“El cine es un espejo pintado.”
Ettore Scola
No sé si cada uno de ustedes
recuerda la primera película que vio en su vida, pero yo si tengo el recuerdo
muy claro. Como podría olvidar algo que me impactó. Nos llevaron de la escuela
en grupo, debió ser un mes de mayo, porque la película llevaba por título “Así
era mi madre”, no recuerdo nada de la trama, pero sí el nombre. La
tecnología me ha ayudado a encontrarla, creía que era una producción mexicana,
pero me encuentro que es española; o mejor dicho una coproducción entre los dos
países del año 1961, y también he logrado conseguir una sinopsis:
“Lucy trabaja
como profesora de música en un colegio y tiene un niño muy especial que canta
como los ángeles. Al volver a las clases tras las vacaciones de verano, se
entera de que Joselito, el alumno, no volverá porque su padre ha fallecido hace
poco. A Lucy le afecta mucho esta noticia y decide ir a ver cómo está. La
situación que se encuentra es trágica. Joselito vive en la ruina y
absolutamente solo. Lucy decide acogerle en su casa y cuidarle como si fuese su
propio hijo, aquél que perdió hace muchos años.”
Lo cual
promete ser un buen argumento sentimental y con mucha música, pues está
interpretada por Libertad La Marque y el mismo Joselito. Habría que verla con
los ojos de hoy para poder un juicio sobre ella. Ese es mi primer recuerdo como
cinéfilo.
Pero la
segunda película que vi en mi vida marcó para siempre mi forma de ver la las
cosas, llevaba por título: “Hércules” y me metió de golpe en el mundo de la
mitología griega. Amé desde un principio esa carga de héroes, monstruos y cosas
míticas. De niño, más que aterrorizarme
por ser la primera vez que miraba en pantalla gigante a un dragón de tres
cabezas, casi que lamenté cuando Hércules se las cortó. Con esa película
descubrí la magia de la fantasía. Eso ayudó mucho en mi temprana afición por
los libros de aventuras. Debe ser por eso mismo que le encuentro tanto gusto al
contemplar carrozas de fantasía en carnaval, por supuesto que muchas veces he
´participado en la creación de varias de ellas. Esa película me dejó encandilado, fue la misma
sensación que tuve al salir de la oscura sala de cine al sol de aquella mágica y remota
mañana.
De las
películas que seguí viendo, no puedo dar razón. Pero si puedo anotar algunas
cosas más del lugar al que íbamos los habitantes de Mocoa a ver películas se
llamaba Cine Scala, propiedad de la familia Dávila, muy conocidos en nuestra
localidad. El teatro era un sitio al que uno entraba subiendo unos cinco o seis
pequeños escalones, y se daba de frente con una alargada sala, provista de dos
largas filas de bancas de madera. organizadas en sendas hileras, separadas por
un angosto pasillo. El salón tenía un desnivel que permitía que el espectador
de frente no le tape la vista al de atrás, el resto se componía de unas altas y
desnudas paredes grises y nada más. Al frente, cerca de donde daba la
proyección de la imagen y a mano izquierda quedaban unos estrechos baños. No
podía faltar a veces aquel que en mitad de la película se atravesara para ir a
hacer sus necesidades, lo cual solía despertar el murmullo de desaprobación de
los espectadores. Y de vez en cuando algo pasaba con la proyección y esta se
apagaba, lo cual generaba el disgusto de la audiencia que hacían sonar golpes
en las bancas, chiflidos, palabras de grueso calibre y el repetido estribillo
de “la cortaron, la cortaron”, como si hubiese sido fácil mochar una película.
El salón de
proyección quedaba justo en la parte alta de la entrada. Lograr que los dueños le permitieran ver la película junto a los proyectores, era un privilegio de pocos. Era algo así como el palco de honor. Pero, algunos se daban las mañas para ver cine por todo lo alto: Son famosas las
historias de aquellos que se “colaban al teatro” subiéndose por la parte alta
de las casas vecinas para ver las películas sentados en el tejado,
para lo cual tenían que abrir de manera disimulada una alta ventana que había a
mano izquierda de la sala.
Voy a hacer
una mención especial a su portón de hierro, ya que, a través de él, uno de niño
agarrado de las varillas, podía mirar y leer los grandes y llamativos carteles
de las películas que se estaban presentando, pero se miraba con más emoción
aquellos que tenían encima un gran letrero con letras rojas que decía: “Próximo
estreno”.
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Para muchos
era una forma de pasatiempo asomarse al portón a contemplar los carteles de
promoción. En mi memoria tengo, el inolvidable cartel de “El último dinosaurio”,
la fantasía siempre fue mi favorita, también eran famosos los clásicos carteles
de Bruce Lee. Los incontables de películas mexicanas. Los impactantes de las películas
de terror, confieso que jamás entré a ver una de esas. Y con el motivo de la
pandemia, recuerdo a uno escalofriante que llevaba por título: “Virus”, siempre
me impresionó la imagen, lo cual dio origen a estas líneas de evocación en esta
cuarentena.
También cabe
anotar, aquellas memorables filas que se hacían cuando se iba a estrenar una película
muy famosa o bien promocionada, no se podía ni soñar a la “premier” con la
cantidad de que gente que se aglomeraba, se atropellaba y se abría paso, casi
que a codazo limpio para poder acceder a una minúscula taquilla. Para tratar de
paliar en algo eso, los dueños mandaron a instalar unos tubos de hierro, para
que la gente llegue ordenada por los menos a la taquilla a comprar su tiquete
de entrada. Nunca dejo de sorprenderme la desbordada cantidad de gente que solía
aglutinarse en tiempos de semana santa para ver las mismas historias de siempre,
era casi que una tradición más de esas fechas. Para mí mas que un goce, me parecían
una penitencia. Debo decir, que jamás ingresé a una función de
esas.
esas.
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Mención especial merece un famoso portero que era sordomudo, llamado Jaime; con él, el único discurso válido era tener la boleta de entrada. No había de otra, durante muchos años estuvo en esa labor hasta que el teatro cerró sus puertas. Un amigo me dice que: “Cuando el teatro se acabó, Jaime trabajó en la empresa de aseo en la recolección de basura. Según dice la gente, él se chuzó con una jeringa, se descuidó, se le infectó la herida y que parece ser que esa fue la causa de su muerte.” Nadie tiene la certeza de como terminó la película de la vida de ese personaje.
De lo que si
se tiene certeza es cual fue la razón principal que acabó con la existencia del
Cine Scala, un lugar de antaño que nos sirvió de punto de entretenimiento y
diversión en la Mocoa del ayer: Cuando la tecnología fue introduciéndose en la
región, de manera paulatina fue cerrando el portón hasta que el candado se aseguró y la llave que abría la fantasía en la pantalla gigante se perdió
para siempre.
John
Montilla. Texto.
Imágenes: 2 y 3 tomadas
de internet.
Jmontideas.blogspot.com
Profe Jhon. Mis felicitaciones por interesante Blog en honor al primer teatro de Mocoa y por revivir esa historia bonita, donde la mayoría de habitantes se distraían en horas de la noche, por no contar con la señal de televisión y otros medios de diversión. Cordialmente, Hernando Davila Caicedo
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