Ángel de la noche
Por. John Montilla
Crónica de un rescate la noche de la tragedia en Mocoa.
Minutos después de haber
ocurrido la avalancha, se empezaron a ver los estragos que esta había
ocasionado; de todas partes salía gente que corría a las orillas de los ríos
para socorrer a los sobrevivientes.
Entre el caos que se armó
cerca de la desembocadura del Río Sangoyaco, se oyó a alguien decir: “Por allá,
se escucha a una señora que tras la oscuridad de ese monte grita pidiendo
auxilio”. Entonces un grupo de cuatro personas corrió a ver que pasaba pero no encontraron nada. La
oscuridad era tremenda, pero luego escucharon los gritos desesperados de la
mujer, pero no pudieron verla, le dijeron que moviera las manos, pero nada
observaron; sin embargo ella había
continuado gritando: “Estoy acá, al otro
lado del río.” “Ayúdenme por favor yo no puedo nadar”.
Todo eran sombras, nada se
veía, nadie tenía una linterna, y la
escasa luz de un celular no les permitía divisar nada. Entonces sin pensarlo
dos veces, Luis Alejandro , un decidido vecino del barrio; le había dicho a sus acompañantes: “Espérenme aquí que ya
vuelvo”, y corrió hasta su casa y con afán busco un lazo, pero no lo encontró.
El dice: “Uno nunca está preparado para
estas cosas, ni siquiera tenía una linterna” y tampoco halló a nadie que lo
apoyara en la misión que se había propuesto de salvar una vida.
Luego, él cuenta que se
acordó, que días atrás un familiar le había regalado un neumático y que por
fortuna recientemente había parchado. “Lo cogí, le quité el jabón que tenía en
el tapón y lo inflé apresuradamente soplando con la boca, y no le dije a nadie
en la casa de lo que iba a hacer, porque
si no, no me hubieran dejado salir”, “lo inflé lo que más pude y con dificultad
porque la boquilla era muy pequeña y el tiempo y las circunstancias apremiaban,
todo lo hice a las carreras.”
Cuando el neumático estuvo
“listo”, corrió de vuelta a la ahora playa del rió; su pariente que lo esperaba
allá, sorprendido le había preguntado: ¿Qué va a hacer don Luis? , y él había
respondido: “Voy a rescatar a esa muchacha” y antes de que pudieran impedirlo
se había lanzado al agua sobre el neumático en la negrura de la noche.
Cuando él llegó al otro lado del río, buscó en la
orilla, pero no encontró nada, únicamente escuchaba los gritos de la asustada joven
que lo guiaba en la penumbra. Luis Alejandro cuenta que le gritó que moviera
una cosa, que hiciera más ruido, ya que no tenía con que alumbrarse y no podía
divisarla. Él narra que ella le dijo:
“Voy a mover una rama porque estoy encima de un árbol.”
Esa noticia dice que le
causó sorpresa, pues no se la esperaba. Ella le había repetido: “Estoy subida
en la rama de un árbol, no estoy en la orilla.” “El río ya está mermando, yo
estoy en la parte alta.” Las aguas de manera increíble la habían subido a una altura de más de cinco metros y en el
sector que se encontraban se había formado un gran pozo de agua represada.
Luego guiándose por la voz, y navegando en el neumático había llegado bajo el
árbol en el cual ella se encontraba y entonces se encontró con algo que lo
sorprendió aún más:
Cuando nuestro amigo Luis
Alejandro le pidió que se bajará, ella le había respondido: “Yo no estoy sola,
yo estoy con una niña.” Desconcertado
por las sombras y los hechos, había
preguntado en la oscuridad, aún sin verla: “¿Cómo así? … cuénteme” y ella le había
respondido, que tenía una niña de cuatro años con ella, que el rio las había
arrastrado hasta allí con todo casa y que de milagro había alcanzado agarrarse
de las ramas más altas sin soltar a su hijita.
Luego sin perder tiempo,
pese a lo oscuridad le había pedido que agarrara la niña de un brazo y la fuera
descolgando y que no la soltara hasta que él la tuviera sujeta de los pies.
Cuando la recibió se percató que la niña estaba completamente desnuda y que
temblaba del frío, pero que pese a ello no lloró en ningún momento. Por el
contrario dice que fue admirable el valor de la niña que mientras la llevaba
hasta la orilla le había hecho preguntas inverosímiles dadas las circunstancias
en las que estaban.
Cuenta Luis Alejandro: “La
niña me preguntaba el nombre, que donde estudiaba, en donde vivía y sobre todo
que quien me había dado ese bote para
navegar.” Él dice: “la niña estaba bien relajadita, no lloraba, no estaba
asustada, más asustado estaba yo, pensé que iba a llorar, que se me iba caer del
neumático, y se me iba a ahogar.” Él prosigue su relato: “Cuando la pasé al
otro lado, y como estaba desnuda la niña iba temblando de frío, y les pedí a quienes me esperaban en la orilla: ¡Rápido,
busquen algo para abrigarla, una camisa lo que sea!, se las entregué y regresé
al agua en busca de la mamá.”
Cuando Luis Alejandro llegó
hasta donde estaba la chica, le pidió que se bajara, pero ella le había dicho
que tenía miedo, entonces le tocó bajarse del neumático, dejarlo en la orilla y
subirse al árbol y ayudarle a descender
de su refugio. Él dice: “Estaba muy oscuro no miraba ni a una pulgada de
distancia.”
Cuando la joven estaba ya en
tierra, y él le había dicho lo que iban a hacer para cruzar el río, ella un
tanto turbada le había contado que
estaba desnuda; que únicamente tenía puesto el brasier, entonces él le había
respondido que tranquila que no se preocupara por ello, y acto seguido dice: “Me
saqué la camiseta, la rasgué y le improvise una especie de falda, ella se
vistió como pudo y luego caminamos por la orilla rio arriba, el plan era nadar
hacía abajo para que la corriente nos sacara al otro lado sin arrastrarnos.”
Nuestro héroe relata: “Le
pasé el neumático por los brazos como flotador, nos metimos al agua, y le dije que chapotee con los pies para que me
ayude, porque iba a nadar con un sólo
brazo, ya que con el otro iba sujetando
el neumático, y nos lanzamos al agua en la oscuridad; del otro lado sólo se
escuchaban gritos lejanos que nos
llamaban expectantes.”
Ya en el agua cruzando el río,
Luis Alejandro cuenta que: “ella temblaba de frío y miedo, y le suplicaba que
no la fuera a dejar caer.” Él dice: Yo
le aseguré que por nada del mundo” y con orgullo dice soy buen nadador y sé
manejar el agua de este río en el que he nadado desde que era niño.
Cuando estuvieron a salvo,
las llevó a su casa, donde las asearon, las
abrigaron, les dieron ropa; y acto
seguido, uno de los familiares de Luis Alejandro, las había llevado al hospital
para que las atendieran de sus heridas. Cuando
le pregunto a Luis Alejandro si recuerda el nombre de ella, dice que quizá ella
se llamaba Sandra, que no tiene la certeza de ello, lo que sí es seguro, es que
ella donde quiera que esté; quizá nunca
vaya a olvidar a ese ángel de carne y
hueso que se le apareció en aquella tenebrosa noche.
John Montilla. Texto y fotografías 2,3 y 4.
Silvio López. Foto 1 portada
jmontideas,blogspot.com (Derechos Reservados)
jmontideas,blogspot.com (Derechos Reservados)
(Mocoa- Colombia, sector Barrio La independencia que fue arrasado por la avalancha; al fondo el bosque donde sucedieron los hechos narrados en esta crónica. )
Bien
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