Por: John Montilla
Estaba cayendo la tarde de un plácido viernes, y *Esteban*
se desplazaba en su moto a una velocidad prudente debido al gran número de
vehículos pesados que transitaban por la
vía; y al pasar por una zona de bastantes curvas el tráfico se hizo más lento;
por tal razón el motociclista marchaba detrás de esas aparatosas tractomulas con mayor
precaución ante la imposibilidad de adelantar; cuando de pronto surgió como de
la nada una motocicleta negra de alto cilindraje, y entonces en cuestión de
segundos la tarde se puso gris para el protagonista de nuestro relato.
En la motocicleta fantasma viajaban dos ocupantes que
portaban chaquetas oscuras con su respectivos
cascos; de repente de una rápida maniobra se colocaron al mismo nivel de Esteban y
lo arrinconaron contra un extremo de la vía; al tiempo que el
parrillero lo encañonaba con un arma de
fuego, se subió de un salto en la parte trasera de la moto de la víctima y le
ordenaron seguir la marcha como si nada
estuviera sucediendo.
En un primer momento nuestro personaje sintió mucha zozobra
ante la crítica situación en la que el destino lo había puesto, pero
rápidamente recobró un poco su
tranquilidad. (En fracciones de segundo recordó que muchas de las cosas
trascendentales de su vida las había hecho solo y esta era una de las más difíciles
pruebas a las que se había enfrentado y
las posibilidades de salir bien librado dependían exclusivamente de lo que él
de forma inteligente lograra hacer.) Por eso, pese a sentir un aliento caliente
y desagradable en su nuca, lo primero que les pidió fue que se llevaran todo lo
que tenía, pero que no le fueran a hacer ningún daño, pero los insultos y
amenazas de una voz áspera le ordenaron callarse y seguir conduciendo.
Pero pese al fracaso de su primer intento, y mientras viajaba con el delincuente a sus
espaldas apretándole las costillas con una pistola, mentalmente se repitió a si mismo que la
mejor forma para poder salir de allí ileso, era tratar de mantener al máximo la
calma; empezando que no sabía aún el porqué de esa situación contra él. A Esteban
se le agolpaban en la cabeza las razones que tendrían los delincuentes para
asaltarlo, en un primer momento guardó cierta esperanza al pensar que si
hubiera sido para matarlo ya lo hubieran hecho; así que pensó también en un secuestro, y por ultimo concluyó que necesariamente sería
un atraco para robarlo.
Su mente estaba hecho un caos con todo lo que se
imaginaba, Y en ese bullir de ideas recordó con indignación que su motocicleta
era nueva, no hacía mucho la había sacado del almacén y aún no había terminado de pagarla. De ahí que
por un instante al ver por donde
transitaba -había viajado muchas veces por esa vía- pensó en acelerar la moto y
tirarse barranco abajo junto con su indeseable pasajero, o chocar adrede con
algunos de los vehículos que pasaban. Pero, al pensar que podría ser asesinado
en el intento o lo que es más quedar malherido o inválido, le hizo descartar
esas desesperadas ideas.
Minutos después sin que ninguno de los conductores y viajeros que pasaban por la carretera se
percataran de su situación, llegaron a un desvío y lo obligaron a dirigirse por
allí. Luego en un paraje solitario siempre bajo la amenaza del arma y los
insultos lo bajaron de la moto y lo obligaron a
caminar monte adentro, donde le ataron las manos con cable plástico y
luego de rodillas lo amarraron al tronco de un árbol. Esteban por precaución
intento no mirar a los hombres en ningún momento a la cara.
Las primeras sombras de la tarde caían y ahora
completamente a merced de los delincuentes lo primero que le robaron fue el
celular, el dinero que portaba en la billetera; uno de ellos le había
preguntado por el precio de su reloj, y él les mintió que apenas había pagado
quince mil pesos, pero aun así decidieron quitárselo. Después con amargura
recordó que había dejado las llaves en
el vehículo, lo cual facilitó que minutos más tarde uno de los delincuentes se
marchara llevándose su motocicleta, dejándole la propia a su cómplice que se
quedó a cargo de la víctima de su delito.
Mientras Esteban seguía amarrado al árbol; por un
momento, pese a lo crítico de su situación celebró un par de pequeños puntos a
su favor, en primer lugar cuando lo estaban atando había tenido la precaución
de tensar un poco las manos haciendo puños firmes, con lo cual había logrado
que en cierta medida le diera un poco de movilidad a sus dedos y gracias a ello
había logrado salvar su anillo de oro, el cual de manera muy disimulada había
desprendido de su dedo y de igual forma había enterrado entre la hojarasca y la
tierra, aunque no sabía, si tendría la oportunidad de poder recuperarlo, por
ahora la prioridad era tratar de salvar su vida y con ese propósito estaba
luchando para intentar liberar sus manos de la tensas ligas plásticas que lo ataban.
Aprovechando las primeras sombras de oscuridad Esteban
forcejeaba con las ataduras, él cuenta: “Intenté soltarme, pero vi que la
correa más se apretaba.” Pero tanto insistir y con el sudor frío que le bañaba
el cuerpo el plástico se hizo resbaloso y después de unos minutos eternos logró
zafarse una mano; todo esto ocurría dice Esteban: “Mientras el man me estaba vigilando. Me hacía
preguntas y yo en medio de esas preguntas le rogaba que no me vaya a hacer
nada.” Hasta que el cautivo logró liberarse, él relata: “Pero no me solté de
una. Hice como si siguiera amarrado.” “Porque si el man me veía, me daba temor
que me pegara un tiro.” El drama de Esteban
iba llegando a su punto cumbre, el tiempo se agotaba y había que dar el
paso decisivo.
El timbre del celular del delincuente fue como la campana
que anunciara el asalto final y el prisionero pudo escuchar que el bandido
recibía una información confirmando algo y entonces dice Esteban: “En ese
momento me dio miedo, miré que el hombre
estaba distraído hablando y de un salto me puse de pie, eché a correr, y sin pensarlo dos veces me tiré por un barranco
que había a mis espaldas y mientras caía en la maleza, pensé que me iba a
disparar, pero no lo hizo, el hombre se asomó con el arma en la mano hasta el
borde, yo me escondí, y luego rápidamente el tipo dio media vuelta y se fue a
toda velocidad en la motocicleta de su cómplice.” Con lágrimas
por toda la emoción contenida Esteban se escabulló en los montes, buscando la
forma de llegar a un lugar seguro para salir a contar su historia.
Al otro día Esteban regresó bien acompañado hasta el
lugar de los hechos para recuperar su anillo, y al mismo tiempo enterrar de
forma simbólica las dudas e inquietudes sobre este escabroso asunto, pero
sobretodo buscaba enterrar para siempre la desagradable experiencia de haber
tenido como pasajero a un demonio, que quizás aun debe andar rodando por las
carreteras del Putumayo - Colombia.
John Montilla
Esp. Procesos lecto-escritores
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