Por: John
Montilla
Por esas
casualidades de la vida la “ganadora” del carro que rifaba gratis la alcaldía
de Mocoa, resultó ser una de mis ex alumnas, pero no hay dicha completa, les
diré porque…
Casualmente
, (ya van dos casualidades) estaba escuchando radio local, cosa que casi nunca
hago, y me enteré al instante que la feliz ganadora era una persona a quien
distinguía, y se me vino la corazonada de que quizá ella no estuviera en el
sitio donde se estaba desarrollando el evento. Pues era requisito estar en
persona para reclamar el premio. Así que tomé el celular y busque su nombre y
número, que aún conservaba gracias a que fui su director durante su último año
escolar.
Hice
cuatro llamadas seguidas, y no hubo respuesta, a la quinta me contestaron y
alcance a escuchar ruidos y tropeles, supuse que estaba en el lugar del evento,
pero no; se había ido a Puerto Umbría a la casa de su mamá ya que se encontraba
un poco enferma, es decir a casi una hora de distancia de la ciudad de Mocoa (ya se había
enterado por radio también) y el plazo que daban para llegar a reclamar el
premio era de apenas media hora. No había tiempo que perder le dije: Tienes
menos de treinta minutos para llegar.
Posteriormente
me enteré que salieron raudos en compañía de un hermano en una motocicleta, me
imagino lo temerario de la velocidad a la que se desplazaron en una vía recién
pavimentada y en la que ya han sucedido varios accidentes fatales. Minutos
después de que salieran volví a llamarla, pero dada la velocidad a la que se
desplazaban y a la recepción que no era muy buena, la comunicación se tornó
ansiosa y algo desesperante al no poder comunicarnos eficazmente.
Alguien
me suministró un número que estaban facilitando en el lugar del evento para que
los ganadores se comuniquen directamente con los organizadores y se lo envié
vía mensaje de texto, y procedí a llamar de nuevo a los apurados viajantes,
pero de nuevo , la señal muy deficiente, le pregunté después de varios
apremiantes instantes, si había recibido un mensaje, me dijo que no, y procedí
a enviarlo dos veces más, por si las moscas, a tanto hacer logré decirle que se
comunicara con ese número y para complicar las cosas me respondió que no tenía
minutos disponibles para llamar.
Salí de
casa corriendo a la tienda más cercana, para hacerle una recarga a su celular,
en el local tenían una radio sintonizada en el evento del bingo y el locutor
justo estaba diciendo que faltaban cinco minutos para que se venciera el plazo
, y que si no aparecía la ganadora , el carro se volvería a rifar. Confieso que
no pude leerle el número al tendero, le pasé mi celular y le dije: “hágame una
recarga urgente a este teléfono:” y me dispuse a esperar el paso inexorable del
tiempo.
El
tendero conversaba con unos clientes sobre el asunto, decía: “Va a perder el
carro, eso sí es estar de malas.” Algo nervioso, le dije: esos minutos son para
la ganadora, espero que logré hacer la llamada, pero al tiempo no lo detiene
nadie, y el plazo se acababa. Justo antes del minuto, alcanzamos a escuchar por
la radio, al locutor que decía: “ya viene, ya viene”, pero no, al parecer una
amiga suya que también se había comunicado con ella, se había animado a decir
que ella ya venía en camino, pero este atenuante según escuchábamos no estaba
siendo tenido en cuenta.
Luego,
cuando faltaba cuarenta segundos para acabarse el ultimátum, el público coreaba
junto al locutor el conteo regresivo que marcaba la hora señalada; la suerte
estaba echada. El bullicio de los asistentes que celebraban la mala suerte de
otro era una señal muy evidente, al son de los comentarios de los clientes de
la tienda sobre la oportunidad desperdiciada, salí de allí con las manos en los
bolsillos y un malestar en el estomago fruto de los minutos de estrés y la
adrenalina consumida por el afán de ayudar a otro a obtener su premio.
Minutos
después de pasado el plazo señalado, recibí una llamada. “Profe, ya llegué,
pero ya no hay nada que hacer”, a pesar de que ella, según me contó logró hacer
la llamada, y alguien le había dicho que necesariamente debía estar presente.
Me fui a
verla, cuando la encontré le di un abrazo de consuelo, y me contó que le habían
dicho que había perdido el premio, que el señor alcalde públicamente había
acordado hacer la rifa otra vez, me dijo que le había ofrecido como premio de
consolación una vajilla, pero ella dignamente, había pedido que le dieran otra
cosa y entonces le habían permitido escoger una lavadora. Una humilde y amable
señora la consolaba diciéndole. “Todo lo que pasa en la vida es un designio de
Dios”, yo lo llamo, estar en el lugar equivocado a la hora equivocada.
Pero
como a veces las desgracias de unos son las alegrías de otros, de entre el
público una jubilosa señora se convirtió en la feliz ganadora del carro cuando
este se volvió a rifar. En lo que a mí respecta me siento bien en haber
intentado ayudar en algo, aunque me hubiera gustado otro final para este
relato.
John
Montilla
Lic. en Lenguas Modernas
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