CUAO
Por. John Montilla
La
lluviosa noche del 31 de marzo de 2017, los Patrulleros de la Policía Nacional,
Desiderio Ospina y Gerardo Cuao se dispusieron a iniciar su turno de servicio
como veedores de los derechos y libertades de los menores del Municipio de
Mocoa, Putumayo, sin sospechar que habrían de enfrentarse a una de las jornadas
más tenebrosas de sus vidas.
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Sus
complicaciones, empezaron pasadas las once de la noche, cuando comenzaron a
verse las emergencias producto del
desbordamiento de casi todas las corrientes
de agua que circundan al municipio de Mocoa. Una de las primeras misiones que
cumplieron fue acudir al llamado de auxilio
de una anciana que les pidió ayuda porque no podía abrir las puertas de
su casa; los nervios le habían hecho perder las llaves, y dentro de la vivienda
se encontraba otra abuela y un niño, quienes aterrados estaban tratando de
salir, pero los candados y las aguas incontenibles los tenían atrapados. Ante
esto los patrulleros Cuao y Ospina sacaron a relucir su pericia aprendida en el
entrenamiento policial y mediante rápidas y eficaces maniobras lograron poner a salvo a aquellas personas. Para
hombres como ellos acostumbrados a situaciones extremas el asunto parecía cosa
manejable,
nunca llegaron a imaginar que el horror de esa noche sería muy superior a sus fuerzas.
nunca llegaron a imaginar que el horror de esa noche sería muy superior a sus fuerzas.
Momentos
más tarde los dos patrulleros, junto a voluntarios de la comunidad auxiliaron a
otras personas que se encontraban en situación de riesgo. En esa nefasta noche lograron rescatar a una familia;
ante cuyo gesto heroico salió una mujer bañada en lágrimas, temblando de frio y
miedo, y quien a modo de
gratificación les dio sendos abrazos,
al tiempo que los comparaba con ángeles guardianes de su familia, y luego con
una bendición se despidió de ellos, sin
saber que con ese abrazo a Desiderio Ospina, se llevaba el penúltimo abrazo que
él recibiría en su vida.
El
patrullero Gerardo Cuao referiría luego, así los hechos: “Con aquel amigo de trabajo, aquel hombre niño que sin pensarlo
dos veces me animaba a seguir ayudando a las personas que nos necesitaban.
Caminamos unos pasos hacia una quebrada que corre junto al
barrio El Carmen; la corriente se veía crecida pero sin la apariencia de representar
mayor riesgo, pero no dejó de inquietarme, sentía que algo no era normal, que algo
estaba por fuera de su estado rutinario, deduje que era necesario adentrarnos más en el sector y pedirle a la gente que evacue la zona aledaña al cauce; y de súbito en el preciso instante que nos
embarcamos de nuevo en nuestro vehículo policial un
tumulto de agua impactó la camioneta y empezó a empujarnos en forma intempestiva, el torrente nos arrastraba con una fuerza descomunal, y sin dar
tiempo a ninguna maniobra para evitarlo; estábamos a merced de la furia de la
naturaleza.”
“La
brutal fuerza del agua descontrolada que venía acompañada de un ruido atronador
nos había atrapado dentro del carro y no nos dio tiempo de hacer absolutamente
nada. Fue un instante irreal, un instante de
segundos en los cronómetros, pero
de siglos en nuestras vidas. Fue un
instante vital en el cual con Desiderio nos animábamos para darnos una
oportunidad en medio de la ferocidad de la naturaleza; Un instante eterno el
que nuestras miradas no pudieron conectarse por las violentas sacudidas del carro,
pero la adrenalina de nuestro cuerpo y
el espíritu de supervivencia sólo apuntaron a que espontáneamente nos
abrazáramos para darnos fortaleza, mientras el ataque de la avalancha nos impactaba
con toda su intensidad; el vehículo se convirtió en parte del marasmo de lodo,
piedras, agua, y todo aquello que previamente había demolido en su camino de
muerte y destrucción. Estábamos dentro del incontrolable torrente, viviéndolo, sufriéndolo,
siendo parte del caos. En otro fugaz instante, alcancé a pensar con desespero
en cuál sería nuestra oportunidad frente al cataclismo desatado y solo pude exclamar: ¡Dios mío ayúdanos!
, mientras apretaba con todas mis fuerzas a mi compañero de infortunio.”
“Aquel
abrazo a mi amigo Desiderio se convirtió en el último de su vida. Vagamente
recuerdo que un madero impactó la cabina del vehículo con tal fuerza que la
dividió en dos y desde ese momento perdí
contacto con mi compañero que ocupaba el puesto del conductor. Los bruscos
movimientos y las vueltas sobre un eje sin punto fijo dejó el vehículo
totalmente destruido; las piedras y los objetos golpeaban y dejaban sus marcas
en las latas y el chasis. Yo aún abrazaba la esperanza de sobrevivir.”
