Por. John Montilla
La casualidad me puso en el
camino este particular drama:
Estábamos entrando a la ciudad
de Mocoa, después de un largo viaje, cuando vimos en frente nuestro a un pesado
tractocamión y encima de su carga venía una persona. Sin lugar a dudas debía
ser un migrante venezolano. Hemos visto esta escena muchas veces. En un momento
dado el hombre se bajó de la carga -parecía ser cemento- para ubicarse en la
parte trasera del vehículo, y fue durante ese arriesgado movimiento cuando de repente
el golpe del viento le arrebató la gorra roja que traía puesta para protegerse
de las inclemencias del sol de ese día.
Creímos percibir que por unos
breves segundos el hombre dudó entre arrogarse del carro y perder su transporte
o resignarse a perder su preciado bien.
Hizo un gesto como para tirarse o estirar de manera instintiva la mano en
un intento inútil por agarrar su gorra fugitiva.
El automóvil en que íbamos pasó
por encima del objeto perdido, fugazmente pudimos ver que estaba ya desgastada
y sucia por el uso y quedó abandonada en la carretera. Mientras tanto vimos que
el hombre se agarraba con desazón la cabeza por su lamentable pérdida. Se
mesaba los cabellos con cierto desespero mientras continuaba mirando hacia
atrás a su prenda que poco a poco irremediablemente se alejaba de él. Les dije
a mis compañeros de viaje, que parecía que el hombre estaba llorando por ese
hecho. Su gesto de mirar continuamente hacía atrás y de agarrarse la cabeza
parecían corroborarlo. Nunca antes había visto a una persona tan desconsolada
por la pérdida de una gorra. Alguien que sepa lo que es hacer un viaje largo y además
a la intemperie puede comprender de manera fácil el porque de la reacción del
desafortunado hombre.
Dentro del auto todos tuvimos el
mismo pensamiento: recogerla y pasársela de vuelta, pero no era posible pues el
conductor del tractocamión siguió de largo, ajeno al pequeño drama humano que sucedía
a sus espaldas, y el tráfico vehicular también seguía su curso.
Cuando el pesado vehículo tomó
la misma vía por la cual iríamos nosotros, le dije al conductor de nuestro automóvil,
que lo adelantara ya que tenía que pasar por la casa de mis padres a recoger
las llaves de mi apartamento y que tal vez tendría tiempo de agarrar y darle
una gorra de la que sabía que podría encontrar allí.
Llegando a la esquina del
hogar de mis padres, pude observar en la distancia a mi anciano padre sentado
en una silla en el corredor de la casa, tenía puesta una de sus gorras. Llegué
a casa; por fortuna la puerta estaba abierta, entré a las carreras; no me atreví
a quitarle la gorra a mi papá, me pareció que no comprendería que yo llegara a
casa después de varios días de ausencia y sin más le arrebatara su gorra y
saliera corriendo de allí, sin siquiera saludarlo. Así que pasé de largo, directo a la cocina,
efectivamente allí estaba mi madre, tampoco la saludé, sino que le pedí con
prisa y sin dar explicaciones una gorra. Me miró con sorpresa y con calma me
dijo que la esperara un momento, le repetí que no tenía tiempo, que era muy
urgente, entonces ella dejó con presteza lo que estaba haciendo y corrió a
buscarme el objeto. Mi hermano que por ahí estaba me arrojó una gorra que tenía
un letrero de un encuentro del “Adulto Mayor” y mi madre también ya corría con
otra que llevaba publicidad de una bebida alcohólica.
Agarré ambas con presteza y
con ellas corrí a la calle con la esperanza de que el tractocamión aun no llegara,
cuando llegué a la esquina, mis compañeros de viaje me miraron y me dijeron con
resignación que el vehículo había pasado un minuto antes. Me quedé con la frustración y las gorras en la
mano y pensando en lo que padecería el pobre hombre en el resto de su viaje
bajo el duro sol de esa mañana.
Si ven a un hombre viajando sobre
la carga de una tractomula y a la intemperie bajo un candente sol, les ruego,
le regalen una gorra.
John Montilla: Texto e imágenes
jmontideas.blogspot.com
2022
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