"El absurdo y el anti-absurdo son los dos polos de la energía creativa." K. Lagerfeld
Muchos han tenido la
desagradable experiencia de extraviar su documento de identidad, para ser
precisó la cédula de ciudadanía. Por supuesto, que casi nadie es consciente del
momento en que la pierde, salvo que le roben la billetera en un atraco a mano
armada, pero yo vi como mi cédula cayó; el
aleteo de ese objeto en su caída, y el acto de ir a recogerla desencadenó en un
sorpresivo “efecto mariposa”.
El caso es este, yo estaba
de paseo en la playa, y por cuestiones económicas había rentado un hotel
barato, total, yo iba de paseo, no a dormir; “el cuarto es para guardar las
maletas”, le escuché alguna vez decir a un amigo. Con que haya cama y un baño
es suficiente. Esta vez me habían asignado una habitación en un quinto piso, por supuesto no había ascensor. Estando
yo subiendo las escaleras, cuando iba en el tercer piso me dio por asomar la
cabeza y mirar hacia abajo al escuchar
una algarabía femenina, pero no vi nada. No sé porque tenía mi documento en
mano, quizá me lo pidieron al entrar para identificarme y no lo había guardado,
y estando allí asomado, un movimiento involuntario hizo que mi cédula se me escabullera de las manos, y cual mariposa
herida fue revoloteando en picada hacía el vacío.
En un principio intente
agarrarla de un manotazo, pero fue un esfuerzo vano, mi cédula, inexorablemente
ya iba en caída libre y sólo pude atinar a seguirla con mirada incrédula y
ansiosa. Por unos eternos segundos la vi planear en el aire y luego fue a caer
por el hueco de lo que alguna vez había sido una claraboya que daba
directamente a una habitación. Como el espacio era visible desde el aire, no
había ninguna cama a la vista, y en vez de eso, ese rincón los usaban los
huéspedes que allí estaban para acomodar, maletas y cestas de ropa.
Con resignación vi que mi
cédula caía justo de manera vertical sobre una de esas canastas plásticas llena
de ropa y aun en la distancia percibí
que se metía por un resquicio y se perdió dentro de ella. A pesar del impase,
me di por bien servido, pues sólo bastaba con desandar el camino e ir a pedir
permiso para poder recuperarla, pero las cosas no salen siempre como una
piensa.
2. |
Cuando, llegué al primer
piso, me dijo el administrador del hotel que el cuarto 103 al que me dirigía
estaba ocupado y que si me esperaba un poco me acompañaba en la diligencia, así
que opté por hacer la vuelta por mi mismo. Cuando llegué allí, me encontré que
la tal habitación era una de las
llamadas algo así como de cama general, y que más que un cuarto de huéspedes
parecía, un alojamiento militar y que había sido copado por al menos una docena
de mujeres jóvenes, un grupo alegre, de esos que arman planes de bajo costo
para irse de paseo a la playa.
Eso lo noté porque cuando
toque a la puerta, y tras varios intentos por hacerme escuchar, pues adentro se
escuchaban risas y bulla, me abrió una
chica envuelta en una toalla con estampado de palmeras, con cocos incluidos y me preguntó que qué necesitaba. Entonces
recordé el bullicio de unos minutos antes y me dije: ¡No puede ser, me tocó
venir al cuarto de todas estas mujeres! Por el pequeño espacio que me dejaba
ver la chica, pude ver bastante movimiento y barullo dentro del recinto. Un
tanto azarado le expliqué a la dama mi problema y ella entre sorprendida y
burlona, me miro de arriba abajo y luego sin decirme nada, se dirigió con un
tremendo grito a sus compañeras. ¡Vaya si tenía voz de mando ¡ Les dijo:
¡Muchachas, acá afuera hay un señor que dice que se le cayó la cédula dentro de
este cuarto, que si se la ayudamos a buscar !
