Por: John Montilla
Sentado en un trajinado sofá vi como los primeros fuegos
artificiales de la noche explotaban en el aire.
El resplandor levemente iluminaba el oscuro patio.
No había nadie a esa hora en el hospedaje en el que estaba
alojado.
Todos los clientes se habían ido ese día.
La gente quiere recibir el año nuevo junto a los suyos.
El administrador de la residencia se había ido a dormir,
tan sólo las sombras de las plantas y flores del patio me
acompañaban.
Después de unos segundos los fuegos artificiales estallaban
de manera sincrónica.
Era la medianoche del 31 de diciembre.
Lejos de casa.
Llegaba el año nuevo.
El cielo ante mi vista se cubrió de colores fugaces,
y la ciudad se llenó de ruido por el estallido de la pólvora.
El ruido contrastaba brutalmente con el silencio del patio.
Con melancolía pensaba en mi casa, familia y amigos.
Primera vez que nos agarraba un año nuevo sin estar
completos.
Primera vez que faltaba mi padre al inicio de un año.
Y mi madre estaba recluida en una clínica en compañía de
una de mis hermanas a una distancia cercana.
Decidí no ir hasta allá, no me habrían permitido ingresar a
esa hora.
Me conformé pensando en que quizás estarían dormidas,
además, habría sido un momento muy triste que preferí
posponer para la mañana siguiente.
Intenté llamar y escribir mensajes, pero fue inútil el
sistema había colapsado.
Sabía que en casa también se sentiría el vacío de las
ausencias.
Sin ninguna autorización me dirigí a la nevera que había
junto al mostrador, la abrí y agarré una cerveza de las pocas que allí había.
En la soledad del patio la fui tomando con nostalgia sorbo
a sorbo.
Pensé, pensé mucho en años pasados cuando estábamos
completos en familia.
Confirmé que esas cosas no tenían precio.
No pude evitar unas lágrimas que se fugaron por la senda de
los recuerdos.
Entonces me percaté que el administrador se había
levantado, se veía ojeroso y somnoliento.
Le dije que me dio pena despertarlo por una cerveza.
El simplemente dijo: “No hay problema, mañana cuadramos
eso.”
Le invité a tomar algo.
El aceptó.
Entonces le conté lo que aquí acabo de narrar.
Entré los dos nos tomamos la única media docena de cervezas
que había en la nevera.
Luego él se fue a dormir.
En la distancia se escuchaban los rezagados estallidos de
la pólvora de la noche.
El sonido de la fiesta distante llegaba tenuemente.
Mientras en el viejo sofá en penumbra,
yo anotaba estos apuntes.
***
John Montilla (Neiva 1 -enero-2024)
Relatos de mis memorias.
Fotomontaje con imágenes tomadas de internet
Historias: jmontideas.blogspot.com
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