sábado, 8 de octubre de 2016

UN SOLIDARIO KILO DE ARROZ

Por. John Montilla


Un viaje  imaginario siguiendo el recorrido de un kilo de arroz nos demuestra que la miseria no queda tan lejos.

El eco de la tragedia en Haití - la desventurada isla del Caribe,  azotada por tantas desdichas-  inevitablemente tenía que llegar hasta nuestro distante pueblo. Por eso a casi nadie se le hizo extraño ver pasar un vehículo con insignias de la Cruz Roja, con los altavoces encendidos y  con sus respectivos voluntarios pidiendo y  recogiendo ayuda humanitaria para las víctimas de su reciente desastre natural: Un devastador terremoto.

“No hay comida, hay hambre, hay sed, hay cientos de muertos y desaparecidos, hay miseria, es uno de los pueblos más  pobres”, era el monótono y estridente mensaje que se escuchaba,   recordándonos lo que  a cientos de kilómetros se vivía.  

“Y es que la muerte de decenas de niños por hambre, hizo volver los ojos del país sobre una región condenada al olvido; sus habitantes son negados, oprimidos y explotados por gobernantes criollos y foráneos. Donde el  gobierno quiere ocultar la realidad histórica de la marginación y destaca la corrupción como causa del desastre social que siempre ha padecido este pueblo”*

Por eso, no me sorprendió el gesto de una humilde señora discapacitada, quien arrastrándose hasta la puerta de su casa, se percató del asunto y  le ordenó a una de sus hijas que les pasara el único kilo de arroz  que estaba sobre una destartalada mesa, y que con esfuerzo habían conseguido para la familia. La niña con un gesto en la cara entre la sorpresa y el orgullo de aportar, resignadamente - pues había tan poca comida  en la casa- pero con firmeza cumplió con el pedido de su madre.


La jovencita asomándose hasta el borde del vehículo vio como el valioso kilo de arroz  fue introducido en una bolsa, donde habían otros alimentos que a ellos también les hacían falta, y que ordenadamente fueron apilados.

Uno de los curiosos que se habían congregado alrededor del carro, comentó en voz alta: “Y pensar que en este país a veces la comida de los niños se la dan a los cerdos”, otro agregó: “Vi en la televisión un joven que dijo que no había comido nada y que únicamente había tomado agua con sal”. Otro vecino del lugar con un vieja guitarra en la mano sentenció la conversación de esta manera:”  Yo he escuchado que allá cuando un niño nace se llora, y que cuando alguien muere se canta.” y  a la caída de la tarde procedió a arrancarle unas  melancólicas notas a su guitarra y a entonar un “negro” poema:

Qué trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.

Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **

Los voluntarios hicieron una pausa para escuchar en silencio al espontaneo cantor, para después  recorrer por un rato más el humilde sector  y
luego procedieron a marcharse con el poco pero significativo producto de su campaña en pro de la humanidad desventurada. Posteriormente, ya en la sede de la organización en forma metódica fueron  empacando las diversas ayudas que habían recogido en toda la ciudad, incluyendo claro está el preciado “kilo de arroz”, que  algún hambriento estomago estaría añorando.

Cuando se  tuvieron listas y correctamente empacadas todas las provisiones  que se  recolectaron en el departamento, se procedieron a enviar vía terrestre hasta la capital de la república. Allí los delegados locales se percataron que la solidaridad del pueblo colombiano una vez más se había puesto a prueba con una positiva respuesta. El resultado de ello es que no había forma de despachar  rápidamente todas esas ayudas; ya que el transporte aéreo dispuesto para ello no daba abasto para llevarlas a donde se necesitaban con urgencia. Con Haití nos separa el mar pero nos une el puente de las mismas necesidades.



Entonces, se decidió enviar parte de esos víveres   vía Medellín - perdido entre el montón iba el valioso  kilo de arroz-  y efectivamente así se hizo. Una vez allí,  a alguien muy eficiente se le ocurrió la idea de usar unos aviones de carga  que el espíritu solidario había logrado poner al servicio de la causa. Con lo cual se le dio agilidad a la operación humanitaria de hacer llegar esas urgidas ayudas a los estómagos necesitados de nuestro planeta.

Ya en su destino, y después de superar todos los  avatares de la larga travesía iniciada desde el momento en que fue donado. El kilo de arroz que había sido unido a  otros productos para formar una humilde pero frugal remesa, fue entregado a unas negras manos que agradecidas los recibieron y luego fue cocinado con el regocijo de la esperanza de saber que en su desdicha no estaban solos en el mundo; y una tibia noche  al son de los milenarios tambores africanos sirvió para alimentar por una vez a una familia del… Chocó en Colombia.





 John Montilla
Adenda:
Fotografías tomadas de internet.
(*). Texto referente al departamento del Chocó un tanto parafraseado.
(**). Fragmento de un poema, autor Candelario Obeso.


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