“Las acciones son las semillas de los hechos donde crece el destino.”
Harry S. Truman
Un rutinario viaje a
casa después de una semana de trabajo, daría un insospechado fruto pese a haber
sembrado las semillas en una polvorienta carretera.
Había estado parado a la orilla de la maltrecha carretera por casi una
hora, la tarde ya caía y no había podido conseguir transporte para llegar a mi
lugar de destino. Por eso cuando por fin un vehículo al que le hice la señal de
pare se detuvo, no dudé en tomarlo, pese a que el conductor me había dicho:
“Voy con el cupo completo, usted verá si se sube en la parte trasera de la
camioneta.” Me urgía llegar, por eso a pesar de la incomodidad que representaba viajar en esas
condiciones, decidí aceptar la propuesta y me embarqué; total no era la primera,
ni la última vez que haría ese tipo de travesía.
El conductor ni siquiera se tomó la molestia de bajarse del carro para
ayudarme a instalar, como pude levanté la polvorienta carpa del carro y me metí
en la parte trasera, y traté de
acomodarme rápido porque él vehículo ya se estaba poniendo en marcha, y fue
entonces, no obstante la nube de polvo que
me envolvía, que reparé que no haría el viaje sólo; tendría grata compañía para el
incómodo camino.
En primera instancia, mientras sujetaba la carpa con sus correas
laterales y me acomodaba al lugar, con las sombras y los vaivenes del carro en
la polvorienta vía, no había reparado
con detalle en mis compañeros que tendría en el viaje: Había cuatro niños en total, dos niños
y dos niñas, asumo que todos menores de 12 años. Una vez me sentí “cómodo” en
el asiento; los saludé y les pregunté si sus padres viajaban en la parte
delantera del carro; lo cual habría sido injusto en extremo, pero ellos me
dijeron que no, que viajaban solos. ¿A quién se le ocurre mandar de viaje a los
niños en esas condiciones? Como no tenía más opción y para no hacer tan tedioso
el viaje, decidí charlar con ellos.
Entonces me presenté: les dije mi
nombre y les conté sobre mi trabajo, y parecieron muy interesados cuando les
dije que era profesor de inglés. Pero lo que me interesaba era escucharlos, siempre
estoy alerta a encontrar una historia para escribir. Les hice preguntas
rutinarias sobre sus vidas y de esta forma el trayecto en ese polvoriento cajón
en el que íbamos se hizo un poco más
ameno. No recuerdo mucho los detalles, pero puedo anotar que todos ellos
eran de familias humildes, había dos parejas de hermanos, por coincidencia niño
y niña. Dijeron que no se conocían entre ellos, que habían tomado el transporte
en distintos puntos, pero los cuatros se dirigían al mismo pueblo. Les pregunté
sobre el estudio y cosas así, y luego
para variar un poco les pregunté si les gustaba cantar, y les propuse que cada
uno cantara un trozo de una canción.
De repente, el continuo traqueteo
del vehículo fue remplazado por voces infantiles que cantaban, hasta el polvo pareció apaciguarse y el ambiente pareció aclararse un poco, pero
alcancé a percibir una sombra que
envolvía el canto de los niños. Todas sus canciones eran de adultos, de esas
que se escuchan en los arrabales, con temas de despecho, desgracias, odios, celos,
tragos y muerte. No vale la pena mencionar aquí esos temas, simplemente puedo
citar la frase de un colega quien decía, que ese tipo de música era para
aquellos acostumbrados a “pelear en cantina”.
Cuando todos hubieron cantado, les hice ver mis reparos, les dije que esa no era música de niños sino
de “viejos” y borrachos; me contestaron
que eso era lo que escuchaban en sus casas y que era la música a la que estaban
acostumbrados, entonces me pidieron que
cantara. Eso es algo que para mí es
complicado, pero como ellos habían cumplido con su parte, me vi forzado a ello,
también. Recuerdo muy bien que por esos días, estaba yo pegado con el estribillo
de “El bobo de la yuca”, en una versión del gran Benny Moré y se las canté.
El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.
El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.
Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.
Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.
Los chicos, le hallaron gracia a esos versos y me pidieron que los
repita, accedí a ello, siempre y cuando ellos me ayudaran a cantar;
y así se hizo; por un rato estuvimos cantando, hasta que una de las
niñas me pidió que les enseñara otra canción.
Entonces les canté un fragmento de la canción “Pare cochero” de la Orquesta Aragón
de Cuba, que me pareció apropiado para la ocasión.
“Soy un chico delicado,
que nació para el amor
y este coche me ha estropeado,
pare en la esquina señor.
Ya me duele la cabeza,
Tengo estropeado un riñón,
Y si sigo en este coche
voy a perder un pulmón. “
“Cochero, pare. Pare, cochero” …
Los chicos, también le hallaron gracia a este estribillo, e igualmente me pidieron que lo repita, accedí a ello,
siempre y cuando ellos me ayudaran con el coro: “Cochero, pare. Pare, cochero”.
Cuando ellos le agarraron el tono a la
canción nos fuimos -más que cantando- gritando durante un buen trecho con ese
sonsonete. Tanto así que el chofer se detuvo
un momento para verificar si alguien se iba a bajar.
El resto del viaje, hasta que los niños llegaron a destino fue a una
sola voz con ese par de canciones. Una vez se bajaron, se despidieron
efusivamente de mí mientras se sacudían el polvo del camino y la cáscara de
esas canciones de “borrachos que escuchaban en sus casas”. Ellos se fueron y luego proseguí solitario mi viaje, las primeras sombras de la noche ya nos envolvían,
la penumbra se hacía más espesa en la
parte trasera del vehículo y el silencio le agregaba un toque de nostalgia al
momento. ¡Cómo extrañé la algarabía de los niños!
***
Meses más tarde, me volví a subir a un bus como pasajero, y cuando iba
por el pasillo buscando mi asiento; dos chiquillos que allí había, empezaron a
cantar apenas me vieron: “El bobo de la yuca se quiere casar, invita a todo el
mundo pa’la capital …” No pude disimular
mi sorpresa ante este espontaneo hecho. Los salude con alegría y luego me senté
en mí silla profundamente emocionado. Nunca pensé que aquellas semillas
sembradas en esa polvorienta carretera me fueran a dejar tan agradables frutos.
John Montilla. Texto
Imágenes. Pixabay
Jmontideas.blogspot.com
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