Por. John Montilla
Vincent Van Gogh
Iba caminando con mi hija pequeña por un sendero campestre junto a una cerca alambrada, en cuyos postes habían puesto coloridas botas viejas a manera de adorno, cuando de repente de la nada apareció un perro y con sus fauces abiertas se fue directo hacia mi hija, pero de un rápido movimiento interpuse mi cuerpo en su camino y entonces la bestia furiosa la emprendió contra mí, logró morderme la mano, pero a pesar del dolor, hice algo impensado, lo agarré como pude del cuello y una pata trasera y con un inverosímil impulso lo levanté en el aire y lo lance con furia contra la parte alta del alambre de púas, y entonces sucedió la cosa más extraña que jamás hayan visto mis ojos.
La bestia cayó justo en la mitad del alambrado, y por un breve instante pareció partirse en dos, pero luego se puso como un globo que se desinflara, y al igual que una camisa negra mojada quedo escurriéndose entre los alambres. Su cuerpo se volvió flácido, como un animal al que hubieran desollado y puesto a secar sus cueros al sol. Ahí quedó, aún caliente, pero inerte. Yo no salía del asombro mientras, agarraba a mi hija con la mano que no estaba sangrando, pero las sorpresas aún no habían terminado.
En la distancia se escuchan voces que lo llamaban, quizás eran sus dueños, y de repente el canino escurrido, parece revivir, se agita en el alambrado, y de un tremendo sacudón se libera de las púas y con un profundo aullido de dolor huye de donde estábamos, y luego en la distancia se pone a ladrar y a todas luces se ve que tiene intenciones de volver a atacarnos. Por eso, esta vez decido pasar a la ofensiva. Comienzo a buscar piedras para defenderme, pero no encuentro ninguna en el piso, tan sólo lodo, lo que antes era una verde campiña se había convertido en un lodazal, la única opción fue tomar trozos de lodo, hacerlos bola y arrojarle a la bestia furiosa.
En esas estaba cuando del otro lado del camino, aparecen los dueños del perro, y sin mediar palabra, también desde su lugar comienzan también a arrojar bolas de lodo. A los pocos segundos nos enfrascamos en una singular batalla de lodo. Los pegajosos y negros proyectiles volaban de lado a lado. Mi hija y yo parecíamos locos amasando y arrojando lodo por doquier, de lado y lado llovía lodo, la tarde se puso oscura con esa sucia guerra ambientada por los gritos de los combatientes y el incansable ladrido de los perros.
De repente en medio del fragor de la batalla apareció una joven ataviada con un colorido y hermoso atuendo indígena, estaba impecable, y sin que ni una sola gota de barro la tocara avanzó por el camino hasta donde yo estaba y cuando estuvo a dos pasos de distancia, sacó una pistola de plástico verde de juguete, con intención de disparar a quemarropa, pero antes de que ella lo hiciera yo también había sacado una pistola de juguete blanca, también de plástico. Estábamos a segundos de terminar el engorroso asunto de esta sucia guerra.
Ambos apretamos los gatillos al mismo tiempo, pero no salió ningún proyectil de las pistolas, entonces nos miramos fijamente a los ojos sin rencor, con la miradas más inocentes e ingenuas del mundo y luego nos echamos a reír a carcajadas. Después nos dimos un sincero abrazo de reconciliación. Le manché el traje con barro, pero eso no pareció importarle; mi mano había dejado de sangrar. Agarré a mi hija de la mano y luego los tres abrazados nos alejamos del lugar, el verde de la campiña parecía retornar poco a poco.
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John Montilla: Texto e imágenes
Fotomontajes con Imágenes tomadas de internet.
Relatos de sueños
jmontideas.blogspot.com
(12-X-2022)
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