Por: John
Montilla
“Más fácil
que pelar una mandarina.” Frase popular.
El reloj
ya marcaba más de las dos de la tarde. El calor a esa hora era intenso; los que
estábamos en el restaurante sudábamos a la sombra y fue entonces cuando vimos
llegar al chico en su bicicleta. De manera ágil se bajó del aparato al tiempo
que agarraba con destreza una canasta de plástico en la que llevaba unas bolsas
con fruta.
Se acercó
a nosotros y con una voz un tanto ronca, tímida y cordial nos preguntó si le
comprábamos mandarinas. Su rostro estaba lleno de polvo y el sudor le corría
por su frente y su cara. Se limpió un poco con su mano, mientras se quedaba
expectante a nuestra respuesta.
Le dije
al colega con quien estaba: “Le voy a colaborar comprándole una bolsa a este
chico trabajador”. Él puso la canasta en el suelo y permitió que escogiera el
producto. Mientras hacía esto noté que
no quedaban muchas bolsas en el recipiente, entonces le pregunté qué desde que
horas estaba vendiendo y cómo le había ido con las ventas. El niño de las
mandarinas, respondió que había salido temprano en la mañana, pero que sólo
había vendido un paquete.
-“Un
señor en la esquina me compró una bolsa no hace mucho”- nos contó.
Mi
compañero, también expresó la intención de comprarle, mientras le cuestionaba
que por qué no usaba una gorra para protegerse del sol que estaba muy fuerte.
“No tengo”, fue su respuesta. Cuando le indagamos si ya había almorzado, con
toda tranquilidad dijo que él comería cuando llegara a su casa allá en la
vereda, que antes tenía que trabajar. Unos
minutos más habían pasado en el gran reloj adosado a la pared.
Entonces
mi compañero llamó a la mesera y le preguntó si aún tenía comida y le pidió un
almuerzo para el niño. Al chico se le iluminó el rostro y sólo atinó a decir
gracias. Se sentó presto a la mesa; ni siquiera se acordó de su bicicleta
tirada al borde de la acera. Le recomendamos que la dejara junto a la puerta,
él así lo hizo y se puso a comer con todo deleite mientras nos contaba que él bregaba
para ayudar a su mamá que se había quedado sin trabajo al parecer por un
problema de salud en su vista. “Mi hermana y yo trabajamos para ayudar a pagar
el arriendo.” Ahora parecía la voz de un hombre adulto hablando mientras
cuchareaba.
Antes de
irme, le compré otra bolsa más de mandarinas, al tiempo que le pedía que me
permitiera tomarle una foto.
El chico
seguía comiendo mientras el rostro de complacencia de la mesera resumía esta
historia.
Si ven al
niño de las mandarinas en su bicicleta no duden en comprarle.
John Montilla: Texto e imagenes
Relatos en mi camino
jmontideas.blogspot.com
9-X-2023
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