Por. John Montilla
“Agua pasó por aquí,
cate que no la vi. “
(Popular adivinanza infantil )
“Agua pasó por aquí”, así empieza ese sencillo juego de palabras infantiles, pero si hablamos de la tragedia de Mocoa, el asunto ya no es tan tierno. Pues no fue agua lo que únicamente pasó; ya que pasaron junto con la desbordada agua piedras gigantes, y lodo, mucho lodo, el cual, según lo afirmó un experto en una conferencia: “Le sirvió de pista de resbaladero a esas enormes rocas que arrasaron con lo que se atravesó en su camino.”
Agua pasó por aquí, y con ella pasaron árboles,
troncos, y raíces en una cantidad
inimaginable, pasaron los restos de
muchas viviendas destruidas, pasaron automóviles grandes y pequeños, pasaron
los muebles y enseres, y pasaron infinidad de objetos en un desfile nocturno de
terror; pero lo más triste de todo, fue que pasaron muchos seres humanos
completamente indefensos.
“Cate que si la vi.” La pesadilla tuvo muchos testigos, entre ellos
una señora que me narra parte de su vivencia la noche de la tragedia, me cuenta
entre lágrimas que con su cuerpo trató de esconderles el horror a su hija y a
uno de sus nietos, mientras desde el balcón de un segundo piso contemplaba como
el infierno frío corría bajo sus pies. Ella profundamente conmovida mira a la
distancia con los ojos aguados y dice: “Vi como bajaban niños, como en una película en cámara lenta y ellos
trataban de agarrarse del cielo, y
nosotros sin poder hacer absolutamente
nada para auxiliarlos.”
Agua pasó por aquí y algunas personas vieron como con
ella traía arrastrando a una señora que milagrosamente logró agarrarse de un
pequeño árbol frutal, no tan grande, casi frágil en medio del tremendo torrente
que se abrió paso por entre varias
viviendas; por fortuna para la desdichada
dama, el arbolito que había
crecido en el patio de una casa, resistió el embate de las aguas y los golpes
de grandes piedras.
Agua pasó por aquí, pero lo que no pasaba rápido era la noche eterna que tuvo que padecer la señora agarrada como podía de esas inestables, húmedas y resbalosas ramas en la que había encontrado refugio; no pasaba el frío de las largas horas que debió soportar herida y desnuda, encaramada como pudo en ese pequeño árbol que la había servido de bote salvavidas en medio de ese mar de desolación en que se encontraba.
Agua pasó por aquí, y el dolor y la angustia se
quedaron. La desesperación y los gritos de
auxilio de la señora en la oscuridad duraron toda la noche, dicen los testigos, que
también se encontraban impotentes por no poder auxiliar a tanta gente que
clamaba por ayuda. Pero “No se puede llegar al alba si no por el sendero de la
noche.” Escribió el poeta Khalil Gibran; y en la madrugada por fin comenzaron a
llegar las manos solidarias que tanto se necesitaban.
Agua pasó por aquí, y
después de la tempestad NO vino la
calma, si no el despertar más oscuro y triste que nuestro pueblo haya
podido vivir. Las huellas del desastre,
se podían ver por doquier, así como se podían ver las heridas marcadas en la piel
desnuda de la señora, que fue auxiliada y cobijada tras una larga noche de
padecimiento y desespero, aferrada a ese pequeño árbol que le dio una segunda
oportunidad en la vida.
Agua pasó por aquí y el tiempo también ha pasado, casi
un año después fuimos a ver ese árbol que de manera providencial se apareció en el camino de una persona caída
en desgracia para tenderle sus ramas. Por supuesto, que durante ese lapso debió
de haber crecido un poco más, se le observan unos pocos frutos ya casi a punto
de madurar, quizá sean los primeros que brinda
después de su silenciosa hazaña. Nuestra naturaleza se sigue mostrando
benigna. La culpa de todo el desastre no
fue enteramente suya.
“Agua pasó por aquí, cate que no la vi”. La respuesta
de la adivinanza es muy simple; hay otras preguntas sobre el desastre cuyas respuestas son más difíciles de
encontrar.
“Agua pasó por aquí, cate que no la vi”. Gracias árbol
de “aguacate” por haber salvado una vida.
29- marzo- 2018
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