sábado, 7 de septiembre de 2024

EL VIAJE POR MIS CHIROS

 Por. John Montilla

 Un simple recorrido, para ir a rescatar unos “chiros” que había comprado en el mercado se convirtió en un viaje de la memoria por las calles y su gente.

 Cuatro horas después, me percaté del olvido de mis “chiros. Recordaba haberlos dejado en una silla que estaba allí, mientras acomodaba una bolsa en la que llevaba unas papas, dos mangos y una papaya, me concentré en organizar mi compra de manera que no se estropearan las frutas, por eso me distraje y no recogí el gajo de “mini bananos” que acababa de pagar.

 Por eso, cuando quise comerme uno y no los encontré, emprendí “el viaje por mis chiros” con la esperanza de recuperarlos. La tarde presagiaba lluvia, pero aun así decidí salir. Lo primero que vi fue a mi octogenaria vecina que vive al frente de mi casa, como casi cada día desde hace varios años, resolviendo sopas de letras en revistas que sus hijos le compran, estoy seguro que debe ser una experta resolviendo esos pasatiempos; antes tenía una especie de club de jugar parqués, pero prácticamente todos sus jugadores de antaño ya fallecieron; incluido mi padre.  Pasos más arriba frente a la casa de mi madre veo a mi vecino el “radio técnico”, sentado en su mesa de trabajo. Él además es músico aficionado desde tiempos inmemoriables y en los diciembres nos alegra las noches cuando se pone a ensayar música campesina con su grupo.

A él, la noche del desastre en nuestro pueblo, vi que agarraba un sofá que venía bajando por la calle y lo atravesó en la puerta en un vano intento por evitar que las aguas entraran a su casa. Esa noche de pesadilla de un momento a otro la calle se lleno de todo tipo de cachivaches que naufragaban en lodosas aguas. Recuerdo que por el mismo portón por el que a veces aparecía a latirme un agresivo perro ciego, salía esa noche un tremendo torrente que escupía todos los objetos que agarraba dentro de la vivienda. La calle de tantos años felices daba miedo esa noche.  Luego, paso por frente de la casa del sargento, él también ya se marchó de este mundo, no apuntaré nada sobre él, porque ese “sargento si tiene quien le escriba”. A mi mano derecha quedaba la sastrería “el pollo”, a su propietario quien tuvo la desgracia de caer en el pozo de las drogas le tengo el borrador y el título de su historia: “El pollo que salió de la olla.” Pues el hombre está en un exitoso proceso de rehabilitación

Llego a la esquina y no puedo evitar acordarme de don Guillermo, un hombre que durante varios años alegró el barrio construyendo casetas decembrinas en las que nuestros mayores gozaron bailes inolvidables; a él lo mataron justo cuando celebraba el día del padre en su casa. Más allá veo la ventana de la que se agarraba desesperado y casi al borde de la locura un vecino durante el encierro de la cuarentena. Nunca lo vi, pero alcanzo a imaginarlo agarrado de los hierros y gritando blasfemias y palabras soeces contra todo el mundo.

Paso por la “casa de los parrandas”, ahora es un taller y tienda de artesanías de un amigo de toda la vida, recuerdo que de niños a veces solíamos jugar allí con los instrumentos musicales que dejaba su padre, su tío y todo el combo; como nunca pude encontrar mi vena musical, nunca aprendí a tocar ningún instrumento. Pasos más allá veo el callejón en el que fue asesinado don Guillermo. Los testigos afirmaron que él salió corriendo de su casa detrás de alguien, y se metió al callejón, dicen que regresó a los pocos segundos tambaleándose y agarrándose el pecho, pensaban que estaba borracho, pero no, una simple puñalada fue suficiente para quitarle la vida. El baile de ese día del padre, se convirtió en un funeral. El callejón es inocente, el guarda aún algunos grafitis, y sobre todo guarda secretos de amores inocentes de antaño. En otros tiempos olía a limón. Las ramas de un árbol caían al callejón, el árbol ya no existe, su dueña tampoco.

Más allá veo la humilde casa de quien en vida llamamos doña Chavita, cuan felices fuimos algunos allí, pues ella solía alquilarnos revistas de historietas, allí leíamos las aventuras de Kaliman, Arandú, Águila Solitaria, Tamakún y muchas otras. Ella fue una persona discapacitada, su esposo quien trabajaba cargando y descargando bultos en el mercado o donde lo requirieran, era quien compraba las revistas, él sabía marcarlas usando una especie de gran tornillo hueco y con filo y de un sólo martillazo las perforaba. Las revistas que tenían ese agujero de lado a lado pertenecían a su casa.

Nosotros a cambio de monedas teníamos el placer de acceder a la lectura, y cuando no teníamos dinero nos íbamos a pescar a las quebradas cercanas, y luego hacíamos el trueque de lectura por peces. Pocos comprenderán la felicidad que había en ello. Por aquellos años las aguas eran más claras y llenas de peces, ahora ya no hay peces ni aguas limpias. Doña Chavita y su esposo, hace varios años se marcharon de este mundo. Por ahí tengo en mis archivos una fotografía de un 31 de diciembre con ella, espero publicarla un día de estos junto con algunas de mis memorias.

 Llego a la tienda de la esquina y recuerdo a nuestro vecino que no hace mucho falleció, era fabricante de bloques de cemento, algunos le decían “taca-taca”, quizás por el ejercicio y onomatopeya que se hace al fabricar los bloques, hay que tacarlos para que den consistencia en la formaleta. En el terreno plano en que está ubicado su local, hace varios años era una loma en la que de niños jugábamos a indios y vaqueros, construíamos chozas y era un punto para elevar cometas, y desde el cual se podía observar los techos de las casas y de los árboles que estaban dando frutos en algunos de los solares de los vecinos. Pero nada queda ya de eso. Un día apareció una gran máquina amarilla y barrió con la loma de los juegos. Antes solíamos cruzar la quebrada que por allí discurre, saltando por entre las piedras, o cruzando por un tronco atravesado de lado a lado. Ahora hay un pequeño puente de cemento, que se construyó en principio con trabajo comunitario para que nosotros cuando éramos estudiantes pudiéramos asistir sin peligro de caernos en las aguas. Desde el antiguo camino de barro por el que íbamos al colegio -ahora ya vía pavimentada - hace varios años vi pasar por la pequeña cuesta que lleva a la villa olímpica en la parte de atrás de una camioneta, y saludando con gestos de su mano al candidato presidencial Luis Carlos Galán, -en esos tiempos no teníamos con que registrar ese histórico momento- meses después él sería vilmente asesinado en Soacha. Me quedó pensando en que cerca al colegio en el que estudié y el que ahora trabajo, hay unos árboles de guayaba, cuyas frutas a veces se echan a perder por falta de comensales, cosa que me sorprende, habiendo tantos muchachos por los alrededores, nosotros no reparábamos en perros ni alambradas e íbamos por las frutas. Así como en este viaje de la memoria voy por mis frutas olvidadas en el mercado.

 Cuando llegué allá, me dijo la anciana que me había vendido los “chiros”: “Yo se los guardé, pensé que no iba a venir por ellos.” Le agradecí, y le dije que de alguna manera me alegraba de ello, porque me había visto obligado a hacer “el viaje por mis chiros.” que decidí convertir en un recorrido nostálgico lleno de recuerdos por las calles que tantas veces he caminado.

***

John Montilla (9-VII-2024)

Relatos de mis memorias

Imagen: Leonardo AI generated

historias: jmontideas.blogspot.com

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