“Creo que el carro hizo un largo recorrido desde el punto donde
nos embistió el torrente, hasta el lugar en que finalmente fue a parar. Quizá cerca de medio
kilometro. Y de pronto, casi que con la misma rapidez con
que empezó a ser arrasado el vehículo,
todo quedó abruptamente quieto. Nuevamente sentí la irrealidad dentro de la
realidad: había sobrevivido al embate de una cólera natural irracional, inmisericorde
y desmedida.”
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“Agotado,
impregnado de barro de pies a cabeza, con frio y encerrado en los latones
arrugados del vehículo, y en un estado de estrés extremo le gritaba a mi amigo
Desiderio que no me abandonara, que íbamos a salir juntos de la situación en la
que estábamos, pero al no recibir respuesta pensé que estaba afuera inconsciente y entonces entendí con mayor
razón que debía afrontar con valentía el tormento de las heladas aguas y la incertidumbre de no
saber el estado de mi compañero de patrullaje. Haciendo uso de mis conocimientos
en técnicas de supervivencia, respire profundamente y traté de adoptar una
posición más cómoda en el asiento del vehículo para evaluar mi situación; calculé
que serían tal vez más de las doce y media de la madrugada y a punto de la
hipotermia, comencé a perder la fe, pensé que ya no tenía más opción que
resignarme a una suerte fatal, por primera vez asumí la posibilidad de mi
muerte y eso me hizo evocar a mi madre, mis hermanos, mis amigos, mi vida; pero
sobretodo no dejaba de pensar en mi compañero Desiderio.”
“La
lluvia seguía cayendo tenuemente, convirtiendo el frio en un tormento
insoportable, tiritando comencé a hacer un chequeo de mi cuerpo en la oscuridad,
tenía las piernas separadas y con el muslo izquierdo creí tocar a Desiderio y nuevamente le dije en voz
alta que no me dejase solo, lo animaba a seguir luchando por vivir, mis manos
estaban libres y entonces recordé que tenía en mi cintura un radio de
comunicaciones, lo tome con ansiedad, estaba empapado y lleno de lodo, pensé
casi de inmediato en descartarlo pues al
tratarse de un elemento tecnológico, lo más probable fuera que estuviera
averiado, eso me desesperó aún más; ya empezaba a sentir que mi cuerpo se
adormecía y un cansancio extraño que me obligaba a no seguir luchando.”
“Sin
embargo, decidí intentarlo, encendí el radio y comencé a modular mi voz de
auxilio: ¡ De milagro el aparato aún funcionaba ! Tardó un momento eterno hasta
que la central de comunicaciones respondió a mi llamado y fue en ese preciso
momento que le di rienda suelta a todas mis emociones y lloré, lloré por mi
situación, lloré por Desiderio, lloré por sentir el calor humano de mis
compañeros. Sentí la ansiedad de la voz del señor Capitán Ocampo que respondía
a mi súplica de socorro. Sentí como mi sufrimiento se transmitía por ese aparato
de comunicación. Sentí como cada uno de los policías que me escuchaban me
animaban a sobrevivir y súbitamente creí que de verdad algún ángel celestial compadecido
ante tanto sufrimiento que supuse solo mío, tenía la orden sagrada de protegerme y me sentí rodeado de una burbuja celestial
que tiempo después otras personas también aseguraron haber experimentado.”
El
Capitán Ocampo, policía experimentado y sobreviviente de circunstancias similares,
cerró los ojos y recordando sus vivencias, empuñó sus manos y con voz firme
preguntó por el radio de comunicaciones que quien solicitaba ayuda y el
patrullero Gerardo Cuao contestó en clave policial que se trataba de él y su
compañero Desiderio Ospina. De inmediato el Capitán Ocampo ordenó a sus
subalternos que había que ubicarlo y rescatarlo como fuera y al precio que
fuese; el capitán se vio reflejado en
Cuao, y recordó como él alguna vez, también estuvo a la merced de la valentía
de otros; por eso en una operación diligente y
segura lograron
ubicar a Cuao, casi medio kilómetro distante del punto donde la furia del agua
arrasó el vehículo en una forma tal que
parecía imposible que alguien pudiese estar ileso dentro del mismo.
