Por. John Montilla
Un viaje imaginario
siguiendo el recorrido de un kilo de arroz nos demuestra que la miseria no
queda tan lejos.
El eco de la tragedia en Haití - la desventurada isla del
Caribe, azotada por tantas desdichas- inevitablemente tenía que llegar hasta nuestro
distante pueblo. Por eso a casi nadie se le hizo extraño ver pasar un vehículo
con insignias de la Cruz
Roja, con los altavoces encendidos y con
sus respectivos voluntarios pidiendo y recogiendo ayuda humanitaria para las víctimas
de su reciente desastre natural: Un devastador terremoto.
“No hay comida, hay hambre, hay sed, hay cientos de
muertos y desaparecidos, hay miseria, es uno de los pueblos más pobres”, era el monótono y estridente mensaje
que se escuchaba, recordándonos lo que a cientos de kilómetros se vivía.
“Y es que la muerte
de decenas de niños por hambre, hizo volver los ojos del país sobre una región
condenada al olvido; sus habitantes son negados, oprimidos y explotados por
gobernantes criollos y foráneos. Donde el
gobierno quiere ocultar la realidad histórica de la marginación y
destaca la corrupción como causa del desastre social que siempre ha padecido
este pueblo”*
Por eso, no me sorprendió el gesto de una humilde señora discapacitada,
quien arrastrándose hasta la puerta de su casa, se percató del asunto y le ordenó a una de sus hijas que les pasara
el único kilo de arroz que estaba sobre
una destartalada mesa, y que con esfuerzo habían conseguido para la familia. La
niña con un gesto en la cara entre la sorpresa y el orgullo de aportar, resignadamente
- pues había tan poca comida en la casa-
pero con firmeza cumplió con el pedido de su madre.
La jovencita asomándose hasta el borde del vehículo vio
como el valioso kilo de arroz fue
introducido en una bolsa, donde habían otros alimentos que a ellos también les
hacían falta, y que ordenadamente fueron apilados.
Uno de los curiosos que se habían congregado alrededor
del carro, comentó en voz alta: “Y pensar que en este país a veces la comida de
los niños se la dan a los cerdos”, otro agregó: “Vi en la televisión un joven
que dijo que no había comido nada y que únicamente había tomado agua con sal”.
Otro vecino del lugar con un vieja guitarra en la mano sentenció la conversación
de esta manera:” Yo he escuchado que
allá cuando un niño nace se llora, y que cuando alguien muere se canta.” y a la caída de la tarde procedió a arrancarle
unas melancólicas notas a su guitarra y
a entonar un “negro” poema:
Qué
trite que etá la noche,
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá.
…
Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **
Qué ejcura que etá la noche,
La noche qué ejcura etá;
Asina ejcura é la ausencia
Bogá, bogá! **
Los voluntarios hicieron una pausa para escuchar en
silencio al espontaneo cantor, para después recorrer por un rato más el humilde sector y
luego procedieron a marcharse con el poco pero
significativo producto de su campaña en pro de la humanidad desventurada.
Posteriormente, ya en la sede de la organización en forma metódica fueron empacando las diversas ayudas que habían
recogido en toda la ciudad, incluyendo claro está el preciado “kilo de arroz”,
que algún hambriento estomago estaría
añorando.
Cuando se tuvieron
listas y correctamente empacadas todas las provisiones que se
recolectaron en el departamento, se procedieron a enviar vía terrestre
hasta la capital de la república. Allí los delegados locales se percataron que
la solidaridad del pueblo colombiano una vez más se había puesto a prueba con
una positiva respuesta. El resultado de ello es que no había forma de
despachar rápidamente todas esas ayudas;
ya que el transporte aéreo dispuesto para ello no daba abasto para llevarlas a
donde se necesitaban con urgencia. Con Haití nos separa el mar pero nos une el
puente de las mismas necesidades.
Entonces, se decidió enviar parte de esos víveres vía
Medellín - perdido entre el montón iba el valioso kilo de arroz- y efectivamente así se hizo. Una vez allí, a alguien muy eficiente se le ocurrió la idea
de usar unos aviones de carga que el
espíritu solidario había logrado poner al servicio de la causa. Con lo cual se
le dio agilidad a la operación humanitaria de hacer llegar esas urgidas ayudas
a los estómagos necesitados de nuestro planeta.
Ya en su destino, y después de superar todos los avatares de la larga travesía iniciada desde
el momento en que fue donado. El kilo de arroz que había sido unido a otros productos para formar una humilde pero
frugal remesa, fue entregado a unas negras manos que agradecidas los recibieron
y luego fue cocinado con el regocijo de la esperanza de saber que en su
desdicha no estaban solos en el mundo; y una tibia noche al son de los milenarios tambores africanos
sirvió para alimentar por una vez a una familia del… Chocó en Colombia.
John Montilla
Adenda:
Fotografías tomadas de internet.
(*). Texto referente al departamento del Chocó un tanto
parafraseado.
(**). Fragmento de un poema, autor Candelario Obeso.
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