(Crónicas de Mocoa)
Por. John Montilla
“Por qué cantáis la rosa,
¡oh poetas! Hacedla florecer en el poema”. (Vicente
Huidobro)
Después de que ocurrió la tragedia de Mocoa, afloraron
muchas historias de todo tipo: De héroes anónimos, de héroes visibles, de rescates
y episodios de supervivencia increíbles, por supuesto innumerables capítulos de
dolor y por paradójico que parezca hasta algunos hechos tragicómicos, y junto a
lo anterior salieron a flote historias que rayan en lo sobrenatural, lo épico,
lo inverosímil y lo místico. Algunas de esas cosas ya forman parte de las
leyendas que quedaron después de la noche más triste de nuestro pueblo. Una de
esas historias de personajes anónimos que agarré al vuelo por ahí, es la que voy
a narrar aquí.
La doña milagrosamente había sobrevivido a la catástrofe,
pero por desgracia había perdido a su hija. Como la tragedia sucedió en marzo,
cuando llegó mayo, mes consagrado a las madres; el dolor de la perdida volvió a
abrir la herida del recuerdo. Y como al parecer nunca pudieron encontrar el
cuerpo de su ser querido, el único consuelo que le quedó a la desconsolada
señora fue ir a visitar las ruinas de lo que alguna vez fue la casa donde vivió
su hija.
Se fue sola una mañana de un domingo radiante, llevando una
sombrilla para protegerse del sol de ese día. Caminó con resignación y nostalgia
por lo que alguna vez fueron calles y viviendas. Mientras en la recién azotada
ciudad, muchos, más que celebrar esa fecha, agradecían a los santos de su
devoción el estar en familia en el día de las madres; un gran número de
personas al igual que ella recorrían las sendas de los recuerdos. Bordeando las
colosales piedras y escombros que quedaron como vestigio eterno de lo que las
aguas desbordadas trajeron. Franqueando todos esos obstáculos finalmente llegó
hasta lo que fue su hogar.
Con un escapulario colgado del cuello, al que acariciaba
con nerviosas manos, fue recorriendo las ruinas de lo que fue la vivienda. Ese
día la nostalgia le pesaba más en el alma. Su hija en mayo le llegaba con un
detalle que siempre acompañaba con una radiante rosa roja. Pero ese año como ya
no había hija, tampoco habría regalo, y por supuesto tampoco tendría la añorada
rosa del amor de sus entrañas. Con profunda tristeza se arrodilló en el piso
del lugar que tanto compartieron, y lloró su desconsolada pena. Con sus ya rugosas manos palpó las pocas desnudas
paredes que quedaron en pie como queriendo impregnarse de aromas de antaño.
Pero ahora el barro y la naciente maleza eran dueños del lugar. Unos vecinos
solidarios al verla en su nostálgico deambular fueron en su rescate en esa
triste jornada y le tendieron sus manos y abrazos para sacarla del lúgubre lugar.
Luego cuando llegó a su nueva morada, vacía, fría, en la
mesas y paredes hacían faltan los retratos de antaño e imágenes de la familia. Hacía
tanta falta el calor humano, que otra vez no pudo reprimir su acongojado
llanto, y fue entonces cuando una vecina, llamó a la puerta; y aunque afligida,
caminó al baño, se echó agua en la cara para enjugarse el rostro y cuando se
miró en el espejo para peinarse los cabellos se llevó la sorpresa más increíble
de su vida. El impacto fue tal que le produjo una especie de temblor que la
sacudió de cuerpo entero, ya que en el rostro que se reflejaba en el espejo
descubrió que llevaba entre una de las pinzas de su cabello un hermoso capullo
de una rosa roja.
***
John Montilla: Texto y fotografías
Crónicas de Mocoa (31-marzo-2024)
Fotomontajes: J.M (Murales pintados en las ruinas de una
casa del Barrio San Miguel de Mocoa)
Historias: jmontideas.blogspot.com
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