Pero,
lo imposible sucedió y entre un montón de hierro y latas retorcidas el
patrullero Cuao había sobrevivido. Desesperado por la angustia de una posible arremetida de una nueva avalancha, Cuao había comenzado
a gritar para que sus compañeros lo ubicaran, él sacaba el radio por una grieta
del vehículo destruido para que en la negrura de la helada madrugada lo
ubicaran, ahora estaba dispuesto a luchar nuevamente por su vida y le decía a
Desiderio (aún pensaba que estaba a su lado) que los habían ubicado que todo
era cuestión de tiempo.
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Para
llegar al lugar donde se encontraba Cuao, tardaron más de media hora, pues
tenían que ser muy cuidadosos con cada paso que daban en medio de ese caos que
se había formado en la oscuridad; esa circunstancia de cautela permitió que se
diera otro milagro, ya que uno de los policías que iba al rescate de Cuao,
halló vivo a un niño de de dos años de edad en medio del fango y escombros. El
menor fue llevado de urgencia al hospital local. El sufrimiento de Cuao dentro del automóvil que fue ubicado en una semi-isla a unos pocos
metros del rio Mocoa, había servido para
que sus compañeros salvaran una vida más.
Luego,
tras cuatro horas de continuo y arduo trabajo en equipo, el Capitán Ocampo y
otros voluntarios lograron liberar al
Patrullero Cuao del cautiverio de las latas nauseabundas de lodo y agua. Con
asombro comprobaron que estaba casi ileso, pero aún no muy consciente de la
magnitud de los hechos, ya que en medio de su drama, Cuao seguía asegurando que
su compañero Desiderio estaba en su puesto de conductor, a lo que sus
rescatistas respondían con un silencio doloroso que se mezclaba con la negrura y el frío de esa triste madrugada para Mocoa.
Mientras
era llevado al centro hospitalario un rescatista de los bomberos voluntarios le
decía a Cuao que no se durmiera, temía que algún golpe o la hipotermia afectara
su integridad física y mental, le preguntaba por su familia, por su novia, por
su mamá, por su profesión a lo cual Cuao respondía en forma acertada y precisa.
Cuao no se alcanzó nunca a imaginar que en el hospital se encontraría de frente
con una realidad de una tragedia de proporciones dantescas: Vio a tantas
personas heridas, niños, niñas, jóvenes, mujeres, adultos, ancianos, que se negó a ser atendido
por dos enfermeras, pues insistió que debían ocuparse de aquellos que a su
parecer necesitaban más ayuda. Había tantas lágrimas que fácilmente pudieron
inundar nuevamente Mocoa.
El
patrullero Cuao anota esto después de su odisea: “Luego de pasar unos días en mi hogar y llegar
nuevamente a Mocoa a pesar de las súplicas de mi madre para que no lo hiciera, cuando
relato mí historia aún los más escépticos no se explican cómo logré sobrevivir a
pesar de que el vehículo fue arrastrado casi medio kilómetro y quedar totalmente destruido por el torrente.”
"Por
eso sigo apegado a mi creencia de que fue la voluntad de Dios por la cual pude
salir ileso; en la negrura de la madrugada, todos estaban cubiertos de barro como si la naturaleza nos recordara
nuestra igualdad y el origen de nuestra existencia a partir de un soplo divino
a ese material. Entonces recuerdo con nostalgia la
frase de mi compañero Desiderio, ya que al enterarme de su deceso comprendí
claramente que hablaba en forma clarividente: Él regresaba a las filas
celestiales habiendo cumplido a cabalidad con su deber de proteger vidas,
incluso cuando eso representó perder la
propia. Cierro mis ojos y al instante rememoró sus palabras: “Aún hay personas
que nos necesitan, vamos a tenderles nuestras manos.”
"A mi no me dejó sus manos, a mí me dejó un abrazo marcado para el resto de mi vida."
"A mi no me dejó sus manos, a mí me dejó un abrazo marcado para el resto de mi vida."
(Cuao- 2017)
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Redacción: John Montilla. Licenciado
en Lenguas Modernas,
Esp. Procesos Lectoescritores.
Recopilación: Jesus Ernesto
Anacona Delgado. Intendente (Policía Putumayo)
Fotografía 1 : John Montilla
Fotografía 2 y 3: Deiber Trujillo .
Subintendente (Policía Putumayo)
Fotografía 4 : Caracol.com /
Policía del Tolima.
jmontideas.blogspot.com (Derechos reservados)
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los heroes si existen,,,
ResponderEliminarNuestros heroes sin capa. Dios lo tenga en su gloria.
ResponderEliminarMi mas sentido pésame por la muerte de su compañero y también mil agradecimientos por su labor de haber rescatado a las personas esa noche, Dios lo Bendiga y bienvenido a mi pueblo Mocoa que ahora es su pueblo también....gracias por brindar sus vidas por las vidas de la gente de mi región.
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