Por. John Montilla
La otra víctima de la tragedia
de Mocoa, es el río. Lo digo en
singular, pero refiero a todas esas aguas que por años han bañado a nuestro
pueblo. Ahora le llaman monstruo, pero es una víctima más. Durante tiempos inmemoriables
ha nacido en el verde lecho de los bosques bajo el cobijo de nubes grises y
echado a correr cual niño alegre hacía abajo. Un infante que se aleja de las
faldas de su madre la montaña. Una madre que no le corta su cordón umbilical,
sino que lo estira en la lejanía hasta el encuentro con los mares.
Nosotros usurpamos su
territorio, lo arrinconamos con muros, ladrillos, maderos y cuanto material se
pueda. Él se recoge cual animal herido, pero no muerto, y de repente da un coletazo
vital y para nuestra desgracia se llena de energía y recobra la memoria de su
cauce y nos enseña que no es un simple juguete elástico que se estira y se
encoje, sino que es una gran y bella serpiente azul durmiendo y que con las
grandes lluvias que se escurren de las esponjas de los bosques, se nutre, se
crece, se retuerce y se enfurece. Y entonces arrasa cuanto encuentre a su paso.
Vuelve a recorrer sus terrenos ancestrales, pero ese recorrido otrora lleno de árboles
está lleno de cemento, ladrillos, latas, tejados, paredes, armarios, mesas,
sillas, neveras, cachivaches, ropa, juguetes y lamentablemente también muchas personas.
El terrible recuerdo de las memorias
de sus pasos antiguos, nos deja lágrimas, destrozos, huérfanos, dolor y
tristeza. Y entonces todos los dedos
acusadores apuntan hacia él, como la gran bestia que hay que domar; y entonces
lo queremos atrapar en jaulas de hierro y cemento. Monstruos metálicos
amarillos y ruidosos se envían a su lecho. Hieren con palas mecánicas su estropeado
cuerpo, se le extirpan su rocas, arena, piedras y barreras naturales, en un
vano intento por moldear en líneas antinaturales su sinuoso cuerpo.
Fotografía: Mao Fajardo |
Pretenden enjaularlo en un guacal hecho con alambres, piedras y cemento. Pero el se resiste, de cuando en cuando; se retuerce, y desajusta las trampas. Es como un dinosaurio despierto en una jaula construida con palillos; un King Kong atado con cadenas de papel que se despierta de su letargo inducido con pócimas caras e inútiles. Un Godzilla acorralado con meras promesas y encandilado con pajaritos pintados en el aire. Pero no es un monstruo como aquellos, es una víctima más que reclama su espacio, una víctima más que reclama los árboles de cachimbo, chíparo y tantos otros ya perdidos; una víctima más que reclama esos frutos exóticos de antaño: churimbas, pomarosas y guayabas que solían encontrarse en sus orillas. Una víctima más que ya no volvió a tener peces. Una víctima más que reclama garzas, martines pescadores, renacuajos y caracoles.
Ese río no es un monstruo, es
un ser indefenso, es como un milenario anciano que se está volviendo niño. Un
viejo que vuelve sobre sus pasos. Un “Benjamín Button” decreciendo, pero que se
resiste a desaparecer. Y por eso a ratos vuelve a crecer y entonces se baña el
rostro con aguas turbias. Un ser de otros tiempos que lava con sus aguas su
propio lecho e intenta quitarse de encima los pañales que le hemos llenado de
inmundicia en décadas de indiferencia y abandono.
A esta victima desamparada hay
que mirarla con otros ojos y también hay que tenderle una mano amiga.
***
Fotografía: Mao Fajardo |
John Montilla: Texto y fotografía de portada (1-III- 2023)
Crónicas de Mocoa
Imagen de portada: Tomada en una
intervención artística hecha sobre las ruinas de una casa después del desastre. (
jmontideas.blogspot.com
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