John Montilla
En este breve recuento rememoro algunos de los
singulares episodios que han acaecido a nuestro monumento más representativo.
Hace
unos años a cierto profético e ilustre gobernante; probablemente venido de otra
región, se le ocurrió recordarnos quiénes éramos; y en la única, mas glamorosa
y recién pavimentada avenida del pueblo, denominada Avenida Colombia; llamada
así desde mucho antes de merecerlo;
mandó a erigir una portentosa estatua de un robusto indio, en postura retadora
con la cara y el brazo izquierdo en alto sosteniendo una especie de manojo de
rayos y el derecho en postura firme a
los largo del cuerpo. En síntesis una
actitud desafiante a los dioses y no a los humanos; quizá esto fue un hecho trascendental de su
historia, pues parece que desde los mismos orígenes de su construcción se gestó
parte de su pasada desgracia.
Para
continuar este recuento, cabe anotar, según señalan algunos; desde el
instante en que se decidió que la estatua representaría a un indio y no
otra cosa se desato una polémica, ya que parece ser que hubo opiniones encontradas,
entre ellas las de la gente que se daba
el “lujo” de viajar muy a menudo a la capital de la república y otras grandes
ciudades del país, y quienes al parecer ya estaban cansados de repetir por
dichos lugares de que no era verdad que
por aquí todavía había aborígenes salvajes, que aún se tiraban flechas, y que
no andábamos con taparrabos y que por
tanto , estas habladurías debido a la ignorancia de la gente se deberían
combatir con un monumento que le
rindiera culto a la modernidad; Por otra parte, me imagino que los opositores de la “iniciativa moderna” seguramente habrán
sostenido que precisamente de lo que se
trataba era de rendir un homenaje a nuestros ancestros.
De
alguna manera la idea de rendirle tributo a los ancestros prevaleció y esta sería la que se llevaría a cabo,
aunque según se dice no faltó quien opine que si de ancestros se trataba, perfectamente hubieran mandado a
moldear la figura de un campesino nariñense con ruana y sombrero, pues al fin y
al cabo un gran porcentaje de la
población de Mocoa tiene raíces de gente venida de ese departamento; de ahí
que un popular locutor de la radio local frecuentemente diga que: “ el que no tiene abuelos pastusos
no está en nada”.
El
caso fue que una vez tomada la decisión, el proyecto siguió adelante, la obra
se encargó a un o una eminente artista, de quien actualmente pocos tiene la
menor idea, pero de quien se decía tenia obras muy representativas en
varias ciudades del país, si su fama no fue tanta, aparentemente su precio si
lo fue, de ahí que la ejecución de la
obra costara sus buenos millones de
pesos, lo que suscito (creó) debates de acusaciones y recriminaciones ,de los
que hasta el día de hoy quedan ecos en
cuanto a la calidad tanto de la obra como del material usado para la construcción de la escultura.
Como
se anotó anteriormente, la figura presenta un brazo en alto en el que al
principio enarbolaba algo, que hoy ya no
tiene; me atrevo a pensar que sí se
realizara una encuesta preguntando “¿Qué tenía el Indio en la mano cuando se instaló?”, es casi seguro que pocos lo
recuerden. Pero lo que sí saben una gran cantidad de habitantes de esta localidad, es la
variedad de estrambóticos elementos que en su momento algunos ciudadanos
intolerantes le colocaron en la mano a este “mártir” para reemplazarle el estandarte perdido.
Le pregunté
a amigos y vecinos y las historias emergieron de la siguiente manera:
Me
dijeron que una de las primeras y memorables cosas que se le vio empuñar
después del estandarte perdido fue una botella del “auténtico” aguardiente
Putumayo, llena hasta la mitad, pero... de orines, de ahí para acá fue mucho lo que nuestro símbolo tuvo que
soportar; empezando con que hubo una
época en que la gente tomó su antiguo pedestal
como el sitio principal para terminar cualquier parranda, tanto así que las
autoridades prohibieron frecuentar el
lugar,- Según dijo un testigo presencial- desde el día que amaneció un borracho
en calzoncillos, amarrado a una de las astas de las banderas que habían junto al monumento.
Pero,
a pesar de estas medidas no faltó el irrespeto por la figura; de ahí que
de vez en cuando y a lo largo de los
años, aparecieron en su desafiante mano
variedad de singulares objetos, tales como : ropa interior femenina,
camisetas hechas harapos, grandes huesos
de vaca , incontables zapatos viejos, innumerables frascos y botellas e incluso hubo un día que se vio colgado hasta un gato muerto; parecería ser como si hubiera existido en esos tiempos un
concurso clandestino del irrespeto ,para ver quien le acomodaba en su
noble mano el más excéntrico elemento.
Y si
de ponerle color se trataba, cabe mencionar las celebraciones o actividades
populares cuando nuestro héroe en mención recibía su dosis multicolor de
pintura y cosméticos, para de esta manera entrar a formar parte
involuntariamente en la fiesta, a esto hay que agregarle las épocas de campaña electoral cuando aún se puede apreciar en sus manos
diferentes banderas o propaganda de los diferentes
movimientos políticos.
Así
mismo, durante celebraciones deportivas no sólo se le hizo enarbolar banderas verdes, azules o rojas, sino que
hasta camisetas, gorras y símbolos de los más renombrados clubes del fútbol colombiano;
Una vez alguien empapó una bandera rival
con gasolina, metiéndola directamente
en el tanque de combustible de una motocicleta , luego se subió al pedestal , la colgó de la mano de nuestra ilustre estatua y posteriormente le prendió
fuego ante la aclamación de júbilo de la muchedumbre que de esta manera pretendía cobrar revancha
por la derrota deportiva previamente sufrida.
Llegada
las cosas hasta este punto, hubo una época en que le quedaba a uno la curiosidad
por saber que le podía suceder o aparecer en su puño a nuestra estatua. Desde un comienzo las
cosas se le salieron de las manos a nuestro personaje, y en su momento quizá a
alguien más, ¿A dónde fue a parar el estandarte perdido?... Nunca se sabrá.
Afortunadamente
el destino del nuestro “monumento a la raza y NO a la risa” cambió cuando se construyó la
glorieta en la Avenida Colombia, precisamente en su sitial, por lo cual debió
ser removido, circunstancia por la cual también tuvo que padecer un tiempo a ser enclaustrado en una bodega, pero de la
cual salió retocado y con un nuevo y
diferente estandarte, que ahora agarra con ambas manos, como para que no se
vuelva a repetir su odisea; por fin en un lugar más apropiado, sobre todo en su nuevo
pedestal, no tanto hecho de hierro y cemento, sino sobre una
sólida base del respeto y la solidaridad.
John Montilla
Esp. en Procesos lecto-escritores.
Esp. en Procesos lecto-escritores.
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