jueves, 29 de agosto de 2013

HISTORIAS DE UN CONDUCTOR DE AMBULANCIAS

Por: John Montilla


De su pericia al volante dependen vidas humanas,  conozca algunos episodios que envuelven su ardua labor.

Son cerca de las ocho y media de la noche, y nuestro conductor de ambulancias se apresta a descansar después de llegar de un arduo y fatigante viaje;  tras  un reconfortante baño y una gratificante cena, se acomoda plácidamente en un sillón frente al televisor, para mayor comodidad descansa sus piernas sobre un butacón   y exhala un profundo suspiro de satisfacción; …y justo en ese momento suena el teléfono con una nueva solicitud de emergencia que requiere sus servicios. Entonces, nuestro amigo, resignadamente en cuestión de minutos está presto a partir de nuevo, para enfrentarse a los designios de la carretera y los gajes de su oficio.

Nuestro conductor en particular, es eficiente en su cometido de estar disponible las veinticuatro horas del día, porque algo que meticulosamente realiza, es el manteniendo de “su vehículo”; según él, lo importante es el correcto funcionamiento de este. Y para ello, una vez  terminada una jornada, por muy cansado que se encuentre, primero se preocupa por la ambulancia, y  aunque no le compete, invierte parte de su sueldo en ello; según su familia él dice. “Con tal de que haya para la comida, es suficiente.”

En el vehículo siempre tiene listo, además de los equipos necesarios, una muda de ropa. Pero a veces, aún con todas las previsiones que puedan  tenerse no faltan los  percances en los que necesariamente hay que improvisar. Como la vez que le tocó atender un parto en plena vía y en zona rural; refiere así el hecho: “Yo lo único que hice fue orillar el carro, ayudar a recibir el bebé, arroparlo, ponerlo  en brazos de la madre y corra para el hospital para que corten el cordón umbilical y  hagan todo el trabajo médico”. Narra la vez que atendió una emergencia un domingo a la madrugada: Un techo de una construcción se derrumbo sobre una muchedumbre que se alistaba para  el día de mercado. Afortunadamente no hubo víctimas fatales; pero sí una señora delicadamente  herida en una pierna, quien al parecer no tenía parientes, y que fue remitida inmediatamente a la ciudad  de Pasto.  En dicha ciudad tuvo que apersonarse de las diligencias de la paciente; incluso como hubo necesariamente que desgarrarle la ropa para atenderla, se encontraron luego conque la señora no tenía que ponerse y  también  le  tocó a él, ir a conseguir la ropa para cuando  ella fuera dada de alta. Lo importante dice:”Es que ella salvó su pierna”.

También, nuestro héroe al volante cuenta el episodio de una paciente que murió en Pasto, y resultó que al doliente no lo querían atender en la funeraria porque no lo conocían y no les daba garantías financieras, entonces él se ofreció como codeudor: “Imagínese, dice, uno en otra ciudad y con un finado a cuestas y que le cierren las puertas”, el problema fue  que el otro no pagó  y como él frecuentemente iba a dicha ciudad  le cobraron y tuvo que pagar la deuda. Pacientemente se lamenta: “Me tocó cargar el muerto.”

En ocasiones es su vida misma la que corre peligro, como la vez que tuvo que ir  a recoger un médico a  Puerto Asís, y en cierto recodo del camino  les hicieron unos disparos, relata que él aceleró el vehículo, y que cuando se sintieron en lugar seguro se percataron  que les habían  impactado un vidrio, nunca supo quién y por qué se dio el hecho.

Otra suceso que le acaeció, tuvo lugar una  lluviosa medianoche cuando dos personas se le atravesaron en medio de la carretera  y vehementemente le pidieron que los llevara a cierto punto del mismo recorrido por el cual él iba, al ver el apremio de dichas personas el accedió.  El problema vino cuando ellos  no se bajaron en el punto al cual supuestamente iban y le dijeron: “Llévenos hasta donde le digamos.” Mientras le ponían un revolver en las costillas y lo obligaron a internarse por un desvío del camino; cuando llegaron a cierto sitio se bajaron  y le gritaron: “Piérdase de aquí o no respondemos.” Desde entonces él dice que  no recoge a nadie en  la vía porque no quiere tener otra experiencia de ese calibre.


Aparte de las vicisitudes terrenales, tampoco le faltan los incidentes misteriosos, como el  ocurrido una  noche en la peligrosa vía Mocoa- Pasto. En una ocasión iba con un paciente y una enfermera; en cierto momento debió atender la urgencia del reclamo de su vejiga que lo obligó a bajar del carro. Sabemos que cuando la naturaleza llama no hay nada que hacer. Momento que él aprovechó también para revisar las llantas de la ambulancia. Cuando de repente sintió que lo llamaban, y percibió adelante en la carretera a un hombre con un perro negro que le hacía como una señal de pare;  un tanto receloso él  trató de subir rápidamente al vehículo y entonces ya no volvió a ver al hombre, sino solamente al perro, y al instante sintió mucho frío y  un fuerte  golpe de viento  que lo obligó a agarrarse de la puerta de la ambulancia  para no caer, temeroso trepó al  carro y cuando le preguntó a la enfermera sobre el suceso ella le dijo que no vio, ni sintió absolutamente nada.

En la misma temible vía, otra noche se le apareció un gran venado  en el centro de la carretera, con la luz de la ambulancia refulgían  unos ojos misteriosos,  y  a pesar de que tenía un machete a mano y  de  las palabras de una enfermera que lo animaba a cazarlo, el no se atrevió a bajarse del  vehículo, por el contrario, él prudentemente esperó a que dicho animal desapareciera,  dice: “En esta vía no sabes con quien te estás enfrentando”.


Aunque, confiesa  no sentir ningún temor por los difuntos, ya que  la vida y la muerte están muy ligadas a su trabajo; sí es muy respetuoso en cuestiones de tipo espiritual y del más allá. Por eso cuando  a veces le toca quedarse a dormir en el carro, solamente lo hace en la cabina. Cuenta que una noche percibió ruidos en la parte trasera  y que la puerta se movía; bajó a revisar y no encontró nada.  De ahí que  no permite cuando llega a casa que los niños jueguen en el vehículo, mucho menos que se acuesten en las camillas. En lo posible los mantiene alejados cuando va a realizar el aseo general de la ambulancia.

En cuestiones de limpieza la hace en todo sentido, dice que hay que quitar hasta “el hielo de muerto”,  por eso de vez en cuando le hace un baño y riego con sahumerios, la riega con agua bendita  y de hierba de ruda. Las cuales nunca le faltan para que  la ambulancia este siempre lista para cuando se presente la próxima urgencia de salvar vidas.

Para terminar, es de resaltar  como hecho paradójico, que cuando nuestro personaje se encuentra enfermo y fuera de casa; y quien pese a estar rodeado de médicos y enfermeras, siempre llama a su esposa a preguntar por remedios caseros para aliviar sus males. Deseamos larga y saludable vida para este conductor de ambulancias. 


John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores 


Imágenes Internet.





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