El niño de la bicicleta grande
Por. John Montilla
La siguiente es la historia
que me contó Liliana acerca de uno de los tantos niños que fallecieron en la
tragedia de Mocoa ocurrida el 31 de marzo de 2017.
***
“Pipe, mi
vecino, era un niño de unos siete u ocho años aproximadamente. Casi todos los
días lo veía luchar con una bicicleta grandota que tenía. Iba y venía siempre dando
tumbos entre los huecos o esquivando piedras por la calles sin pavimentar;
también cuando llovía se lo veía
encaramado como podía y salpicando el
agua de los charcos con las ruedas de su
armatoste. No había niño más feliz disfrutando de su juguete.
Nosotros ya
teníamos nuestra casa antes que llegaran
a la vecindad a construir unas casas de interés social, en las que llegaron a
vivir personas de escasos recursos, quienes venían huyendo de la violencia o en busca de nuevas
oportunidades de vida en la ciudad. Entre las familias que llegaron, estaba una
familia indígena. El padre era conductor de servicio público y la mamá era una
ama de casa. Ellos tenían tres hijos: el menor tendría quizás un poco más de un
año, una niña de unos seis años, y Pipe
que era el mayor de los tres. Él era el hermano grande, pero no tanto como su bicicleta.
Pipe era un
chico de rasgos indígenas muy marcados, tenía unas mandíbulas y dientes grandes, era
muy trigueño y poseía unos cachetes que cuando estaba acalorado apenas se le
notaban rojos en medio de su piel
oscura. Su pelo era lacio; “chozudo” como dicen algunas abuelas, y como sus
padres no lo llevaban con frecuencia a la peluquería, siempre andaba con el
cabello desorganizado. Pero, a él siendo niño eran cosas que nunca parecieron
importarle; la vida a él se le iba casi
todas las tardes en la bicicleta que tenía
que domar cada vez que quería montar.
Él salía
muy temprano de su casa para irse a estudiar
y regresaba al medio día, entonces se podía escuchar el traqueteo de su
vieja bicicleta que iba y venía a cada rato, cuando él se ponía a voltear por
el vecindario.
A veces yo
estaba a esas horas haciendo la siesta, y con frecuencia llegaba con mucha
velocidad y daba una brusca frenada levantando polvo y haciendo saltar piedrecillas que estallaban contra el cerco de
latas del vecindario. Yo me despertaba
fácilmente porque las calles eran muy estrechas. Entonces yo me asomaba a la
ventana y me encontraba con el rostro familiar y travieso de Pipe que colgado
de su bicicleta me dibujaba una pícara sonrisa con sus dientes grandotes y
blancos.
Sin embargo en todas esas casi nunca hablabamos.
Era una relación quizá bastante extraña. El sabía que me despertaba, y también
sabía que eso me ponía de mal genio, pero no preguntaba nada, ni yo tampoco. Yo
siempre veía que siempre andaba en su adorada bicicleta, el podía estar toda la
tarde haciendo cabriolas para mantenerse en equilibrio sobre ella, ya que al
ser una de esas bicicletas todo terreno diseñada para un adulto, la cosa no se
le daba bien y era todo una proeza para Pipe subirse en ella; le pesaba mucho,
se le caía a un lado, pero él era un chico tozudo que no se rendía hasta
conseguir maniobrarla y echarla a rodar.
Otras veces
contemplaba su lucha diaria desde las matas
y las flores del patio de mi casa. Por
entre las rosas, claveles, dalias y
geranios lo veía forcejear con su cacharro, hasta que subía y una vez arriba la
dominada con mucha habilidad, el
problema era cuando tenía que bajarse, ahí tenía otro reto; a veces se
caía y se lastimaba; sus codos y
rodillas eran testigos de ello, pero su empeño le ganaba al dolor y la
frustración. Por eso al conocer de su persistencia, nunca le recriminé por el
ruido que hacía con sus llantas.
Aunque debo
reconocer que no socialicé mucho con las familias de la vecindad. Escasamente
el saludo, en gran parte debido a que yo siempre estaba trabajando y cuando
estaba en casa aprovechaba para descansar. Sin embargo con los niños era
diferente. Ellos no preguntan si les quieres hablar o no; los niños se meten en
tu casa, se meten en tu vida sin pedir permiso. Pipe primero hizo entrar desde
la calle el ruido en mi casa, y luego
entró con todo bicicleta no sólo en la casa, sino en mi vida.
Así era
Pipe, un niño callado, silencioso, todo lo contrario de su bicicleta; muy
respetuoso; a veces parecía estar indiferente a las cosas, pero daba razón de
cada detalle de la calle. Por ejemplo, a veces mi pequeño hijo se salía de casa
y me tocaba andarlo buscando porque en cuestión de segundos lo perdía de vista, pero Pipe siempre sabía dónde estaba y volaba a decírmelo, pues con su
bicicleta era más rápido que las piernitas de mi niño. Luego sin despegarse casi
nunca de su bicicleta me acompañaba a recogerlo Él era mi ayudante en mis constantes
búsquedas de mi pequeño.
