Por: John Montilla
A escasos metros de la
estación de servicio fui abordado por un
“amigo” que me dice: “Profe, haga el favor y présteme dos mil pesos para recuperar mi celular.”, con gesto de extrañeza le pregunto: ¿Cómo así?,
¿Qué pasó? Y en seguida me echa el siguiente breve discurso:
De manera precisa él me explica:
“lo que pasa es que fui a tanquear la motocicleta, y cuando iba a pagar, me di cuenta de que se me había olvidado la plata y entonces me tocó dejar el celular
empeñado, y por eso es que le pido que haga el favor de prestarme DOS MIL PESOS, para ir a sacarlo, luego paso por su casa y le devuelvo
su dinero.”
En primera instancia pensé en
ir personalmente para hacerme cargo del asunto ya que estábamos cerca de la estación de gasolina; quizá una persona
con espíritu más financiero simplemente
hubiera dicho: ¡Pues fácil, vamos allá, yo recupero tu celular, me lo llevo, y
luego cuando pases a pagarme lo recoges y asunto saldado!
Pero, ¿No creen, que es un
tanto incomodo para uno, como para la otra persona que se ponga en duda esa amistad tan sólo por
esa mínima cantidad?, por eso simplemente lo que hice, confiando en su buena
fe, fue pasarle un billete de cinco mil
pesos, ya que no tenía algo más sencillo, me dio las gracias, se marchó y me
dijo que ya mismo pasaría a devolverme
el pequeño préstamo… pues bien, hasta el sol de hoy no he vuelto a saber de él.
Episodios como el anteriormente
descrito hacen parte de nuestro diario
vivir, y de ahí me viene la siguiente reflexión,
¿Por qué en vez de pedir prestado mejor no pedir regalado?, yo creo que si un
amigo te dice, ¡Regálame dos mil pesos! , es más fácil que decir ¡Préstame dos mil pesos! , ya que
generalmente esas pequeñas cantidades que no son frecuentes, en primer lugar,
en un gran porcentaje no se devuelven y en segundo lugar no se cobran.
No me imagino, a alguien
constantemente acosando a un amigo, por una pequeña deuda de tal magnitud, es
más me atrevo a imaginar que el “sujeto endeudado” hasta podrá sentirse ofendido por un reclamo como ese; obviamente
no todas las personas actúan de igual manera, pero sí hay aquellos que de
pronto tienen esa manía de usar, digamos el lazo de amistad como una forma de
“presionar” al otro a que haga algo por ellos: ¡Que tanto son dos mil pesos! , en
términos económicos, digamos no es mucho, pero a la larga y en determinado
momento pueden resultar muy necesarios
para el poseedor.
Por supuesto hay las
circunstancias y personas excepcionales
a las que en determinado momento les puede suceder, que se queden sin siquiera
para pagar el bus, y son aquellos que
muy puntualmente llegaran a devolverte
lo prestado, en este caso, lo que más se valora en sí, no es tanto el dinero,
si no el respeto por la amistad que esa persona demuestra; Por tanto, ¿Así, quién se atreve cobrarle una cantidad ínfima a un persona de altas calidades? La verdadera
confianza en el otro es algo que no tiene precio; cosa que puedo hacer evidente en el siguiente ejemplo.
Recuerdo mis tiempos de
estudiante en la universidad: siempre solía comprar pan en una tienda que
quedaba camino a la casa donde vivía, tanto iba que ya los dueños y
trabajadores ya me eran algo familiares, pero como todo buen negocio de ciudad , allí no le fiaban a nadie, había que tener
en efectivo; hasta que resultó un día en yo iba a pagarles mi ración diaria de
pan y ellos no tenían para darme las vueltas del billete con que pensaba
pagarles, entonces me dijeron: “Mañana
nos paga”, obviamente así lo hice, al otro día muy puntual les pagué lo
adeudado, desde entonces, podrían haber días en que yo no tenía dinero, pero no
me faltaba el pan, ¿Por qué ?... simplemente porque a través del significativo detalle del cumplimiento de la
palabra dada se había construido el sólido puente de la confianza.
Para cerrar, quedó demostrado en el caso inicial que relaté, que la confianza se rompió; por
tanto aún sigo esperando, a que
me devuelvan los cinco mil pesos que presté y no regalé.
John Montilla
Esp. Proceso lecto-escritores
(Foto : Internet )
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