Por:
John Montilla
De
su pericia al volante dependen vidas humanas,
conozca algunos episodios que envuelven su ardua labor.
Son
cerca de las ocho y media de la noche, y nuestro conductor de ambulancias se
apresta a descansar después de llegar de un arduo y fatigante viaje; tras un reconfortante baño y una gratificante cena,
se acomoda plácidamente en un sillón frente al televisor, para mayor comodidad
descansa sus piernas sobre un butacón y
exhala un profundo suspiro de satisfacción; …y justo en ese momento suena el
teléfono con una nueva solicitud de emergencia que requiere sus servicios.
Entonces, nuestro amigo, resignadamente en cuestión de minutos está presto a
partir de nuevo, para enfrentarse a los designios de la carretera y los gajes
de su oficio.
Nuestro
conductor en particular, es eficiente en su cometido de estar disponible las
veinticuatro horas del día, porque algo que meticulosamente realiza, es el
manteniendo de “su vehículo”; según él, lo importante es el correcto
funcionamiento de este. Y para ello, una vez
terminada una jornada, por muy cansado que se encuentre, primero se
preocupa por la ambulancia, y aunque no
le compete, invierte parte de su sueldo en ello; según su familia él dice. “Con
tal de que haya para la comida, es suficiente.”
En
el vehículo siempre tiene listo, además de los equipos necesarios, una muda de
ropa. Pero a veces, aún con todas las previsiones que puedan tenerse no faltan los percances en los que necesariamente hay que
improvisar. Como la vez que le tocó atender un parto en plena vía y en zona
rural; refiere así el hecho: “Yo lo único que hice fue orillar el carro, ayudar
a recibir el bebé, arroparlo, ponerlo en
brazos de la madre y corra para el hospital para que corten el cordón umbilical
y hagan todo el trabajo médico”. Narra la
vez que atendió una emergencia un domingo a la madrugada: Un techo de una
construcción se derrumbo sobre una muchedumbre que se alistaba para el día de mercado. Afortunadamente no hubo víctimas
fatales; pero sí una señora delicadamente
herida en una pierna, quien al parecer no tenía parientes, y que fue
remitida inmediatamente a la ciudad de Pasto. En dicha ciudad tuvo que apersonarse de las
diligencias de la paciente; incluso como hubo necesariamente que desgarrarle la
ropa para atenderla, se encontraron luego conque la señora no tenía que ponerse
y también le tocó
a él, ir a conseguir la ropa para cuando
ella fuera dada de alta. Lo importante dice:”Es que ella salvó su
pierna”.
También,
nuestro héroe al volante cuenta el episodio de una paciente que murió en Pasto,
y resultó que al doliente no lo querían atender en la funeraria porque no lo
conocían y no les daba garantías financieras, entonces él se ofreció como
codeudor: “Imagínese, dice, uno en otra ciudad y con un finado a cuestas y que
le cierren las puertas”, el problema fue
que el otro no pagó y como él
frecuentemente iba a dicha ciudad le
cobraron y tuvo que pagar la deuda. Pacientemente se lamenta: “Me tocó cargar
el muerto.”
En
ocasiones es su vida misma la que corre peligro, como la vez que tuvo que
ir a recoger un médico a Puerto Asís, y en cierto recodo del
camino les hicieron unos disparos,
relata que él aceleró el vehículo, y que cuando se sintieron en lugar seguro se
percataron que les habían impactado un vidrio, nunca supo quién y por
qué se dio el hecho.
Otra
suceso que le acaeció, tuvo lugar una
lluviosa medianoche cuando dos personas se le atravesaron en medio de la
carretera y vehementemente le pidieron
que los llevara a cierto punto del mismo recorrido por el cual él iba, al ver
el apremio de dichas personas el accedió.
El problema vino cuando ellos no
se bajaron en el punto al cual supuestamente iban y le dijeron: “Llévenos hasta
donde le digamos.” Mientras le ponían un revolver en las costillas y lo
obligaron a internarse por un desvío del camino; cuando llegaron a cierto sitio
se bajaron y le gritaron: “Piérdase de
aquí o no respondemos.” Desde entonces él dice que no recoge a nadie en la vía porque no quiere tener otra
experiencia de ese calibre.
Aparte
de las vicisitudes terrenales, tampoco le faltan los incidentes misteriosos,
como el ocurrido una noche en la peligrosa vía Mocoa- Pasto. En una
ocasión iba con un paciente y una enfermera; en cierto momento debió atender la
urgencia del reclamo de su vejiga que lo obligó a bajar del carro. Sabemos que
cuando la naturaleza llama no hay nada que hacer. Momento que él aprovechó
también para revisar las llantas de la ambulancia. Cuando de repente sintió que
lo llamaban, y percibió adelante en la carretera a un hombre con un perro negro
que le hacía como una señal de pare; un
tanto receloso él trató de subir
rápidamente al vehículo y entonces ya no volvió a ver al hombre, sino solamente
al perro, y al instante sintió mucho frío y un fuerte
golpe de viento que lo obligó a
agarrarse de la puerta de la ambulancia para no caer, temeroso trepó al carro y cuando le preguntó a la enfermera
sobre el suceso ella le dijo que no vio, ni sintió absolutamente nada.
En
la misma temible vía, otra noche se le apareció un gran venado en el centro de la carretera, con la luz de
la ambulancia refulgían unos ojos
misteriosos, y a pesar de que tenía un machete a mano y de las
palabras de una enfermera que lo animaba a cazarlo, el no se atrevió a bajarse
del vehículo, por el contrario, él
prudentemente esperó a que dicho animal desapareciera, dice: “En esta vía no sabes con quien te estás
enfrentando”.
Aunque,
confiesa no sentir ningún temor por los
difuntos, ya que la vida y la muerte
están muy ligadas a su trabajo; sí es muy respetuoso en cuestiones de tipo
espiritual y del más allá. Por eso cuando a veces le toca quedarse a dormir en el carro,
solamente lo hace en la cabina. Cuenta que una noche percibió ruidos en la
parte trasera y que la puerta se movía;
bajó a revisar y no encontró nada. De
ahí que no permite cuando llega a casa
que los niños jueguen en el vehículo, mucho menos que se acuesten en las
camillas. En lo posible los mantiene alejados cuando va a realizar el aseo
general de la ambulancia.
En
cuestiones de limpieza la hace en todo sentido, dice que hay que quitar hasta
“el hielo de muerto”, por eso de vez en
cuando le hace un baño y riego con sahumerios, la riega con agua bendita y de hierba de ruda. Las cuales nunca le
faltan para que la ambulancia este siempre
lista para cuando se presente la próxima urgencia de salvar vidas.
Para
terminar, es de resaltar como hecho
paradójico, que cuando nuestro personaje se encuentra enfermo y fuera de casa;
y quien pese a estar rodeado de médicos y enfermeras, siempre llama a su esposa
a preguntar por remedios caseros para aliviar sus males. Deseamos larga y
saludable vida para este conductor de ambulancias.
John Montilla
Esp. Procesos
lecto-escritores
Imágenes
Internet.
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