Por. John Montilla
Un simple recorrido, para ir a
rescatar unos “chiros” que había comprado en el mercado se convirtió en un
viaje de la memoria por las calles y su gente.
Cuatro horas después, me percaté
del olvido de mis “chiros. Recordaba haberlos dejado en una silla que estaba
allí, mientras acomodaba una bolsa en la que llevaba unas papas, dos mangos y
una papaya, me concentré en organizar mi compra de manera que no se estropearan
las frutas, por eso me distraje y no recogí el gajo de “mini bananos” que
acababa de pagar.
Por eso, cuando quise comerme uno
y no los encontré, emprendí “el viaje por mis chiros” con la esperanza de
recuperarlos. La tarde presagiaba lluvia, pero aun así decidí salir. Lo primero
que vi fue a mi octogenaria vecina que vive al frente de mi casa, como casi
cada día desde hace varios años, resolviendo sopas de letras en revistas que
sus hijos le compran, estoy seguro que debe ser una experta resolviendo esos
pasatiempos; antes tenía una especie de club de jugar parqués, pero
prácticamente todos sus jugadores de antaño ya fallecieron; incluido mi padre. Pasos más arriba frente a la casa de mi madre
veo a mi vecino el “radio técnico”, sentado en su mesa de trabajo. Él además es
músico aficionado desde tiempos inmemoriables y en los diciembres nos alegra
las noches cuando se pone a ensayar música campesina con su grupo.
A él, la noche del desastre en
nuestro pueblo, vi que agarraba un sofá que venía bajando por la calle y lo
atravesó en la puerta en un vano intento por evitar que las aguas entraran a su
casa. Esa noche de pesadilla de un momento a otro la calle se lleno de todo
tipo de cachivaches que naufragaban en lodosas aguas. Recuerdo que por el mismo
portón por el que a veces aparecía a latirme un agresivo perro ciego, salía esa
noche un tremendo torrente que escupía todos los objetos que agarraba dentro de
la vivienda. La calle de tantos años felices daba miedo esa noche. Luego, paso por frente de la casa del
sargento, él también ya se marchó de este mundo, no apuntaré nada sobre él,
porque ese “sargento si tiene quien le escriba”. A mi mano derecha quedaba la
sastrería “el pollo”, a su propietario quien tuvo la desgracia de caer en el
pozo de las drogas le tengo el borrador y el título de su historia: “El pollo
que salió de la olla.” Pues el hombre está en un exitoso proceso de
rehabilitación
Llego a la esquina y no puedo
evitar acordarme de don Guillermo, un hombre que durante varios años alegró el
barrio construyendo casetas decembrinas en las que nuestros mayores gozaron bailes
inolvidables; a él lo mataron justo cuando celebraba el día del padre en su
casa. Más allá veo la ventana de la que se agarraba desesperado y casi al borde
de la locura un vecino durante el encierro de la cuarentena. Nunca lo vi, pero
alcanzo a imaginarlo agarrado de los hierros y gritando blasfemias y palabras
soeces contra todo el mundo.
Paso por la “casa de los
parrandas”, ahora es un taller y tienda de artesanías de un amigo de toda la
vida, recuerdo que de niños a veces solíamos jugar allí con los instrumentos
musicales que dejaba su padre, su tío y todo el combo; como nunca pude
encontrar mi vena musical, nunca aprendí a tocar ningún instrumento. Pasos más
allá veo el callejón en el que fue asesinado don Guillermo. Los testigos afirmaron
que él salió corriendo de su casa detrás de alguien, y se metió al callejón,
dicen que regresó a los pocos segundos tambaleándose y agarrándose el pecho,
pensaban que estaba borracho, pero no, una simple puñalada fue suficiente para
quitarle la vida. El baile de ese día del padre, se convirtió en un funeral. El
callejón es inocente, el guarda aún algunos grafitis, y sobre todo guarda
secretos de amores inocentes de antaño. En otros tiempos olía a limón. Las
ramas de un árbol caían al callejón, el árbol ya no existe, su dueña tampoco.
Más allá veo la humilde casa de quien
en vida llamamos doña Chavita, cuan felices fuimos algunos allí, pues ella
solía alquilarnos revistas de historietas, allí leíamos las aventuras de
Kaliman, Arandú, Águila Solitaria, Tamakún y muchas otras. Ella fue una persona
discapacitada, su esposo quien trabajaba cargando y descargando bultos en el
mercado o donde lo requirieran, era quien compraba las revistas, él sabía
marcarlas usando una especie de gran tornillo hueco y con filo y de un sólo
martillazo las perforaba. Las revistas que tenían ese agujero de lado a lado
pertenecían a su casa.
Nosotros a cambio de monedas
teníamos el placer de acceder a la lectura, y cuando no teníamos dinero nos
íbamos a pescar a las quebradas cercanas, y luego hacíamos el trueque de
lectura por peces. Pocos comprenderán la felicidad que había en ello. Por
aquellos años las aguas eran más claras y llenas de peces, ahora ya no hay
peces ni aguas limpias. Doña Chavita y su esposo, hace varios años se marcharon
de este mundo. Por ahí tengo en mis archivos una fotografía de un 31 de
diciembre con ella, espero publicarla un día de estos junto con algunas de mis
memorias.
Llego a la tienda de la esquina y
recuerdo a nuestro vecino que no hace mucho falleció, era fabricante de bloques
de cemento, algunos le decían “taca-taca”, quizás por el ejercicio y onomatopeya
que se hace al fabricar los bloques, hay que tacarlos para que den consistencia
en la formaleta. En el terreno plano en que está ubicado su local, hace varios
años era una loma en la que de niños jugábamos a indios y vaqueros,
construíamos chozas y era un punto para elevar cometas, y desde el cual se
podía observar los techos de las casas y de los árboles que estaban dando
frutos en algunos de los solares de los vecinos. Pero nada queda ya de eso. Un
día apareció una gran máquina amarilla y barrió con la loma de los juegos. Antes
solíamos cruzar la quebrada que por allí discurre, saltando por entre las
piedras, o cruzando por un tronco atravesado de lado a lado. Ahora hay un
pequeño puente de cemento, que se construyó en principio con trabajo
comunitario para que nosotros cuando éramos estudiantes pudiéramos asistir sin
peligro de caernos en las aguas. Desde el antiguo camino de barro por el que
íbamos al colegio -ahora ya vía pavimentada - hace varios años vi pasar por la
pequeña cuesta que lleva a la villa olímpica en la parte de atrás de una
camioneta, y saludando con gestos de su mano al candidato presidencial Luis
Carlos Galán, -en esos tiempos no teníamos con que registrar ese histórico
momento- meses después él sería vilmente asesinado en Soacha. Me quedó pensando
en que cerca al colegio en el que estudié y el que ahora trabajo, hay unos
árboles de guayaba, cuyas frutas a veces se echan a perder por falta de
comensales, cosa que me sorprende, habiendo tantos muchachos por los
alrededores, nosotros no reparábamos en perros ni alambradas e íbamos por las
frutas. Así como en este viaje de la memoria voy por mis frutas olvidadas en el
mercado.
Cuando llegué allá, me dijo la
anciana que me había vendido los “chiros”: “Yo se los guardé, pensé que no iba
a venir por ellos.” Le agradecí, y le dije que de alguna manera me alegraba de
ello, porque me había visto obligado a hacer “el viaje por mis chiros.” que
decidí convertir en un recorrido nostálgico lleno de recuerdos por las calles
que tantas veces he caminado.
***
John Montilla (9-VII-2024)
Relatos de mis memorias
Imagen: Leonardo AI generated
historias:
jmontideas.blogspot.com