cae una lluvia de lágrimas
cuando los tambores de piedra
han dejado de sonar.

Cuando el silencio gobierna el mundo,
un rebelde diluvio de lágrimas puras
brota a borbotones de ojos desconsolados,
entonces aparece la magia de tu encanto,
y tu angelical rostro Stephany
se baña en el cristalino riachuelo
de tus más dulces recuerdos.






John Montilla. 15-Abril- 2017

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