Una carcajada general fue la
respuesta, y luego otra voz se oyó dentro del tumulto: ¿Cómo así nos estaba
espiando?- La chica entonces me miró con desconfianza- confieso que me
desconcertó un poco, pero no perdí la compostura y le repetí la historia. Le
rogué, que me ayudara, que necesitaba ese documento. Que yo lo había visto caer
en una canasta, que sabía cuál era, que únicamente me permitiera indicarle,
para que ella buscara mi cédula y me la entregara. Ella, volvió a
gritarle a sus compañeras, que si le permitían entrar para que busque su cédula
dentro de una canasta de ropa, una voz entre más condescendiente y burlona se
dejó oír entre el tumulto: “Dígale que entre, pero que no se demore”, y
entonces, la chica abrió la puerta y me autorizó a pasar y es aquí donde las cosas se complican:
Al entrar, lo primero que me
percató, es que casi todas ellas estaban en plan de meterse a la ducha, la gran
mayoría envueltas en toallas y una que otra, despreocupadamente con sus cuerpos
desnudos y por supuesto dejando ver sus traseros, y senos al aire sin ningún reparo ni
pudor, las chicas que acababan de llegar de la playa, estaban más curiosas que
sorprendidas por mi presencia, y entre risas y chanzas, me invitaban a
que siguiera tranquilo y tomara lo que había ido a buscar. Azarado y apremiado,
me dirigí al lugar donde sabía que había
caído mi cédula, y entonces me encuentro que las chicas habían movido de su
sitio las canastas y que todas eran similares; y no sólo eso, también habían
empezado a sacar su contenido, había ropa desperdigada por todas partes, ahora
si completamente aturdido, ni siquiera reparaba en que algunas de ellas andaban
en cueros, me sentí urgido de encontrar
lo que buscaba y salir pronto de allí.
La chica, que me había
abierto la puerta me había acompañado y preguntó a mis espaldas: ¿Bueno, donde
es que va a buscar? Yo rascándome la cabeza, no sabía por dónde empezar. Las
cosas habían sido movidas de su sitio, pero me decidí por una canasta. Sabía
que tenía que buscar por los contornos, metí las manos alrededor de la canasta
y nada, las muchachas me miraban
curiosas desde sus sitios. Pero, nada, lo único con que lo se topaban mis manos
era ropa femenina, y ni rastros de mi documento. Luego, intenté con otra y tampoco,
nada. Sentía que el ambiente ya se estaba volviendo hostil contra mí, y creía
escuchar ya murmullos de desaprobación, de repente sentí que estaba sudando en
esta situación tan ridícula en la que me
había metido. Un par de gotas de sudor resbalaron de mi frente, cuando de
pronto se desató el caos.
De un momento a otro las
chicas parecieron ver mi apuro, y en un
apremio por ayudarme empezaron a sacar
las cosas de todas las canastas y lo que
empezó como algo solidario fue agarrando fuerza y de repente me vi envuelto en
una nube de trapos que volaban de un lado a otro. Las muchachas le agarraron
gusto al asunto y empezaron a arrojarme a la cara todas sus prendas, por
doquier volaban calzones, sostenes, camisetas, y lo que cabe en la maleta de
una dama. Un tsunami de ropa femenina me cayó encima, mientras las carcajadas llenaban el cuarto. A punto de ahogarme en un mar de trapos,
decidí dar marcha atrás mientras las chicas continuaban en un pandemónium de
prendas. La última imagen que de soslayo vi es que ya todas estaban como cuando
llegaron al mundo, pero no me quedé para contemplarlo.
Dando un portazo salí de la
habitación. Resignado y pensando que
quizá nadie más había perdido antes un documento de esa absurda manera. En la
distancia aún se podía escuchar la algarabía de las damas que continuaba.
John Montilla: Relato
Imagenes 1 y 3 tomadas de internet
Imagen 2. Fotomontaje con un dibujo de Daniel Cerro.
Imagenes 1 y 3 tomadas de internet
Imagen 2. Fotomontaje con un dibujo de Daniel Cerro.
jmontideas.blogspot.com
(1-VI-2020)
(1-VI-2020)
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