sábado, 7 de septiembre de 2024

MOCOA NUESTRO MACONDO

Por. John Montilla

“Que el reloj de la torre no diera las doce a las doce sino a las dos para que la vida pareciera más larga.” Gabo (El otoño del patriarca)

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Muchos años después frente a la pantalla de un computador habría de recordar el remoto día en que a un presidente de la república le dio por adelantar la hora en los relojes como una medida para aprovechar la luz del sol y así enfrentar la sequía que sufría el país; y a pesar de esta medida draconiana nos agarró un apagón histórico cuando los embalses de las hidroeléctricas se quedaron sin agua.

Por aquellas épocas de oscuridad, fruto del apagón, volvimos a los tiempos provincianos en que las ciudades volvieron a ser como aldeas de antaño en que la gente echó mano de la leña y las hornillas de los abuelos para preparar los alimentos. Se disparó el uso masivo de velas, pilas, linternas, fósforos y juegos de mesa. El televisor se llenó de polvo en un rincón y el radio volvió a ser el centro de la casa. Los niños salían prácticamente dormidos en la madrugada para la escuela y las gallinas se volvieron locas por no saber a qué horas era que tenían que irse a dormir.

La paranoia de la imperiosa necesidad de ahorrar agua, llevó a que en algunas zonas se amenace con hasta seis años de cárcel por desperdiciar el preciado líquido. Y así como otro caricaturesco presidente durante la pandemia del Covid 19 creo su propio y hartísimo programa de televisión -cuyo nombre ya nadie recuerda, pero que debió llamarse “apague y vámonos”-, para contarle y atemorizar al pueblo encerrado en su casa, el número de muertos diarios y otras cosas irrelevantes, así mismo se crearon espacios en los medios durante la “peste de la oscuridad” para invitar a la gente a “cerrar la llave" al tiempo que día a día se ponían a hacer las desquiciadas cuentas de cuantos litros de agua se gastaban al soltar el inodoro, cepillarse los dientes, bañar al niño o al perro, a la vez que te decían los mil beneficios de bañarse en pareja y por supuesto te repetían que no tenías ni que pensar en lavar el carro porque podías terminar encanado.

Por eso, no nos sorprende que años después otro presidente ante una inminente repetición de un evento de esos, declaré día cívico precisamente en la fecha de su cumpleaños, con el argumento de ahorrar energía y que la gente de las ciudades se vaya de puente a lavar “la cola” a donde haya más agua. Por supuesto sus detractores ante esto lo acusaron de dictadorzuelo que quiere manipular el tiempo divino y humano a su acomodo. El nieto de otro no muy santo expresidente incluso lo tildó de “matón de barrio” por querer implementar este feriado inesperado. El alcalde capitalino, aunque tampoco es santo de devoción del actual mandatario al menos está de acuerdo en que hay que ahorrar el líquido, y propone entre otras sabias soluciones no bañarse los fines de semana, y repite la sugerencia de otrora, de bañarse en pareja, hecho que alguien cuestionó con el argumento de que esta medida “acarreaba el uso de más agua”, ante lo cual el burgomaestre había respondido en tono satírico que el consejo “era sólo bañarse.”

El caso es que en este ambiente de luces y sombras coincidió el décimo aniversario de la partida de Gabriel García Márquez, creador de la mítica “Cien Años de Soledad”, con la conmemoración del centenario de otra ilustre joya de la literatura colombiana: “La Vorágine” de José Eustasio Rivera. Fecha memorable por la que en Mocoa - que en cierta forma es un anagrama de la palabra Macondo - se realizó un evento sinigual para celebrar la efeméride de esta obra que entre otras temáticas abarca la depredación de la Amazonía, el presidente cumpleañero así lo acaba de sentenciar: “Si no hay selva, no hay agua en Bogotá:”

Alguien reseñó la celebración así: “…por esas calles de Mocoa … ha pasado una avalancha de vida, celebrando ese libro, una invención del espíritu que logra después de tantos años conmover …, hasta tal punto que los niños y niñas hicieron obras de teatro en sus colegios y salieron con comparsas alusivas, recitaron apartes de la obra y cantaron en las tarimas. Los artistas recrearon algunos pasajes, los escritores hablaron de su vigencia, y llegaron grupos de gran calidad en teatro y música desde Bogotá, y hubo danza de los pueblos originarios, cine de los jóvenes creadores, poesía y música, incluso vino el ministro de Cultura y las autoridades regionales por primera vez le dieron a la literatura y al arte la importancia que merecen.”

Por supuesto no podía faltar el toque macondiano de esta celebración: el gobernante local enarbolando una gran bandera territorial hizo repetir como una docena de veces un tema regional mientras bailaba en la calle; y estaba en esas cuando se le unió una morena, de quien dicen que le falta un tornillo y los calzones; quien en repetidas ocasiones ha hecho demostraciones impertinentes de eso; como la vez que en la catedral principal llena de niños subió al púlpito e hizo un “show” de exhibicionismo ante la cara de estupor de monjas y profesoras y el desconcierto de los chiquillos.

Ese día del baile tampoco se había puesto calzones, y al hacer pases de cumbia levantaba de un tirón su holgada bata y dejaba ver la prominencia de sus negras nalgas al tiempo que sacudía sus tetas tan grandes como las papayas con las que ella hace picadillo para vender jugo con hielo en alguna de las esquinas del pueblo, mientras el mandatario seguía jugando con su bandera ajeno a la inoportuna pareja que se le había colado en el baile.

Esa noche de la conmemoración de La Vorágine un artista decidió pintar en vivo una obra surrealista en la que se veían a un grupo de indios del amazonas bajo una lluvia de látex líquido, el terrible cuadro de la tortura de los pueblos nativos durante la fiebre del caucho fue quizás la imagen con la que muchos nos acostamos ese día.

Y aquí viene el punto central macondiano de este discurso, pues el día del controvertido día cívico se destapó en Mocoa un tremendo aguacero en horas de la madrugada y más de uno nos acordamos de la madre de aquellos que se opusieron a que el país tuviera ese día libre porque nos tocaba dejar la comodidad de la cama para ir a enfrentar la lluvia. Y fue entonces cuando me asomé a la ventana que me percaté que no estaba cayendo agua sino que caía leche a raudales, los tejados de las casas antes negros ahora se veían blanquear con las gruesas gotas que los salpicaban, por la calle bajaban arroyos blancos, a una dama le clareaba su negra sombrilla y un borracho trasnochado feliz abría los brazos y la boca para tomar hasta hartarse del líquido que como maná le llegaba del cielo; de repente lo veo escupir y luego agarrarse desesperado de un poste para vomitar con convulsiones de agonía todo lo que se había tragado. Entonces en mi mente se hizo la luz y me dije que la pintura del artista había sido como una premonición que nos traía el recuerdo del olvidado genocidio de nuestros nativos y que lo que caía del cielo no era leche sino el maldito látex que sirvió de pretexto para casi exterminarlos y que Colombia hacía bien en conmemorar La Vorágine porque las extirpes masacradas si tenían derecho a una segunda oportunidad sobre esta tierra.

Con esta contundente conclusión pegué un salto por la impresión; y entonces me di cuenta que arrullado por la lluvia me había dormido, y que la pesadilla sufrida me recordaba que ya iba tarde para el trabajo en el día feriado que no fue.

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John Montilla (20 -IV-2024)

Fotografía: Montaje sobre una pintura del profesor de Artes:

Jorge Eduardo Arévalo Rodríguez

jmontideas.blogspot.com

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