La siguiente original y
espontánea anécdota pertenece a la historia del hoy municipio de
Puerto Guzmán (Putumayo) y tuvo lugar
por allá en 1973, época en que se estaba
ejecutando la construcción de la carretera que llegaría a la inspección de Santa
Lucia; lugar en el cual duró mucho
tiempo narrándose este singular episodio que a continuación les relato:
Por aquel entonces, los habitantes de dichas zonas ya
estaban enterados de que pronto llegaría hasta ellos la carretera que los
conectaría con el resto del departamento;
y ante los rumores de ese inminente próximo suceso, se había despertado en ellos la
curiosidad por ir a presenciar y ser testigos directos de los trabajos que
se venían desarrollando. Si en los adultos
había crecido dicha expectativa, este sentimiento era mucho mayor en los niños que
ansiaban también poder contemplar lo que sus padres comentaban.
De ahí que el futuro acontecimiento se convirtió en la atracción de la comunidad; tanto así que en la escuela de la localidad,
uno de los planes en los días de jornadas de recreación escolar consistía en ir
de paseo
hasta el punto donde venía la construcción de la vía, con el único
propósito de ver a los obreros trabajar arduamente
en el “empalancado” (acción de poner
madera en la trocha para darle firmeza
al terreno) y el posterior relleno con balastro para de esta manera irle ganando metro a metro un sendero libre a la selva.
Pues bien, un buen día a doña Olga Gómez de Córdoba, la profesora de la escuela,
también se le ocurrió llevar a todo el curso de paseo hasta la zona de los
trabajos; la atracción de los niños era
contemplar las máquinas y las
grandes volquetas trabajando a toda marcha. El grupo escolar llegó hasta un
sitio permitido al lado de la nueva
carretera y se sentaron a presenciar las
labores de hombres y a esperar con ansia
la llegada de la maquinaría pesada para verlas en acción.
Resulta que la gran mayoría de
estudiantes ya habían pasado por allí con sus papás cuando iban al mercado
hasta un caserío cercano (El Jauno), razón por la cual la profesora considero inoficioso ilustrar a sus estudiantes sobre dichos aparatos
mecánicos, pero ella no cayó en cuenta
que también había una minoría que nunca habían sido llevados por sus padres hasta esa zona; entre
ellos se encontraba Canuto, un humilde muchacho, algo tímido, quien al igual que todos los demás primerizos
aguardaba con gran expectativa el acontecimiento completamente novedoso para
él.
El momento cumbre del paseo llegó cuando se escuchó en la lejanía un ruido estremecedor que rompió la tranquilidad del bosque y apareció de manera paulatina en una curva una tremenda volqueta que rugía fuerte y fatigosamente
en el escabroso terreno- La profesora tampoco considero necesario decir “allí viene una volqueta”- Pero,
debió haberlo hecho ya que Canuto, que nunca había salido de su casa y
que jamás había visto un “monstruo” de
esos en su vida, echó a correr despavorido monte adentro por la aterradora impresión que esa descomunal máquina le había
producido.
Ante esta insólita reacción del
muchacho, dicen que la profesora bastante preocupada, se puso a llamarlo a
grandes voces junto con los demás estudiantes; pero todos esos gritos multiplicados
por la tranquilidad del bosque
se perdieron inútilmente en las profundidades de los montes circundantes. Entonces
ante la imposibilidad de adentrarse en la espesura para ir en la búsqueda del
asustado fugitivo; el grupo decidió regresar
al pueblo. Todos fueron directamente hasta la casa del chiquillo a dar
la mala noticia a su familia y entonces se encontraron con la sorpresa de que
Canuto hace ratos ya estaba en casa.
Crónicas de Puerto Guzmán.
Recopilado por John Montilla, Esp. Procesos lecto-escritores.
Fuente: Edgar Morillo
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