Yo a cambio
de esos favores le daba sus pequeñas recompensas. Alguna vez le pedí que fuera
hasta un taller a inflar un viejo balón,
y el más que correr, voló, haciendo sus cabriolas en su gran bicicleta. Él era
muy osado, un día lo vi intentando pasear a sus hermanos en su bici; ¡ imagínense,
pues si le costaba andar solo ! El esfuerzo por tratar de subir a su hermanito
pequeño era muchísimo mayor; Siempre se caían, entonces me veía obligada a
intervenir y decirle que por leyes de la física en esas circunstancias era
imposible lo que pretendía hacer. Pero él era muy obstinado, quizás creía que
como él si podía manejar la bicicleta, sus hermanos también podrían hacerlo.
Pero lamentablemente la vida no le dio el tiempo para que termine de
enseñarles.
Yo no
estaba en Mocoa la noche de la tragedia, y me cuentan los vecinos que Pipe estaba únicamente con su mamá y su hermanito menor. Su padre,
había salido de viaje y se había llevado a su hermana. Ellos habían salido de su humilde vivienda y corrieron a la calle.
Tal vez Pipe en el último momento haya
pensado en su bicicleta para huir de allí, pero no tuvieron fortuna; en la
calle, se dieron de frente contra las
impetuosas aguas, lodo, piedras, palos y escombros que los arrastró sin
misericordia.
Pasado el
desastre, su madre fue encontrada abrazada al niño más pequeño. Me imagino que la desesperada mujer llevaba a
Pipe de la mano pero la furia de la naturaleza desbordada se lo arrebató.
Cuando supe de su muerte, lloré. Su casa quedó reducida a trizas.
Me enteré que Pipe aún no aparece. Lloré porque no sé dónde está. Lloré porque
quiero que lo encuentren. Lloré porque falta mucha gente por encontrar aún. Ya nunca lo veré forcejeando
con su gran bicicleta. Ya nunca me dirá hacía qué dirección se fue mi hijo. Ojalá allá donde esté, haya una
bicicleta de su tamaño.”
John Montilla. Redacción y fotografías 1 y 2
Basada y autorizada de una idea original de Liliana Casanova.
Silvio López. Fotografía 3jmontideas.blogspot.com
DECENAS DE HISTORIAS DOLOROSAS, que causan estupor, y horror. Grave tragedia, los daños son cuantiosos...
ResponderEliminarEs muy triste saber q niños como pipe ya no estan en este mundo...que familias enteras estan imcompletas y las q lo estan tienen el corazón dolido ....pero hay q ser fuertes porq caidas como estas tambien salen guerreos muy valientes con la fe,la esperanza todo cambiara para mejor Dios esta presente.....
ResponderEliminarCada persona muerta o desaparecida era muy especial, a su manera, cada una muy valiosa para uno o muchos mas... deberíamos comenzar una campaña que manifieste la pregunta por cada una de esas personas que faltan en su lugar habitual, dónde está doña Gloria, la del bello Jardín, donde esta don Octavio o don Gabriel, donde está la familia que llegó a vivir en la casa de doña Sonia,... y la niña que saludaba siempre desde la ventana en la casa de la esquina y su madre..y esos muchachos que se reunían en las escalas a hablar hasta tarde, o el señor que pasaba siempre con un perro amarillo... no he sabido nada de la gente que llegó de esa vereda hace dos meses... Eramos tantos trabajando en tantas partes y ahora ya muchos no están.. y tal vez no tengan quien pregunte por ellos o los reporte como desaparecidos, familias enteras, inquilinos recién llegados, vecinos que solo vimos en alguna ocasión mientras llegaban de trabajar. Cuantos faltan?... no es una manipulación conspirada de los datos públicos, es solo que no sabemos quienes faltan en el paisaje cotidiano, casi ni recordamos de que color era la casa ni cuantas casas tenia esta cuadra,.. decir que en el barrio San Miguel habia mas de 3.000 habitantes no es dato suficiente para determinar cuantos muertos pudo haber... no recordaremos como se llamaban, alguna vez alguien se preguntará qué pasó con Tal, mientras camina por encima de sus huesos sepultados por los escombros y otro tal vez dirá que se fue a vivir a un pueblo lejano donde unos primos que nadie conocía... no dejaremos nunca de buscar y preguntar, pero tendremos siempre la certeza de que en algún lado están, ojalá sea un mejor lugar!
ResponderEliminarEs duro eacuchar y ver sus caras de tristeza a quienes pasaron por todo esto, cómo en un abrir y cerrar de ojos la vida de muchas personas fue arrebatada. Pero sólo Dios sabe el xq sucedió esto. Muchos niños como pipe se fueron, pero hay muchos más q siguen en la lucha, como aquel Pipe el gran guerrero.
ResponderEliminarMi pregunta es
ResponderEliminar¿Encontraron a pipe?
Si gracias a Dios lo encomtramos y se que donde esta feliz feliz.
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