miércoles, 28 de agosto de 2013

Crónica: De cómo se perdió un carro

Por: John Montilla

Por esas casualidades de la vida la “ganadora” del carro que rifaba gratis la alcaldía de Mocoa, resultó ser una de mis ex alumnas, pero no hay dicha completa, les diré porque…
Casualmente , (ya van dos casualidades) estaba escuchando radio local, cosa que casi nunca hago, y me enteré al instante que la feliz ganadora era una persona a quien distinguía, y se me vino la corazonada de que quizá ella no estuviera en el sitio donde se estaba desarrollando el evento. Pues era requisito estar en persona para reclamar el premio. Así que tomé el celular y busque su nombre y número, que aún conservaba gracias a que fui su director durante su último año escolar.

Hice cuatro llamadas seguidas, y no hubo respuesta, a la quinta me contestaron y alcance a escuchar ruidos y tropeles, supuse que estaba en el lugar del evento, pero no; se había ido a Puerto Umbría a la casa de su mamá ya que se encontraba un poco enferma, es decir a casi una hora de distancia de la ciudad de Mocoa (ya se había enterado por radio también) y el plazo que daban para llegar a reclamar el premio era de apenas media hora. No había tiempo que perder le dije: Tienes menos de treinta minutos para llegar.

Posteriormente me enteré que salieron raudos en compañía de un hermano en una motocicleta, me imagino lo temerario de la velocidad a la que se desplazaron en una vía recién pavimentada y en la que ya han sucedido varios accidentes fatales. Minutos después de que salieran volví a llamarla, pero dada la velocidad a la que se desplazaban y a la recepción que no era muy buena, la comunicación se tornó ansiosa y algo desesperante al no poder comunicarnos eficazmente.

Alguien me suministró un número que estaban facilitando en el lugar del evento para que los ganadores se comuniquen directamente con los organizadores y se lo envié vía mensaje de texto, y procedí a llamar de nuevo a los apurados viajantes, pero de nuevo , la señal muy deficiente, le pregunté después de varios apremiantes instantes, si había recibido un mensaje, me dijo que no, y procedí a enviarlo dos veces más, por si las moscas, a tanto hacer logré decirle que se comunicara con ese número y para complicar las cosas me respondió que no tenía minutos disponibles para llamar.

Salí de casa corriendo a la tienda más cercana, para hacerle una recarga a su celular, en el local tenían una radio sintonizada en el evento del bingo y el locutor justo estaba diciendo que faltaban cinco minutos para que se venciera el plazo , y que si no aparecía la ganadora , el carro se volvería a rifar. Confieso que no pude leerle el número al tendero, le pasé mi celular y le dije: “hágame una recarga urgente a este teléfono:” y me dispuse a esperar el paso inexorable del tiempo.

El tendero conversaba con unos clientes sobre el asunto, decía: “Va a perder el carro, eso sí es estar de malas.” Algo nervioso, le dije: esos minutos son para la ganadora, espero que logré hacer la llamada, pero al tiempo no lo detiene nadie, y el plazo se acababa. Justo antes del minuto, alcanzamos a escuchar por la radio, al locutor que decía: “ya viene, ya viene”, pero no, al parecer una amiga suya que también se había comunicado con ella, se había animado a decir que ella ya venía en camino, pero este atenuante según escuchábamos no estaba siendo tenido en cuenta.

Luego, cuando faltaba cuarenta segundos para acabarse el ultimátum, el público coreaba junto al locutor el conteo regresivo que marcaba la hora señalada; la suerte estaba echada. El bullicio de los asistentes que celebraban la mala suerte de otro era una señal muy evidente, al son de los comentarios de los clientes de la tienda sobre la oportunidad desperdiciada, salí de allí con las manos en los bolsillos y un malestar en el estomago fruto de los minutos de estrés y la adrenalina consumida por el afán de ayudar a otro a obtener su premio.

Minutos después de pasado el plazo señalado, recibí una llamada. “Profe, ya llegué, pero ya no hay nada que hacer”, a pesar de que ella, según me contó logró hacer la llamada, y alguien le había dicho que necesariamente debía estar presente.
Me fui a verla, cuando la encontré le di un abrazo de consuelo, y me contó que le habían dicho que había perdido el premio, que el señor alcalde públicamente había acordado hacer la rifa otra vez, me dijo que le había ofrecido como premio de consolación una vajilla, pero ella dignamente, había pedido que le dieran otra cosa y entonces le habían permitido escoger una lavadora. Una humilde y amable señora la consolaba diciéndole. “Todo lo que pasa en la vida es un designio de Dios”, yo lo llamo, estar en el lugar equivocado a la hora equivocada.

Pero como a veces las desgracias de unos son las alegrías de otros, de entre el público una jubilosa señora se convirtió en la feliz ganadora del carro cuando este se volvió a rifar. En lo que a mí respecta me siento bien en haber intentado ayudar en algo, aunque me hubiera gustado otro final para este relato.

John Montilla


Lic. en Lenguas Modernas



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