martes, 16 de junio de 2020

SEMILLAS EN LA CARRETERA

Por. John Montilla
“Las acciones son las semillas de los hechos donde crece el destino.”
Harry S.  Truman

Un rutinario viaje a casa después de una semana de trabajo, daría un insospechado fruto pese a haber sembrado las semillas en una polvorienta carretera.

Había estado parado a la orilla de la maltrecha carretera por casi una hora, la tarde ya caía y no había podido conseguir transporte para llegar a mi lugar de destino. Por eso cuando por fin un vehículo al que le hice la señal de pare se detuvo, no dudé en tomarlo, pese a que el conductor me había dicho: “Voy con el cupo completo, usted verá si se sube en la parte trasera de la camioneta.” Me urgía llegar, por eso a pesar de  la incomodidad que representaba viajar en esas condiciones, decidí aceptar la propuesta y me embarqué; total no era la primera, ni la última vez que haría ese tipo de travesía.

El conductor ni siquiera se tomó la molestia de bajarse del carro para ayudarme a instalar, como pude levanté la polvorienta carpa del carro y me metí en la parte  trasera, y traté de acomodarme rápido porque él vehículo ya se estaba poniendo en marcha, y fue entonces, no obstante la  nube de polvo que me envolvía, que reparé que no haría el viaje sólo; tendría grata compañía  para el  incómodo camino.

En primera instancia, mientras sujetaba la carpa con sus correas laterales y me acomodaba al lugar, con las sombras y los vaivenes del carro en la polvorienta  vía, no había reparado con detalle en mis compañeros que tendría en el  viaje: Había cuatro niños en total, dos niños y dos niñas, asumo que todos menores de 12 años. Una vez me sentí “cómodo” en el asiento; los saludé y les pregunté si sus padres viajaban en la parte delantera del carro; lo cual habría sido injusto en extremo, pero ellos me dijeron que no, que viajaban solos. ¿A quién se le ocurre mandar de viaje a los niños en esas condiciones? Como no tenía más opción y para no hacer tan tedioso el viaje, decidí charlar con  ellos.


Entonces me  presenté: les dije mi nombre y les conté sobre mi trabajo, y parecieron muy interesados cuando les dije que era profesor de inglés. Pero lo que me interesaba era escucharlos, siempre estoy alerta a encontrar una historia para escribir. Les hice preguntas rutinarias sobre sus vidas y de esta forma el trayecto en ese polvoriento cajón en el que íbamos se hizo un poco más  ameno. No recuerdo mucho los detalles, pero puedo anotar que todos ellos eran de familias humildes, había dos parejas de hermanos, por coincidencia niño y niña. Dijeron que no se conocían entre ellos, que habían tomado el transporte en distintos puntos, pero los cuatros se dirigían al mismo pueblo. Les pregunté sobre el estudio y cosas así,  y luego para variar un poco les pregunté si les gustaba cantar, y les propuse que cada uno cantara un trozo de una canción.

De repente,  el continuo traqueteo del vehículo fue remplazado por voces infantiles que cantaban, hasta el polvo pareció apaciguarse y el ambiente pareció aclararse un poco, pero alcancé a percibir  una sombra que envolvía el canto de los niños. Todas sus canciones eran de adultos, de esas que se escuchan en los arrabales, con temas de despecho, desgracias, odios, celos, tragos y muerte. No vale la pena mencionar aquí esos temas, simplemente puedo citar la frase de un colega quien decía, que ese tipo de música era para aquellos acostumbrados a “pelear en cantina”.

Cuando todos hubieron cantado, les hice ver mis reparos,  les dije que esa no era música de niños sino de “viejos” y borrachos;  me contestaron que eso era lo que escuchaban en sus casas y que era la música a la que estaban acostumbrados, entonces  me pidieron que cantara. Eso es algo que para mí  es complicado, pero como ellos habían cumplido con su parte, me vi forzado a ello, también. Recuerdo muy bien que por esos días, estaba yo pegado con el estribillo de “El bobo de la yuca”, en una versión del gran Benny Moré y se las canté.

El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.
El bobo de la yuca se quiere casar,
Invita a todo el mundo pa’la capital.

Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.
Va pasar su luna de miel
Comiendo trapo, comiendo papel.

Los chicos, le hallaron gracia a esos versos y me pidieron que los repita, accedí a ello, siempre y cuando ellos me ayudaran  a cantar;  y así se hizo; por un rato estuvimos cantando, hasta que una de las niñas me pidió que les enseñara otra canción.

Entonces les canté un fragmento de la  canción “Pare cochero” de la Orquesta Aragón de Cuba, que me pareció apropiado para la ocasión.

“Soy un chico delicado,
que nació para el amor
y este coche me ha estropeado,
pare en la esquina señor.
Ya me duele la cabeza,
Tengo estropeado un riñón,
Y si sigo en este coche
voy a perder un pulmón. “
“Cochero, pare. Pare, cochero” …

Los chicos, también le hallaron gracia a este estribillo, e igualmente  me pidieron que lo repita, accedí a ello, siempre y cuando ellos me ayudaran con el coro: “Cochero, pare. Pare, cochero”. Cuando ellos le agarraron  el tono a la canción nos fuimos -más que cantando- gritando durante un buen trecho con ese sonsonete. Tanto así que el chofer se detuvo  un momento para verificar si alguien se iba a bajar.

El resto del viaje, hasta que los niños llegaron a destino fue a una sola voz con ese par de canciones. Una vez se bajaron, se despidieron efusivamente de mí mientras se sacudían el polvo del camino y la cáscara de esas canciones de “borrachos que escuchaban en sus casas”. Ellos se fueron  y luego proseguí solitario mi  viaje, las primeras sombras de la noche ya nos envolvían,  la penumbra se hacía más espesa en la parte trasera del vehículo y el silencio le agregaba un toque de nostalgia al momento. ¡Cómo extrañé la algarabía de los niños!   
           
                                         ***

Meses más tarde, me volví a subir a un bus como pasajero, y cuando iba por el pasillo buscando mi asiento; dos chiquillos que allí había, empezaron a cantar apenas me vieron: “El bobo de la yuca se quiere casar, invita a todo el mundo pa’la capital …”  No pude disimular mi sorpresa ante este espontaneo hecho. Los salude con alegría y luego me senté en mí silla profundamente emocionado. Nunca pensé que aquellas semillas sembradas en esa polvorienta carretera me fueran a dejar tan agradables frutos.




John Montilla. Texto
Imágenes. Pixabay
Jmontideas.blogspot.com

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