Por. John Montilla
“Mi abuelo no fue a la escuela y yo apenas estoy empezando,
tengo siete años y creo que mi vida cabe como diez veces en la de mi abuelo, lo
sé porque ya estoy aprendiendo a multiplicar.” (Tomás Caballero. México)
***
Quizás tendría siete, diez, once o una docena de años
vividos, cuando solía observar con curiosidad el ritual para afeitarse de mi
abuelo. Sólo en su casa, en la finca podía uno verlo en camisilla blanca y con
unos pantalones de campo con originales parches con los diseños y colorido de
las telas de otros tiempos. La nostalgia ahora me hace verlos hermosos en mi
memoria. Es una pena no tener ni una foto de esos pantalones con esos parches. Mi
abuelo colgaba un pequeño espejo de un clavo que había en uno de los pilotes
que servía de columna en la parte alta de la casa de madera. Yo me sentaba en
una banca que había en el corredor a contemplarlo; por la baranda hecha con
palos de palma de chonta pulida podía uno ver a las gallinas y los perros que
daban vueltas por el patio. A mis espaldas en las paredes de tabla
solían haber colgados diversas cosas como un atado de plumas grandes de
gallina, que se usaban para untar remedios y curar a los animales y almanaques
con propaganda de tiendas o almacenes agropecuarios. En una pequeña repisa que
había junto con algunos frascos y otros papeles estaba el “Almanaque Bristol”
que no podía faltarle a mi abuelo. Yo me divertía leyendo la clásica
tragicomedia que ese folletín presentaba. En enero iba a la finca con la
curiosidad de ver la historieta que cada año incluían. En algún rincón de la casa solían reposar
ediciones de varios años pasados y me gustaba releer los chistes e historias
que allí encontraba. De niño siempre soñé en que publicaran algo mío allí,
nunca se cumplió ese deseo.
Vuelvo al ritual de mi abuelo, que primero sacaba una
antigua navaja de su estuche y la afilaba en una correa de cuero, luego, sacaba
un jabón de tocador y comenzaba a rayarlo en pequeños pedacitos, como si fuera
un coco- no recuerdo si era con la misma navaja- los trocitos caían en un vasito
especial que él tenía,- nunca vi que lo cambiara- después de eso agregaba un
poquito de agua y con una especie de escobilla de barbero comenzaba a batir por
unos minutos hasta obtener una espuma blanca y consistente. Luego con la misma
escobilla se distribuía la espuma en la cara, agarraba su navaja y procedía a
rasurarse. Cuando terminaba, bajaba con su toalla al hombro hasta el chorro de
agua y se juagaba el rostro, luego volvía al espejo se echaba en las manos algo
de alcohol y se daba unos toquecitos en la cara. Mientras hacía todo este
ritual permanecía en silencio, aunque a veces interrumpía por unos breves
instantes para decir alguna cosa y seguía concentrado en su afeitada. ¡Cuánto
daría por tener un video de mi abuelo mientras se “hacía la barba”, como decía
él!
Cuando mi abuelo falleció, yo pedí que me regalaran su
sombrero y también su reloj – aún los conservo- Ignoro quien se quedó con su
navaja.
Pero sobre todo me quedé con los recuerdos que hoy como
frágil espuma volátil en el viento me han traído a la página de mi vida
titulada: “Por las barbas de mi abuelo.”
***
John Montilla (31-VIII-2024)
Relatos de mis memorias
Fotomontaje: J.M. Imagen, Leonardo AI generated
Historias: jmontideas.blogspot.com
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