Por: John Montilla
“He crecido cerca de las vías y por eso sé que la tristeza
y la alegría viajan en el mismo tren.”
(Fito Cabrales)
A la dueña sólo le gustaba
arrendarles habitación a estudiantes, pero por alguna razón rompió su habitual
regla y una tarde le alquiló un cuarto a un señor y algo inusual ocurrió esa
noche en la casa.
Todo iba bien hasta que de pronto a eso de la medianoche,
la dueña, el otro estudiante que allí residía, y yo, tuvimos la sensación de
que una locomotora se había metido en la vivienda.
La casa tembló y el techo
pareció dar saltos, las paredes se sacudieron y los cuadros perdieron el
equilibrio, las delicadas figuras de
porcelana estuvieron a punto de caer de las pequeñas repisas, , los jarrones de cristal casi se rompen y los tiernos serafines casi
salen volando; el vidrio de la mesa del comedor estuvo a punto de partirse como
una galleta, el salero se derramó en la mesa,
la puerta de la nevera se abrió de golpe, los huevos que allí había
crujieron, una bolsa de leche abierta se ladeó un poco y empezó a gotear el
blanco líquido, el control remoto se cayó del estante y el televisor se prendió
justo cuando pasaban las noticias de un terremoto en el otro lado del
mundo. La dueña enfundada en una piyama
de grandes flores de colores se levantó espantada con el estrepito de la
locomotora.
Yo al igual que los demás había pegado un salto en la cama,
y por supuesto el sueño se espantó, también.
Abrí la puerta de mi cuarto y vi a la doña, despelucada, echándose la
bendición y asombrada, al tiempo que me señalaba con su mano derecha la puerta
de la habitación del nuevo inquilino.
El ronco trepidar salía de ese cuarto, confieso que nunca
en mi vida había escuchado a alguien roncar con la fuerza y la sonoridad con
que lo hacía dicho señor. Los residentes de la casa no pudimos dormir esa
noche; el hombre tenía un sueño de carro viejo enterrado en un barrizal,
imposible de despertar.
Muy temprano al día siguiente la doña le pidió la
habitación al ruidoso dormilón porque se iba a quedar sin el resto de
inquilinos y sin poder dormir más. El
hombre todo apenado, entonces confesó que sufría de ese difícil problema.
Recogió sus bártulos y se fue.
Me pregunto que habrá sido de la vida de ese infortunado
personaje: ¿A cuál estación lo habrán llevado la carrilera de su ruidosa
nocturna existencia?
***
John Montilla: (Neiva: 28 -XII-2023) -Relatos de mis memorias
SER “BUENA PAPA”
El vendedor ambulante
instalado frente a la clínica había dado los precios de sus productos: Las
empanadas a mil pesos, las papas rellenas a dos mil pesos, y las arepas de
huevo a tres mil pesos, Esto último era lo que quería la niña, quizás de unos
siete u ocho años. La mamá de la menor se puso a buscar y contar las monedas
que tenía en una trajinada carterita de color rosado y acto seguido se palpó
todos los bolsillos tratando de encontrar dinero en algún rincón olvidado de su
vestimenta para luego concluir diciéndole con cierta frustración a su hija:
“No me alcanza”.
El gesto de decepción en el
rostro de la niña fue bastante evidente, entonces decidí intervenir de forma
cordial:
-Tome la arepa señora, yo se
la pago.
La señora me respondió con
un “Dios los bendiga”; tomó la arepa y se la pasó a su hija al tiempo que le pedía
que agradeciera por ello. La niña así lo hizo y luego feliz se puso a comer.
La emoción de las personas
que estábamos a esa hora comiendo en la calle fue bastante evidente ante este
pequeño cuadro de inocencia infantil.
Cuando terminó, ella y su
madre se dispusieron a cruzar la calle.
La niña alzó la mano en señal de despedida, al tiempo que volvía a
repetir con una vocecita repleta de ternura “Muchas gracias, señor.”
Fue un episodio espontaneo, inocente
y reconfortante para quienes estábamos lejos de casa la noche de navidad.
***
Coletilla: “Ser buena papa”
en Colombia, significa ser buena persona con los demás.
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John Montilla: (Neiva: 24 -Dic-2023) -Relatos en mi camino
CORTE A LA FIDELIDAD
Hoy, después de tanto tiempo
de fidelidad.
He roto ese lazo de
confianza.
No fue culpa mía;
las circunstancias me
llevaron a ello.
Fue el tiempo
y la distancia
El tiempo porque hace días
que necesitaba ver a alguien como ella
y no podía esperar.
Y la distancia porque estaba
lejos de casa.
Por eso hoy rompí el espejo
de la lealtad:
Pasaba frente a una puerta
de cristal y la vi a ella.
Rubia, de un rubio
artificial, pero no me importó mucho.
Ojos claros, bella, rostro
festivo.
Intenté abrir la puerta y no
pude,
Entonces ella me franqueó el
camino desde adentro.
Lo suyo fue una invitación
que me llevó a la traición
Me hizo pasar.
Con una amplia sonrisa comercial
me envolvió en sus dominios.
Me invito a que me sentara
en un cómodo sillón blanco.
Pude sentir la suave
fragancia de su perfume mientras se hacía a mis espaldas.
No me cubrió de besos,
sino que cubrió mis hombros
con una delicada y transparente capa plástica.
Me pasó las manos por la
cabeza
y luego con voz dulce me
hizo la pregunta,
que ya consideraba olvidada:
¿Cómo quiere su corte de cabello?
Y fue así, como después de
tanto tiempo de fidelidad,
traicioné a mi peluquera.
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John Montilla (Neiva: 30-Dic-2023) -Divagaciones
Fotomontajes con imágenes
tomadas de internet