Por. John Montilla
“Churumbelo nublado, Mocoa mojado”
Muchos años después frente al
parque General Santander trataría de recordar la primera vez que mis padres me
llevaron a curiosear en las ferias ambulantes. Mocoa era entonces un pueblo
emergente de casas de barro coloniales y las más recientes ya se estaban
construyendo con ladrillos de cemento. El pueblo estaba ubicado a orillas de
varios ríos de corrientes claras que corrían por lechos de piedras limpias y
grandes como monstruos antediluvianos que dormían adormecidos por el arrullo de
las aguas.
Todos los años por los meses de
abril y mayo, un grupo de vendedores ambulantes armaba sus casetas con maderos,
plásticos y techos de lata en el parque y con tremenda algarabía de flautas,
quenas y tambores artesanales ante la curiosidad de propios y extraños
comenzaba a desempacar su mercancía y daban a conocer las más recientes
chucherías que traían para cada ocasión:
Hacían grandilocuentes demostraciones con los más novedosos cacharros o
artilugios que sacaban de sus cajas y costales; como el sorprendente aparato
que alguna vez llevaron y que servía para
pelar y hacer papitas en diversas y atractivas formas. También solían mostrar
mágicos quitamanchas que funcionaban a la perfección en las manos de los
vendedores, pero eran inútiles ya en casa. Se exhibía incontable cantidad de
bisutería: como aretes, anillos, candongas, collares, pulseras, y se vendía
música en los “casettes” de antaño y por supuesto no podían faltar las
golosinas y las infaltables obleas untadas de arequipe. La clientela solía
acercarse de forma medrosa pero expectante a las casetas de venta de productos creados
para conseguir o atrapar al amor de la vida como el “quereme”, “el atrapamozas” “el amansa suegras” y los
productos afrodisiacos, junto a los exóticos
libros de magia de todos los colores: blanca, negra, verde y roja. Y
como gancho especial, estaba la venta de “regalos sorpresa”, que no era otra
cosa, que la venta disimulada de baratijas que se compraban a ciegas, a veces
con tan mala suerte que los vendedores se habían olvidado ponerle algo adentro
de la bolsita de papel.
Pero hay un producto que nadie
anunciaba pero que según el folclor popular desde la primera fecha que
comenzaron a llegar al pueblo, también esto llegaba con ellos: La lluvia.
Por irónica casualidad, cada vez
que las ferias llegan, llueve en el pueblo. Por eso es muy común, que siempre
que la gente vea a los vendedores ambulantes dando los primeros martillazos
para armar sus casetas, que se comiencen a hacer vaticinios de invierno.
Por esas cosas azarosas de la
vida, el día que ocurrió el desastre de la avalancha en Mocoa, las casetas de
las ferias, estaban no el parque, sino junto a uno de los coliseos. Los
testigos dicen que ellos también fueron afectados con la inundación; quienes ante
la magnitud del desastre no tuvieron más remedio que recoger sus bártulos e
irse a buscar mejor fortuna en otros lados.
Pero hubo uno de ellos que no se
fue, es más se quedó mucho más tiempo del que seguro él tenía presupuestado:
fue el vendedor de utensilios de cocina y recipientes para almacenar agua.
Todos sus baldes, potes, tarros, tanques, bidones, jarras, cacerolas, termos,
ollas, cazuelas, pailas, calderos, fueron de las cosas que más se buscaban y se
vendían. En los primeros días pasado el desastre la gente le hacía cola para
adquirir sus productos, porque se los necesitaba con urgencia y la mayoría de
almacenes locales estaban cerrados, ya sea por temor a los saqueos o porque sus
dueños andaban heridos, de luto o buscando a sus muertos. Total, el vendedor de
cacharros con en ese trágico amanecer de abril, “hizo su agosto”. El diluvio
que nos cayó encima y que nos quitó a tanta gente a él le sirvió para ganarse
la vida.
Por supuesto nadie le echó la
culpa del desastre a ellos. La gravedad de la situación dejó a un lado el
folclor popular. Aunque a ratos me pongo a pensar, no será que de esas bolsitas
de “regalos sorpresa” vacías se escapan las nubes que mágicamente anuncian
siempre su llegada.
Bienvenidas siempre las ferias,
bienvenida siempre la lluvia.
John Montilla (24-V-2024)
Relatos de mis memorias.
Fotomontaje: Imágenes tomadas de
internet
Historias:
jmontideas.blogspot.com
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