Por: John Montilla
Hace muchos años, a la salida de la escuela, vi en una
esquina a un montón de chiquillos apretujados y extasiados frente a la ventana
lateral de una casa. La curiosidad me llevó hasta allí y, a empujones, me abrí
paso para tratar de enterarme de lo que pasaba.
Y entonces, por primera vez en la vida, la cosa más
sorprendente y mágica apareció ante mis ojos. Había una especie de caja
brillante, sostenida por unas patas de madera, y dentro de ella las imágenes
cobraban vida. Me quedé sorprendido, callado, al igual que el resto de
muchachos que, a codazos silenciosos, trataban de acomodarse lo mejor posible
para tener la mejor vista, sin romper el hechizo que nos tenía cautivados. Ese
día descubrí la televisión.
Mi mente de niño no alcanzaba en ese instante a digerir
algo de lo que nunca me habían contado. Se me quedó grabada para siempre esa
primera escena de una película de vaqueros: una diligencia con sus caballos al
galope, desbocados, iba sin control entre unos riscos y, de repente, un
personaje enmascarado, trepado en un árbol, saltó sobre ella justo cuando pasó
por debajo. Como pudo cayó sobre el techo del carruaje, con gran riesgo se
acomodó en el pescante, agarró las riendas de las bestias descontroladas y
finalmente salvó a los pasajeros. Un héroe. Desde entonces amé al Llanero
Solitario.
Por supuesto, en los días siguientes uno esperaba con
ansias la salida de la escuela para ir a colgarse de la ventana mágica. La puja
por conseguir un lugar entre tanta competencia era feroz. Aún hoy siento
gratitud por los dueños, que nunca cerraron la ventana y nos permitían observar
desde allí. Me pregunto cuántos de ustedes tuvieron que colgarse de una ventana
para poder ver televisión.
Algunos tuvimos luego que pagar, comprar algo o hacer algún
favor para que en otras casas nos dejaran ver televisión; y, por supuesto,
quizás algunos recuerden con pesar que les cerraban las ventanas en las
narices. De una publicación reciente, acompañada por una imagen muy similar a
lo que acabo de describir, tomé estos fragmentos:
– “En la casa de don Jesús León veíamos tele por debajo de
la puerta hace más de 50 años.”
– “Se pagaba veinte centavos o se compraba un helado por
ver televisión.”
– “Nosotros no pagábamos nada, pero cuando ya no querían
que viéramos más, nos apagaban el televisor.”
– “Me tocaba lavar las cocheras del vecino apenas tenía 7
años.”
– “Me tocaba pagar 10 centavos y si me salía, me tocaba
volver a pagar.”
Hace unos pocos años, un primero de enero, un buen amigo
fue a buscarme a la casa para invitarme a tomar una cerveza. Fuimos a parar a
la tienda que queda frente a la escuela donde estudié mi primaria. Entonces
recordé esta historia, le pedí que me esperara un momento y fui a tomar la foto
de la ventana mágica donde descubrí por primera vez la televisión. Me pareció
que en ese espacio el tiempo se había detenido para siempre.
***
John Montilla (17-XII-2025)
Relatos de mis memorias
jmontideas.blogspot.com


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